martes, 17 de noviembre de 2009

Inconvenientes de un nombre común, o llamamiento al notario Martínez

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2009
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Esto de tener un nombre y un apellido tan común como el de un servidor, tiene alguna ventaja, como que nadie te hace deletrear tu nombre por teléfono, pero múltiples inconvenientes. Puedo asegurar a mis queridos reincidentes que en el caso de quien les escribe, muchos más han sido los inconvenientes que las ventajas. Les cuento.

La primera vez que maldije mi suerte por no haber sido bautizado como Remigio, Wenceslao, Genaro o incluso María de las Mercedes fue el día en el que otro Miguel Martínez, compañero de colegio y a todas luces un gamberro redomado, se dedicó a pintarrajear la tapicería de escay de un asiento del autobús escolar, reproduciendo una extensa colección de aparatos genitales masculinos, todos ellos en evidente estado de excitación, plasmación gráfica que fue jalonada con comentarios obscenos sobre la relación entre el estado de aquellos miembros y la generosa y exuberante anatomía de una profesora de música de aquel colegio de curas, de la que no consigo recordar el nombre aunque sí su agraciado físico. La gamberrada de aquel Miguel Martínez le supuso a este otro Martínez, en primer lugar , un sonoro bofetón en la mejilla por parte del hermano Joaquín y, a continuación, mil disculpas por parte de aquel mismo cura, tras la clara constatación de que había sido otro Miguel Martínez el causante de tamaña guarrada. Muy al contrario de lo que ocurriría hoy, el comentario con el que en casa de este columnista zanjaron el asunto tras mi indignada exposición fue tal que así “La vida es dura. Miguelín, y, a veces, pagan justos por pecadores. Esa torta te la llevas a cambio de todas las trastadas que seguro debes haber hecho y por las que no has recibido castigo”. Alguna vez, me he vuelto a cruzar con ese otro Martínez, hoy inspector de obras de un ayuntamiento de la comarca – a saber qué dibujará en los planos- y siempre le recuerdo que le debo un bofetón a mano abierta.

Pocos años después, como treinta, (qué son treinta años comparados con la antigüedad de la Tierra) hubo un tiempo en el que el teléfono de quien les escribe sonaba a todas horas encargándole armarios, librerías, mesitas de noche, mecedoras y comedores coloniales, imagino que merced a la existencia de otro Miguel Martínez en la guía telefónica y en el mismo barrio, carpintero o traficante de muebles. Curiosamente las llamadas cesaron en el momento en el que, en vez de informar a los clientes de su error y facilitarles el teléfono de “su” Miguel Martínez que yo mismo me había preocupado de averiguar, empecé a participarles de una reconversión en la empresa por la cual, últimamente, sólo se dedicaba a la venta de ataúdes. Mano de santo.

Pero de un tiempo a esta parte, otro Miguel Martínez, notario para más señas, me tiene de los nervios; que no hay día que no reciba en mi correo electrónico, minutas, hipotecas, escrituras, renovaciones de la carencia (que no tengo ni idea de para qué sirve renovar carencias, pero acabo de recibir dos hace un rato) y todos esos papeles que suelen recibir los notarios y, la verdad, me tiene desbordado el ingenio, pues ya no se le ocurre a un servidor qué demonios hacer para parar ese alubión de correos electrónicos solicitándome para mañana la redacción de la correspondiente escritura y, además, me restriegan por las narices las palabras que otro Miguel Martínez, mi abuelo, me dedicara hasta la saciedad en mis años mozos: “Estudia para notario, Miguelín, que ésos sí que ganan dinero”. Si le hubiese hecho caso a mi abuelo, ya le habría robado un montón de clientes al notario Martínez y no me importaría en absoluto recibir correos dirigidos a él.

Tras un breve periodo en el que ignoraba y borraba los correos dirigidos al notario Martínez, y tras empatizar con el pobre que espera y desespera a que le llamen para firmar la hipoteca, empecé mi relación con los numerosísimos clientes del notario, haciéndoles notar, muy educadamente, que se equivocaban de Martínez. Redactando una plantilla de correo con la que respondía de forma diligente a todos y cada uno de ellos informándoles de su error, y haciéndoles notar que estaban llegando a mi cuenta de correo datos confidenciales, como borradores de escrituras, números de cuenta corriente, cantidades amortizadas… y, a la vez que les tranquilizaba comunicándoles que esos datos ya estaban borrados, les rogaba verificasen sus respectivas libretas de direcciones informáticas y que, en todo caso, fuesen más cuidadosos a la hora de enviar a mi correo particular según qué solicitudes de operaciones peculiares que bien pudieran suscitar el interés de la Agencia Tributaria. Nada. Como el que oye llover, los mismos clientes insistían nuevamente con nuevas hipotecas, nuevas escrituras y nuevas minutas.

Ante la ineficacia de los resultados obtenidos, se diseñó el plan B, consistente en responder todos los correos con el siguiente texto:

“Sintiéndolo mucho no voy a poder atender tus demandas porque mañana por la noche me fugo al Caribe con mi secretaria. Te ruego discreción, no sea que su marido o mi mujer se enteren y nos fastidien el plan. Ya te enviaré una postal”.

Sólo obtuve una respuesta de uno de los clientes:

“No jodas??!! Con cuál de ellas?”

El resto, ni inmutarse. Muy al contrario, insisten enviando nuevos correos con las más variadas solicitudes profesionales, de lo que deduzco que, una de dos, o poco leen los mensajes de correo entrantes las entidades bancarias y los bufetes de abogados (principales clientes del notario Martínez) o bien el notario debe ser un bromista de órdago y todos sus clientes identifican como bromas mis respuestas de viajes caribeños y relaciones clandestinas con secretarias. Como mis queridos reincidientes ya habrán adivinado, se imponía un nuevo plan de ataque.

Plan C. Redacción ficticia de escrituras, al insertar en el documento original preparado, auténticas barbaridades convenientemente marcadas con negrita, para que se vean bien, tales que así:

“Que el diferencial aplicable al crédito durante la segunda fase del promotor resultará de añadir un diferencial de 25'50 puntos al índice de referencia del denominado Euríbor mensual. LÉALO BIEN, QUE LUEGO TODO SON QUEJAS. VEINTICINCO PUNTOS Y MEDIO POR ENCIMA DEL EURIBOR: ES DECIR, UNA AUTÉNTICA SALVAJADA: SU RUINA, VAMOS…”.

O añadiendo frases, igualmente resaltadas en negrita y mayúsculas, con textos jocosos y a todas luces poco profesionales, tal como éste.

“Adicional tercera de la Ley 8/1989, de 13 de Abril, de Tasas y Precios Públicos, quedará incorporada al presente instrumento publico, con traslado a las copias que del mismo se expidan, la liquidación de derechos y suplidos devengados con arreglo al vigente Arancel Notarial, PERO COMO ESTE POBRE HOMBRE, QUE, DICHO SEA DE PASO, ACABA DE CONTRAER UNA DEUDA ESCANDALOSA -CUANDO NO ABUSIVA-, ME CAE BASTANTE BIEN, HE PENSADO PAGÁRSELOS YO DE MI BOLSILLO E INVITARLO A UNAS BRAVAS Y UNAS CERVECILLAS AL FINALIZAR ESTE ACTO.
Así lo dicen y otorgan, previa su lectura integra efectuada por mi, antes enterados de sus derechos a leerla por si; se ratifican en su contenido y firman”.


Pero lo cierto es que no hay manera. Pese a la evidente y manifiesta falta de profesionalidad de ese notario, que se fuga al Caribe con una de sus secretarias y que incluye invitaciones a patatas bravas en el redactado de las escrituras, sus clientes repiten, y siguen enviando sus encargos a mi correo.

Es por lo que, con la remota esperanza de que el tal Notario Martínez sea uno de mis queridos reincidentes, o –ésta algo más probable- de que alguno de ellos conozca esa notaría (según deduzco ubicada en Andalucía oriental) les hago a todos ustedes partícipes de ésta mi desventura. A ver si con un poco de suerte alguien avisa a mi tocayo el notario y desaparecen de mi correo escrituras, hipotecas, minutas y demás trámites notariales. Este columnista sabrá recompensar con un soneto épico o un terceto satírico (a elegir) a aquellos de mis queridos reincidentes que me auxilien ante tamaña adversidad.
Gracias muchas.