sábado, 3 de marzo de 2012

Patrones ilustrados

Los integrantes de la Generación del 98 defendían que no había mejor forma de llevar las riendas de un país que la de un gobierno comandado por un dictador ilustrado. Abundando en las teorías del regeneracionismo, propugnaban que nada mejor que un cirujano de hierro para que encarrilara el destino del país.

Por mucho que a alguno de mis queridos reincidentes lo de “dictador ilustrado” le pueda sonar a oxímoron, a los ojos de la época y bajo aquel contexto, la cosa tenía su lógica: un país en plena crisis política y moral que no acababa de reponerse de la guerra con los Estados Unidos y la consecuente pérdida de Puerto Rico, Cuba y Filipinas casi como últimos rescoldos –siempre nos quedará Marruecos, se decían entonces- de lo que otrora fuese El Imperio donde nunca se ponía el sol, un bipartidismo irreconciliable incapaz de ponerse de acuerdo para nada que no fuese poner a parir al de enfrente (en eso igual que ahora). Total, que era para estar depre, y, se decían, un dictador culto e ilustrado conduciría con firmeza, pero con justicia los designios de aquella sociedad a la deriva. Se suponía que su ilustración le impediría abusar de lo que suelen abusar los dictadores, y que una persona así defendería con vehemencia los derechos de sus ciudadanos aunque, eso sí, también exigiría con rigor el cumplimiento de sus deberes.

Los que no sepan cómo terminó la historia pueden preguntarle al señor Google por Primo de Rivera, pero en resumidas cuentas, poco después, entre restauraciones, pronunciamientos, que si una semana trágica por aquí, que si una guerra de Marruecos por allá, a la que se que se quisieron dar cuenta, se les olvidó ilustrar al dictador de turno -o no lo ilustraron lo suficiente- pero el caso es que el dictador acabó dejando la tarea de poner orden en España en manos de un directorio militar formado por 10 generales y un almirante. Como a esos militares nadie les habló de ilustrar nada, se pusieron a encarrilar el país suspendiendo las garantías constitucionales, censurando toda la prensa, prohibiendo el uso de cualquier lengua que no fuese el castellano, ni de otra bandera que no fuera la rojigualda… Vamos, ese tipo de cosas a las que son tan propensos los dictadores en este país donde, por lo general, de ilustración acostumbran a andar justitos los pobres.

Aquéllos de ustedes que a estas alturas aún recuerden el título de esta nota, se andarán preguntando qué narices tendrán que ver los patronos con los dictadores y los unos y los otros con la ilustración. Pues en realidad poco, pero la moraleja sí puede tener cierto parecido entre el episodio histórico que les acabo de narrar, los patronos y esta crisis nuestra a la que tanto apego le estamos tomando. Permítanme que cambie de párrafo para que se aireen un poco y les cuento.

Resulta que con la nueva reforma laboral, al patrón le han dado carta blanca para bajar sueldos, aumentar jornadas laborales, pasarse por el forro los convenios del sector y, evidentemente, despedir a un empleado a precio de saldo. Se les han otorgado una serie de prerrogativas por las que, de forma unilateral, pueden disponer de lo que otrora fueran derechos laborales, y eso de disponer unilateralmente de los derechos del prójimo es muy de dictadores. De ahí la coincidencia y de ahí de la necesidad de ilustrar.

Partiendo de la base de que los patronos no son, ni muchísimo menos, todos unos ogros, y que la mayoría de ellos entienden que un empleado motivado rinde muchísimo más, y que tienen claro que las medidas aprobadas en la nueva reforma sólo las utilizarían, muy a su pesar, y únicamente cuando no tuviesen más remedio, éstos, a los que podríamos catalogar de patronos ilustrados, que respetan a pies juntillas los derechos de los trabajadores que cumplen con sus obligaciones, no son el problema, pero ¿qué va a pasar con los no ilustrados? Porque es obvio haberlos haylos: especialmente en esas grandes corporaciones sin ojos ni alma, en las que el único cometido de los directivos es aumentar exponencialmente los beneficios, aunque sea a costa de que las zapatillas o los balones que producen sean cosidos por niños de siete años en un sótano oscuro de un país asiático.

Para con estos patronos sólo nos queda un remedio y que no es otro que ilustrarlos. Como al señor Nike ya le agarra algo mayorcito eso de instruirse, habrá que prestar atención a las nuevas generaciones.

Cabría exigir a los profesores y maestros que, pese a los recortes que han sufrido en sus sueldos, se esfuercen otro poquito más y detecten a los futuros patronos mientras aún sean chiquititos, y que se empleen con ellos a fondo. Que los instruyan en los principios de la ilustración y les inculquen aquello de la igualdad, legalidad y fraternidad. Que les hablen de las revoluciones surgidas contra las oligarquías corruptas e injustas.

En definitiva que los ilustren y que los chavales se lo crean, porque si no, que Dios nos pille confesados.