miércoles, 30 de julio de 2008

Test de cultura general

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2008
Buenas noticias. Cuando mis queridos reincidentes lean este artículo un servidor se hallará -Dios y Bush mediante- en el quinto pino disfrutando de sus más que merecidísimas vacaciones veraniegas. La parte positiva para un servidor les resultará obvia, mientras que, para todos ustedes lo será en la medida en que, después de más de cuatro años, quien les escribe les va a conceder un respiro de dos o tres semanitas, en las que ni siquiera en las páginas de Vistazo se le va a ver el pelo a servidor de ustedes, lo cual les supondrá un descanso que, después de 226 artículos consecutivos en estas páginas, se tienen -también ustedes- bien merecido.

Escrito el párrafo anterior y comprobado que, una vez releído, causa en este columnista sensaciones contradictorias –ora de sosiego, ora de euforia-, me van a permitir que les narre lo que me aconteció el pasado jueves cuando, por una de aquellas casualidades de la vida, tuve que participar como miembro de un tribunal en unas oposiciones en las que unos cuantos jovenzuelos se enfrentaban ante las pruebas selectivas que mediaban entre ellos y una plaza de funcionario de carrera, o, lo que es lo mismo, un puesto de trabajo garantizado de por vida. Desde ese jueves, los amigos de un servidor han tenido que soportarme un discurso derrotista al que un optimista irredento como quien les escribe no les tenía acostumbrados. Les cuento.

Constaba la oposición de un módulo de cultura general, previo a los ejercicios habituales para todos los funcionarios, con bloques sobre Derecho Administrativo y Constitucional, así como otros específicos de la plaza a la que opositaban. El examen cultural estaba compuesto por cincuenta preguntas a las que se ofrecían tres respuestas, de las cuales sólo una era la correcta: el conocido test, en el que las respuestas negativas restaban décimas sobre la puntuación obtenida con las respuestas acertadas. Cuando un servidor hojeó las preguntas creyó que quien fuera que hubiese decidido el contenido del examen era de un benévolo supino y que, visto el currículo de los aspirantes -licenciados, diplomados y bachilleres-, éstos se jugarían las plazas en concurso en los bloques generales o en los específicos del puesto al que optaban.

Para que se hagan una idea, les copio aquí alguna de las preguntas del test de cultura general.

¿Quién fue Narciso Monturiol?
¿Qué es la migración?
¿Qué es una Ordenanza Municipal?
¿En qué ciudad se encuentra el Coliseo?
¿Qué nombre se da al proceso que experimenta el hielo cuando se convierte en agua?

Y así hasta un total de cincuenta preguntas, cuyas respuestas tenían a la vista entre otras dos falsas, una de las cuales acostumbraba a ser una barbaridad ingeniosa que arrancaba sonrisas y comentarios ocurrentes entre los miembros del tribunal.

Algunas veces nos llegan correos electrónicos con “powerpoints” sobre respuestas facilitadas por alumnos a exámenes, y les confieso que albergaba serias dudas sobre que esas respuestas no fuesen sino fruto del ingenio de alguien con tiempo para dedicarse a divertir a sus contactos del Outlook, y en ningún caso respuestas verídicas dadas por alumnos reales. Desde el jueves he llegado a la conclusión de que, muy probablemente, esos correos electrónicos sean reales.

Porque resulta que para algunos de aquellos aspirantes una Ordenanza Municipal es –se lo juro- la conserje de un Ayuntamiento, la migración es un dolor de cabeza que afecta al cerebro, el Coliseo se encuentra en Atenas –podía haber sido peor, la otra opción creo que era Burgos-, el hielo cuando se convierte en agua es porque se condensa y de Narciso Monturiol ni saben ni contestan. ¿Cómo se les queda el cuerpo? Huelga decir que las plazas siguen vacantes pues ni uno sólo de los aspirantes fue capaz de aprobar la oposición.

Quejas de los opositores por considerar difícil -ataraxia, Miguel, ataraxia- el examen, argumentando que la cultura general no puede estudiarse, y que esa parte del concurso no debiera ser excluyente, sino hacer media con el resto de pruebas en las que el aspirante pueda demostrar que sí ha estudiado el temario específico, que es en definitiva lo que ha de dominar un funcionario, y un servidor con ganas de soltarles algo así como “claro, y cuando venga alguien llevando en la mano una caja de aspirinas, les dais conversación mientras lo atendéis, preguntándole si las aspirinas son para mitigar la migración”.

Comentando el tema con amigos, padres de críos en edad escolar, todos coinciden en la ineptitud de sus retoños para colocar en el mapa el Pisuerga, el Sistema Ibérico, el Bidasoa y –ya no digamos- Colombo, Trípoli o Jartum. Y, como resulta evidente que los niños de ahora no son menos espabilados que nosotros, sólo nos queda concluir que nuestro sistema educativo está creando unos jóvenes, a nuestros ojos, incultos; eso sí, la mar de aptos para las tecnologías, auténticos artistas de la Play y la Wii. Así no es de extrañar que muchos de nuestros colegiales no sepa quién escribió El Quijote pero sepan la velocidad en gigahercios del procesador de una consola sólo con olerla.

Sé que se lo pongo a huevo a los que ante este artículo aprovecharán que el Pisuerga –es un río, chavales- pasa por Valladolid, para arremeter contra la Educación para la Ciudadanía, argumentando que quien mucho abarca poco aprieta y que más valdría culturizar a los chavales que educarlos cívicamente, pues a quien así opine, he de decirles que todos esos opositores de los que les hablaba estaban ya en edad de merecer, entre los veinte y los treinta, y que, probablemente, Educación para la Ciudadanía les suene –visto lo visto- a enseñar a los críos a cruzar el semáforo por el paso de cebra y a no mearse en las farolas.

Muchos de nuestros padres, cuando nosotros éramos estudiantes, se quejaban de la laxitud de los nuevos planes de estudios –un servidor ya no tuvo que aprenderse de memoria los reyes godos, entró en el plan en el que el BUP desbancó a La Reválida, y ya le permitían usar calculadora en algunos exámenes de Matemáticas- de la misma manera que los de mi generación consideramos que nuestros planes de estudio fueron infinitamente mejores que los actuales. ¿Qué futuro les depararán los actuales planes de estudios a nuestros nietos?

Pues, sinceramente, ahora que empiezo las vacaciones, quiero ser optimista y pensar que maldita la falta que le hará a un crío saber dónde está Kiev, si lo puede descubrir al instante preguntándoselo a Google desde su ordenador o desde su teléfono móvil, de la misma manera que quizás no sea imprescindible que un servidor recuerde de memoria la fórmula del hipobromito de sodio -no la recuerdo, se lo garantizo-, o que tenga que recurrir de nuevo a Internet si quiero saber cuál es la capital de Kazajistan –Astaná, como el equipo ciclista kazajo, me lo acaba de chivar Google-, o recordar los nombres de tantos y tantos ríos, capitales, personajes, cordilleras, fórmulas químicas o cálculos matemáticos que jamás podríamos retener en nuestra memoria.

Eso, claro está, siendo optimistas, porque, si no es así, que Dios nos pille confesados cuando un funcionario de, pongamos por caso, el Ministerio de Asuntos Exteriores, pretenda arreglar la migración a base de aspirinas.

jueves, 24 de julio de 2008

Gente para todo

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2oo8

Confieso a mis queridos reincidentes que desde que adquirí el firme propósito de mantenerme en la más absoluta de las ataraxias, no pocas veces he enviado a la papelera del ordenador –que, dicho sea de paso, debiera llamarse archivera, pues allí no se envían papeles sino archivos- un artículo de aquéllos en los que uno, se va calentando y calentando hasta el punto de agarrar tal cabreo, que el corrector ortográfico de este procesador -al que mis reincidentes conocerán del artículo de la semana anterior- llena esta pantalla de líneas rojas, subrayando vocablos tan necesarios y socorridos en momentos de sulfuro, como agilipollao, tontolculo o hijoputa, momento en el que uno, inspira hondo, se impregna del espíritu de los epicúreos y los estoicos y manda a tomar por el saco el artículo, pasando a dedicarse, como ha sido el caso de hoy, a la mucho más ataráxica tarea de comentarles esas noticias curiosas que a uno le llaman la atención y le arrancan una sonrisa al leerlas en la competencia, y que sirven para constatar la extravagancia del ser humano, a la vez de poner de manifiesto el evidente hecho de que hay gente para todo. Vean si no.

La primera nos llega de los Estados Unidos, donde un tal Robert Farnan, en Milwaukee, había elaborado una sofisticada técnica para gorronear. El hombre, lejos de recurrir al genuino y noble arte del sablazo, fingía infartos para esquivar la cuenta. Hasta dos infartos “sufrió” el tío jeta éste el día que lo detuvieron: el primero al acabar la carrera en el taxi, y justo tras ver la cantidad que marcaba el taxímetro. “Oiga, que tampoco es tan caro –le susurraba el taxista- ¡¡¡No se me ponga usted azuuuul!!!!”. Y así sacaba el tío hasta espuma por la boca –merced a un sobre de sal de frutas- y acababa en una ambulancia que lo llevaba a urgencias donde el Lazarillo de Milwaukee se reponía milagrosamente, habiendo dejado al taxista sin ver un centavo -y con cargos de conciencia- para luego encaminarse a un restaurante de lujo cercano donde, después de meterse entre pecho y espalda una ensalada del chief, un puré, un especial de carne de vacuno, una mousse de frutillas y un brownie, repetía numerito y salía por la puerta en una camilla y sin pasar por caja. Se le acabó el chollo en el hospital, donde un cardiólogo pluriempleado lo reconoció por haberlo visitado ese mismo día en otro centro después del show del taxi, levantando la liebre y apareciendo otros doctores que ya tenían clisado a “Robertito el Infartos” al que ya habían advertido que a la próxima llamarían a la poli. Tirando de la madeja descubrieron que el hombre llevaba años poniéndose hasta las trancas en los mejores restaurantes del estado. El fiscal le pide dos años y nueve meses de prisión. Si lo encierran, mejor que se cuide el hombre, porque como le dé un infarto de veras en una celda, no le van a hacer ni puñetero caso y le dirán los guardias lo de “Venga tío… que ya no cuela”.

La segunda aparece en 20 Minutos, donde dan a conocer un sitio web dedicado a registrar nombres de pene y expedir el correspondiente certificado. Aunque no se lo crean, los propietarios de esa web se están haciendo de oro. Por lo visto, el 60 % de los varones tiene bautizado a su pene, con nombres como “hermanito calvo”, “ Mary’s Mr. Big” (dime de lo que presumes…) y en esa página de Internet (nameyourwang.com) uno va y se registra y, a cambio de 14’50 dólares, le será remitido un certificado que pondrá de manifiesto que su pene tiene tal nombre, que usted –o quien usted designe- es el legítimo propietario, y, por tanto, titular registral, y para que conste, se expide el presente certificado oficial (firma ilegible) a las tantas horas del día tal. Garantizan que el nombre de su pene es único e irrepetible, para lo que dotan a la página de un buscador en el que se indica la disponibilidad del nombre elegido. Si se dan prisa -todavía hay pocos registros en castellano según he podido comprobar- aún pueden registrarse como Cantimpalo, Tizona, Giralda, Torre Agbar (o Pichulín, según los casos) y demás sustantivos y/o topónimos propios de nuestra cultura y/o geografía.

Y la tercera es ya de apaga y vámonos. En el mundo hay zumbados, gilipuertas y especímenes inclasificables como el ciudadano serbio Zoran Nicolovic, de 35 años. Vean el titular, también de 20 Minutos: “Se destroza el pene tras tener sexo con un erizo para curarse de la eyaculación precoz”. Resulta que este naturalista balcánico tenía aversión a los médicos y decidió tratarse su mal visitando a un curandero. Esa eminencia de curandero recomendó al susodicho echar una canita al aire con un erizo como medida infalible para solucionar sus problemas de hipervelocidad sexual. Y el tal Zoran, ni corto ni perezoso, se agarró un erizo e intentó cohabitar con la pobre bestia, que, como ustedes se pueden imaginar, no se estuvo lo suficientemente quieto como para llevar a buen término una relación placentera y satisfactoria, causándole a su pretendiente destrozos tales en el pene que, probablemente, sí cure de la eyaculación precoz, porque dudan mucho los médicos que lo han atendido que con su “órgano totalmente destrozado” pueda, en el futuro, hacer otra cosa que no sea pis... y en plan fuente de veinte caños. Anda que si encima se había gastado el pobre 14.50 dólares en ponerle un nombre chachi… Y no acaban ahí las magnas muestras de inteligencia del serbio de marras, porque en declaraciones a un rotativo, manifestaba que lo que peor llevaba era qué iba a pensar su novia de él. Claro que eso lo contaba antes de caer en la cuenta de que, con esa entrevista, además de la novia se enteraría todo su barrio, los compañeros del trabajo –menudo cachondeo-, el vecino de arriba, la panadera… El curandero no ha dicho ni mu y la buena noticia es que el erizo se encuentra perfectamente.

Cómo está el mundo, Facundo. ¿Hay o no hay gente para todo?

jueves, 17 de julio de 2008

Catalanofobia

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2008


Me sorprende que el siempre servicial corrector que equipa el procesador de texto con el que, semana a semana, torturo a mis queridos reincidentes, desconozca la palabra catalanofobia, y que me la subraye en rojo como cuando a uno le baila una letra y escribe una uve donde debiera ir una ce, y le aparece escrito venutrio en vez de cenutrio; porque si algo tienen los chismes éstos de las nuevas tecnologías, es que se actualizan periódicamente, versión tras versión, con el noble fin de que no les pille en tanga la nueva aparición de vocablos y expresiones.

No se crean que es el único error del corrector en cuestión, que también se empeña en sustituir Losantos por Lozanitos cada vez que un servidor ha querido poner como un trapo en sus artículos al cáustico radiopredicador, valgan estos dos botones de muestra entre los muchos gazapos inducidos por el puñetero programa; pero el hecho de que tras la actualización del 2007, y después de las movidas contra el Estatut, del tradicional boicoteo del cava de todas las Navidades, después de que hayamos roto España trescientos trillones de veces, y después del último manifiesto por el castellano cortesía de El Mundo, algún empleado de Bill Gates bien pudiera chivarle al corrector del Word que la catalanofobia sí existe.

No les voy a repetir por cuarta o quinta vez lo de la ausencia total de conflictos idiomáticos en esta parte de la península, que los únicos que tienen problemas con el idioma son cierto tipo de guiri, de los que visitan Lloret y que, tras dos litros y medio de sangría de garrafa, no los entiende ni su puñetero padre; y que salvo excepciones puntuales –como las hay en toda regla- cualquiera puede hacer su vida con total normalidad en Cataluña sin conocer en absoluto alguna de sus dos lenguas oficiales, y, si me apuran, diría que incluso más fácil lo tendría quien sólo hablase castellano respecto a quien sólo supiese expresarse en catalán, pero, en cualquier caso, la voluntad de esta columna no es otra que recoger unas cuantas muestras que un servidor, que ya empieza a estar un poco harto de que cada vez que traspone el Ebro le suelten lo de “ Oye, que tú, para ser catalán, eres muy enrrollao, ¿eh?”, se ha ido encontrando estos días en la prensa que debieran contribuir, junto a los boicoteos varios y demás despropósitos por el estilo, para que en las próximas versiones del paquete del Office, el vocablo que titula este artículo no aparezca subrayado.

Alucinante es cierto documento informativo de TeleEspe –también conocida como Telemadrid- en el que una reportera -quizás incluso periodista- se pasea por las tierras del principado filmando los rótulos de algunos comercios mientras se escandaliza la susodicha de hallar carteles que anuncian “pa” donde se vende pan, o “gelats” donde se venden helados, como si el intelecto no le diera para deducir lo obvio, cuando no pone pero alguno a la infinidad de comercios que sirven café anunciándose como “cofee bar”, o en los que se bailotea anunciándose como ”boite”, o se tomen copas bajo el epígrafe y el rótulo de “pub”, o se sirven pizzas bajo el rótulo de “ristorante”, o se den a la escenificación de devaneos eróticos denominándose “peep-show”, y tantos y tantos comercios que se publicitan en idiomas que no son propios de nuestra cultura.

Del manifiesto, casi prefiero no hablarles en esta columna por merecer la iniciativa artículo aparte, aunque corre el peligro de que si dejo pasar unas pocas semanas se hayan borrado la mitad de los que lo suscribieron, que raro es el día en el que algún incauto ilustre reconoce haber firmado sin leer y que, una vez leído, y –sobre todo- visto el panorama y la intención, prefiere retirar la firma antes de que se le retire la coherencia, por mucho que habrá quien, al igual que ocurrió durante la recogida de firmas contra el Estatut, aparezca espontáneamente ante las cámaras de la televisión preguntando lo de “¿Dónde hay que firmar contra Cataluña?

Luego están los que aprovechan que el Pisuerga no pasa por Sevilla para soltar su caricia a los que vivimos entre el Ebro y los Pirineos cada vez que tiene ocasión, como mi -no obstante- admirado -que escribe con mucho arte el tío- Antonio Burgos, al que semana sí y semana también retiraría de mi blog por lo mucho que se mete con los catalanes, pero allí sigue desde el primer día porque lo cortés no quita lo valiente, que esta semana se queda a gustito de veras cuando, al querer poner de vuelta y media a la nueva “mujer del tiempo” de TVE, y entre otras lindezas dudando de su competencia y señalando su incapacidad, suelta que “ viene de un sitio de donde ni usted ni yo procedemos, de la TV3 Catalana, más bien Montillana".

A ver, que yo me aclare… que ahora resulta que esto de ser catalán está tan bien visto en España que nos enchufan donde sea, aunque el catalán/a en cuestión no sepa ni hacer la i con una regla.

Y, entonces, si tan buena fama tenemos… ¿Por qué a un servidor le siguen soltando lo de “Oye, que tú, para ser catalán, eres muy enrrollao”? Algún día responderé con un “¿Y tú a cuántos catalanes conoces?

jueves, 10 de julio de 2008

Verde que te quiero verde

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2008
Probablemente tengan que ver estos calores, pero lo cierto es que estos días la prensa, y por tanto todos nosotros, que no en vano la prensa es –o debiera ser- el reflejo de lo que pasa en el mundo, anda de un verde que tumba de espaldas. Vamos, que anda el ambiente picantillo.

Leo en un titular referido a la reunión del G-8, que existe entre los firmantes una clara voluntad de “ser todos más verdes”. Y uno, que no se imagina a Bush & CIA llevando una pegatima de “Nuclear no gracias” en su Renault Clio, ni reciclando por separado el papel de los envases, no le queda duda que a lo que se han querido referir los jerifaltes del mundo mundial, es a que van a esmerarse en participar de esa verdulería a la que antes me refería y que está inundando muchas de las publicaciones. Vean si no.

Artículo publicado en la sección de Sociedad de El País en el que se hacen eco de un estudio científico sueco que concluye con que los mayores de 70 años cada vez gozan más del sexo. Uno -septuagenario en potencia, es sólo cuestión de tiempo- se alegra de veras ante el titular, profundiza en la noticia y se informa de que casi un 70 % de los caballeros que han superado la séptima década de vida afirman practicar sexo regularmente. Enhorabuena, piensa uno, sólo hasta que lee que en la misma franja de edad, las mujeres afirman tener sexo sólo en un 54%, lo cual significa que, o bien algunos de los hombres se lo hacen entre ellos, o –bastante más probable- que casi un veinte por ciento de los adorables abuelos confunden el sexo con el parchís, es decir, se comen una y cuentan veinte. Aunque lo verdaderamente ingenioso se encuentra entre los comentarios que los lectores añaden a esta noticia en la edición digital del citado periódico, donde algunos abueletes presumen de sexo salvaje, otro apunta que en las residencias de la tercera edad debieran promover el sexo -¿se imaginan?; otro -autobiográfico él- afirma haber estado con uno de 71 y habérselo pasado de muerte, y un tal Tito -el mejor- hace el siguiente razonamiento que les copio tal cual: “Es que con las pagas que tienen se van de vacaciones a Cancún y allí, ven aquellos bikinis y rejuvenecen de repente”.

En cualquier caso, algo de verdad ha de tener el estudio, porque en la edición de hoy del gratuito 20 minutos, aparece la noticia de que una señora de 70 años acaba de dar a luz gemelos en la India. El marido es un granjero retirado –retirado sólo de sus labores de granjero, por lo que se ve- que no ha estado en Cancún en su vida, y la ginecóloga que atendió a la señora Omkari Pawar, que así se llama la feliz madre septuagenaria, aún sigue confundida, con los ojos como platos, y releyéndose y llenando de tachones varios tratados sobre la menopausia.

Al hilo de lo anterior, es el Correo Digital el medio que se hace eco de otro estudio, éste de la Universidad A&M de Texas, que pone de manifiesto que la sandía aumenta ostensiblemente la libido (no le pongan acento, libido es una palabra llana por mucho que casi todo el mundo se empeñe en convertirla en esdrújula y pronunciar, de forma incorrecta, líbido) y, además, previene la impotencia al contener una substancia conocida como citrulina, que actúa como vasoconstrictor de las arteriolas del pene, algo similar a lo que se consigue con la Viagra pero sin efectos secundarios. Una advertencia, la mayor concentración de dicha substancia se halla en la parte más blanca de la fruta. O sea que toca apurar la sandía hasta la cáscara. Para ilustrar la noticia en cuestión cuelgan en su web un vídeo en el que se ven jubilados y jubiladas comprando sandías como para un regimiento y a alguno de ellos constatando que su vida ha cambiado desde que se atiborra de sandía a diario.

Pero la noticia que sin duda se lleva la palma es la protagonizada por la compañía aérea de bajo coste Ryan Air, cuyo presidente, Michael O’Leary, soltó en rueda de prensa el pasado 17 de junio en Alemania –y se quedó tan fresco- que estudian lanzar un servicio de “camas gratis y felaciones” a los usuarios de primera clase. La previsión es que el “servicio” cueste sobre unos 10 euros y no estará disponible para la clase turista. No queda claro quiénes serán los encargados de llevar a cabo tal prestación, pero uno que yo me sé, por si acaso, no se iría a currar de azafato a Ryan Air ni harto de güisqui.

No sé qué pensará de tal propuesta nuestra Ministra de Igualdad, pero es de esperar que ponga el grito en el cielo, pues esta oferta es claramente sexista y discriminatoria, pues ya me contarán cómo narices se practica una felación a una miembra del pasaje.

Convendrán conmigo mis queridos reincidentes en que, para según qué cosas -y ésta es una de ellas- es imprescindible un miembro. Y las miembras, por suerte o por desgracia, no tienen.

jueves, 3 de julio de 2008

Indiferencia y resignación en España por el triunfo de la selección.

Artículo publicado en "Vistazo a la Prensa" en julio de 2008
Imagino que les sorprenderá el título tanto como le sorprendió a un servidor el leer el mismo titular, pero referido a una ciudad catalana, aparecido en la edición digital de ese periódico que quiso catalogar como explosivo ciertos polvos para tratar el mal olor de los pies. Les cuento.

Andaba uno metido en sus quehaceres, relamiéndose todavía por el arrollador triunfo de la selección frente al combinado ruso, cuando recibió una llamada de su cuñado, indignado por el titular de la noticia y proponiéndole a este columnista una réplica contando la verdad y denunciando tal manipulación. Y a eso, si mis queridos reincidentes me lo permiten, vamos con esta columna,

El redactor, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme sino que sencillamente no me acuerdo, calificaba esa ciudad como cuna del nacionalismo catalán, imagino por haberle llegado campanadas sobre cierto documento que en el siglo XIX se promulgó en dicha población, denominado entonces como “Bases para la Constitución Regionalista de Cataluña”, de la mano de la Unión Catalanista. Confundir catalanismo con nacionalismo es, como poco y siendo benévolos, de escaso rigor.

Pero no es rigor lo que desprende ese artículo en el que dibujaba una ciudad ajena al partido de fútbol y en la que la tónica era que, los pocos que veían el partido, lo hacían animando al otro combinado y no a la selección. Toma el plumilla como referencia dos bares de la población frecuentados por jóvenes independentistas, donde –obviamente- la selección española no despierta, que digamos, mucho interés. Si hubiese elegido cualquier otro de los doscientos –si no más- locales existentes de la ciudad, la cosa hubiese sido muy distinta; pero eso no hubiese sido noticia. Porque en esa ciudad, como en todas, la mayoría de aficionados al fútbol animamos a la selección y disfrutamos con su triunfo.

Aparecen en el artículo una foto en la que se aprecia a cuatro individuos –dos con camiseta azul- en la barra de una terraza en una rambla con poca gente. Curiosamente, en la prensa local han aparecido estos días fotografías de la misma rambla con las terrazas a reventar de gente con la camiseta roja viviendo el partido. ¿Dónde y cómo tomo sus fotos el susodicho? A saber, pero a disposición de mis queridos reincidentes que lo deseen -no tienen más que pedirlas-, pongo las fotos aparecidas en la prensa local para que las comparen con las del susodicho y me ayuden, si pueden, a resolver el misterio.

Vamos a por los datos, si bien le van a permitir a este columnista –que ya saben que es de letras- cierto machihembrado de números y cifras para configurar su pseudoecuación particular que le ayude a conducir el minino al líquido elemento.

Según las cifras de las audiencias televisivas, en Cataluña el 77% de los televidentes que miraban la tele el día de la final, veía el partido de la selección. O lo que es lo mismo, de cada diez catalanes, sólo dos y pico eligieron otra cosa que no fuera fútbol. Esas cifras jamás se habían obtenido en Cataluña ante ningún partido de fútbol, ni siquiera del Barça. Ergo también en Cataluña interesó la selección, ergo hablar de “indiferencia” como hacía el redactor de marras es, directamente, una falacia.

Si esa perrita que vive en casa con un servidor, y a los que mis queridos reincidentes ya conocen de anteriores artículos, se decidiera a hablar, les contaría que después de todos y cada uno de los partidos de la selección ha tenido que correr a refugiarse bajo la cama porque le aterrorizan los petardos con los que los aficionados han venido celebrado las victorias de ese pedazo de equipo de fútbol en el que –dicho sea de paso- jugaban hasta ocho jugadores que pertenecen o han pertenecido a mi amado Barça, ergo tampoco puede hablarse de “resignación”, habida cuenta del fervor con el que se han ido celebrando los triunfos –especialmente el definitivo en la final- de la selección de fútbol.

Mis queridos reincidentes más puntillosos, quizás puedan opinar que resulta poco científico recurrir a datos tales como las audiencias televisivas o la actitud de una perrita teckel toy de cinco kilos, pero convendrán conmigo que aun y así, el método es mucho más riguroso que juzgar el interés por la selección en una ciudad con más de doscientos locales de hostelería, midiéndolo en dos en los que su concurrencia no se destaca, precisamente, por su afición a la selección española.

Porque si diéramos como válido el titular del susodicho, que eleva la anécdota a dato empírico, y que toma como referencia lo que ha pasado en una centésima parte de los locales de pública concurrencia de una ciudad, debiéramos concluir, en base al mismo razonamiento, con que el casi veinte por ciento de televidentes que en toda España sintonizaron otra cosa que no fuera el fútbol durante la final, suman una mayoría superior a la descrita en esa ciudad, y por tanto suficiente como para dictaminar que el triunfo de la selección española causó indiferencia y resignación en España y saben mis queridos reincidentes que eso no fue así. El título que, irónicamente, da inicio a este artículo, como el titular del susodicho que les he comentado, son falsos. Más que una moneda de tres euros. Por mucho que lo contrario –la realidad- no sea noticia.