jueves, 28 de octubre de 2010

Degenerado, guarro, asqueroso, sinvergüenza e indeseable.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010

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Quién me iba a decir que el señor Sánchez Dragó me iba a echar un capote esta semana, con lo mal que me cae y, al final, no me va a quedar más remedio que agradecerle su estupidez, su desvergüenza y su chulería. Aunque como no se lo merece, no pienso agradecerle nada. ¡Ea, que se chinche!


Y es que esta semana quien les escribe tenía previsto poner verde a uno de sus escritores favoritos, a Pérez Reverte, por algunas -en plural- afirmaciones suyas sobradamente conocidas por todos, así como por otras acciones de las que un servidor obtuvo en su día suculentas y privilegiadas informaciones que confirman, sin lugar a dudas, que el maestro Reverte se halla instalado en su propio proceso de endiosamiento y que -a mi pesar, porqué la verdad es que lo admiro muchísimo- tanto éxito le está nublando la vista y el criterio, que no -gracias a Dios- el talento. Pero, les decía, me lo ha puesto a huevo el Dragó, que le va a ahorrar a un servidor de ustedes, al menos esta semana, la deslealtad de poner como un trapo a uno de sus ídolos literarios, quien tantas páginas de exquisita lectura le ha regalado. Bueno… regalado, lo que se dice regalado no, que un servidor ha pagado religiosamente el importe de todos y cada uno de sus libros.


Retomando, que es gerundio, he de confesarles que este columnista le tenía ganas, muchísimas ganas, a Dragó, por mucho que su talento resulte tan evidente como sus arrugas, siempre le ha caído fatal. Ese aire de suficiencia, ese ego altivo y su pose por encima del bien y del mal han hecho que, especialmente en los últimos tiempos, un servidor no tenga ni el ánimo ni el valor de leerlo, ni de verlo o escucharlo en la tele, ni de prestarle la más mínima atención, habida cuenta de la voluntad de mantenerse quien les escribe en la más absoluta de las ataraxias, pero ciertos pasajes de su último libro me impiden ignorarlo, y no puedo más que llamarlo degenerado, guarro, asqueroso, sinvergüenza e indeseable, sin que ninguno de estos epítetos puedan ser considerados como un insulto sino como una definición, a todas luces generosa y benévola porque todos y cada uno de esos calificativos –y otros pocos más- caben perfectamente en quien se autoproclama pedófilo y, encima, se jacta de ello.


"En Tokio, un día, me topé con unas lolitas. Pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda... tendrían unos 13 años. Subí con ellas, y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, otra se me trajinaba”. Leyendo esto, transcripción literal de lo que el viejo verde de Dragó escribe en su último libro, “Dios los cría”, convendrán ustedes conmigo en que los adjetivos que le dedicaba al escritor en el párrafo anterior son incluso bondadosos, que cualquier padre de una niña de trece años lo calificaría, como poco, de cabronazo e hijo de la grandísima puta. Por suerte, el estado ataráxico en el que intento mantenerme permite que, aunque lo comparta plenamente, me guarde muy mucho de escribirlo.


De primeras, y tras levantarse la liebre, se defiende el pedófilo confeso de Dragó de que su crimen ya ha prescrito, pues los delitos se produjeron hace varias décadas y, de segundas, una vez advertido que la ha liado parda, intenta arreglarlo con que, efectivamente hubo un encuentro, pero que nadie se acostó con nadie. Claro, el verbo trajinar tiene otras acepciones, como acarrear o llevar géneros de un lugar a otro, o andar de un sitio a otro con cualquier diligencia o ocupación. Precisamente por eso define a las niñas como zorritas con los labios pintados… las muy putas, crías de trece años, insisto.

Y, encima, a ese viejo verde le estamos pagando unos generosos emolumentos entre todos, que ya sabrán ustedes que lo tiene fichado TeleEspe, que diga Telemadrid, y, como ente público que es, sus cuentas las pagamos entre todos con nuestros impuestos. Vamos, que ustedes y un servidor le estamos costeando a ese interfecto sus vicios. Miedo me da…


Si quedara algo de vergüenza en este país, a ese espécimen no debiera mirarle a la cara absolutamente nadie y, en sus libros, algún ministerio debiera obligar a que le colocaran etiquetas bien grandes, en negro sobre blanco, como en los paquetes de tabaco, advirtiendo al potencial lector de que el autor es un degenerado, un guarro, un asqueroso, un sinvergüenza y un indeseable.

jueves, 21 de octubre de 2010

Mensajes Premium

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010

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Aviso a navegantes. Una nueva modalidad de estafa telefónica está sacándoles la pasta a los abonados sin que estos se enteren hasta que les llega el facturón. Con nocturnidad, alevosía y con la colaboración necesaria de las compañías telefónicas -que luego se quitan de en medio alegando que el timo es un “servicio” ajeno a la compañía- este nuevo timo está haciendo estragos. Les cuento.


Recordarán mis queridos reincidentes más veteranos mis periódicos y reiterados encontronazos con el señor Movistar y sus secuaces, ora por su insistencia en fastidiarme siestas acosándome a llamadas y SMS no deseados, ora por dejarme tirado sin cobertura en el otro extremo del planeta, así como demás despropósitos de la más variada índole de los que ya no les llegué a participar para no aburrirles, o, mejor dicho, para no aburrirles en exceso. El caso es que, en uno de ellos solucioné definitivamente mis conflictos con Movistar. No se emocionen mis queridos reincidentes deduciendo que quien les escribe ha encontrado la piedra filosofal en lo referente a telecomunicaciones, que de todos es sabido que es imposible no sucumbir a las trastadas a las que son tan aficionados las empresas de telefonía. Cuando les digo que solucioné mis problemas con Movistar me refiero a que me pasé –nos pasamos toda la familia- a Vodafone y, como algunos de mis queridos reincidentes ya deben saber -y el resto imaginar- si no quieres leche, toma tres tazas.


Ayer por la mañana. Llega un pedazo de facturón de uno de los móviles. Abriendo la factura compruebo cómo varias de las páginas corresponden a lo que ellos llaman mensajes premium. Aquellos de mis queridos reincidentes que en sus tiempos mozos estudiasen latín, recordarán que la palabra premium proviene del latín praemiare es decir, premiar, galardonar y que bien pudiese ser traducida a la lengua de Cervantes como premio, obsequio o galardón concedido en virtud a algún mérito. En definitiva, el señor Vodafone ha tenido a bien obsequiarme en esta factura con unos ciento cincuenta mensajes premium por los que sólo me ha cobrado unos sesenta euros. Vamos, un chollazo. Lo bueno del asunto es que esos mensajes no han llegado al teléfono, pero, según cuentan en Vodafone, no es necesario haber recibido el “premium” para que te cobren la “pastam”.


Como ustedes pueden imaginar, recibir la factura y contactar con Vodafone fue todo uno.

Les ahorraré el diálogo de besugos mantenido con dos contestadores distintos, en el 123 y en el 1444 y en los que invertí más de media hora, hasta que por fin, una tal Sonia, increíblemente atenta e incluso simpática, me cuenta lo siguiente.


Que, según parece, el 29 de octubre de 2009 alguien suscribió mi teléfono a un servicio de mensajería premium y que, casi un año después, el 9 de septiembre del año en curso alguien –o quizás fuese algo- suscribió ese mismo teléfono a otro servicio de mensajería premium y, desde que se produjera esa segunda suscripción, ambos servicios –en realidad corresponden a la misma empresa- se han dedicado a facturarme una media de diez mensajes diarios, a un coste que varía entre treinta céntimos y un euro con veinte, mensajes que, según parece, no he recibido por no tener mi teléfono correctamente configurado para recibirlos pero que, en cualquier caso, quien les suscribe ya ha pagado religiosamente.


Y es que ahí está la trampa del asunto. Si usted empieza a recibir quince mensajes diarios prediciéndole el futuro, o informándole de las últimas novedades de la vida sentimental de la Esteban y de su nueva casa en Paracuernos, existe la posibilidad de que usted, que sabe que nadie regala nada, se interese en saber quién narices lo está cosiendo a mensajes y –esto es esencial- cuánto le va a costar la broma. ¿Cómo solucionan esto las empresas que se dedican a timarnos con sus SMS de pago? Pues enviándolos con un protocolo rarísimo, de forma que su teléfono no “sepa” recibirlos, de manera que usted no los recibe y, por tanto, no se entera de nada hasta que le llega la factura, y entonces ya será tarde. Usted ya habrá pagado una cantidad que oscilará entre cincuenta y cien euros en mensajes premium (depende de la suerte que haya tenido) y, además, deberá para la próxima factura todos los mensajes recibidos desde el día que finalizara el periodo de facturación y hasta la fecha, y que, probablemente sea más de lo que pagó en la última factura, pues los timadores saben que una vez descubierto el timo usted tomará medidas y se les acabará el chollo.


¿Cómo puede librarse usted de esta estafa? Es relativamente fácil. Llame inmediatamente –no lo deje para luego, no sea que se olvide- a su compañía de telefonía móvil y exíjales que le inhabiliten el servicio de recepción de mensajes premium. Tienen la obligación de hacerlo por teléfono y al momento. Guarde el número de incidencia y el operador que se la tramita, no sea que el operador se “olvide” tramitar la baja, cosa que ocurre con cierta frecuencia según leo en los foros de timados. Deshabilitar ese servicio no le impedirá recibir SMS normales, aunque, eso sí, les costará unas cuantas llamadas al servicio de atención al cliente, tendrá que vérselas con operadores entrenados en convencerles de que si usted no se suscribe no recibirá ningún mensaje, pero eso no es cierto. A poco que investigue por la red, comprobará cómo son muchísimos los casos de abonados que, sin haberse suscrito, han recibido (o han no recibido, para ser más exactos) una tanda considerable de mensajes. Resulta alucinante el caso de un padre que, como castigo a su hijo, no le paga el teléfono –te lo pagas tú cuando tengas dinero, a ver si así aprendes a administrarte- con lo cual le cortan la línea y, pese a tener la línea cortada, le consta una suscripción a un servicio de mensajería premium (cosa de debiera resultar imposible, pues la suscripción supuestamente debe realizarse enviando un mensaje desde el propio teléfono, misión irrealizable cuando éste está con la línea cortada) y por el que ahora le reclaman doscientos y pico euros en mensajes premium enviados a un teléfono que no tenía activa la línea, ni en el momento en el que se produjo la presunta suscripción, ni en el momento de la presunta recepción de mensajes.


Por lo pronto, un servidor no ha conseguido que Vodafone facilite los datos de la empresa proveedora de esos supuestos mensajes, no proporcionando Timafone más que lo siguiente acerca de los corsarios telemáticos: “Alertas MT SMS” y los números de suscripción a ese servicio, el 797677 y el 795791. Según afirman en Vodafone, no disponen del domicilio fiscal ni del teléfono de la susodicha empresa, cosa difícil de creer, pues de alguna forma ha de cobrar Vodafone la patente de corso que les proporciona a sus corsarios.


Lo que resulta del todo alucinante es hasta qué punto se halla desprotegido el sufrido cliente y cómo las compañías de telefonía acceden a conchabarse con esas bandas de estafadores, proporcionándoles cobertura para que cometan sus fechorías.


Puesto en contacto con la Agencia Catalana del Consumo no hay forma humana de que Vodafone devuelva lo facturado en concepto de mensajes premium, pues debiera ser un servidor quien probase no haberse suscrito al timo y quien debe demostrar que no ha recibido los mensajes.


¿Que no? Eso ya lo veremos…

jueves, 14 de octubre de 2010

Popeye y Domingo

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010
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Popeye y Domingo son dos cuarentones. Los dos son calvos. Ellos defienden que la culpa de su alopecia la tienen las gorras que hace más de veinte años cubren sus respectivas cabezas unas cuantas horas todos los días.

Ayer, como todas las tardes, entraron de servicio, se montaron en su coche patrulla y se dispusieron a trabajar, a ver qué sale hoy. Saludan a los compañeros del resto de patrullas.

-¡Nos vemos luego!

Si hay suerte, podrán charlar con los colegas en la pausa -siempre por riguroso turno- del bocadillo.

Ellos, ya lo habrán deducido mis queridos reincidentes, son policías y, por tanto, funcionarios, de ésos a los que nuestro gobierno ha decidido recortarles el sueldo un cinco por ciento. Por si fuera poco, y aprovechando el tránsito vallisoletano del Pisuerga, el ayuntamiento del que dependen nuestros protagonistas de hoy ha decidido recortarles, además, otro diez por ciento. Popeye y Domingo, como sus compañeros de plantilla, vieron el pasado mes de julio cómo a su sueldo se le volatilizaba el quince por ciento. Así, en un pispás y de hoy para mañana.

En su pausa para el bocadillo antes hablaban de fútbol, de motos, de coches... Desde que el decreto estatal y el decretazo municipal les visitara, en la pausa del bocata se habla de la hipoteca, del precio de los libros del cole de de los niños, del incremento en el recibo de la luz, de la letra del coche. En definitiva, de los equilibrios que deben sortear cada final de mes desde que Zapatero y su alcalde decidieran que ellos debían colaborar, a costa de reducir su salario, a paliar el déficit público.

Total, a lo que íbamos. Les contaba que ayer, Popeye y Domingo patrullaban como todas las tardes. Que si un tirón, que si uno que conduce con el carné retirado y encima lleva droga en el coche, que si un accidente -por suerte sin heridos- que tiene embotellada una vía rápida . Para arriba y para abajo toda la tarde y encima, por si fuese poco, llueve: el tráfico está de pena y cada vez que su sala de mando los mueve de un requerimiento a otro tardan una eternidad en llegar, y los “clientes” se les rebotan cuando -por fin, ya era hora- aparecen. De camino entre un servicio y otro hay quien los mira y piensa que por qué no se paran para multar ese coche mal aparcado, o que bien podrían bajarse del patrulla y regular un poco la circulación, que está toda la ciudad colapsada. La central los apremia porque hay más servicios pendientes. Esta tarde, ni bocadillo ni nada. Otra vez.

Un detenido más tarde y varias multas después, oyen un grito de auxilio. Débil pero insistente. No les cuesta encontrar su procedencia porque es una calle estrecha del casco antiguo. Se plantan delante de una puerta y confirman que allí hay alguien en peligro. Los vecinos, todos inmigrantes, no saben decirles quién vive allí. Echan la puerta abajo -luego quizás vengan quejas y broncas, pero sea lo que Dios quiera- y se encuentran a una abuela caída en la bañera. A saber desde cuándo. Sangra por la cabeza y se ha hecho sus necesidades encima. La sacan como pueden, le practican los primeros auxilios. A ver si llega la ambulancia de una vez. Mientras esperan, les comunican por radio la orden de detención de un habitual. Esta vez le ha arrancado del cuello a una anciana el colgante que le regalaron sus nietos. ¡Vaya tardecita!

Llega la ambulancia y ayudan con la camilla. Se va el transporte sanitario. Al final parece que sí habrá bocata, pero antes de meterse en el patrulla Domingo lo ve.
-¡Popeye, allí!
Dos minutos y el habitual, el del tirón a la anciana, está esposado en el coche patrulla.

-Tienes derecho a..
-Que no me rayes más, tío. Que ya me los sé.

Se los sabe de memoria porque se los han leído cuarenta veces, o más.

Dos horas en el hospital -en sanidad también han recortado medios y sueldos- porque hay que certificar que la detención ha sido limpia y que el detenido no tiene lesiones, no sea que luego sean ellos los que acaben en el juzgado. Dejan el detenido en el calabozo y ahora a por el papeleo. Otra tarde sin bocadillo, porque ya hace media hora que tendrían que haber acabado su servicio. Tampoco hay dinero para horas extras, así que media hora regalada a la patria.

-¡Hasta mañana!
-Eso, mañana más, pero no mejor porque es imposible- les dice uno que, al menos, mantiene el sentido del humor.

Les garantizo a mis queridos reincidentes que todo lo que les acabo de narrar ocurrió ayer tal cual. Que ni siquiera se han cambiado nombres y localizaciones como hacen en las películas.

Popeye y Domingo estarán a punto de afrontar otra tarde como la de ayer. A ver qué les espera.

Las nóminas de Popeye y de Domingo, después del multirecorte, rondan los mil quinientos al mes, algunos meses ni llega.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye, se ha reprimido las ganas de vomitar cada vez que ha leído editoriales de plumas prestigiosas y sermones de cotizados monstruos de la radio defendiendo a capa y espada el recorte al sueldo “a ese hatajo de vagos” que son los funcionarios.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye está ya hasta los mismísimos de escuchar que los funcionarios son unos privilegiados, porque en caso de que lo fueran –que se lo cuenten a Domingo o a Popeye, a ver qué opinan ellos- se han ganado ese derecho superando una oposición a la que, en el caso de los policías, hay que sumarle otros nueve meses en la academia de policía pasándolas canutas.

Tenía previsto desvelarles -o mejor dicho, transcribirles, que tengo aquí el BOE- las subvenciones que este 2010 ha otorgado el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, o los sueldazos, en plural, que perciben algunos de nuestros políticos, pero casi mejor me los ahorro. Porque entre los miles de Popeyes y de Domingos que tenemos en nuestra administración pública, en sanidad, en educación, en justicia, en ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios, quizás alguno de ellos llegue a leer esta nota y, si ven en las gilipolleces en las que se dilapida el dinero público, y/o al comprobar cómo algunos cargos electos acumulan hasta siete sueldos, se les va a poner la sangre negra, aún más negra. Y, la verdad, no se lo merecen.