miércoles, 2 de mayo de 2007

Sólo para culés

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en Mayo de 2005


El Barça está de moda y no sólo por ser el equipo preferido por ZP. Los culés llevábamos ya unas cuantas semanas disfrutando, cual piojo en un concierto de Heavy, de la fantasía de Ronalidinho, de los goles de Eto’o (al que envío desde aquí un reproche por su metedura de pata y una reverencia por haber tenido la cordura y la humildad de pedir disculpas), de la inteligencia de Xavi, de la “testiculina” que destila Puyol por cada uno de sus poros y ahora, encima, de la flamante e indiscutible consecución de este Campeonato de Liga, lo que hace que los barcelonistas -que andábamos estas últimas temporadas forzosamente acogotados- estemos en este momento exultantes.

Dicen que los culés somos sufridores por naturaleza, por eso, antes de que las cosas nos dejen de funcionar fantásticamente como inevitablemente un día u otro ha de suceder permítanme, queridos reincidentes, que les invite desde estas páginas a acompañarme en un recorrido por mi memoria en lo que a momentos especiales proporcionados por el Barça se refiere. Si bien este artículo no va a ser ofensivo para ningún aficionado al fútbol, advierto que puede llegar a resultar aburrido para aquellos que no sean barcelonistas o, incluso para los que siéndolo, no lo sean tanto como yo.


Mi primer recuerdo azulgrana es de finales de los 60. El primer regalo que tuve -lo llevó mi padre al hospital cuando nací- fue un equipo del Barça con el número nueve a la espalda. Obviamente eso no lo recuerdo, pero sí que teniendo cuatro años, la camiseta aún me quedaba grande, que no fabricaban entonces tallas para bebé. Recuerdo los domingos por la mañana en los que me vestía de futbolista para jugar con mi padre y marcar goles en las porterías del Colegio de La Salle próximo a mi casa. Revivo ahora la admiración que sentía por el toque de balón de aquel hombre, que era - y es a sus sesenta y muchos- capaz de pasarse los minutos que le dé la gana acariciando el balón con la cabeza, las rodillas, los dos pies, los hombros, sin dejar que la pelota tocase al suelo. "Miguelín, esto lo hacía Kubala" -decía cuando en carrera hacía rebotar la pelota en el talón, para que ésta pasara por encima de su espalda y su cabeza para luego, echando el cuerpo atrás, parar el balón con el pecho y hacerlo descender hasta su virtuosa bota izquierda. Y yo, a mis cuatro añitos, le decía a todo el mundo que era Martí Filosía, el delantero centro del Barça de la época.

Aquellos mismos domingos, por la tarde, todos mis tíos venían a casa a ver el fútbol si jugaba el Barcelona -entonces había pocas teles- y aquello era como una fiesta. Mi madre cortaba jamón a tacos, tostaba almendras y a mí me daban Mirinda, que la Coca cola -decían- era muy mala para los nenes.

De poco después conservo un banderín del Barça -aquí lo tengo a la vista- que conseguí en Montserrat, el día 16 de agosto del 72, en una reunión de peñas barcelonistas. En ese banderín firmaron muchos de los jugadores de entonces. ¡Menudo tesoro! Alguien intentó comprármelo hace unos años. Qué iluso...

Poco después, cuando llegó Cruyff al Barça, mi mayor deseo era tener una camiseta de la marca "Cruyff" que gozó de enorme éxito entre la chiquillería de entonces. Era roja, de una tela parecida al terciopelo. Llevaba la marca bordada en el lado izquierdo del pecho. La caja, en la que había una reproducción de la firma de Johan, la guardé muchísimos años hasta que en un traslado quedó destrozada. De aquellos tiempos recuerdo el primer partido en el que debutó Johan Cruyff y en el que asestaron cuatro goles al Granada. Aunque en el que vibré como nunca hasta entonces fue en el de aquella tarde que sonaron cinco campanadas en la Puerta del Sol. Sí, el famoso 0-5 al Madrid: Sadurní, Rifé, Costas, De la Cruz, Torres, Juan Carlos, Rexac, Asensi, Cruyff, Sotil y Marcial. Creo que con nueve años experimenté algo muy cercano al orgasmo. Ese partido -por su puesto en blanco y negro- lo vimos en casa de mis abuelos. Allí estábamos mi padre y yo, acompañados de todos mis tíos y del marido de una de mis tías, Bernabé, el único madridista de la familia, que tras el tres a cero (se perdió lo mejor) abandonó la reunión y la casa de un portazo llevándose la botella de cava que había traído. Aquel año ganamos la liga a falta de cinco jornadas. Era "mi" primera liga.

Mi próxima camiseta del Barça fue con el número 6 de Neeskens. Cuando jugaba a fútbol en el colegio imitaba a Neeskens poniéndome, encima de las medias, unos calcetines blancos y cortos que me cubrían los tobillos. El holandés lo hacía con vendas pero, tras la segunda venda, mi madre me hizo saber que iba listo si creía que cada vez que jugara a fútbol iba a desperdiciar dos vendas. La solución de los calcetines era estéticamente similar. Años después, sustituí los calcetines blancos por tobilleras, siempre por fuera de las medias como Neeskens. Y esa manía la conservé hasta que dejé el fútbol de competición en las filas del Gimnàstic. Allí coincidí con quien llegara a ser uno de los mejores centocampistas del Barça (y del mundo) en los últimos tiempos: Pep Guardiola. Era más joven que yo y jugaba en otra categoría. Pensaba de él: "Este chaval toca muy bien la pelota, qué lástima que con ese cuerpo, tan canijo el pobre, no vaya a llegar nunca a nada”. Ni Rappel hubiese superado mis predicciones.

Aún se me pone la piel de gallina al revivir el gol de Rexac frente al Fortuna de Dusseldorf y que a la postre nos dio el primer título europeo en color: La Recopa de Basilea. Escalofríos noto al rememorar otro partido memorable en el Camp Nou: un apoteósico 9 a 1 al Rayo Vallecano con cinco goles de Hansi Krankl.

Quizás uno de mis recuerdos más especiales sea el de aquel día en el que nos llevaron al Camp Nou de excursión con el colegio. Nos enseñaron todo: el vestuario con su mini piscina, las botas de los jugadores ordenadas junto a sus taquillas, el campo... Recuerdo que charlé con “Tarzán” Migueli y Simonsen. Luego vimos meterse en un Renault R-5 amarillo a dos jugadores del equipo de baloncesto, Sibilio y De La Cruz. Torres, entonces entrenador de los equipos base, le echó una reprimenda a uno de mis compañeros de clase -que por aquellos entonces empezaba tontear con el tabaco- por fumar y tragarse el humo siendo todavía un mocoso.
Más reciente recuerdo tengo de la liga que se consiguió en la temporada84-85, la de Venables y la del “Urruti t’estimo” de Joaquim Maria Puyal, o los tres golazos del Pichi Alonso ante el Goteborg que supusieron la clasificación para la final de la Copa de Europa de Sevilla y que luego perdimos ante el Steaua de Bucarest. Era -creo- un 7 de mayo y me costó Dios, ayuda y dinero encontrar a un compañero que me supliera en el trabajo para poder ver aquel partido. Menuda decepción.

¿Y las ligas de Tenerife? Aquello fue genial. Y lo fue porque nuestro triunfo era infligido a nuestro más directo adversario. Mis amigos seguidores del Real Madrid -ya saben mis queridos reincidentes que uno es de un bromista incorregible- no paraban de recibir faxes con ofertas de viajes a Tenerife. Si preguntaban por la hora se les decía: "las 6, una hora menos en Tenerife".
¿Y la Copa de Europa de Wembley? Estaba en la salita, sentado en el sofá, viendo el partido por la tele cuando Koeman transformó aquella falta en la prórroga. Tuve que contenerme para no salir dando gritos porque mi niña, que por aquellos entonces tenía 4 añitos, estaba recién dormida y si se despertaba a esas horas nos daba la noche. Y la remontada contra el Atlético de Madrid en la Copa del Rey del 97, cuando, después de haber encajado Vitor Bahía tres goles en la primera parte, se remontó y se ganó por 5 a 4. Fue la noche de Pizzi-Macanudo y brilló De la Peña. Y ahora que hablo de De la Peña. ¿Se acuerdan ustedes del golazo que le marcó al Zaragoza desde medio campo en un partido en que los de "la quinta del calvo" les endosaron un tres a cero a los maños?
Después ha habido otra Recopa y más ligas. Más flashes de felicidad, entre los cuales también ha habido derrotas, noches de irse a la cama sin cenar, etc... Pero hoy se trata de rememorar lo otro. De recoger del recuerdo aquellos momentos y aquellos ídolos que nos han proporcionado tantas tardes de felicidad: Schuster, Maradona, Laudrup, Stoitchkov, Romario, Ronaldo, Figo, Rivaldo…

Ser del Barça es algo grande y los culés lo vivimos con orgullo. Los que sean barcelonistas de verdad imaginarán la enorme satisfacción que he sentido cuando en mis viajes por otros países, en las tiendas de deporte de París, Londres, Roma, Lisboa, Ámsterdam, El Cairo, etc... siempre, junto a la camiseta de la selección nacional del país en cuestión y la del equipo local, está la zamarra azulgrana que tanto significa para nosotros. Quiero recordar ahora las palabras de un cura, Mossèn Ballarín, muy famoso en Cataluña, entre otras cosas por su barcelonismo, en las que define la felicidad del cielo como la que un seguidor culé experimentaría en aquel lugar donde el Barça le marcara un gol al Real Madrid cada minuto. No me digan, lectores que sean seguidores del Barça, que la definición no está la mar de conseguida. Y los que sean del Madrid aplíquenla a la inversa y la entenderán perfectamente.

Voy, para terminar, a recordar las palabras de un admirado periodista y paisano, Antoni Bassas: "Este club ha hecho feliz a cuatro generaciones. Y el que es capaz de hacer esto, quizá no llega a ser la vida misma, pero ha proporcionado una bonita razón para vivir". Si ustedes creen que el Sr. Bassas exagera no entienden qué significa ser del Barça.

A los culés espero no haberles aburrido demasiado. Quisiera que el agrado con el que hayan revivido los episodios históricos que cito les haya aliviado el desinterés que les puedan haber causado las vivencias personales que también incluyo. Y a los que no sean del Barça, advertidos estaban, que el título de este artículo era -no lo olviden - “Sólo para culés”.