martes, 24 de mayo de 2011

Si yo fuera Presidente.


Aquéllos de mis queridos reincidentes que peinen canas -o aquéllos a los que la alopecia les haga incluso añorarlas- recordarán un programa de TVE en el que un tal García Tola recogía de los espectadores las medidas que éstos entendían que necesitaba el país. El programa se titulaba, se lo habrán ya figurado, Si yo fuera Presidente.


Escribo esta nota tras la jornada electoral del domingo 22 de Mayo, en el que los ciudadanos que no tienen su voto cautivo han castigado al partido del gobierno, y mientras en muchas plazas de este país, miles y miles de personas les dicen en toda la jeta a los políticos que los han decepcionado, que hay demasiado chorizo para tan poco pan y que no estaría de más que de una puñetera vez los gobernantes escuchasen más al pueblo.


Retomando el tema del resultado de estos comicios, a pocos números que haga uno, más que una victoria aplastante del PP ha sido una espectacular derrota del PSOE, pues el PP ha conseguido prácticamente el mismo número de votos que suele conseguir siempre -dicho sea de paso, pese a sus numerosos escándalos de corrupción, e incluso en aquellas circunscripciones en las que concurrían a las urnas con una legión de imputados- mientras que, según parece, muchos de los votos que otrora fueran propiedad del PSOE se han disgregado entre otras formaciones, votos en blanco, nulos o abstenciones. Algunas voces socialistas intentan justificar el fracaso como consecuencia lógica de la crisis. Otros, más valientes y más realistas, se ejercitan en la autocrítica y asumen que quizás la gestión con la que se ha tratado de mitigar los efectos de la crisis –impropia a todas luces de un partido de izquierdas- también habrán tenido algo –mucho, diría un servidor- que ver con la debacle electoral del PSOE.


Si García Tola siguiese en activo con su programa de antaño y hubiese plantado un micro frente a los morros de las personas anónimas que tras un megáfono soltaban sus ideas en las múltiples concentraciones del llamado 15-M o #spanish-revolution (pausa para respirar, inspiración y entonando un "quién tuviera 25 años menos") podría haber hecho llegar a la Moncloa el clamor popular con decenas de propuestas nacidas en la calle, muchas veces de boca de la que se ha venido en denominar “la generación más preparada” (y a este paso también pre parada, a tenor de lo que parece que les espera si esto no cambia) y que no son más que el sentir de los que pueden dar a este país el giro que necesita y que, en la humilde (y probablemente equivocada y quién sabe si en exceso idealista) opinión de quien les escribe, no debiera consistir exclusivamente en redundar en más austeridad recayendo nuevamente sobre las clases desfavorecidas, tal y como parecen pretenden los “mercados” (y lo entrecomillo porque no tengo muy claro ni qué, ni quiénes son) si no en un cambio de paradigma real en lo referente a la política y, por qué no, a sus políticos, así como las consecuentes medidas tendentes a recuperar la esencia de lo que muchos quisiésemos que fuese el lei motiv de la clase dirigente: la consecución de una sociedad más próspera y más justa. ¿Les suena cursi? A un servidor -y eso sí es una pena- le suena a utópico.


Lo que suena a cachondeo es que el presidente del FMI, ese que días atras presuntamente violó (o presuntamente no violó, como prefieran) a una empleada de un hotel en NY, exija austeridad a los gobiernos mientras se aloja en una suite en Manhattan cuyo precio por noche supera el salario mínimo interprofesional de muchísimos países e incluso la renta per cápita de unos cuantos. Dando ejemplo, vamos…


Suena a pitorreo que los señores eurodiputados vuelen en clase de “gente bien” en sus desplazamientos a Bruselas, cuando bien pudieran hacerlo en clase turista (no se van a herniar, que es un vuelo cortito, leñe) sabiendo –ya hay quien lo ha cuantificado- que con la diferencia del precio de un billete a otro se pagaría el sueldo de un maestro durante 23 días. Luego se recorta en educación, en vez de recortar en dietas.


Suena a despiporre total que muchos políticos reúnan varios cargos públicos con sus correspondientes sueldos, a los que se añaden los cargos y sueldos de sus respectivos partidos, más los que también perciban emolumentos por actividades privadas, cuya suma de todas esas cantidades harían sonrojar a todo aquél que tuviese un mínimo de decencia. Y que nadie se decida a exigir incompatibilidades a los políticos, cuando sí se les está exigiendo a funcionarios milipicoeuristas como los policías…


Suena a guasa que de una puñetera vez no se acometa una reforma de la ley electoral que impida que los imputados por delitos de corrupción sean premiados por sus respectivos partidos presentándolos a la reelección.


Da pena que un país que ha recortado derechos sociales y congelado las pensiones a sus jubilados se empecine en mantener reminiscencias de antiguas organizaciones territoriales como las diputaciones provinciales, cuando sus competencias bien pudieran ser asumidas por los ayuntamientos o por las propias comunidades autónomas. Por no hablar del número de coches oficiales, que en este país tiene coche oficial hasta el Tato.


Da asco que bancos a los que se ha socorrido con dinero público, pongan empleados de patitas en la calle mientras premian con bonus millonarios a sus ejecutivos. ¿No habíamos quedado que la inyección de capital era para facilitar créditos al sufrido contribuyente en apuros?


Da repelús la ascensión de partidos y candidatos que se declaran abiertamente xenófobos alegando lo carísimos que nos resultan ahora los inmigrantes, cuando infinitamente más caro nos sale el fraude fiscal y la evasión de capitales a paraísos fiscales, la economía sumergida y la corrupción. Pero claro, a ver con qué cara defiende alguno que yo me sé lo de apostar por la lucha contra la corrupción, cuando llevan a quién llevan en sus listas… Es más fácil echarle la culpa al moro, que fíjate la que nos liaron en el año 711.


En definitiva, que si un servidor fuese presidente -es un suponer, no se preocupen- visto el resultado de las elecciones tras haber seguido los dictados de los mercados, lo intentaría ahora siguiendo los del pueblo soberano, y probaría a ver qué tal funciona una política verdaderamente social, plantando cara a esos “mercados” y, especialmente, al despilfarro público y a la corrupción, legislando decididamente para evitar despropósitos como los que les enumeraba en los párrafos anteriores -y todos los que a mis queridos reincidentes se les ocurran, que a buen seguro serán muchos y más ejemplarizantes- Y que si finalmente los votos del pueblo soberano me mandasen a casa, fuese por hacer mi política, y no por llevar a cabo las políticas que mi adversario firmaría de mil amores.