miércoles, 14 de julio de 2010

Huelga del Metro de Madrid

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010

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Mientras un servidor escribe este artículo, miles de madrileños se estarán acordando de todo el árbol genealógico de los trabajadores del Metro de Madrid. Probablemente, un servidor, de hallarse en estos momentos en la capital del Reino, también lo haría, pues según se lee en la prensa el colapso ocasionado por la huelga de los trabajadores del subterráneo madrileño es considerable, aunque, si les soy sincero, una vez leídas ciertas informaciones aparecidas en prensa, no puedo más que solidarizarme con ellos, considerando que el recorte de su salario, habida cuenta de la política de despilfarro de la compañía, es -ustedes perdonarán la palabrota y la sinceridad- una verdadera hijoputez.

Parece ser que la empresa pública madrileña responsable del metro quiere ahorrarse 7.9 millones de euros, recortándoselo a los trabajadores de sus salarios. Hasta aquí, uno podría pensar que si la crisis aprieta, que si patatín, que si patatán, que si esto e incluso que si lo otro; ahora, si nos enteramos de que la citada empresa ha gastado más de 51 millones de euros en publicidad en los últimos cuatro años –Barcelona, por poner un ejemplo, gasta diez veces menos- ya empieza uno a comprender al currante del metro madrileño, que ve cómo se dilapida el dinero en autobombo y cómo se pretende recuperarlo a base de estrujarle la nómina al currito.

De soslayo –que no quisiera un servidor rebotarles a ustedes más de la cuenta- comentarle a mis queridos reincidentes, que la empresa que se llevó la mitad de esa pasta, no es otra que CARAT, empresa vinculada –casualmente, desde luego- a quien fuera portavoz de Aznar, el señor Miguel Ángel Rodríguez y que, también casualmente, quien se hallaba al frente de Transportes cuando se materializó el contrato megamillonario fue doña Cospedal. También de soslayo –que no quiere uno malmeter- les comentaré que con doña Espe, los contratos provenientes de las empresas públicas de la Comunidad de Madrid le han llovido a CARAT como agua de mayo, convirtiéndose dicha empresa en inseparable de cualquier campaña institucional de la Comunidad de Madrid, incluso en los casos en que otras empresas han resultado adjudicatarias en concurso público, CARAT se ha llevado finalmente el contrato y la pasta, alegando la administración cualquier escusa tonta, como un error informático. Les sonará a chiste, pero fue lo que ocurrió cuando el Canal de Isabel II ofreció a concurso la campaña de verano de 2006, precisamente el año en que el presupuesto destinado a tal campaña pasaba de 1.9 a 9.8 millones de euros. Si algún reincidente avispado se pregunta para qué gastar casi diez millones de euros en publicitar el agua del grifo madrileña, decirle que no sea impertinente, y que quién mejor que doña Espe va a saber en qué se gasta el dinero de los madrileños, que para eso es su presidenta.

En todo caso, resulta evidentísimo que la competencia es dura y que el metro de Madrid, si quiere estar a la altura de la competencia, necesita de grandes inversiones publicitarias, no sea que al madrileño de a pie le dé por subirse en el metro Barcelona o en el de Valencia, y eso sí que sería un auténtico desastre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Homosexuales: gente normal y corriente

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010.
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Parece ser que parte del bastión moral de occidente que habita en la cadena que se representa por un toro cojo (fíjense que sólo tiene una pata) y cuyo nombre me van a permitir que obvie, que a buen seguro mis queridos reincidentes ya la habrán identificado merced a mi gráfica y certera descripción, y como cada año cuando se acercan estas fechas, la emprenden con los homosexuales. Otras veces los han llamado enfermos, otras pervertidos; ahora, quizás queriendo contenerse, se han limitado a definirlos como gente que no es normal y corriente. Probablemente allí sí consideren normal y corriente a quien elude la cárcel pagando una fianza de tres millones de euros, o el político -ése al que toca la lotería todos los años varias veces- implicado en tantos sumarios y por tantos delitos que ya debe haber perdido la cuenta, así como todo un elenco de señores con presuntas conductas penalmente reprobables a los que, no es que no les den cera como se la dan a los gays, sino que los apoyan abiertamente, achacando desde la cadena brava los problemillas legales de éstos a contubernios policíaco-judiciales.

Total, que abogan desde la casa del toro cojo para que los que no somos homosexuales, reivindiquemos, en contraposición al Día del Orgullo Gay, “364 días de la gente normal y corriente”, como si los homosexuales tuviesen la piel verde, un ojo en la frente a lo Polifemo y ocho estómagos como Alf.

En primer lugar, los heterosexuales jamás hemos sido detenidos, encarcelados y condenados a causa de nuestra orientación sexual, ni nos han expulsado de nuestros trabajos, ni nos han repudiado en nuestras propias familias a causa del sexo de la persona de la que nos enamoramos o con la que nos acostamos, o ambas cosas de forma simultánea en el mejor de los casos.
Probablemente, muchos de los que despotrican del Día del Orgullo Gay, no tengan ni la más repajolera idea de lo que significa.

Resulta que un sábado, el día 28 de junio de 1969 para ser exactos, en el garito conocido como el Stone Wall Inn, en el Greenwich Village neoyorquino, se lió parda. Era un local frecuentado por gays y, habitualmente, todos los días en los que algún concejal puritano tenía ganas de marcha, se agarraba unos cuantos policías y se iba al local de marras con un furgón celular. Entraban dando gritos y porrazos, agarraban a unas cuantas locas con plumas, las echaban en la furgoneta, y las tenían unos días a la sombra, acusadas de cochinas y de inmorales.

Algo debió pasar aquella noche en la configuración de los astros, o quizás fuera que los gays estaban hasta los mismísimos de que les fastidiaran la fiesta cada dos por tres, pero el caso es que aquella noche se hicieron fuertes dentro del local y se liaron a ladrillazos, botellazos, sillazos, codazos y demás azos con los polis, formando barricadas en las inmediaciones, pegándole fuego a todo lo que agarraban a mano y provocando unos disturbios sin precedentes. En definitiva, que montaron la de Dios es Cristo. Fue la madrugada del 28 al 29 de junio la noche en la que, según el escritor homosexual Allen Ginsberg, “los maricas perdieron su cara de miedo”. Los días venideros fueron una auténtica revolución en Manhattan: se creó el “Frente de liberación Gay” y, muchos de los que hasta entonces se mantenían ocultos en los armarios, se enorgullecieron de la actitud de los del Stone Wall Inn y salieron a la luz pública diciendo lo de “Sí. Soy gay. ¿Y qué?". Total, que firmaron un manifiesto que, entre otras cosas rezaba lo siguiente:

Hemos huido de polis chantajistas, de familias que nos repudiaban o nos “toleraban”; nos han expulsado de las Fuerzas Armadas, de las escuelas, nos han despedido del trabajo […] Hemos fingido que todo estaba bien porque no teníamos manera de cambiarlo: teníamos miedo”.

Si partiendo de aquella situación se ha conseguido que la sociedad reconozca los derechos de los homosexuales no es motivo suficiente como para celebrarlo un día al año, ya me dirán ustedes...

Ahondemos en la afirmación de que no son gente normal y corriente, habida cuenta que sus gustos en materia de sexo representa un porcentaje inferior al de la mayoría. Siguiendo tal premisa, un servidor no es gente normal y corriente porque no le gusta el queso. Para ser sincero, no es que no me guste, es que me repugna su olor, siento angustia ante su sola visión, ya sea éste parmesano, manchego, de cabra, de vaca, de oveja, ya sea mozarella -les recomiendo las pizzas sin queso, están riquísimas- ya sean caseríos, tranchetes o queso fresco. Como a la mayoría de gente le gusta el queso, un servidor no es normal. ¿Es eso? Pues no. Un servidor se considera una persona normal y corriente a la no le gusta el queso y punto. Más raro es -a ojos de quien les escribe- ser del Madrid cuando perfectamente se puede ser del Barça; ergo contra gustos no hay nada escrito y para gustos colores.

Otro sector aboga por lo “antinatural” de las relaciones sexuales entre especimenes del mismo sexo. No les insistiré nuevamente -ya lo he hecho en otras ocasiones y otros artículos- en el abultado listado de animales que, bien esporádicamente, bien de forma exclusiva, mantienen relaciones con ejemplares de su mismo género. Y no les insistiré, para evitarles nuevamente el razonamiento con el que suelen contestar los homófobos: que nosotros somos animales, sí, pero racionales y que precisamente eso nos diferencia y nos distingue de todos los bichitos de la creación. Pues si ésa es su opinión, sigan leyendo.

¿Alguien pondría en duda la racionalidad de Platón, Sócrates o Jenofonte? Pues si no lo hacen, que sería lo normal -hacerlo sería, según su propio planteamiento, ser gente no normal y corriente- y a poco que agarren unos pocos de libros, comprobarán que no resulta desconocido, aunque tampoco excesivamente publicitado, la habitualidad en las relaciones sexuales en la Grecia antigua. Y que tanto Sócrates como Platón o Jenofonte mantenían habitualmente relaciones homosexuales con jovenzuelos contemporáneos, entendiendo la sexualidad como parte integral de un proceso educativo destinado a facilitar la transferencia de conocimientos de un maestro amoroso y activo hacia el discípulo, más joven y pasivo. Todo ello, sin menoscabo de que, pese a esto, los griegos eran también acérrimos partidarios de la familia, y de todo varón de pro se esperaba que contrajese matrimonio con una señora y que tuviese hijos. No le importaba en absoluto a la mujer griega que su marido tuviese devaneos extramaritales con otros hombres, siempre y cuando también durmiera con ella, la tratase con cariño y cuidase de sus hijos. Contrariamente a lo que se cree en la actualidad, se consideraba un plus de virilidad al hecho de mantener relaciones homosexuales, llamémoslas complementarias.

Seguimos en la Grecia clásica. Muchos solados griegos se hacían acompañar en sus campañas de jóvenes efebos con los que compartían lecho y favores sexuales mientras que les enseñaban las artes marciales de la época. Cualquier jovenzuelo griego se hubiese dado con un canto en los dientes por meterse en la cama de un general, pues su formación sería verdaderamente completa. Ítem más, cabe destacar en la misma época, el cuerpo militar tebano, conocido como “El Batallón Sagrado”, que debía su fuerza y sus éxitos al estar íntegramente formado por parejas de varones homosexuales. Tanto Platón como Jenofonte afirmaban que no existía mejor tándem guerrero que aquél compuesto por dos varones homosexuales que, además, fueran pareja.

Incluso en la era contemporánea, encontramos diversos ejemplos de sociedades que practican este tipo de homosexualidad complementaria:

El pueblo azande, en el sur del Sudán, se organiza en distintos grupos o clanes de solteros guerreros, que representan la fuerza militar del pueblo. Estos guerreros se casan con muchachos más jóvenes, con los que conviven en una relación marital, y, como suele ocurrir en los matrimonios, mantienen relaciones sexuales, hasta que el mayor de los maridos -así se llaman entre ellos- tiene la suficiente edad y reúne el suficiente capital como para pagar la dote de la esposa que elija para un nuevo matrimonio, que dejará libre al marido más joven para que éste se eche un nuevo marido, más joven que él y vuelta a empezar. Una vez casados con señoras, echarán alguna canita al aire de vez en cuando con otros caballeros, imagino que para recordar viejos tiempos.

El pueblo etoro, en Nueva Guinea, cree que el semen es un fluido donador de vida y de conocimiento. Así, los hombres de mayor edad, regalan su “conocimiento” a los jóvenes -imagínense cómo- a los que, además, instruyen en los secretos del combate y de la religión y, a tales efectos, existe una gran choza en los poblados etoro, prohibida a las mujeres, que es considerada como el templo donde los mayores instruyen y proporcionan sabiduría a los más jóvenes. Al igual que los griegos y los azande, muchos de los etoro optan también por desposarse con una señora, aunque las mujeres etoro tienen prohibido relacionarse sexualmente con sus maridos doscientos setenta días al año -los tienen marcados en el calendario- para que no agoten las reservas de “conocimiento” de los poblados.

Si trastean en libros de antropología, acabarán deduciendo de manera concluyente que no han sido pocas las culturas, civilizaciones y sociedades en las que se dan relaciones homosexuales de forma natural y donde ser gay era de gente normal y corriente.

Me van a permitir que copie tal cual un párrafo de un antropólogo americano, Marvin Harris, al que no me he atrevido a plagiarle la pregunta, no sea que un reincidente avispado me pille y quede en evidencia como Ana Rosa Steel Quintana.

“La pregunta adecuada que hay que formular ante las sociedades que inculcan una aversión a toda forma de homosexualidad y arrojan a los homosexuales a las catacumbas, no es por qué se produce a veces una conducta homosexual, si no por qué no ocurre más a menudo”. Al tiempo. Que quizás cualquier día, alguno de los que más gritan en las jaranas del toro cojo lo pillan en un renuncio y a ver qué nos explican entonces. Porque a un servidor le da en la nariz que entre los que tanto denostan a los gays, más de cuatro imitan a Sócrates -y no me refiero a que sólo saben que no saben nada, sino a lo del efebo solícito- pero no tienen los suficientes arrestos como para vivirlo con naturalidad y se mueren de envidia del que sí lo hace, y que ése es muchas veces el motivo de tanto odio y de tanta mala baba.

¿Que no? Tiren de hemeroteca y encontrarán unos pocos. Así, a bote pronto, citando de memoria y por haberles dedicado ya algún artículo, podría citarles a aquel político norteamericano, ultraconservador y puritano como él solo, azote de los gays para más señas, que se dedicaba a ligar de incógnito con señores en los urinarios públicos, o aquel otro político, casualmente también ultra, austriaco, que pese a su discurso homófobo resultó estar liado con su secretario. ¿Cuántos de ésos habrá por ahí ejerciendo de intolerante y afirmando con vehemencia que los gays no son gente normal y corriente?

jueves, 1 de julio de 2010

Tres dimensiones

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010
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Un servidor debe ser de los pocos mortales que aún no tiene un televisor de ésos estrechitos. Su vetusta y aparatosa tele se empecina en seguir funcionando perfectamente pese a acumular ya algunos lustros en su haber y, la verdad, con el chisme ése de la TDT enchufado, se podría incluso afirmar que ofrece una calidad de imagen y de sonido más que aceptable.

No hay mal que por bien no venga, se decía este columnista al conocer la aparición de los nuevos televisores con tecnología 3D, que ya son varias las marcas que ofrecen televisores de visión en tres dimensiones a precios casi asequibles. Así, el día que el televisor veterano diga hasta aquí hemos llegado y deje de funcionar, ya pensaba quien les escribe en adquirir una de ésas pantallas en las que el espectador, mediante unas gafas cósmicas, se introduce en la emisión y puede sentarse en el plató al lado de la Esteban, corretear por el césped junto a Xavi, Iniesta y Messi, esquivar de un salto la moto de Lorenzo y acompañar en sus diagnósticos al Doctor House, con la certeza de que esta vez tampoco será Lupus la enfermedad rarísima que aqueja a un bombero de color, afectado por horribles convulsiones y fiebre álgida.

Pero una vez leída la noticia que a continuación paso a comentarles, comprenderán mis queridos reincidentes que mi gozo se halle en un profundo pozo, que a ver quién es el listo que, visto lo visto, se compra ahora una tele en 3D.

Resulta que una neoyorquina, de nombre Jennifer Stweart, estuvo con unos amigos viendo una película pornográfica en 3D. Según ella misma afirma, sentía curiosidad por las películas en tres dimensiones y quería experimentar qué se sentía en medio de una peli guarra, toda ella rodeada de una monumental orgía. Hasta aquí, nada especial, que ya se sabe que la curiosidad humana tiene pocos límites. Lo fastidiado llegó al cabo de poco más de un mes, cuando la interfecta empezó a sentir mareos y otros síntomas compatibles con el estado de buena esperanza. Total, que la señora se hizo un Predictor © y éste le confirmó lo que ustedes ya habrán deducido: la Jenni estaba preñada.

A aquellos de mis queridos reincidentes que se pregunten qué tiene que ver una cosa con la otra, rogarles la paciencia necesaria para acometer el párrafo siguiente.

Y es que resulta que en la fecha de la concepción, el marido de esta tipa, soldado del ejército de los Estados Unidos, se hallaba en Irak; que la interfecta jura y perjura que no ha conocido –en el sentido bíblico de la palabra- más varón que su marido durante la ausencia de éste y que, pese a ser tanto ella como él blanquitos de piel, el niño les ha salido más negro que el tizón.

Afirma la señora que el retoño es clavadito al protagonista de la película, de lo que deduce que, habiendo la señora sido fiel a su esposo en su ausencia, no existe otra posibilidad más que fuese la peli porno en 3D la causante de su embarazo.

Si todo esto se les antoja inverosímil esperen a ver la respuesta del marido, Erik, que -no se lo pierdan- se ha tragado a pies juntillas la versión de su media naranja, llegando a afirmar que “las películas 3D son tan reales que, con la tecnología actual, todo es posible”.

No se lo tomen a guasa, que hace dos mil once años cierto episodio con ciertas coincidencias ya saben ustedes cómo acabó. Quién sabe si dentro de unos pocos miles de años tenemos otro nuevo Mesías y a una parte de la humanidad venerando a los televisores 3D.