viernes, 29 de mayo de 2009

Copa, Liga y Champions

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa el 28 de mayo de 2009, el día después de la gran final.
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Esta vez, mis queridos reincidentes, un servidor no va a recurrir al viejo truco de confundirlos con el título de este artículo, eligiendo para esta columna uno que les genere equívoco, confusión o curiosidad, como he hecho en alguna ocasión. Copa, Liga y Champions, estos días, es sinónimo de Barça. Sinónimo del mejor Barça de la historia, del único equipo de fútbol de estas tierras que ha sido capaz de conquistar, en una misma temporada, esos tres trofeos que comparten título con esta columna.

Como también ocurre con todas las cosas capaces de hacernos muy felices o muy desgraciados, hay que reconocer que esto del fútbol no es racional. Que escapa a toda lógica que el caprichoso bote de un balón pueda significar ríos de lágrimas o torrentes de euforia, dependiendo si la pelota traspasa o no una línea de yeso pintada sobre la cancha; esa línea que delimita el gol y que, al fin y al cabo, configura esa abrupta frontera que separa el gozo de la desolación.

He de confesarles que ayer, minutos antes de empezar el partido, cuando el maestro Joaquim Maria Puyal conducía la retransmisión previa al partido para Catalunya Radio, cuando hablaba de gratitud a este equipo por la felicidad que estaba proporcionando a tantísima gente, cuando presumía del orgullo de sentirse culé estos días, un servidor experimentaba esa descarga de neurotransmisores que padecemos los humanos ante situaciones muy especiales, esa reacción del sistema nervioso vegetativo que desemboca en la contracción de unos diminutos músculos llamados piloerectores y que, como su nombre indica, son los responsables de que se nos pongan los pelos de punta. Esos escalofríos no son más que una reacción puramente fisiológica que los mamíferos terrestres experimentamos en situaciones tan dispares como lo son, de un lado, el miedo o la sorpresa, y del otro, emociones tan agradables como las que nos invaden ante la belleza extrema de algunas obras de arte, ya sea pintura, literatura, música o, cómo no, el fútbol de este Barça de Guardiola.

Mientras escribo, en la tele veo el autobús descapotado del F.C. Barcelona avanzar por Colón, dejando La Rambla a la izquierda para enfilar el Moll de la Fusta dirección a la Vía Layetana. Toda Barcelona está en la calle haciéndole el pasillo al Barça y a las tres copas, y veo a varias generaciones de barcelonistas felices. Culés de todas las razas y de todas las edades entregados a la euforia. Ahora mismo, un crío de tres o cuatro años, con rasgos asiáticos, aparece en un primer plano llorando de emoción mientras tironea de su camiseta blaugrana con el logo de UNICEF, mostrándola orgulloso al paso de sus ídolos. Lo lleva en brazos una mujer que rondará los treinta y tantos y que viste la zamarra naranja con la que ganamos en Wembley en el 92. Piqué rocía con cava a la concurrencia y el chaval lo celebra como una victoria mientras la mujer, muy tierna, lo despeina sonriente con la mano. La policía se las ve y se las desea para conseguir que el autobús avance mientras que en el Camp Nou ya se han reunido más de 80.000 personas cuando aún falta más de una hora para que las tres copas y sus artífices lleguen al estadio.

En la Roma de hace más de dos mil años, los generales, después de sus grandes victorias bélicas, eran recibidos por una multitud que les aclamaba. Los romanos se congregaban a ambos lados de la Vía Apia y coreaban a sus generales que, orgullosos, ofrecían sobre sus cuadrigas la victoria a sus conciudadanos. A aquel recibimiento se le llamaba Trofeo. Dos mil y pico años después, la historia se está repitiendo a la inversa y con ciertos matices. De Roma llega el trofeo. Como no podía ser de otra forma en Roma, el león –Leo- se comió anoche al Crisitano, y, de vuelta a casa, el pueblo agradecido recibe ahora a sus héroes en olor de multitudes.

Ya nadie debiera albergar dudas sobre cuál es el mejor equipo del mundo. El partido, el resultado y la rueda de prensa de Sir Alex Fergusson, entrenador del Manchester -cuando reconociera haber sido vencidos por el mejor equipo del mundo- las despejó ayer en el Olímpico de Roma.

Los que no teníamos dudas, sólo nos queda agradecerle a este Barça tanta felicidad. Quizás irracional, no se lo discutiría a ninguno de mis queridos reincidentes, pero felicidad al fin y al cabo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Funnel’s law: Clase de Física Catártica de sobremesa

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2009
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Funnel, para aquellos de mis queridos reincidentes que no dominen la lengua de Shakespeare, significa embudo en inglés. Por tanto, el título de mi columna de esta semana lleva por nombre La Ley del Embudo, si bien quien les escribe ha cometido el atrevimiento – o la fullería, si ustedes quieren- de traducirlo, en parte para amortizar las clases que un servidor recibió en su infancia y en su adolescencia, y en parte para crear en el posible lector, que en la portada de esta publicación no ve más que el título de la columna, curiosidad suficiente como para entrar a leer este artículo. Curiosidad que supera, sin duda, a la que cualquiera sentiría, por previsible, si el artículo de marras hubiese sido titulado, sin más, con un castizo “La Ley del Embudo”.

Mis queridos reincidentes no expertos en Física Catártica de sobremesa y poco familiarizados con este tipo leyes, quizás necesiten alguna aclaración sobre significado de esta ley, definida por Issac Newton el día que lo pillaron robando peras. Les cuento.

Corría la primavera de 1687 e intentaba don Isaac demostrar que una pera dejada caer desde el campanario de la catedral de Cambridge sobre la cocorota de un peatón, lejos de provocar en éste alborozo y gratitud por obtener como regalo una pieza de tan sabrosa fruta, solía ser recibido con un alarido seguido de imprecaciones que solían ultrapasar la figura de Newton, alcanzando incluso a su señora madre, cosa que –dicha sea de paso- no importaba en exceso a Isaac, pues su madre, que enviudó en 1642, colocó a Isaaquito con la abuela y se fugó con un boticario galés. A lo que íbamos: total, que cuando le pillaron robando las peras, don Newton intentó hacer entender al Corregidor, por entonces un tal Mr. Mik Arrow, que no había ánimo de lucro en su acción, sino pasión erudita y científica, por lo que solicitaba que la pena impuesta a los ladronzuelos de peras, que por aquellos entonces era de nueve azotes por pieza sustraída, le fuese condonada en aras de la ciencia, y, en todo caso sustituida por alguna prestación social como borrar graffiti obscenos de las puertas de los retretes de la estación de carruajes.

En definitiva, la ley del embudo es: Para el prójimo el lado ancho del embudo (siete latigazos por pieza) y para uno mismo el lado estrecho (bueno, vale, de acuerdo, por esta vez se escapa usted don Isaac, pero otro día haga el favor pagar las peras como hace todo quisque). Pero como no siempre las leyes físicas se cumplen a la primera, sino que necesitan de ajustes y de retoques hasta confirmar científicamente lo que en principio no es más que mera hipótesis, no le coló el argumento a don Isaac, le dieron de latigazos hasta detrás de las orejas y le arrebataron las peras. De ahí que la conocida Ley de la Gravitación Universal, que vio la luz meses después en aquel mismo 1687, no tuviese como protagonistas peras sino manzanas.

Un servidor, consciente de que siendo uno de letras tiene ciertas dificultades a la hora de describir ciertas leyes físicas, va a ponerles un par de ejemplos que les ilustrarán clarísimamente sobre el real significado de la conocida Ley del Embudo.

Final de la Copa del Rey de Fútbol. Un Barça que convierte el fútbol en arte –o en arte el fútbol, que tanto monta y monta tanto-, le endosa cuatro golazos al Athletic. En la celebración tras la entrega de la copa, el capitán del Barça, Carles Puyol, la agarra en un acceso de euforia, se sube a la baranda para que todo el mundo lo vea y muestra el título a la afición.

Varios diarios madrileños critican que el capitán del Barça se saltara el protocolo al quedar más alto que el Rey una vez subido a la baranda. (Lado ancho del embudo, latigazos a Puyol, que es del Barça)

Final de la Copa de Europa de selecciones. La selección española le mete un chorreo –así sí, señor Boluda, tome usted nota- a los alemanes y vence en la final. En la celebración, tras la entrega de la copa, el capitán, Iker Casillas, la agarra, se sube a la baranda para que todo el mundo lo vea y muestra el título a la afición. El Rey mira hacia arriba si quiere ver la copa y a Casillas.

Titulares de los periódicos de Madrid: Casillas alzó la copa al cielo de Viena, o bien Casillas levantó la copa que desató la fiesta en Madrid. (Lado estrecho. Casillas el number one. Que quedara por encima del Rey es, en esa ocasión, puramente anecdótico. Tanto que ni se menciona en las crónicas).


Ítem más. Demetrio Madrid, el que fuera Presidente de Castilla y León, resulta imputado en unos hechos que tienen que ver con unos negocios de una empresa familiar. El señor Aznar, entonces diputado autonómico en la oposición, le exige públicamente que dimita antes de 24 horas, por no poder ser a la vez, imputado y presidente. El señor Demetrio dimite. Posteriormente fue absuelto por el tribunal correspondiente, pero eso es del todo irrelevante en la definición de esta ley. (Lado ancho del embudo. Váyase usted señor Presidente)

Francisco Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, resulta imputado por un presunto delito de cohecho. Tras su declaración ante el Tribunal Superior de Justicia, se le mantiene la condición de imputado. Aznar afirma que Camps lo está haciendo muy bien en Valencia, que es un tipo respetable y que explicará todo lo que tenga que explicar. Rajoy afirma que la confianza del Partido Popular hacia Camps es absoluta. (Lado estrecho del embudo. Pobrecito el señor Camps, no hubo nada de nada porque no trajo traje). Lo que no se puede ser a la vez presidente e imputado se le ha olvidado a Mr. Ánsar.

Y así se define, mis queridos reincidentes, la ley nada baladí, que no en vano fue la génesis de la –más seria, sin duda- Ley de la Gravitación Universal.

Otro día trataremos la variante argentina de la Ley del Embudo: La niña guapa con el tipo boludo.

jueves, 14 de mayo de 2009

Cadenas

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2009
Síntoma inequívoco de senectud es –amén de la alopecia común- el aumento de las manías y la reiteración en el discurso, insistiendo en los mismos temas de manera casi obsesiva y recurriendo, una y otra vez, a las mismas batallitas.

Un servidor, a sus cuarenta y pico, observa cómo su cráneo se empecina en despoblarse en un claro empeño de lucirse descapotado, cada vez le fastidian más ciertas actitudes ajenas e, irremediablemente, insiste e insiste en temas ya tratados anteriormente; de lo que no tiene más remedio que deducir que, pese a su afición creciente al buen Rock and Roll, pese a su gusto por vestir siempre que puede vaqueros y zapatillas deportivas y pese a su empeño y su verdadera sensación de sentirse más joven de espíritu que a los veinte, inevitablemente uno sucumbe a manías de abuelo y ya mismo se ve atraído por las obras públicas, por las garrotas y por el cansino discurso de “yo, a vuestra edad…”.

Y es que quien les escribe -disculpen mis queridos reincidentes porque probablemente esto sea otra manía pre senectud- ya no resiste más las puñeteras cadenas de correos electrónicos y, pese haber tratado el tema varias veces en este mismo periódico, ni puede ni quiere contenerse en su cabreo por el incesante –e incluso agobiante- chorreo -así se emplea esta palabra, señor Boluda- de correos electrónicos alarmantes, que previenen al receptor de virus informáticos dañinos, que ríete tu de la gripe de moda; de presuntas alertas de la policía advirtiendo que si vemos un móvil tirado por el suelo corramos a las trincheras, pues sin duda se trata de una bomba atómica camuflada; de alarmantes noticias que nos previenen de un loco que coloca jeringuillas infectadas con el VIH en las butacas de los cines; o que nos advierten de que la cocacola la envasan negritos con las manos sucias utilizando para ello los mismos cubos con los que restañan el aceite que pierden los cárteres de los autobuses de la estación terminal de Bamako; o los que nos animan a enviar un correo a Mercadona a cambio del cual nos devolverán un cheque de compra de cien euros; o los que nos invitan a enviar un mail a Nokia a cambio del cual recibiremos en nuestro domicilio el nuevo N-900 con navegador GPS, Bluetooth, cámara de 12 gigapíxeles y desfibrilador de emergencia ACME ® incorporado.

Este columnista ya no sabe cómo explicar que nada de eso es cierto, que ni el niño ése con una enfermedad rarísima existe –de existir sería ya un casi cuarentón alopécico como quien les escribe, que lleva ya el correo más quince años dando vueltas- que no es verdad que Hotmail vaya a cobrar por el servicio a menos que enviemos un correo a todos nuestros contactos, como tampoco lo es que ese hospital de Canarias se dedique a distribuir una lista de medicamentos perniciosos que aquí nos colocan nuestros médicos de cabecera -sabe Dios con qué oscuros intereses- mientras que en el resto del mundo mundial su venta está tan prohibida como la del LSD.

Ya hace meses que quien les escribe ha dejado de responder los correos de sus amigos en los que éstos caen en la trampa y difunden éste o aquel HOAX (bulo en lenguaje internauta), remitiéndoles a la página donde se explica que el bulo en cuestión es más falso que un billete de siete euros, y cesó en tal empeño habida cuenta del tiempo que tenía que invertir en dicha tarea, que raro es el día en que uno u otro de sus múltiples contactos no le reenvía –con toda la buena voluntad, por supuesto- un correo en el que le informa que en caso de sufrir un infarto de miocardio, lo que debe de hacer es toser con fuerza y asunto resuelto –mejor llamen si pueden, háganme el favor, a una ambulancia, u otro previniéndole de que si recibe un correo de pepitaperez@hotmail.com ni se le ocurra abrir el mensaje o su disco duro estallará en mil pedazos y su monitor, presa del pánico, saldrá corriendo como un poseso y se precipitará al vacío por la ventana.

Ya he dejado de insistirles, en parte por miedo a que me manden al carajo por pesado, en que cuando envíen correos a diversos destinatarios lo hagan consignando los nombres de los destinatarios en la ventanita CCO (Copia oculta) de su navegador o programa de correo, quedando así las direcciones de los destinatarios fuera de la vista – y por tanto del alcance- de los chorizos cibernéticos que trafican –y se ganan bien la vida- con los datos personales, como lo es el e-mail, de los internautas.

También he dejado de sugerir a mis amigos que antes de transmitir a sus contactos alarmantes noticias sobre teléfonos que explotan, comprueben la veracidad de la misma realizando una sencilla consulta en Google.

Pero es que ya ha llegado un punto en el que el 95 % de los correos que trafican por Internet son SPAM (correo basura) según el estudio publicado por la empresa de seguridad informática GData, y que, como informan los responsables de la prestigiosa firma de antivirus McAfee, la energía consumida por tal avalancha de bulos campando por Internet provoca una cantidad de emisiones de efecto invernadero que equivaldría a la originada por 3.1 millones de vehículos. No me digan mis queridos reincidentes que no es para pillar a los spammers y darles con una novela de César Vidal, de las de tres kilos y medio, en medio de la epiglotis

Teniendo en cuenta que todos nosotros colaboramos con los spammers cuando reenviamos incorrectamente –y esto es con el correo de los destinatarios a la vista del resto- e-mails con bulos informáticos como les que les comentaba, pues de ellos se sirven para obtener las direcciones de correo pare enviar luego correos basura, habrá quien piense que, quizás no con una novela de Vidal, que pesa mucho, pero sí con un ejemplar de prensa gratuita enrrollado –que son livianos y poco lesivos- habría que darnos en el culete, como a los nenes, que no es lo que duele sino lo que educa.

Así que, queridos amigos míos, si alguno de vosotros vais paseando tranquilamente por la calle y llega uno por detrás y os atiza un periodicazo en las nalgas, será la constatación de:

a) Que Mercadona no os va a enviar el vale de compra con los cien euros que os prometió si remitíais el mensaje a todos vuestros contactos.

b) Vuestro buen amigo Miguel, hartito de correo basura, os ha reconocido incluso de espaldas y os ha identificado como emisores habituales de bulos por Internet y, ya sin fuerzas para seguir intentando convenceros por las buenas, se ha lanzado al ataque inmisericorde.

jueves, 7 de mayo de 2009

La noche que el fútbol amó al futbol

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2009
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Voy a rogarles disculpas a mis queridos reincidentes, especialmente a aquellos a los que no guste el fútbol, por dedicar dos semanas consecutivas a hablarles del deporte rey en general y de mi Barça en particular, pero, como todos los barcelonistas, se encuentra quien les escribe en un estado eufórico, ebrio de alegrías y más contento que unas pascuas. Los que siguieran anoche la semifinal entre Chelsea y Barça, hallándose aún este columnista bajo los efluvios del 2-6, comprenderán que un culé como Dios manda no pueda hablarles hoy de otra cosa.

Inciso: si existe alguien que por motivos que no alcanzo a comprender desconoce que el pasado sábado el Barça ganó por 2-6 en el Bernabeu y que anoche, tras un espectacular golazo de Iniesta en el minuto 93, el F.C. Barcelona se metió en la final de la Champions, aquí queda dicho; en parte por informarles y en parte porque es un gustazo recordarlo nuevamente.

No faltarán los que opinen que el Barça no mereció ganar anoche, que el árbitro –malo de narices, en eso estamos todos de acuerdo- le echó un cable al Barça ahorrándose pitar algún penalty y que el Chelsea dispuso de más ocasiones. A estos, darles en parte la razón, pues sin ser ninguno de los penaltys clamorosos, faltas máximas menos claras se han señalado en ocasiones, y bien podría haber determinado el árbitro noruego que las manos de Piqué o las de Eto’o, pese a ser claramente involuntarias, cortaban el progreso de una jugada de gol y haberlas sancionado, lo que, muy probablemente, hubiese dado al traste con las aspiraciones culés y con la desbordada felicidad de este columnista. Pero anoche, el fútbol amó al fútbol y lo premió con la justicia que merecen los que basan su juego en el espectáculo y no en la especulación, los que salen a meter goles –que es en definitiva la esencia del fútbol- frente a los que salen a impedir que los meta el otro y a confiar que en una contra, o en un fallo del contrario, se disponga de alguna que otra ocasión.

Hiddink planteó la eliminatoria ante el Barça racaneando fútbol y el fútbol se lo ha hecho pagar. El Chelsea vino al Camp Nou a frenar al Barça a base de patadas, renunció a la pelota y su objetivo no fue otro que impedir por todos los medios que Messi, Xavi, Iniesta y compañía se acercaran al área con la pelota y así les frieron a faltas con el consentimiento del árbitro que, además, no vio un claro penalty en el área inglesa y se ahorró unas cuantas tarjetas. Con esas credenciales obtuvo excesivo rédito para el partido de vuelta. Aquella noche el Barça dispuso de numerosas ocasiones que no culminaron en gol y el fútbol quedó en deuda con el Barcelona. Anoche le premió con un colofón magnífico, haciendo que el doceavo chute que envió en Barça a la portería de Cech se destacara de los once anteriores que salieron desviados y se colara por la mismísima escuadra, lejos del meta checo y restaurase en tal acto la justicia en la semifinal.

No le gustó a un servidor la rabieta de Hiddink culpando al árbitro de sus males. En parte por la escasa memoria del holandés que parece haber olvidado que árbitros bastante peores que el noruego de ayer echaron escandalosamente -y subrayo lo de escandalosamente porque aquello sí fue un escándalo- del mundial de Corea a Italia y a España cuando éstas se enfrentaran a la anfitriona, la Corea de Hidding y, en parte, porque anoche el Chelsea, ni siquiera jugando contra diez tras la expulsión de Abidal -por una falta inexistente que sólo el árbitro vio, dicho sea de paso- se atrevieron a ir a por el partido, quedándose atrincherados en su área seguros de su fuerza para contener al Barça, perdiendo tiempo y haciendo teatro cada vez que podían, derrochando antifútbol y limitándose a lanzar balonazos cuanto más lejos de su área mejor, esperando el fallo del contrario.

Anoche ganó el fútbol porque éste amó a quien lo ama. Ojalá siempre fuese así.