miércoles, 10 de noviembre de 2010

De la visita del Papa.

Artículo publicado en Vistazo a la prensa en noviembre de 2010

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Si les soy sincero, llevaba días con ganas de hablarles de lo saturado que anda quien les escribe de cierta tipa que aparece a todas horas en la tele, en las revistas, en los periódicos y que cuyo único mérito es el coito afortunado (para ella, que no para el resto de la humanidad) que en su día mantuvo con un torero -en dos palabras, im presionante- que pasaba por allí, pero lo cierto es que si la doña está donde está, no es por culpa suya si no nuestra: de los que la ven por la tele y, especialmente, los que hablan, escriben y opinan de ella. Así que, sintiéndolo mucho, si quieren saber la última de la tipa en cuestión pongan Telecinco, que a buen seguro aparecerá antes de puedan darse cuenta. Así que, en parte por mantener esa fama de díscolo que algunos de mis queridos reincidentes me atribuyen –y que quien les escribe espera haberse ganado a pulso- y en parte porque me lo pide el cuerpo, tiro por la secante –tirar por la tangente está ya muy visto e impide cruzar la circunferencia- y me voy a meter con última la visita de Herr Ratziger.


Resulta evidente que la consagración del templo más espectacular del mundo –percepción totalmente objetiva, como todos ustedes ratificarán sólo con compararlo con cualquier otro- no merece ser consagrado por nadie que no sea el Jefe, y que en esa tesitura un servidor era de los que creía que la ocasión lo merecía y, sinceramente, ya se había resignado a encontrarse el Papa hasta en la sopa, con la convicción de que si París bien vale una misa, Barcelona vale un pedazo de ceremonia por todo lo alto y con el líder al frente.


Imagínense ustedes mi grado de convencimiento que incluso había logrado sustraerme al argumento recurrido por muchos de los detractores, como lo es el dineral que nos cuesta a todos la visita del Santo Padre, más que nada porque en otros asuntos realmente chorras se dilapida con saña nuestro exiguo erario sin que nadie se lleve las manos a la calva. Así, un servidor recibía en un estado sumamente ataráxico el taladrado mediático, los catorce platos típicos con los que iban atiborrar al pobre hombre durante sus vuelos, las correrías de miembros –e incluso miembras- del gobierno y de la oposición para hacerse la foto ni que fuese de camino a los váteres del aeropuerto y –eso sí me chinchó algo más- la cancelación de unas gestiones que un servidor debía haber llevado a cabo ese día en Barcelona y que obvió a sabiendas de que iba a resultar del todo imposible moverse a varios kilómetros a la redonda de la presencia de don Benedicto.


Pero como suele ocurrir, cuando uno se cree que controla sus sentimientos y sus emociones, llega otro y lo jode. En este caso, Herr Ratziger lo consiguió, comparando el anticlericalismo español de los años 30 del siglo pasado con la secularización actual.


Dejando al margen que lo de quemar iglesias ya no se lleva, porque quién más y quién menos tiene asumido que eso está muy feo, y que ese detalle –baladí si ustedes quieren- desvirtúa algo la comparación, quizás alguién de las altas esferas eclesiásticas debiera preguntarse el porqué de esta secularización, y si en ello no tendrá algo que ver la insistente tozudez con la que las altas jerarquías –que no la Iglesia- dan la espalda a la realidad y cómo crean problemas donde debieran plantear soluciones. Léase preservativos, investigación con células madre, y añadan a la lista quince o veinte etcéteras más.


Anticlericalismo, lo define nuestro diccionario, es la animosidad contra todo lo que se relaciona con el clero. Pues este país tan anticlerical contribuye cada año con seis mil millones de euros de dinero público al mantenimiento de la Iglesia. Esos seis mil millones no incluyen las aportaciones provinentes del IRPF, que sumaron otros casi doscientos cincuenta millones más en 2009. No está mal para ser un estado aconfesional y no está nada mal para ser la reserva anticlerical de occidente. A eso, en mi casa, le llamamos morder la mano que te da de comer.


Si se pretende rebajar la fe al nivel de una ideología –recordarán mis queridos reincidentes a los obispos, pidiendo el voto para una determinada formación en las últimas elecciones- si se permiten el lujo de ir dando lecciones de moral cuando tienen lo que tienen en casa, si proclaman apocalipsis de patio de escuela con la que está cayendo, si se empeñan en primar la doctrina por encima del evangelio ¿cómo luego se extrañan de que la sociedad se secularice cada vez más?


¿Saben cuanto le costaría al gobierno mantener el IPC en las pensiones en vez de congelarlas? Cuatro mil millones de euros. Aún sobrarían dos mil millones para chuches.


Total, puestos a ser anticlericales, como mínimo que nos salga gratis. ¿No?

jueves, 28 de octubre de 2010

Degenerado, guarro, asqueroso, sinvergüenza e indeseable.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010

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Quién me iba a decir que el señor Sánchez Dragó me iba a echar un capote esta semana, con lo mal que me cae y, al final, no me va a quedar más remedio que agradecerle su estupidez, su desvergüenza y su chulería. Aunque como no se lo merece, no pienso agradecerle nada. ¡Ea, que se chinche!


Y es que esta semana quien les escribe tenía previsto poner verde a uno de sus escritores favoritos, a Pérez Reverte, por algunas -en plural- afirmaciones suyas sobradamente conocidas por todos, así como por otras acciones de las que un servidor obtuvo en su día suculentas y privilegiadas informaciones que confirman, sin lugar a dudas, que el maestro Reverte se halla instalado en su propio proceso de endiosamiento y que -a mi pesar, porqué la verdad es que lo admiro muchísimo- tanto éxito le está nublando la vista y el criterio, que no -gracias a Dios- el talento. Pero, les decía, me lo ha puesto a huevo el Dragó, que le va a ahorrar a un servidor de ustedes, al menos esta semana, la deslealtad de poner como un trapo a uno de sus ídolos literarios, quien tantas páginas de exquisita lectura le ha regalado. Bueno… regalado, lo que se dice regalado no, que un servidor ha pagado religiosamente el importe de todos y cada uno de sus libros.


Retomando, que es gerundio, he de confesarles que este columnista le tenía ganas, muchísimas ganas, a Dragó, por mucho que su talento resulte tan evidente como sus arrugas, siempre le ha caído fatal. Ese aire de suficiencia, ese ego altivo y su pose por encima del bien y del mal han hecho que, especialmente en los últimos tiempos, un servidor no tenga ni el ánimo ni el valor de leerlo, ni de verlo o escucharlo en la tele, ni de prestarle la más mínima atención, habida cuenta de la voluntad de mantenerse quien les escribe en la más absoluta de las ataraxias, pero ciertos pasajes de su último libro me impiden ignorarlo, y no puedo más que llamarlo degenerado, guarro, asqueroso, sinvergüenza e indeseable, sin que ninguno de estos epítetos puedan ser considerados como un insulto sino como una definición, a todas luces generosa y benévola porque todos y cada uno de esos calificativos –y otros pocos más- caben perfectamente en quien se autoproclama pedófilo y, encima, se jacta de ello.


"En Tokio, un día, me topé con unas lolitas. Pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda... tendrían unos 13 años. Subí con ellas, y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, otra se me trajinaba”. Leyendo esto, transcripción literal de lo que el viejo verde de Dragó escribe en su último libro, “Dios los cría”, convendrán ustedes conmigo en que los adjetivos que le dedicaba al escritor en el párrafo anterior son incluso bondadosos, que cualquier padre de una niña de trece años lo calificaría, como poco, de cabronazo e hijo de la grandísima puta. Por suerte, el estado ataráxico en el que intento mantenerme permite que, aunque lo comparta plenamente, me guarde muy mucho de escribirlo.


De primeras, y tras levantarse la liebre, se defiende el pedófilo confeso de Dragó de que su crimen ya ha prescrito, pues los delitos se produjeron hace varias décadas y, de segundas, una vez advertido que la ha liado parda, intenta arreglarlo con que, efectivamente hubo un encuentro, pero que nadie se acostó con nadie. Claro, el verbo trajinar tiene otras acepciones, como acarrear o llevar géneros de un lugar a otro, o andar de un sitio a otro con cualquier diligencia o ocupación. Precisamente por eso define a las niñas como zorritas con los labios pintados… las muy putas, crías de trece años, insisto.

Y, encima, a ese viejo verde le estamos pagando unos generosos emolumentos entre todos, que ya sabrán ustedes que lo tiene fichado TeleEspe, que diga Telemadrid, y, como ente público que es, sus cuentas las pagamos entre todos con nuestros impuestos. Vamos, que ustedes y un servidor le estamos costeando a ese interfecto sus vicios. Miedo me da…


Si quedara algo de vergüenza en este país, a ese espécimen no debiera mirarle a la cara absolutamente nadie y, en sus libros, algún ministerio debiera obligar a que le colocaran etiquetas bien grandes, en negro sobre blanco, como en los paquetes de tabaco, advirtiendo al potencial lector de que el autor es un degenerado, un guarro, un asqueroso, un sinvergüenza y un indeseable.

jueves, 21 de octubre de 2010

Mensajes Premium

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010

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Aviso a navegantes. Una nueva modalidad de estafa telefónica está sacándoles la pasta a los abonados sin que estos se enteren hasta que les llega el facturón. Con nocturnidad, alevosía y con la colaboración necesaria de las compañías telefónicas -que luego se quitan de en medio alegando que el timo es un “servicio” ajeno a la compañía- este nuevo timo está haciendo estragos. Les cuento.


Recordarán mis queridos reincidentes más veteranos mis periódicos y reiterados encontronazos con el señor Movistar y sus secuaces, ora por su insistencia en fastidiarme siestas acosándome a llamadas y SMS no deseados, ora por dejarme tirado sin cobertura en el otro extremo del planeta, así como demás despropósitos de la más variada índole de los que ya no les llegué a participar para no aburrirles, o, mejor dicho, para no aburrirles en exceso. El caso es que, en uno de ellos solucioné definitivamente mis conflictos con Movistar. No se emocionen mis queridos reincidentes deduciendo que quien les escribe ha encontrado la piedra filosofal en lo referente a telecomunicaciones, que de todos es sabido que es imposible no sucumbir a las trastadas a las que son tan aficionados las empresas de telefonía. Cuando les digo que solucioné mis problemas con Movistar me refiero a que me pasé –nos pasamos toda la familia- a Vodafone y, como algunos de mis queridos reincidentes ya deben saber -y el resto imaginar- si no quieres leche, toma tres tazas.


Ayer por la mañana. Llega un pedazo de facturón de uno de los móviles. Abriendo la factura compruebo cómo varias de las páginas corresponden a lo que ellos llaman mensajes premium. Aquellos de mis queridos reincidentes que en sus tiempos mozos estudiasen latín, recordarán que la palabra premium proviene del latín praemiare es decir, premiar, galardonar y que bien pudiese ser traducida a la lengua de Cervantes como premio, obsequio o galardón concedido en virtud a algún mérito. En definitiva, el señor Vodafone ha tenido a bien obsequiarme en esta factura con unos ciento cincuenta mensajes premium por los que sólo me ha cobrado unos sesenta euros. Vamos, un chollazo. Lo bueno del asunto es que esos mensajes no han llegado al teléfono, pero, según cuentan en Vodafone, no es necesario haber recibido el “premium” para que te cobren la “pastam”.


Como ustedes pueden imaginar, recibir la factura y contactar con Vodafone fue todo uno.

Les ahorraré el diálogo de besugos mantenido con dos contestadores distintos, en el 123 y en el 1444 y en los que invertí más de media hora, hasta que por fin, una tal Sonia, increíblemente atenta e incluso simpática, me cuenta lo siguiente.


Que, según parece, el 29 de octubre de 2009 alguien suscribió mi teléfono a un servicio de mensajería premium y que, casi un año después, el 9 de septiembre del año en curso alguien –o quizás fuese algo- suscribió ese mismo teléfono a otro servicio de mensajería premium y, desde que se produjera esa segunda suscripción, ambos servicios –en realidad corresponden a la misma empresa- se han dedicado a facturarme una media de diez mensajes diarios, a un coste que varía entre treinta céntimos y un euro con veinte, mensajes que, según parece, no he recibido por no tener mi teléfono correctamente configurado para recibirlos pero que, en cualquier caso, quien les suscribe ya ha pagado religiosamente.


Y es que ahí está la trampa del asunto. Si usted empieza a recibir quince mensajes diarios prediciéndole el futuro, o informándole de las últimas novedades de la vida sentimental de la Esteban y de su nueva casa en Paracuernos, existe la posibilidad de que usted, que sabe que nadie regala nada, se interese en saber quién narices lo está cosiendo a mensajes y –esto es esencial- cuánto le va a costar la broma. ¿Cómo solucionan esto las empresas que se dedican a timarnos con sus SMS de pago? Pues enviándolos con un protocolo rarísimo, de forma que su teléfono no “sepa” recibirlos, de manera que usted no los recibe y, por tanto, no se entera de nada hasta que le llega la factura, y entonces ya será tarde. Usted ya habrá pagado una cantidad que oscilará entre cincuenta y cien euros en mensajes premium (depende de la suerte que haya tenido) y, además, deberá para la próxima factura todos los mensajes recibidos desde el día que finalizara el periodo de facturación y hasta la fecha, y que, probablemente sea más de lo que pagó en la última factura, pues los timadores saben que una vez descubierto el timo usted tomará medidas y se les acabará el chollo.


¿Cómo puede librarse usted de esta estafa? Es relativamente fácil. Llame inmediatamente –no lo deje para luego, no sea que se olvide- a su compañía de telefonía móvil y exíjales que le inhabiliten el servicio de recepción de mensajes premium. Tienen la obligación de hacerlo por teléfono y al momento. Guarde el número de incidencia y el operador que se la tramita, no sea que el operador se “olvide” tramitar la baja, cosa que ocurre con cierta frecuencia según leo en los foros de timados. Deshabilitar ese servicio no le impedirá recibir SMS normales, aunque, eso sí, les costará unas cuantas llamadas al servicio de atención al cliente, tendrá que vérselas con operadores entrenados en convencerles de que si usted no se suscribe no recibirá ningún mensaje, pero eso no es cierto. A poco que investigue por la red, comprobará cómo son muchísimos los casos de abonados que, sin haberse suscrito, han recibido (o han no recibido, para ser más exactos) una tanda considerable de mensajes. Resulta alucinante el caso de un padre que, como castigo a su hijo, no le paga el teléfono –te lo pagas tú cuando tengas dinero, a ver si así aprendes a administrarte- con lo cual le cortan la línea y, pese a tener la línea cortada, le consta una suscripción a un servicio de mensajería premium (cosa de debiera resultar imposible, pues la suscripción supuestamente debe realizarse enviando un mensaje desde el propio teléfono, misión irrealizable cuando éste está con la línea cortada) y por el que ahora le reclaman doscientos y pico euros en mensajes premium enviados a un teléfono que no tenía activa la línea, ni en el momento en el que se produjo la presunta suscripción, ni en el momento de la presunta recepción de mensajes.


Por lo pronto, un servidor no ha conseguido que Vodafone facilite los datos de la empresa proveedora de esos supuestos mensajes, no proporcionando Timafone más que lo siguiente acerca de los corsarios telemáticos: “Alertas MT SMS” y los números de suscripción a ese servicio, el 797677 y el 795791. Según afirman en Vodafone, no disponen del domicilio fiscal ni del teléfono de la susodicha empresa, cosa difícil de creer, pues de alguna forma ha de cobrar Vodafone la patente de corso que les proporciona a sus corsarios.


Lo que resulta del todo alucinante es hasta qué punto se halla desprotegido el sufrido cliente y cómo las compañías de telefonía acceden a conchabarse con esas bandas de estafadores, proporcionándoles cobertura para que cometan sus fechorías.


Puesto en contacto con la Agencia Catalana del Consumo no hay forma humana de que Vodafone devuelva lo facturado en concepto de mensajes premium, pues debiera ser un servidor quien probase no haberse suscrito al timo y quien debe demostrar que no ha recibido los mensajes.


¿Que no? Eso ya lo veremos…

jueves, 14 de octubre de 2010

Popeye y Domingo

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010
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Popeye y Domingo son dos cuarentones. Los dos son calvos. Ellos defienden que la culpa de su alopecia la tienen las gorras que hace más de veinte años cubren sus respectivas cabezas unas cuantas horas todos los días.

Ayer, como todas las tardes, entraron de servicio, se montaron en su coche patrulla y se dispusieron a trabajar, a ver qué sale hoy. Saludan a los compañeros del resto de patrullas.

-¡Nos vemos luego!

Si hay suerte, podrán charlar con los colegas en la pausa -siempre por riguroso turno- del bocadillo.

Ellos, ya lo habrán deducido mis queridos reincidentes, son policías y, por tanto, funcionarios, de ésos a los que nuestro gobierno ha decidido recortarles el sueldo un cinco por ciento. Por si fuera poco, y aprovechando el tránsito vallisoletano del Pisuerga, el ayuntamiento del que dependen nuestros protagonistas de hoy ha decidido recortarles, además, otro diez por ciento. Popeye y Domingo, como sus compañeros de plantilla, vieron el pasado mes de julio cómo a su sueldo se le volatilizaba el quince por ciento. Así, en un pispás y de hoy para mañana.

En su pausa para el bocadillo antes hablaban de fútbol, de motos, de coches... Desde que el decreto estatal y el decretazo municipal les visitara, en la pausa del bocata se habla de la hipoteca, del precio de los libros del cole de de los niños, del incremento en el recibo de la luz, de la letra del coche. En definitiva, de los equilibrios que deben sortear cada final de mes desde que Zapatero y su alcalde decidieran que ellos debían colaborar, a costa de reducir su salario, a paliar el déficit público.

Total, a lo que íbamos. Les contaba que ayer, Popeye y Domingo patrullaban como todas las tardes. Que si un tirón, que si uno que conduce con el carné retirado y encima lleva droga en el coche, que si un accidente -por suerte sin heridos- que tiene embotellada una vía rápida . Para arriba y para abajo toda la tarde y encima, por si fuese poco, llueve: el tráfico está de pena y cada vez que su sala de mando los mueve de un requerimiento a otro tardan una eternidad en llegar, y los “clientes” se les rebotan cuando -por fin, ya era hora- aparecen. De camino entre un servicio y otro hay quien los mira y piensa que por qué no se paran para multar ese coche mal aparcado, o que bien podrían bajarse del patrulla y regular un poco la circulación, que está toda la ciudad colapsada. La central los apremia porque hay más servicios pendientes. Esta tarde, ni bocadillo ni nada. Otra vez.

Un detenido más tarde y varias multas después, oyen un grito de auxilio. Débil pero insistente. No les cuesta encontrar su procedencia porque es una calle estrecha del casco antiguo. Se plantan delante de una puerta y confirman que allí hay alguien en peligro. Los vecinos, todos inmigrantes, no saben decirles quién vive allí. Echan la puerta abajo -luego quizás vengan quejas y broncas, pero sea lo que Dios quiera- y se encuentran a una abuela caída en la bañera. A saber desde cuándo. Sangra por la cabeza y se ha hecho sus necesidades encima. La sacan como pueden, le practican los primeros auxilios. A ver si llega la ambulancia de una vez. Mientras esperan, les comunican por radio la orden de detención de un habitual. Esta vez le ha arrancado del cuello a una anciana el colgante que le regalaron sus nietos. ¡Vaya tardecita!

Llega la ambulancia y ayudan con la camilla. Se va el transporte sanitario. Al final parece que sí habrá bocata, pero antes de meterse en el patrulla Domingo lo ve.
-¡Popeye, allí!
Dos minutos y el habitual, el del tirón a la anciana, está esposado en el coche patrulla.

-Tienes derecho a..
-Que no me rayes más, tío. Que ya me los sé.

Se los sabe de memoria porque se los han leído cuarenta veces, o más.

Dos horas en el hospital -en sanidad también han recortado medios y sueldos- porque hay que certificar que la detención ha sido limpia y que el detenido no tiene lesiones, no sea que luego sean ellos los que acaben en el juzgado. Dejan el detenido en el calabozo y ahora a por el papeleo. Otra tarde sin bocadillo, porque ya hace media hora que tendrían que haber acabado su servicio. Tampoco hay dinero para horas extras, así que media hora regalada a la patria.

-¡Hasta mañana!
-Eso, mañana más, pero no mejor porque es imposible- les dice uno que, al menos, mantiene el sentido del humor.

Les garantizo a mis queridos reincidentes que todo lo que les acabo de narrar ocurrió ayer tal cual. Que ni siquiera se han cambiado nombres y localizaciones como hacen en las películas.

Popeye y Domingo estarán a punto de afrontar otra tarde como la de ayer. A ver qué les espera.

Las nóminas de Popeye y de Domingo, después del multirecorte, rondan los mil quinientos al mes, algunos meses ni llega.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye, se ha reprimido las ganas de vomitar cada vez que ha leído editoriales de plumas prestigiosas y sermones de cotizados monstruos de la radio defendiendo a capa y espada el recorte al sueldo “a ese hatajo de vagos” que son los funcionarios.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye está ya hasta los mismísimos de escuchar que los funcionarios son unos privilegiados, porque en caso de que lo fueran –que se lo cuenten a Domingo o a Popeye, a ver qué opinan ellos- se han ganado ese derecho superando una oposición a la que, en el caso de los policías, hay que sumarle otros nueve meses en la academia de policía pasándolas canutas.

Tenía previsto desvelarles -o mejor dicho, transcribirles, que tengo aquí el BOE- las subvenciones que este 2010 ha otorgado el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, o los sueldazos, en plural, que perciben algunos de nuestros políticos, pero casi mejor me los ahorro. Porque entre los miles de Popeyes y de Domingos que tenemos en nuestra administración pública, en sanidad, en educación, en justicia, en ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios, quizás alguno de ellos llegue a leer esta nota y, si ven en las gilipolleces en las que se dilapida el dinero público, y/o al comprobar cómo algunos cargos electos acumulan hasta siete sueldos, se les va a poner la sangre negra, aún más negra. Y, la verdad, no se lo merecen.

miércoles, 14 de julio de 2010

Huelga del Metro de Madrid

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010

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Mientras un servidor escribe este artículo, miles de madrileños se estarán acordando de todo el árbol genealógico de los trabajadores del Metro de Madrid. Probablemente, un servidor, de hallarse en estos momentos en la capital del Reino, también lo haría, pues según se lee en la prensa el colapso ocasionado por la huelga de los trabajadores del subterráneo madrileño es considerable, aunque, si les soy sincero, una vez leídas ciertas informaciones aparecidas en prensa, no puedo más que solidarizarme con ellos, considerando que el recorte de su salario, habida cuenta de la política de despilfarro de la compañía, es -ustedes perdonarán la palabrota y la sinceridad- una verdadera hijoputez.

Parece ser que la empresa pública madrileña responsable del metro quiere ahorrarse 7.9 millones de euros, recortándoselo a los trabajadores de sus salarios. Hasta aquí, uno podría pensar que si la crisis aprieta, que si patatín, que si patatán, que si esto e incluso que si lo otro; ahora, si nos enteramos de que la citada empresa ha gastado más de 51 millones de euros en publicidad en los últimos cuatro años –Barcelona, por poner un ejemplo, gasta diez veces menos- ya empieza uno a comprender al currante del metro madrileño, que ve cómo se dilapida el dinero en autobombo y cómo se pretende recuperarlo a base de estrujarle la nómina al currito.

De soslayo –que no quisiera un servidor rebotarles a ustedes más de la cuenta- comentarle a mis queridos reincidentes, que la empresa que se llevó la mitad de esa pasta, no es otra que CARAT, empresa vinculada –casualmente, desde luego- a quien fuera portavoz de Aznar, el señor Miguel Ángel Rodríguez y que, también casualmente, quien se hallaba al frente de Transportes cuando se materializó el contrato megamillonario fue doña Cospedal. También de soslayo –que no quiere uno malmeter- les comentaré que con doña Espe, los contratos provenientes de las empresas públicas de la Comunidad de Madrid le han llovido a CARAT como agua de mayo, convirtiéndose dicha empresa en inseparable de cualquier campaña institucional de la Comunidad de Madrid, incluso en los casos en que otras empresas han resultado adjudicatarias en concurso público, CARAT se ha llevado finalmente el contrato y la pasta, alegando la administración cualquier escusa tonta, como un error informático. Les sonará a chiste, pero fue lo que ocurrió cuando el Canal de Isabel II ofreció a concurso la campaña de verano de 2006, precisamente el año en que el presupuesto destinado a tal campaña pasaba de 1.9 a 9.8 millones de euros. Si algún reincidente avispado se pregunta para qué gastar casi diez millones de euros en publicitar el agua del grifo madrileña, decirle que no sea impertinente, y que quién mejor que doña Espe va a saber en qué se gasta el dinero de los madrileños, que para eso es su presidenta.

En todo caso, resulta evidentísimo que la competencia es dura y que el metro de Madrid, si quiere estar a la altura de la competencia, necesita de grandes inversiones publicitarias, no sea que al madrileño de a pie le dé por subirse en el metro Barcelona o en el de Valencia, y eso sí que sería un auténtico desastre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Homosexuales: gente normal y corriente

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010.
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Parece ser que parte del bastión moral de occidente que habita en la cadena que se representa por un toro cojo (fíjense que sólo tiene una pata) y cuyo nombre me van a permitir que obvie, que a buen seguro mis queridos reincidentes ya la habrán identificado merced a mi gráfica y certera descripción, y como cada año cuando se acercan estas fechas, la emprenden con los homosexuales. Otras veces los han llamado enfermos, otras pervertidos; ahora, quizás queriendo contenerse, se han limitado a definirlos como gente que no es normal y corriente. Probablemente allí sí consideren normal y corriente a quien elude la cárcel pagando una fianza de tres millones de euros, o el político -ése al que toca la lotería todos los años varias veces- implicado en tantos sumarios y por tantos delitos que ya debe haber perdido la cuenta, así como todo un elenco de señores con presuntas conductas penalmente reprobables a los que, no es que no les den cera como se la dan a los gays, sino que los apoyan abiertamente, achacando desde la cadena brava los problemillas legales de éstos a contubernios policíaco-judiciales.

Total, que abogan desde la casa del toro cojo para que los que no somos homosexuales, reivindiquemos, en contraposición al Día del Orgullo Gay, “364 días de la gente normal y corriente”, como si los homosexuales tuviesen la piel verde, un ojo en la frente a lo Polifemo y ocho estómagos como Alf.

En primer lugar, los heterosexuales jamás hemos sido detenidos, encarcelados y condenados a causa de nuestra orientación sexual, ni nos han expulsado de nuestros trabajos, ni nos han repudiado en nuestras propias familias a causa del sexo de la persona de la que nos enamoramos o con la que nos acostamos, o ambas cosas de forma simultánea en el mejor de los casos.
Probablemente, muchos de los que despotrican del Día del Orgullo Gay, no tengan ni la más repajolera idea de lo que significa.

Resulta que un sábado, el día 28 de junio de 1969 para ser exactos, en el garito conocido como el Stone Wall Inn, en el Greenwich Village neoyorquino, se lió parda. Era un local frecuentado por gays y, habitualmente, todos los días en los que algún concejal puritano tenía ganas de marcha, se agarraba unos cuantos policías y se iba al local de marras con un furgón celular. Entraban dando gritos y porrazos, agarraban a unas cuantas locas con plumas, las echaban en la furgoneta, y las tenían unos días a la sombra, acusadas de cochinas y de inmorales.

Algo debió pasar aquella noche en la configuración de los astros, o quizás fuera que los gays estaban hasta los mismísimos de que les fastidiaran la fiesta cada dos por tres, pero el caso es que aquella noche se hicieron fuertes dentro del local y se liaron a ladrillazos, botellazos, sillazos, codazos y demás azos con los polis, formando barricadas en las inmediaciones, pegándole fuego a todo lo que agarraban a mano y provocando unos disturbios sin precedentes. En definitiva, que montaron la de Dios es Cristo. Fue la madrugada del 28 al 29 de junio la noche en la que, según el escritor homosexual Allen Ginsberg, “los maricas perdieron su cara de miedo”. Los días venideros fueron una auténtica revolución en Manhattan: se creó el “Frente de liberación Gay” y, muchos de los que hasta entonces se mantenían ocultos en los armarios, se enorgullecieron de la actitud de los del Stone Wall Inn y salieron a la luz pública diciendo lo de “Sí. Soy gay. ¿Y qué?". Total, que firmaron un manifiesto que, entre otras cosas rezaba lo siguiente:

Hemos huido de polis chantajistas, de familias que nos repudiaban o nos “toleraban”; nos han expulsado de las Fuerzas Armadas, de las escuelas, nos han despedido del trabajo […] Hemos fingido que todo estaba bien porque no teníamos manera de cambiarlo: teníamos miedo”.

Si partiendo de aquella situación se ha conseguido que la sociedad reconozca los derechos de los homosexuales no es motivo suficiente como para celebrarlo un día al año, ya me dirán ustedes...

Ahondemos en la afirmación de que no son gente normal y corriente, habida cuenta que sus gustos en materia de sexo representa un porcentaje inferior al de la mayoría. Siguiendo tal premisa, un servidor no es gente normal y corriente porque no le gusta el queso. Para ser sincero, no es que no me guste, es que me repugna su olor, siento angustia ante su sola visión, ya sea éste parmesano, manchego, de cabra, de vaca, de oveja, ya sea mozarella -les recomiendo las pizzas sin queso, están riquísimas- ya sean caseríos, tranchetes o queso fresco. Como a la mayoría de gente le gusta el queso, un servidor no es normal. ¿Es eso? Pues no. Un servidor se considera una persona normal y corriente a la no le gusta el queso y punto. Más raro es -a ojos de quien les escribe- ser del Madrid cuando perfectamente se puede ser del Barça; ergo contra gustos no hay nada escrito y para gustos colores.

Otro sector aboga por lo “antinatural” de las relaciones sexuales entre especimenes del mismo sexo. No les insistiré nuevamente -ya lo he hecho en otras ocasiones y otros artículos- en el abultado listado de animales que, bien esporádicamente, bien de forma exclusiva, mantienen relaciones con ejemplares de su mismo género. Y no les insistiré, para evitarles nuevamente el razonamiento con el que suelen contestar los homófobos: que nosotros somos animales, sí, pero racionales y que precisamente eso nos diferencia y nos distingue de todos los bichitos de la creación. Pues si ésa es su opinión, sigan leyendo.

¿Alguien pondría en duda la racionalidad de Platón, Sócrates o Jenofonte? Pues si no lo hacen, que sería lo normal -hacerlo sería, según su propio planteamiento, ser gente no normal y corriente- y a poco que agarren unos pocos de libros, comprobarán que no resulta desconocido, aunque tampoco excesivamente publicitado, la habitualidad en las relaciones sexuales en la Grecia antigua. Y que tanto Sócrates como Platón o Jenofonte mantenían habitualmente relaciones homosexuales con jovenzuelos contemporáneos, entendiendo la sexualidad como parte integral de un proceso educativo destinado a facilitar la transferencia de conocimientos de un maestro amoroso y activo hacia el discípulo, más joven y pasivo. Todo ello, sin menoscabo de que, pese a esto, los griegos eran también acérrimos partidarios de la familia, y de todo varón de pro se esperaba que contrajese matrimonio con una señora y que tuviese hijos. No le importaba en absoluto a la mujer griega que su marido tuviese devaneos extramaritales con otros hombres, siempre y cuando también durmiera con ella, la tratase con cariño y cuidase de sus hijos. Contrariamente a lo que se cree en la actualidad, se consideraba un plus de virilidad al hecho de mantener relaciones homosexuales, llamémoslas complementarias.

Seguimos en la Grecia clásica. Muchos solados griegos se hacían acompañar en sus campañas de jóvenes efebos con los que compartían lecho y favores sexuales mientras que les enseñaban las artes marciales de la época. Cualquier jovenzuelo griego se hubiese dado con un canto en los dientes por meterse en la cama de un general, pues su formación sería verdaderamente completa. Ítem más, cabe destacar en la misma época, el cuerpo militar tebano, conocido como “El Batallón Sagrado”, que debía su fuerza y sus éxitos al estar íntegramente formado por parejas de varones homosexuales. Tanto Platón como Jenofonte afirmaban que no existía mejor tándem guerrero que aquél compuesto por dos varones homosexuales que, además, fueran pareja.

Incluso en la era contemporánea, encontramos diversos ejemplos de sociedades que practican este tipo de homosexualidad complementaria:

El pueblo azande, en el sur del Sudán, se organiza en distintos grupos o clanes de solteros guerreros, que representan la fuerza militar del pueblo. Estos guerreros se casan con muchachos más jóvenes, con los que conviven en una relación marital, y, como suele ocurrir en los matrimonios, mantienen relaciones sexuales, hasta que el mayor de los maridos -así se llaman entre ellos- tiene la suficiente edad y reúne el suficiente capital como para pagar la dote de la esposa que elija para un nuevo matrimonio, que dejará libre al marido más joven para que éste se eche un nuevo marido, más joven que él y vuelta a empezar. Una vez casados con señoras, echarán alguna canita al aire de vez en cuando con otros caballeros, imagino que para recordar viejos tiempos.

El pueblo etoro, en Nueva Guinea, cree que el semen es un fluido donador de vida y de conocimiento. Así, los hombres de mayor edad, regalan su “conocimiento” a los jóvenes -imagínense cómo- a los que, además, instruyen en los secretos del combate y de la religión y, a tales efectos, existe una gran choza en los poblados etoro, prohibida a las mujeres, que es considerada como el templo donde los mayores instruyen y proporcionan sabiduría a los más jóvenes. Al igual que los griegos y los azande, muchos de los etoro optan también por desposarse con una señora, aunque las mujeres etoro tienen prohibido relacionarse sexualmente con sus maridos doscientos setenta días al año -los tienen marcados en el calendario- para que no agoten las reservas de “conocimiento” de los poblados.

Si trastean en libros de antropología, acabarán deduciendo de manera concluyente que no han sido pocas las culturas, civilizaciones y sociedades en las que se dan relaciones homosexuales de forma natural y donde ser gay era de gente normal y corriente.

Me van a permitir que copie tal cual un párrafo de un antropólogo americano, Marvin Harris, al que no me he atrevido a plagiarle la pregunta, no sea que un reincidente avispado me pille y quede en evidencia como Ana Rosa Steel Quintana.

“La pregunta adecuada que hay que formular ante las sociedades que inculcan una aversión a toda forma de homosexualidad y arrojan a los homosexuales a las catacumbas, no es por qué se produce a veces una conducta homosexual, si no por qué no ocurre más a menudo”. Al tiempo. Que quizás cualquier día, alguno de los que más gritan en las jaranas del toro cojo lo pillan en un renuncio y a ver qué nos explican entonces. Porque a un servidor le da en la nariz que entre los que tanto denostan a los gays, más de cuatro imitan a Sócrates -y no me refiero a que sólo saben que no saben nada, sino a lo del efebo solícito- pero no tienen los suficientes arrestos como para vivirlo con naturalidad y se mueren de envidia del que sí lo hace, y que ése es muchas veces el motivo de tanto odio y de tanta mala baba.

¿Que no? Tiren de hemeroteca y encontrarán unos pocos. Así, a bote pronto, citando de memoria y por haberles dedicado ya algún artículo, podría citarles a aquel político norteamericano, ultraconservador y puritano como él solo, azote de los gays para más señas, que se dedicaba a ligar de incógnito con señores en los urinarios públicos, o aquel otro político, casualmente también ultra, austriaco, que pese a su discurso homófobo resultó estar liado con su secretario. ¿Cuántos de ésos habrá por ahí ejerciendo de intolerante y afirmando con vehemencia que los gays no son gente normal y corriente?

jueves, 1 de julio de 2010

Tres dimensiones

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en julio de 2010
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Un servidor debe ser de los pocos mortales que aún no tiene un televisor de ésos estrechitos. Su vetusta y aparatosa tele se empecina en seguir funcionando perfectamente pese a acumular ya algunos lustros en su haber y, la verdad, con el chisme ése de la TDT enchufado, se podría incluso afirmar que ofrece una calidad de imagen y de sonido más que aceptable.

No hay mal que por bien no venga, se decía este columnista al conocer la aparición de los nuevos televisores con tecnología 3D, que ya son varias las marcas que ofrecen televisores de visión en tres dimensiones a precios casi asequibles. Así, el día que el televisor veterano diga hasta aquí hemos llegado y deje de funcionar, ya pensaba quien les escribe en adquirir una de ésas pantallas en las que el espectador, mediante unas gafas cósmicas, se introduce en la emisión y puede sentarse en el plató al lado de la Esteban, corretear por el césped junto a Xavi, Iniesta y Messi, esquivar de un salto la moto de Lorenzo y acompañar en sus diagnósticos al Doctor House, con la certeza de que esta vez tampoco será Lupus la enfermedad rarísima que aqueja a un bombero de color, afectado por horribles convulsiones y fiebre álgida.

Pero una vez leída la noticia que a continuación paso a comentarles, comprenderán mis queridos reincidentes que mi gozo se halle en un profundo pozo, que a ver quién es el listo que, visto lo visto, se compra ahora una tele en 3D.

Resulta que una neoyorquina, de nombre Jennifer Stweart, estuvo con unos amigos viendo una película pornográfica en 3D. Según ella misma afirma, sentía curiosidad por las películas en tres dimensiones y quería experimentar qué se sentía en medio de una peli guarra, toda ella rodeada de una monumental orgía. Hasta aquí, nada especial, que ya se sabe que la curiosidad humana tiene pocos límites. Lo fastidiado llegó al cabo de poco más de un mes, cuando la interfecta empezó a sentir mareos y otros síntomas compatibles con el estado de buena esperanza. Total, que la señora se hizo un Predictor © y éste le confirmó lo que ustedes ya habrán deducido: la Jenni estaba preñada.

A aquellos de mis queridos reincidentes que se pregunten qué tiene que ver una cosa con la otra, rogarles la paciencia necesaria para acometer el párrafo siguiente.

Y es que resulta que en la fecha de la concepción, el marido de esta tipa, soldado del ejército de los Estados Unidos, se hallaba en Irak; que la interfecta jura y perjura que no ha conocido –en el sentido bíblico de la palabra- más varón que su marido durante la ausencia de éste y que, pese a ser tanto ella como él blanquitos de piel, el niño les ha salido más negro que el tizón.

Afirma la señora que el retoño es clavadito al protagonista de la película, de lo que deduce que, habiendo la señora sido fiel a su esposo en su ausencia, no existe otra posibilidad más que fuese la peli porno en 3D la causante de su embarazo.

Si todo esto se les antoja inverosímil esperen a ver la respuesta del marido, Erik, que -no se lo pierdan- se ha tragado a pies juntillas la versión de su media naranja, llegando a afirmar que “las películas 3D son tan reales que, con la tecnología actual, todo es posible”.

No se lo tomen a guasa, que hace dos mil once años cierto episodio con ciertas coincidencias ya saben ustedes cómo acabó. Quién sabe si dentro de unos pocos miles de años tenemos otro nuevo Mesías y a una parte de la humanidad venerando a los televisores 3D.

jueves, 10 de junio de 2010

Velos y demás adornos.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en junio de 2010

Aunque de lo que les quería hablar hoy a mis queridos reincidentes era de la Esteban, concretamente del titular que acabo de leer y que afirma que Belén Esteban gana más que el Presidente del Gobierno, mi firme voluntad de mantenerme en la más absoluta de las ataraxias ha hecho decantarme hacia otro tema; quizás menos mediático, pero sin duda igual de polémico. Y es que es grave que la Esteban tenga más caché que Zapatero, aunque más grave aún es que cobre más que un neurocirujano, que un magistrado del Supremo, que un catedrático de la Complutense o de la Autónoma… En fin, a lo que íbamos, o mi voluntad ataráxica se va derechita al garete en menos de lo que la Esteban suelta una ordinariez.

A estas alturas, no hará falta que un servidor les reitere su postura frente a la inmigración, que no han sido pocas las veces en las que, en este mismo periódico, ha defendido el derecho de cualquiera a buscar el sustento fuera de su país cuando allí no lo tenga, o aun y teniéndolo; así como la obligación moral de acogerlos que tenemos los que gozamos de la suerte de vivir en el primer mundo. Así, ya he perdido la cuenta de los artículos que he dedicado a denunciar actitudes xenófobas de políticos y me ha faltado tiempo para llamar públicamente racistas a quiénes han aprovechado el tránsito vallisoletano del Pisuerga para arremeter contra los inmigrantes a la más mínima de cambio. Pero es que una cosa es el tocino y la otra, muy diferente, el cociente resultante del espacio dividido por el tiempo y que vulgarmente conocemos como velocidad.

Porque pese a que con este artículo alguno de mis queridos reincidentes me retire el calificativo de rojillo –con el que, dicho sea de paso, un servidor se halla encantadísimo- pues según parece muchos de los que cojean de la pierna izquierda defienden otra postura, quien les escribe ve tan clara la posición que en esta columna voy a intentar defender, que no le cabe en la cabeza siquiera la existencia de debate.

El velo. ¿Debiera tener derecho cualquiera a llevar un velo por la calle? Pues sí, faltaría más: un velo, una cofia, una boina como las de mi amigo Urrutia y hasta un bombo rociero pillado con horquillas de pelo si al/la interfecto/a en cuestión le apetece.

¿Y en un colegio? Pues mire usted, ahí la cosa ya cambia un poco. Porque si resulta que nos creemos de veras eso de la igualdad entre sexos, y si resulta que nos estamos gastando una pasta en campañas que promueven la igualdad entre sexos, porque si resulta que un servidor lleva toda la vida educando a su hija en la igualdad entre sexos, enseñándole que debe rebelarse cuando alguien la discrimine por su condición de mujer, no debemos tolerar que nuestros hijos reciban el ejemplo de un símbolo que significa la sumisión de la mujer al hombre.

Aquella mujer –de la religión que sea- que quiera someterse voluntariamente a los caprichos –religiosos o no- de su marido, allá ella, y que, si lo desea, se baje al parque a pasear al niño con el velo, una gorra del Atleti o envuelta en papel de lija, para ella hace: es su problema, pero desde luego que en los edificios que pagamos entre todos, especialmente cuando éstos estén dedicados a la enseñanza, la cabecita despejada y que corra el aire. Porque allí lo que se enseña es que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre, y que una pareja está compuesta de dos personas que se aman, y en ningún caso está formada por un patrón y un esclavo.

Habrá quien afirme que esto se da de bruces con la también constitucional libertad de culto y un servidor responderá que no. Que en los lugares de culto de cada cual, que se pongan un velo, que se disfracen de lagarterana o que se pinten las uñas de color azafrán, pero en los edificios públicos, y especialmente en las escuelas, no debemos ser cómplices de ningún símbolo que signifique sumisión de la mujer al hombre.


viernes, 4 de junio de 2010

Mujeres Ricas

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en Junio de 2010

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Visto lo visto, uno puede sentirse afortunado del hecho de ver poco la tele. No existen en este columnista razones metafísicas, ni siquiera ideológicas que le lleven a tal circunstancia. Sencillamente, uno tiene la suerte de haberse topado con otras actividades que rellenan el poco tiempo de ocio que la jornada diaria deja libre a un servidor de ustedes.

Y digo lo de visto lo visto, habida cuenta de la facilidad con la que un servidor se engancha a programas insustanciales, frívolos, carentes de toda utilidad y de nulo contenido intelectual, aunque no exentos de un enorme interés sociológico, y/o antropológico, pues el programa que comparte título con esta columna, sí da para cientos de ensayos de unas pocas disciplinas, incluida la psiquiatría.

Este programa de La Sexta nos muestra la vida de cinco mujeres millonarias y nos narra cómo afrontan los innumerables problemas de los que –gracias a Dios- los pobres nos hallamos exentos, como la trascendente decisión de elegir el color de nuestro uniforme de jugar al pádel o la sesuda elección de si es mejor regalarle a la niña un Cartier de ocho mil euros o una joya bonita para el día de su graduación.

Uno asiste a ese programa como lo haría a una película pornográfica: contemplando con escepticismo imágenes, escenas y tamaños inverosímiles, boquiabierto y preguntándose si ese tipo de cosas existen o son sólo fruto de la calenturienta mente de algún guionista salido.

No sabría decirles cuál de esas mujeres es mi preferida: Si la esposa de una vieja gloria futbolística que presume de ser –sólo llegado el caso, no se alteren- la más puta de todas las putas, si la hija de ésta, cuya actividad más sesuda consiste en hacerse las “uñas, o sea“, o bien las dos hermanas garrulas venidas a más a bordo de un Porsche y un Ferrari respectivamente (respestivamente, con “ese”, que dirían ellas) , o quizás la guapita de cara que le pide a su maridito –un mártir, créanme- que le compre un vestidito caro y un Miró mientras sufre un enorme -textual- “cambio emocional” cuando llega el relevo de la ropa de verano a la de invierno en sus armarios y vestidores; o quizás la dueña de una discoteca marbellí, que organiza fiestas de la pamela en su jardín y que convive bajo el mismo techo y en dulce armonía con su marido actual y el anterior.

La más puta de todas las putas –insisto, sólo en determinadas circunstancias- presume de hijos. El primero, cuando es presentado ante las cámaras, lanza un sonoro y ostentoso escupitajo antes de narrar sus proyectos de futuro: beberse un Gatorade. La niña, la de las “uñas o sea” no sabe no contesta nada, porque no sabe -ni supo, ni sabrá- aunque, eso sí, sus uñas son perfectísimas de la muerte. Les confieso que el tercero de los retoños me dio pena, porque se veía muy normal. Pobrecillo… Está rodeado.

Las hermanas Porsche-Ferrari juegan al pádel con sus pija-amigas fashion de la muerte (la mujer de uno de los gemelos Matamoros y la ex de Guti) y se llaman entre ellas para saber de qué color van a ponerse las mallas, no vaya a ser que unas vayan de azul y las otras de verde y formen en la cancha una configuración cromática poco acorde con su condición. Van a recoger a la niña a cole y se la llevan de compras sin hacer demasiado caso a las quejas de ésta, que afirma tener un examen al día siguiente. Una de las hermanas pone cara de no entender, como preguntándose que para qué tanto estudiar, que basta pillar un millonario que te haga un crío del que luego divorciarse para que siga pagando el Ferrari, el pádel y las juergas.

La guapita de cara brinda con Moet-Chandon y cita la marca varias veces (para que nos enteremos bien que ella está a salvo de vulgar cava) y le encanta navegar en el yate de su marido, y no comprende que el mártir le explique que en estos momentos de crisis es mejor invertir en conservar la empresa que en comprarle un cuadro de trescientos mil euros. Una verdadera lástima, porque la guapita afirmaba haberse leído la “trayectoria” de Miró. “Lo que pasa es que te molesta gastar en dos cosas para mí”. Lo dicho… un mártir.

La que comparte casa con sus dos maridos (el actual y el ex) narra como una odisea una caminata, según ella larguísima, sin poder llamar a un taxi y remata la experiencia con un lapidario “caminar o morir”, mientras uno de sus nietos, de tres o cuatro añitos, corretea por delante de las cámaras armando barullo y responde al reproche de la abuela con un “Yo hago lo que me da la gana”. Normal. Otro “Ni-Ni” en potencia. Eso sí… forrado de billetes.

Un programa, la verdad, acertadísimo para tiempos de crisis y que les recomiendo encarecidamente. Pura pornografía para todos los públicos y que , tal y como está el patio, uno casi prefiere divertirse contemplando en esos nuevos ricos su analfabetismo, su vanidad y su soberbia, antes de enterarse por los telediarios que los jugadores de la selección tienen pactada una prima de seiscientos mil euros (cien millones de los de antes) si ganan el mundial; o que doña Espe se gastó 1.4 millones de euros en poner la primera y la última piedra de una ciudad fantasma –que tampoco es tan caro si resulta que también pagó siete mil euros por el alquiler de una ambulancia (imagino que conducida por George Clooney ejerciendo de médico de la serie Urgencias, a tenor del pedazo de minuta); o que sólo la seguridad de la quedada del Club Bilderberg en Sitges nos está costando a los ciudadanos otros seiscientos mil euros; o que el alcalde de Sevilla hizo enviar desde la capital hispalense un coche oficial (con su conductor y escoltas) hasta Barcelona para llevarle a ver el fútbol; o que la Xunta de Galicia ha pagado catorce mil euros (casi dos millones y medio de los de antes) por tres billetes de avión a Shangai (imagino que el piloto también sería George Clooney, pero esta vez de Up in the air); o que el Real Madrid se puede permitir el lujo de gastarse todo el oro del mundo en fichajes mientras su deuda con la Seguridad Social ascendía, ya en 2009, a 572,78 millones de euros.

Ya pagarán el dispendio los funcionarios y los pensionistas si eso….

jueves, 6 de mayo de 2010

Al borde de la paranoia

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2010
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No he conseguido recordar el título de aquella obra de teatro representada en TVE hará más de 30 años, pero esta mañana me ha venido a la cabeza. El protagonista era un pobre al que le pasaba todo tipo de desgracias, una tras otra. Los problemas le acometían sin pausa y sin tregua y él defendía que se trataba de una conspiración mundial contra él, en la que administraciones públicas, empresas de servicios, vecinos y amigos se habían confabulado para amargarle la vida. Acababa la obra con el protagonista embutido en una camisa de fuerza y llevado en volandas por dos loqueros instantes antes de que apareciera en pantalla una especie de consejo de administración, compuesto por individuos trajeados y poderosos que, dando carpetazo al expediente de nuestro protagonista, elegían a un nuevo sujeto al que amargarle la existencia hasta hacerle perder la cordura.

Pues así, al borde de la paranoia, se siente quien les escribe en estos momentos –son las tres de la tarde- llevando desde las nueve de la mañana peleándose con administraciones, empresas y servicios. No descarten mis queridos reincidentes que, si un servidor desaparece de repente de estas páginas, se encuentre ingresado en un frenopático, convencido de que la persecución multibanda que padece no es fruto de la casualidad, y que hay en algún lugar un puñado de caballeros trajeados y poderosos conspirando contra su próxima víctima. Les cuento lo de hoy y juzguen ustedes mismos.

Nueve de la mañana. Se encuentra quien les escribe con su café, delante del ordenador echándole un vistazo a la prensa cuando suena el timbre y aparece el cartero. Le devuelven un sobre enviado a Huelva, a la Plaza Adoratrices de la capital onubense para ser más exactos, el pasado 21 de abril, con la anotación de que el remitente y/o el domicilio son desconocidos.

- Pues tanto el remitente como el domicilio existen, que los conozco a los dos.
- Se habrá confundido mi compañero de Huelva.
- Claro… es que en Huelva hay Avenida Adoratrices y Plaza Adoratrices.
- Será eso. Pues tendrá usted que volver a Correos y enviarlo de nuevo.

Como suele ocurrir en la mayoría de ciudades, Correos se encuentra en pleno centro, en una ubicación de estacionamiento imposible e, invariablemente, la oficina se halla atestada de clientes que envían y reciben paquetes y cartas, con lo cual una visita a la oficina de Correos supone, como poco, perder media mañana. Bueno… ahora, cuando aclare una duda que tengo con el borrador de la declaración de la renta, me acerco.

Revisando la correspondencia antes de irme, le echo un ojo al extracto bancario y descubro que me han cobrado el vuelo y el coche de alquiler de un viaje a Alemania que tuve que suspender a causa del puñetero volcán islandés. Huelga decir que anulé todas las reservas, asegurando los respectivos operadores de atención al cliente de las respectivas compañías que no iban a cobrarme nada. Bueno… -me digo- cuando consiga contactar con la Agencia Tributaria por lo del borrador, y antes de acercarme a Correos, llamo a las compañías a ver por qué me han cobrado.


Un contestador:

-Agencia Tributaria buenos días, pulse uno para tal, dos para cual, tres para lo otro, cuatro para aquello, cinco para aquello otro….

Les ahorro el diálogo de besugos, pero en definitiva resulta que Hacienda no tiene forma humana de saber ni cuándo, ni a qué teléfono ha enviado el SMS con la referencia para consultar el borrador por Internet, y que si ya se ha solicitado consultar el borrador en Internet, tampoco hay forma humana de pedir que te envíen el borrador por correo postal a casa, porque el sistema informático “sabe” que la solicitud de borrador ya está en curso. En resumen. No tengo borrador, no tengo el código para consultarlo por Internet y no puedo solicitarlo porque ya está solicitado, aunque no dispongo de la referencia que me permitiría consultarlo por Internet, referencia que, por solicitada (aunque no recibida), invalida cualquier nueva petición de borrador.

Me acuerdo de todo el árbol genealógico del que diseñó el sistema, respiro hondo y acometo el siguiente obstáculo. Ver por qué me han cobrado el vuelo y el coche de alquiler.

Un contestador.

- Sí, aquí me consta que se lo han cobrado, pero que ya se ha tramitado la devolución.
- Y no tienes ni idea de cuándo me van a devolver el dinero, supongo…
- Pues no.
- Y tampoco tendrás idea de por qué me habéis cobrado un coche que no llegué a alquilar, pese haber anulado la reserva dos días antes de recoger el coche.
- Pues no le sabría decir, pero seguro que se lo devuelven, aunque no sepa decirle cuándo.

Otro contestador. Éste es llamada internacional y me informan en inglés de que me van a cobrar 0.40 Libras por minuto, pero que quizás sean 0.75, pero que puede ser incluso más en función de cada operador. La misma voz me advierte unas veces que la conversación puede ser grabada, otras que sus operadores están ocupados y otras que en la página web de la compañía quizás pueda encontrar solución a mi problema. Intercalando musiquitas y advertencias, van pasando los minutos. Aún no me han atendido y la llamada ya me está costando 4 libras esterlinas, o quizás 7 y media, o sabe Dios cuánto.

- Para ser atendido en español, pulse uno.

Pulso uno y me sale una tal Daisy hablando en inglés, le pregunto si habla español y me dice que no, que para eso debiera haber pulsado el uno, le digo que en la pantalla de mi teléfono, todavía aparece el uno que acabo de pulsar y me responde que no lo entiende, pero que si quiero hablar con un operador que hable español que vuelva a llamar, porque ella en español sólo sabe decir “hola” y “sangría”. Como ya debo llevar quince o veinte libras esterlinas en la llamada, desisto de volver a llamar y, como puedo, le explico mi problema en inglés y me responde que sí, que efectivamente me han cobrado el vuelo, pero que me lo devolverán, aunque no sabe ni cuándo, ni cómo. ¿Han probado a deletrear una reserva de tropecientos dígitos y con muchas consonantes en inglés? Se lo recomiendo encarecidamente. Es divertidísimo.

Total, que cobrar han cobrado todos, y que sabe Dios cuándo me lo van a devolver.

Rumbo a Correos. Mejor en moto, que en coche ni soñando se aparca, extremo que confirmo al comprobar que incluso yendo en moto, he de dejarla donde Cristo perdió la Sandalia.

El marcador de turno está en el 132. Saco el 169. Media hora larga. Una señora, muy sofocada, está montando un pollo del quince. Por segunda vez le han perdido un paquete, y además la llaman mentirosa porque, según el sistema informático, el paquete ha llegado a su destinatario. Además, la tachan de ignorante por haberse equivocado en un número en el código postal. La señora jura y perjura que el paquete no ha llegado, y que a santo de qué iba ir allí a reclamar un paquete entregado correctamente. La funcionaria, impertérrita, le cuenta que ella sabrá, que ése no es su problema y que otro día se fije más a la hora de consignar el código. La señora abandona correos juramentando en arameo, culpando a Zapatero y amenazando con fulminantes acciones judiciales que van provocar en la funcionaria que su aparato excretor funcione por sus patas (de la funcionaria) abajo.

Cuarenta minutos después, aparece en el marcador el 169 y me dirijo a la ventana 6

- Verá que han devuelto este paquete por usuario/domicilio desconocido, y le aseguro que tanto uno como otro existen.
- Pues si lo quiere enviar de nuevo, tendrá que volver a pagar.
- Pero vamos a ver… ¿cómo voy a volver a pagar un envío devuelto porque el cartero no ha sabido encontrar un domicilio?

Se me saca de encima diciendo que si lo quiero enviar de nuevo, no me queda otra que volver a pagar, y que si no estoy conforme que vaya a la ventanilla 2 (donde a la señora de antes la trataron de ignorante y embustera) pero que aquella es la ventanilla de envíos y no la de reclamaciones, y que haga el favor de despejar, que él tiene trabajo y que hoy lleva un día que ni me cuenta.


Diez minutos más de espera y me toca el turno en la ventanilla dos. Por suerte, quien me atiende no es la funcionaria que llama ignorantes a los clientes si no un caballero que parece simpático.

Le explico el caso, consulta con su ordenador y vuelve.

- Es que en Huelva no existe la Plaza Adoratrices, se llama Avenida Adoratrices. Es normal que si usted pone plaza en vez de avenida, la carta no llegue (perdiendo la simpatía por instantes).
- Le aseguro, caballero, que existe la Plaza Adoratrices, que allí vive gente, que queda así como a mano derecha, que al lado hay un salón recreativo y un bar.
- El sistema me dice que no existe.
- Pues su sistema está equivocado, porque le insisto que existe. Hágame el favor y llame a Correos de Huelva, verá como sí existe.

Me hace caso y llama. Lo veo sonreír al teléfono y vuelve.

- En correos de Huelva me confirman que no existe.

Apelo a su humanidad, a su solidaridad masculina con el género, a la vez que le aseguro que he enviado varios paquetes a esa dirección y que todos –excepto éste- han llegado puntualmente a su destino, le suplico que consulte por Internet un callejero de Huelva, o que introduzca Plaza Adoratrices en Google Maps y podrá ver la plaza, el salón recreativo, el bar, hasta una señora saliendo de uno de los portales.

- Es que yo… (flojea el funcionario y arremeto nuevamente)
- Porque si no, si según usted no existe, cómo puedo yo volver a enviar este paquete –por el que, dicho sea se paso, he pagado seiscientas cucas de las de antes cuando no contiene más que un DVD (sin caja) y dos puntos de libro- a una dirección que su sistema no reconoce, y cómo voy a enviarlo a la Avenida Adoratrices, como usted sugiere, cuando yo sé que no es en la Avenida sino en la Plaza donde vive mi amiga. Sea usted persona y haga el favor de preguntarle a el señor Google por esa calle…

Me mira, lo veo de nuevo dubitativo y cuando me dispongo a soltarle otro pasaje apelando a las dos horas largas que ya he invertido en esa oficina para enviar ese paquete, me suelta lo de “vale, vale, espere un momento, no se me embale”. Lo veo volver al teléfono y regresar a los pocos minutos.

- Le ruego mil disculpas, caballero. He hablado con cartería, en Huelva, y allí me confirman que sí existe la plaza, debe de tratarse, al margen del fallo en el ordenador, de un error del cartero de la zona. Déjeme aquí el sobre que yo me ocupo personalmente de todo.

Y ante tal discurso sólo le queda a uno que darle las gracias al funcionario y abandonar la sucursal con el aire y el porte con el que el almirante Nelson debió salir de Trafalgar tras haber derrotado la armada invencible. Ha costado lo suyo, pero menudo soy yo para esto, seguro que se le escuchó decir al almirante rumbo a la Gran Bretaña.

Han trascurrido seis horas desde que el cartero llamara dos veces (pulsó dos veces el trimbre) y uno, casi se ha salido con la suya –excepto con el borrador, que Hacienda es mucha Hacienda- y eso le proporciona a este columnista una dulcísima sensación de victoria.

Se preguntarán mis queridos reincidentes cómo puede alguien sentirse triunfal y satisfecho cuando le ha tocado invertir seis horas de su vida en resolver desaguisados producidos por personas que no cumplieron bien en sus respectivos quehaceres. Pues muy fácil. Mejor tenérselas que ver uno con una panda de impresentables que trabajan fatal, que con los individuos trajeados y poderosos a los que me refería en el primer párrafo.

Aunque ahora que lo pienso… lo del teléfono… yo pulsé el 1. ¡Segurísimo! Que lo vi en la pantallita. Y el ordenador de Correos al que le ha desaparecido una calle de la noche a la mañana…

Lo dicho: si desaparezco de golpe, les ruego que intenten contactar conmigo el algún frenopático. A cambio, les mantendré al tanto de las últimas actividades conspirativas de esos individuos trajeados y poderosos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Día de malos augurios: el ordenador, la sacarina y el mosquito que pudo ser tigre.






Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en abril de 2010
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Hay días en los que uno presiente que algo no acaba de funcionar, a saber si es a causa de que los astros no están alineados de la forma propicia, o que su aura particular presenta resquicios y se muestra incapaz de contener las buenas sensaciones, o sabe Dios cuál es el motivo, pero lo cierto es que sin saber explicar el porqué, ayer pasó un servidor de ustedes un día de aquéllos en los que no se augura nada bueno. Mala sensación para una jornada en la que en Barça se jugaba gran parte de su futuro en la Champions enfrentándose al Inter de Mourinho.

Ya empieza el día acelerado. El despertador no ha sonado –probablemente un duendecillo desprogramó la alarma que un servidor, de forma laboriosa y responsable, programó sin duda alguna la noche anterior en su teléfono móvil- y ya sale uno por la mañana a trompicones, sin siquiera haber recibido su imprescindible dosis matinal de cafeína, tanteándose los bolsillos (móvil, tabaco, llaves, mechero, cartera, gafas de sol) mientras baja las escaleras, y, un día que empieza así, o cambia mucho, o no va a ser plácido. Mourinho es gato viejo, la puñetera nube del puñetero volcán -que ya dejó en tierra a un servidor este fin de semana y le mandó al garete un viaje programado (y pagado) a Hamburgo- obligó a mi Barça a desplazarse en autocar hasta Milán a jugarse la mitad de las semifinales de la Champions. Ayayaiiii…

Con el tiempo más que justo abre uno la puerta del garaje y… como era de esperar (algo más tenía que torcerse) una camioneta ocupa parcialmente el vado. Parece que sí salgo… A ver… Pues no. No salgo. Claxon como para alertar a todo ser vivo en trescientos metros a la redonda y nada. La camioneta lleva un rótulo con el nombre de la empresa y un teléfono.

- Construcciones Tal, buenos días.
- Buenas, mire usted, le llamo porque tienen una de sus camionetas estacionada delante de la puerta de garaje de mi casa, y llevo tocando el claxon como diez minutos y no aparece nadie. ¿Tendría usted manera de localizar al conductor, a ver si fuera tan amable de moverla?
- ¿Es amarillita con letras azules?
- No, es blanca con caja abierta.
- ¡Vaya por Dios!
- En todo caso, mejor que vaya por el chófer, ¿no?
- Sí, sí… está haciendo una reparación justo ahí. No se preocupe que en seguida se la sacan.

Y aparece un mastodonte, malcarado y maleducado que me recrimina mi poca paciencia.

- Oye (a mí) que yo estoy trabajando, eh?

Confieso a mis queridos reincidentes que si el mastodonte no hubiese sido tal, y si su tamaño no hubiese sido dos veces el mío, alguna ironía no exenta de mala leche hubiese salido de mi boca, pero ante tamaño mastodonte, que además lleva una llave inglesa del tamaño de una barra de pan en la mano, sólo atino a decirle que siento interrumpir, pero que un servidor también tiene el raro vicio de trabajar y que para su desgracia ha de hacerlo regularmente si quiere pagar la hipoteca.

Como mandan las leyes de Murphy, cuando uno lleva prisa el azar selecciona un generoso ránking de torpes al volante y los sitúa delante del coche de uno. La abuelita que a duras penas asoma la cabeza por encima del volante y que se mueve como una tortuga sedada, el chaval con la “L” que se acaba de sacar el carné y que se le cala el Peugeot tuneado en cada semáforo, la Maruja con el Microcoche que circula a 20 por hora cuando no se puede adelantar, el camión que se para en mitad de la calzada para recoger un contenedor de obras. Y, por supuesto, todos los semáforos inician una confabulación maligna y despiadada para ponerse en ámbar justo cuando llega el coche que te precede, conducido por la única persona del mundo mundial que se para con el naranja.

Tarde al trabajo pero, por suerte, no debe haber pasado nada destacable o ya me hubiesen llamado por teléfono preguntándome qué pasa que no aparezco.

- Oye… ¿Tú para qué quieres el teléfono? Llevo llamándote más de una de hora y lo tienes apagado.

Efectivamente. El duendecillo que desprogramó la alarma, también ha activado la casilla de “modo de vuelo” del terminal, casilla que deja el teléfono conectado y operativo excepto en su función principal. Vamos, que sí se le ven las lucecitas y demás pero está parado cual estatua. La madre que trajo al duende de las narices.

- No sé a que esperas para enviar aquello que nos pidieron ayer.
- Sí, sí.. ahora mismo lo envío, es que llevo una mañanita…

Un servidor no existe hasta que no ingiere su primera e indispensable dosis de cafeína, pese a eso, conecta el ordenador y…

Pip, pip, pip, pip. Y la pantalla negra cual sobaco de pantera.

-¿Departamento de informática? Oye, mira… que conecto el ordenador y pita, pero la pantalla sale negra.
-¿Cuando te refieres a que pita, te refieres a que funciona, o a que pita sin más?
- No, me refiero a que pita, a que emite un pitido, tal que así “Pip, pip, pip, pip” hecho lo cual se apaga la lucecita roja de la torre y se queda muerto.
- ¿Qué numero de PC es?
- Y yo qué coño sé. Es el que uso yo. El que está en mi mesa.
- Sí, ya, pero como comprenderás si no conozco a los usuarios, voy a conocer sus ordenadores. El número de PC está en una etiqueta, como un código de barras, en la parte de detrás de la torre, debajo del ventilador.

Revolcado por los suelos compruebo que el número del PC es el 537 y así se lo hago saber al informático.

- Bien. Le pongo un aviso al “cambiapiezas” para que pase a verlo, porque tiene todo el aspecto de ser una avería de hardware.
- ¿Sabes cuándo vendrá?
- Probablemente esta semana.
- ¿Esta semana? Tengo un documento que ya tenía que haber salido ayer.
- ¿Lo tienes en el disco duro? – pregunta incrédulo y alarmado como si me preguntase que si he asesinado a mi padre?
- Pues claro.
- Pues muy mal hecho. Ya sabes que se ha de grabar todo en la unidad compartida del servidor “Q”, precisamente para evitar pérdidas de datos.
- Sí, lo sé. Debes tener por ahí un aviso de hace días informando que llevo semanas sin poder acceder al servidor “Q” porque me dice no sé qué de privilegios insuficientes.
- No puede ser, si tu PC es el 537 tienes activados los privilegios suficientes. Eso es que no lo haces bien.
- Claro, claro… los ordenadores nunca fallan, por eso yo no te estoy llamando en este momento. Bueno, da igual, dile al cambiapiezas que es urgente.
- Vale, vale, pero si lo hubieses archivado en el servidor compartido “Q”, podrías recuperarlo desde cualquier PC.
- Sí, y si mi tía tuviese testículos (en honor a la verdad la palabra exacta fue “cojones”) no sería mi tía sino mi tío. - Cuelgo sin esperar respuesta.

A tomar por saco el documento el duende y la madre que los tajo a los dos. Asomo la cabeza por la sala donde mis compañeros se pelean con sus quehaceres y les suelto:

- Me voy a tomar un café aquí abajo Que no puedo hacer nada en el ordenador hasta que no venga el cambiapiezas. Si viene dadme un toque al móvil.
- Pues como no lo conectes ya te podemos ir dando toques, ya… -suelta el primero-
- Puedes recuperar el documento desde cualquier PC, sólo tienes que conectar con el servidor compartido “Q” –responde otro- éste con verdaderas ganas de colaborar.

En vez de mandarlos al carajo a los dos, respiro hondo y tiro para la cafetería.

- Un café sólo, David.
- Joder, niño… traes mala cara, ¿eh?
- Calla, calla… Ni te cuento.
- Con sacarina ¿verdad?
- ¿Con sacarina? ¿Tú me has visto a mí pedir alguna vez un café con sacarina? ¿Te estás quedando conmigo o me estás llamando directamente gordo?
- Ui.. sí.. es verdad, disculpa. El de la sacarina es aquel compañero tuyo que viene a veces contigo, que siempre me lío.

Junto a mí, dos currantes se meten un bocata de chorizo y uno de ellos le cuenta al otro que su mujer había matado ayer un mosquito tigre de seis centímetros. Joder, seis centímetros –replica el otro- eso no es un mosquito. ¡Es un B-29! ¿Un qué? –pregunta el marido de la asesina- Un bombardero de la Segunda Guerra Mundial, como el que tiró la bomba sobre Hiroshima: Enola Gay, se llamaba, como la madre del piloto, el coronel Paul Tibbets Tres días más tarde, otro B-29, el Bockscar, lanzó una segunda bomba sobre Nagasaki y eso precipitó el final de la guerra pues Japón capitularía de inmediato.

Alucino con el currante, pago y me voy a ver si hay noticias del cambiapiezas.

Toda la mañana mareando la perdiz. El cambiapiezas se encuentra desaparecido, en Informática ya ni me cogen el teléfono y escucho más de diez veces lo de “¿Por qué no lo archivaste en el servidor “Q”? Filosofo sobre lo esclavos que nos hemos convertido de la informática, me juro que incumpliré sistemáticamente la ridícula prohibición, normativa interna, de emplear pendrives particulares en los equipos del trabajo y grabaré en ellos todos los documentos importantes y me acuerdo de la madre del cambiapiezas, del duende, del servidor compartido “Q” y de toda la genealogía de todos ellos trescientos trillones de veces, especialmente, cuando al volver después de comer, todo sigue igual. Golpecitos (golpetazos) al PC y nada. Pruebo con otro monitor y nada, con otros cables y nada.

- Oye, que han llamado preguntando por ti, que si te acuerdas que necesitan no sé qué que tenías que enviar.
- Si vuelven a llamar, les decís que estoy Brasil recogiendo cocos.
- Que se lo digo, ¿eh? Que soy capaz, ¿eh?
- Sí, y les dices que volveré mañana, pero para asesinar al cambiapiezas.

Llego a casa. Abro el correo electrónico y dos mensajes de la compañía de vuelo en las que me confirman dos reservas distintas para el mismo vuelo. Obviamente, cobradas dos veces.

Consulto la página de Internet y no consigo entrar en mi reserva, en ninguna de las dos. Centro de atención al cliente. No menos de 10 llamadas en las que, tras tenerme varios minutos en espera, se corta la comunicación. Para más INRI es un teléfono 807.


- ¿En qué podemos atenderle?
- ¡¡Aleluya!! Llevo más de una hora esperando.
- Disculpe, pero con lo de la nube del volcán, estamos saturados.
- Pues verás, que me habéis facturado dos veces la misma reserva.
- Eso es imposible, caballero.
- Bueno, en realidad me habéis hecho dos reservas distintas, para el mismo vuelo.
- Pero eso también es imposible, una persona no puede facturar “on line” dos veces.
- Pues será imposible, pero me habéis mandado un correo con dos reservas y dos confirmaciones distintas.
- Ya le digo que es imposible.
- Mira, si te parece, lo comprobamos. Anota los dos números de reserva.
- Dígame –se las doy, me dice que disculpe un segundo y responde.
- Esto es rarísimo. El ordenador no debiera permitir duplicidades.
- Debe ser el duendecillo, que me la tiene jurada.
- ¿Perdón?
- Nada, cosas mías. ¿Tiene arreglo?
- Sí, por supuesto. Ya está arreglado. Borre la confirmación de reserva que empieza por F, se la he anulado, y conserve la que empieza por E de España.
- Muy amable, señorita. Muchas gracias.
- Gracias a usted por confiar en nuestra compañía,

Hago cálculos y compruebo con alborozo que la llamada telefónica al 807 probablemente cueste tanto como el vuelo, si no más.

Se acerca la hora del partido y las sensaciones no son buenas.

Suena el teléfono.

- ¡Niño! ¿Te vienes a ver el Barça y nos metemos unas papas bravas viendo el partido?
- ¿Dónde?
- En la cafetería de siempre.
- No, que me quieren poner sacarina.
- ¿Qué coño dices?
- Nada, nada. Nos vemos allí en media hora.


En la cafetería.

- Tienes mejor cara que esta mañana, eh?
- Claro, la sacarina, ya sabes…
- Ponnos unas cervezas y unas bravas antes de que empiece el partido, anda. Así, si pierden, ya hemos cenado.
- Bravas… No. No tengo patatas. Las llevo esperando toda la tarde pero el niño no ha venido. La madre que lo parió. Luego dicen que hay paro… Os hago unos bocatas de lomo.
- Venga. El mío con sacarina.
- ¡Vete al peo!


Gol de Pedrito. Esto pinta bien.

Gol del Inter. Pero si han agarrado a Messi de la camiseta. Claro… el árbitro es portugués.

Gol del Inter. Nada que objetar.

Gol del Inter. ¡Fuera de juego! ¡Árbitro! ¡Desgraciado! ¡Hideputa!

Penalty no pitado al Barça. ¡Árbitro! ¡Desgraciado! ¡Hideputa!

- Ponme un café descafeinado
- ¿Con sacarina?
- Mejor con un chorrito de Baileys.
- Baileys y sacarina, marchando.

Ambiente de duelo en casa. Ha perdido el Barça. Un dos a cero a la vuelta es posible, pero complicado. A menos que Messi tenga el día y les meta cuatro como al Ársenal.

- Hala, buenas noches, que descanséis, hasta mañana. Yo me voy a quedar un ratillo, a ver si hago el artículo para Vistazo a la prensa, que tengo medio mosca al director.

No hay manera de hilvanar más de dos palabras seguidas. Ni del proceso a Garzón, ni de la puñetera nube del puñetero volcán, ni del Gürtel. La madre que parió a Mouriho y la madre que trajo al puñetero árbitro portugués.

Ratito de lectura y a la cama.

No sé si a ustedes les ocurre que cuando acaban un libro que les ha encantado, sienten como una especie de desasosiego, una suerte de hueco interior que saben que difícilmente rellenarán con otro libro. Ayer acabé El Asedio, de Reverte. Alto el listón. Me acerco al rincón donde se acumulan los libros recientemente adquiridos y pendientes de lectura y, tras unos segundos de indecisión, me decanto por un tomo poderoso, más de un palmo de alto, encuadernación cara y letras doradas. Sigmund Freud. Obras completas. Casi mil páginas de nada. ¿Seré capaz de tragármelo enterito? ¿Resistiré pulsiones, histéricas y justificaciones de índole siempre sexual? El cuerpo me pide algo fuerte, algo que me permita olvidar al duende, al camionero irresponsable, al cambiapiezas, al servidor Q, a la sacarina, a Mourinho, al árbitro portugués. Venga.

Empieza con una breve reseña biográfica. Yo que pensaba que era austríaco y resulta que no. Pues mira… está interesante…

Y justo en ese momento.

Bzzzzzz, Bzzzzzzzzzzzz, Bzzzzzzzzzzz (onomatopeya que simula el zumbido de un mosquito).

Levanto la vista y me veo un mosquito posado en la pantalla de la lámpara. ¿Qué digo un mosquito? La madre de todos los mosquitos. ¿Será un mosquito tigre? -rememoro la conversación de los currantes en la cafetería y un artículo aparecido en prensa local sobre la proliferación de este espécimen en una zona próxima, así como su voracidad y sus tremendos picotazos-. Le lanzo un manotazo que el bicho esquiva con destreza y desaparece de mi vista. Corro a cerrar puertas para cortarle la retirada y busco sin éxito algún matamoscas –y mosquitos- en spray. Me tocará un combate cuerpo a cuerpo, sin recurrir a armas químicas.

Siento sobre mis hombros la responsabilidad de garantizar la seguridad del hogar y reclamo la colaboración de la infantería: mi perrita Magui, una teckel de cinco quilos a la que he visto perseguir, atrapar y torturar moscas en diversas ocasiones, pero ciertos problemas con las transmisiones –me mira como preguntándome si he bebido- impiden la comunicación necesaria para acometer un fin común, pese a ello, la mantengo a mi lado, por si la casualidad hiciese que el mosquito se le pusiese a tiro y ésta, lo derribase de un certero zarpazo. El mosquito sigue desaparecido y me digo que la diferencia de tamaños entre nuestros cerebros, bien ha de proporcionarme cierta ventaja. Confinado el enemigo, se impone la estrategia de la paciencia: todas las luces apagadas, excepto la de la de la lamparita donde lo descubrí y mi perrita y yo, en el sofá, oído atento y ojo avizor a la lámpara, nos parapetamos tras unos cojines, emboscados esperando el momento de soltar el golpe de gracia. Que si quieres arroz, Catalina, el mosquito no aparece y la perrita y yo estamos a un paso de sucumbir al sueño. Cambiamos de cebo: apagamos la lámpara y encendemos el televisor –desde luego, sin sonido- confiando que el juego multicolor de lucecitas llame la atención del invasor.

Transcurren largos minutos manteniendo la posición sin detectar movimientos enemigos. Pensamos en ofrecerle un segundo cebo: el ordenador. Situados en un punto estratégico –la butaca- dominamos los dos frentes, pero para conectar el ordenador hemos de encender la lámpara, no sea que caminando a oscuras por la habitación tropecemos con algo y formemos tal escándalo que despertemos a todo quisque, aunque, en este momento, debo abandonar el plural, pues la infantería se ha quedado frita sobre el sofá y ronca como un leñador silvestre. Enciendo la lámpara, conecto el ordenador y entonces escucho el zumbido que lo delata y lo veo posarse de nuevo sobre la lámpara que acabo de encender. Repto hasta el arsenal y me pertrecho de armamento ligero (una carpeta azul de cartón) y me deslizo con sigilo hasta las proximidades de la lámpara. Recuerdo a David Carradine en Kung Fu, cuando se concentraba para quitarle la piedra de la mano a su maestro. Respiro hondo, pero despacio. Concentro toda mi energía en el cerebro, tenso el abdomen, visualizo a mi cerebro proporcionando órdenes precisas y a mi sistema nervioso ordenando a los músculos de mi brazo que lancen un golpe seco, rápido y certero con la carpeta sobre la lámpara que, evidentemente, salta por los aires.

El golpe parece haber tocado el objetivo, pero el cadáver del enemigo no aparece. Quizás aquí sí resulte eficaz la infantería, que con el golpe se ha despertado y tiene las orejas hacia arriba. Reconvierto la infantería en cuerpo de rastreo: Busca, Magui, busca. Magui sale disparada debajo del sofá y se presenta con su pelota, moviendo el rabo, segura de haber desarrollado con éxito su misión. Me afano con una linterna en la alfombra, de colores ocres –como el mosquito- en busca del cadáver que evidencie la victoria del hombre sobre el insecto, tarea que se ve dificultada por la infantería –finalizó el rastreo al encontrar su pelota- que, insistentemente, irrumpe en el campo de batalla con la pelotita, ofreciéndomela para que se la lance. Finalmente, hago comprender a la infantería que son las tres de la mañana y que se deje de pelotitas, a la vez que la conmino a que utilice su prodigioso olfato con fines más productivos. Se vuelve al sofá y se pone a roncar.

Con el campo libre, y tras dividir mentalmente en cuadrículas la alfombra, ahí, desarmado y herido –mueve una antenita- se encuentra el enemigo pidiendo cuartel. La Convención de Ginebra me impide rematarlo al hallarse indefenso, por lo que procedo a su detención y a su confinamiento -previas diligencias de identificación fotográfica, ora de frente, ora de perfil y ora del otro- aunque una vez confinado, el enemigo fallece, circunstancia que me libera de posteriores trámites ante la autoridad militar.



























Victorioso, consulto en Internet cuanto encuentro sobre el temido mosquito tigre y compruebo que no era un tigre el mosquito que nos ha tenido en vela, a mí y a mi infantería –más a mí que a ella, en honor a la verdad- y que el espécimen capturado es un mosquito, del tamaño de una excavadora, eso sí, pero inofensivo en definitiva. Mi ignorancia –el mosquito tigre tiene el abdomen tuneado con franjas blancas y negras- me ha tenido en vela gran parte de la noche que culminaba un día de aquellos en los que uno no augura nada bueno. Y como han podido comprobar mis queridos reincidentes no iban desencaminados los augurios que les refería en el primer párrafo de este largo artículo que espero que ustedes sepan disculparme. Que lo que mal empieza, ya se sabe cómo acaba.