miércoles, 26 de diciembre de 2007

¿Y a usted qué le parece que se casen los curas?

Artículo aparecido en "vistazoalaprensa.com" en julio de 2004


La polémica surgida por la voluntad del colectivo gay de contraer matrimonio y la oposición pertinaz que éstos han encontrado en la Iglesia, me trae a la memoria aquel chiste en el cual a un campesino le preguntaba un encuestador sobre qué le parecía que los curas se casasen. “Hombre… si se quieren…” fue la respuesta. La simpleza del labriego venía a redundar en la tan sabida premisa de que cuando dos se quieren, pueden -si lo desean- casarse.

Cuando los de ciudad vamos al campo y entramos en contacto con sus habitantes constatamos que allí existe otra cultura que no se adquiere en las escuelas, institutos o facultades. Apreciamos la sapiencia de esos hombres en lo referente al cuidado de sus animales, de sus tierras, en el conocimiento y en la predicción de la meteorología, en un sinfín de cosas sobre las que nosotros, que sí tenemos un título enmarcado, somos la mar de ignorantes. En este contexto, la afirmación de que se case todo el que quiera con quien quiera, lejos de entrañar simpleza supina, evidencia una actitud de naturalidad y de tolerancia frente a las preferencias, los gustos, o incluso los instintos de cada cual. Actitud que la naturaleza observa con todos los animales del planeta.

Sí entendería la postura de la Iglesia si los homosexuales pretendieran ejercer el sacramento del matrimonio. Los católicos se rigen por unas normas y quienes las dictan tienen todo el derecho del mundo a preservarlas y a solicitar su más estricto cumplimiento para todos aquéllos que quieran jugar con los naipes de su religión, pero no debieran olvidar que el matrimonio, además de un acto religioso, es también un acto regulado en el Código Civil que puede estar totalmente desvinculado del rito católico. Cuando dos personas expresen su voluntad de contraer matrimonio civil, obviando el sacramento, están manifestando su deseo de vivir fuera de los postulados de la Iglesia católica, y debieran tener todo el derecho del mundo y ser respetados en su decisión, incluso por los miembros de ese colectivo al que no quieren pertenecer.

De las clases de religión en mi colegio de salesianos, recuerdo una duda que le plateaba yo a uno de ellos, teniendo éste que les escribe siete añitos, cuando el religioso nos hablaba del enorme poder de Dios y de los implacables castigos que nos esperaban en el infierno a aquellos que nos saliésemos de la raya y que, por error, omisión o por debilidad ante las tentaciones, pecásemos. Preguntaba yo que siendo Dios tan poderoso, por qué no nos impedía que pecásemos, ahorrándose él y nosotros, los inconvenientes de una condenación. “La libertad, hijo mío. Dios nos da libertad para que obremos como creamos oportuno. La salvación, sin libertad no tendría mérito”. Fácil, ¿no? Que cada uno se case, se descase o se haga socio del Círculo de Lectores y si se condena, pues allá él.

De todas maneras, aunque no comparta la postura de la Iglesia, puedo llegar a entenderla. De la misma manera que los partidos políticos cuidan a sus votantes, les hacen guiños diciéndoles lo que ellos quieren escuchar, y, haciendo banderas de sus creencias, intentan congratularse con lo que sus simpatizantes desean, los responsables eclesiásticos mantienen un discurso acorde con sus leyes y, de paso, intentan influir en la opinión pública. Hasta ahí me cuadra perfectamente. Lo que no acabo de entender, es lo aguerridas que ciertas esferas mediáticas se muestran ante este tema, haciendo gala de una intransigencia que escapa a mis entendederas. Es como si les moviera algún interés encaminado a preservar el coto de las buenas costumbres. ¿Santificarán las fiestas los que tanto empeño ponen en defender los sacramentos? ¿Observarán total cumplimiento del séptimo mandamiento y no se apropiarán de lo que no es suyo inclusive a la hora de declarar a Hacienda? ¿Serán escrupulosos con el sexto mandamiento incluso cuando en los viajes oficiales visiten clubes de alterne rusos? Desde luego que quienes dan lecciones de moralidad han de ser unos cristianos ejemplares y, lo que en realidad están haciendo es esforzarse muchísimo en evitar condenaciones ajenas. Porque si no es eso no lo entiendo. Intento preguntarme en qué me afectaría a mí, ciudadano heterosexual casado con una heterosexual de sexo contrario al mío, el hecho de que dos señores o dos señoras, se casasen entre sí. Y es que lo mire como lo mire, me da lo mismo que se junten, que se casen por el rito nubio o en el Ayuntamiento de San Fernando de Henares, o que se compren un Renault Twingo de tercera mano y que lo pinten de color caqui.

Por mucho que los homosexuales contraigan matrimonio entre sí, ningún gobierno me va a subir los impuestos, ni me va a incrementar el precio de la gasolina, ni me va a aumentar los peajes de las autopistas. Todo eso, lo harán sin más, se casen o no se casen. Y la Iglesia no dirá ni mu. Y bien hecho que hará.

No hay comentarios: