jueves, 26 de marzo de 2009

Mossos: A por ellos, oeeee, a por ellos, oeeee…

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa, en marzo de 2009
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Llevamos una semanita caliente con el tema del desalojo de la Universidad de Barcelona, y al cuerpo de la policía autonómica catalana les están dando como para encerar todos los baños de la Preysler, pero bastante más cera de la que arde, más incluso de la que ardía años ha, cuando nos referíamos a otros tiempos o a otras porras y, especialmente, a otros manifestantes, que ni estaban organizados en grupos, ni coordinaban sus movimientos por Internet, ni variaban sus planes sobre la marcha empleando tecnologías al uso como el SMS; porque, como muchos de mis queridos reincidentes sabrán, hubo un tiempo en que la policía podía impedir cualquier concentración, de hecho las impedía, y en los que el imperio de la ley, por llamarlo de alguna manera, prevalecía en cualquier caso sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Puestos a echar la vista atrás y a contar batallitas, podría narrarles cómo dos energúmenos con chapa de policía abofetearon al adolescente que caminaba junto a quien les escribe, cuando requerido para que se identificase en una céntrica calle por haber cometido el tremendo error de pasear una sospechosísima funda de guitarra -con una guitarra dentro, por supuesto- y expresarse éste en catalán cuando le preguntaron dónde iba y qué llevaba allí dentro, le salió la broma tal que así.

- Una guitarra, què hi vol que porti? (Una guitarra. ¿Qué quiere que lleve?)
- ¡Plaf - plaf! -respuesta en lenguaje mímico- A mí me hablas en cristiano, melenudo maricón y trae el carné que te voy a empapelar.

Huelga decir que mi compañero se quedó con las dos tortas y este servidor de ustedes dando gracias a Dios por haber dejado ese día la guitarra en casa y agradeciendo al cielo que no se dirigiesen a él en ningún momento, porque con el susto de la situación no sabe quien les escribe si le hubiese salido castellano, catalán, latín o sánscrito. Y allí acabó la historia porque, en aquellos años, ir a la comisaría a pedir explicaciones sobre un bofetón era hacer oposiciones a otro más gordo. Y eso lo sabía hasta el tonto del pueblo.

Ahora resulta que se puede ocupar una facultad durante varios meses, y cuando se decide –de una puta vez, y perdonen el taco, pero un servidor pagó la matrícula universitaria de su niña para que le dieran clase, y no para tenerla de la biblioteca del campus al bar de la facultad y viceversa, esperando a ver si cuatro niñatos que dicen ser estudiantes la dejan o no entrar en clase- desalojarlos, se lía la de Dios es Cristo por la violencia empleada en la disolución de la manifestación. Cómo es posible que a ningún mosso, en vez de emprenderla a porrazos con los congregados, se le ocurriera sencillamente decirles: “Buenas tardes, queridos conciudadanos, les ruego que abandonen su actitud hostil y regresen a sus casitas ordenadamente”, porque a buen seguro que empleando ese tono todos los manifestantes, especialmente los de la cara tapada, hubiesen colaborado y se hubiesen disuelto pacíficamente, empatizando con el mosso y reconociendo cuán complicada es su tarea.

Ahora que nadie piense que estoy defendiendo la violencia policial gratuita o que considere que en la disolución de una manifestación todo vale. Permítanme sólo que les apunte un par de consideraciones.

Cuando se disuelve una manifestación no suelen funcionar los ruegos a los manifestantes para que sean buenos chicos, y, para hacerlo, hay que utilizar las porras. Igual que los cámaras de las películas pornográficas, en su afán de obtener primeros planos, corren el riesgo de ser salpicados, un reportero que se quiera situar en el centro de la revuelta, justo al ladito de los que van con la cara tapada, corre el riesgo de recibir un golpe de rebote, máxime si no se identifica adecuadamente con algún distintivo lo suficientemente llamativo. Ser reportero entraña sus riesgos como los entraña ser policía, la diferencia está en que el policía no suele tener la opción de decidir dónde se coloca para realizar bien su trabajo.

Cuando un estudiante de los que sí entiende la etimología de esa palabra ve que a su lado se coloca un grupito, con la cara tapada, equipados con sprays de gas mostaza y pertrechado de pancartas acolchadas y de banderas sujetas con palos de dos metros y medio de largo, se queda allí a su lado ejerciendo su derecho, hay para darle dos medallas. Una por tonto, y otra por si la pierde.

Cuando uno es un padre de un niño de 10 años y ve que se está disolviendo una manifestación, lo inteligente –y lo responsable- es quitar a su hijo de en medio de inmediato, y no porque deba temer que un policía le vaya a arrear al niño con la porra, que no me creo yo ni harto de pentotal sódico que un policía sea capaz en este país de hacer esto, sino porque una pelota de goma rebotada puede andar dando tumbos decenas de metros, o porque las carreras de la masa desbocada son capaces de llevarse por delante al niño, a la madre y a la abuela con silla de ruedas si se tercia, porque en toda manifestación existen unos personajes que aparecen irremediablemente, ya sea ésta de estudiantes, ya sea de trabajadores de la SEAT , ya sean del CUSCUS (colectivo de usuarios de condones usados –el reciclaje llevado a su máxima expresión), que se dedican a la inocente tarea de liarla, ora improvisando lanzacohetes con tuberías –imaginen la precisión del artilugio- para lanzarlos contra los policías, ora incendiando y atravesando contenedores y un sinfín de circunstancias que llevan a la irremediable conclusión de que si al estudiante de antes le concedíamos dos medallas, el padre que no quita a un niño de inmediato ante tal mogollón se merece, por lo menos, siete u ocho.

Dando por sentado que sí pueden existir, de forma esporádica, actitudes puntuales en las que algún policía quizás no se haya ahorrado algún gomazo, hecho que sí debiera aclararse, explicarse y, en su caso, corregirse, sacar de contexto imágenes, obviando la agresión previa a la respuesta policial, huele raro; por ese motivo, y ante todo el revuelo originado, a un servidor se le plantean una serie de dudas.

¿Cómo es posible que apareciendo en la prensa la detención de varios altos mandos de otro cuerpo policial acusados de delitos graves en relación con redes de prostitución y falsificación ese mismo día, esta noticia quede relegada a discretos recuadros en páginas interiores mientras que la imagen del mosso con la porra aparece en portada, en la página uno, en la dos, en la tres, en la cuatro… Que un servidor ya esperaba encontrarse un desplegable central con los mossos dando estopa.

¿No tienen mis queridos reincidentes la sensación de que alguien, con sabe Dios qué intenciones, muestra gran interés en erosionar -cuando no directamente desprestigiar- al cuerpo autonómico catalán? Sí es así –que no les quepa duda que lo es- resulta poco inteligente, porque cuando se quiere desprestigiar a la policía en democracia lo que se está desprestigiando es el propio sistema democrático.

Decimos en mi tierra que qui no vulgui pols que no vagi a l’era, o, lo que es lo mismo, que quien no quiera polvo, que no vaya a la era. Y que nadie interprete que siquiera insinúo que aquel que desee ejercer su derecho constitucional a manifestarse PACÍFICAMENTE deba dejar de hacerlo, de hecho un servidor ha ejercido su derecho a manifestarse pacíficamente cada vez que lo ha creído oportuno, y puedo asegurarles que jamás ha recibido no ya un porrazo, sino ni un mero empujón. Eso sí, ha sabido alejarse de aquellos que no acudían a la manifestación persiguiendo los mismos fines que el resto.

Cuando la policía reprime a los que no cumplen con sus obligaciones está protegiendo los derechos de los que sí lo hacemos. Quizás el problema consista en que en esta ocasión, como en otras muchas, quienes tenían como obligación la dirección del mantenimiento de la normalidad –y no me refiero a la policía- se hallaban en los mundos de Yupi oliendo florecillas silvestres, y a los niños malos se les dejó ser tan malos, y durante tanto tiempo, que finalmente se lo creyeron.

Ahora corramos todos a ponerles el micrófono delante a los niños malos para que rajen de la poli, que eso sí que vende.

miércoles, 18 de marzo de 2009

De Ratzinger y los condones, o antes muertos que pecadores.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en marzo de 2009
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Le ha salido a don Ratzinger la vena Torquemada que durante una temporada había mantenido oculta. Y no es de extrañar, que no en vano el hoy Papa ejerció durante una etapa de su vida como preboste de la Congregación de la Doctrina de la Fe, actual sucesora de la Inquisición.

Antes muertos que pecadores, ha venido a decir Benedicto XVI a los millones de africanos que viven en zonas donde el 70 % de la población está afectada por el SIDA, cuando ha expresado que el uso de condón no es la solución contra el virus de inmunodeficiencia adquirida, sino que agrava aún más el problema. Con estas irresponsables palabras, se ha querido cargar de un plumazo el trabajo de los miles de cooperantes, muchos de ellos religiosos, que actúan en esos lugares contra la propagación del SIDA.

Eso sí, no ha hecho como Rajoy, que se carga todas las iniciativas del gobierno sin proponer soluciones. El Papa sí la ha propuesto. La solución es la abstinencia. ¡Olé! Y se queda el tío tan ancho. Señores y señoras del África, ya lo saben ustedes. Si les dan ganas de darle una alegría al cuerpo, duchita fría, unos pocos latigazos, cilicio bien ajustado al cuerpo y a otra cosa mariposa. Cuando la carne sea débil, ustedes sean fuertes. Problema resuelto y no se hable más.

Les soy sincero a mis queridos reincidentes si les digo que cada vez que me imagino a ese ex nazi afirmando que la solución al SIDA en África es la abstinencia, me entra un no sé qué por el cuerpo que me suplica traspasar los límites de la libertad de expresión y llamar a don Ratzinger cosas gordas, con la convicción de que, en cualquier caso, no iban a ser insultos sino definiciones.

¿Cómo se puede ser tan cínico? ¿Cómo se puede ser tan mala persona? Porque intentar convencer a millones de personas en peligro de contagio, muchas de ellas en edades en que las hormonas superan en ímpetu a las neuronas, de que la única alternativa al virus es la abstinencia es, no albergo duda en ello, de ser mala persona cuando lo que está en juego es la propia vida. Quizás incluso crea que el pecado lleva implícito el castigo y eso le parezca fabuloso. La alternativa a la muerte es la castidad. Se siente, es lo que hay. Porque hacerlo con condón es de tramposos y es impedir a Dios que castigue a los impuros. Quizás además de la vena Torquemada también le esté apareciendo la vena nazi, porque estas palabras suyas son una más que evidente negación de la epidemia. ¿Problema? ¿Dónde está el problema? Que no forniquen y punto. Y si se mueren por haber pecado que se chinchen. Que se hubieran abstenido, es lo que le ha faltado decir. A este paso, ya mismo, y puestos a negar, nos sale cualquier día de estos negando también el holocausto, como ese coleguita suyo, Williamson, al que tanto defiende.

Hubiese quedado la mar de guapo don Ratzinger soltando un discurso del tipo: Los buenos cristianos no hacen esas cosas, pero como os preferimos vivos para así tener la oportunidad de convenceros de que un día lleguéis a serlo, si no sois capaces de manteneros castos y puros, mejor usáis gomita y os confesáis luego, que de los pecados La Iglesia sí puede absolveros, pero del SIDA aún no hemos aprendido cómo hacerlo. Pero no. O castidad o muerte. No hay tutía. ¿Se puede ser así de irresponsable y considerarse a la vez buen cristiano?

Y como Ratzinger se permite el lujo de ser mala persona, un servidor se va a permitir el lujo de ser algo cínico y un pelín demagogo.

Mire usted don Ratzinger, si ni siquiera es capaz de convencer a los de su propia iglesia de que practiquen la abstinencia y dejen de abusar sexualmente de menores e incapaces día sí y día también, y eso que los suyos han jurado voto de castidad… ¿Cómo coño pretende que se encomienden a la castidad los que no han jurado ese voto?

Cuanta razón tenía su jefe con aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio…



miércoles, 11 de marzo de 2009

De velos, pañuelos y lavadoras.

.Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en marzo de 2009
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La fe mueve montañas, dicen, porque un servidor, probablemente a causa de su escaso conocimiento en materia de fe, tenía entendido que cuando una montaña se mueve es más a consecuencia de fenómenos estrictamente geológicos que por creencias religiosas, pero, en cualquier caso, resulta evidente que las convicciones basadas en la fe, cuando ésta existe de veras, suelen ser inamovibles.

Así, cuando los que no profesamos la religión musulmana escuchamos a las mujeres que sí la profesan defender su derecho a llevar la cabeza cubierta por velos o pañuelos, nos sorprende la vehemencia con la que reivindican esta postura. Lo que nosotros vemos como una imposición ellas lo consideran un derecho basado en sus convicciones religiosas, por mucho que también existan casos en los que estas mismas mujeres, aunque más jóvenes y más en contacto con la cultura occidental, prefieran llevar la melena suelta al viento, no obstante sufrir presiones familiares, e incluso sociales, para llevarla cubierta.

No en pocas ocasiones un servidor ha sido objeto de calificativos poco agradables cuando en tertulia ha defendido de igual manera el derecho de la interfecta a ponerse un velo como a no ponerse nada si así lo prefiere, si bien la mayoría de estos calificativos suelen proceder de quienes, erigidos en defensores de la libertad, se sienten molestos cuando las mujeres de los demás se cubren con velos, por mucho que en ocasiones controlen la longitud de la falda y la profundidad del escote de la propia, pero eso es, seguramente, harina de otro costal. En cualquier caso tampoco quedan tan lejos aquellos tiempos en los que, en esta tierra, las mujeres eran obligadas a cubrirse con un velo al entrar en las iglesias.

Y les cuento esto porque sorprende sobremanera que los que más se ofenden ante la visión de una señora cubierta por un velo en un país occidental no hagan lo propio cuando la religión cristiana se empeña en colocar a la mujer bajo la preeminencia masculina, reservando a las féminas poco más que el papel de “mujer de su casa”. ¿Que no? Sigan leyendo y verán.

Recientemente, L’Osservatore Romano, diario del Vaticano, en la efeméride del Día Internacional de la Mujer, defendía que si hay algo que en realidad contribuyó a la liberación de la mujer, más incluso que el derecho a trabajar fuera de casa, fue, no se lo pierdan, la invención de la lavadora.

Mujeres del mundo… ¿qué hacéis que no solicitáis, pero ya, la beatificación de Mr. Alva Fisher, inventor de la primera lavadora eléctrica? Porque gracias a él podéis disfrutar de -textual en el artículo de l’Osservatore, hablando de las modernas lavanderías- “capuchinos, aperitivos, cocktails, cenas, conexión a internet y televisiones de plasma que convierten hacer la colada en un momento de socialización, entretenimiento y seducción”. Nada que objetar. ¿Quién, en su sano juicio, no definiría la colada como el paradigma del entretenimiento y de la seducción? De hecho muchos locales de copas piensan ya en la sustitución de sus máquinas tragaperras de marcianitos, o las clásicas “flipper” de bolas, y sus dianas de dardos, por Zanussis de 8 kilos con prelavado para que, en nuestros ratos libres, nos entretengamos y seduzcamos lavando los calzoncillos del prójimo mientras nos tomamos un cubata con los amigos. Y esto no es todo porque, gracias a las lavadoras modernas -de nuevo textual- “más estables, livianas y eficaces, se obtiene la imagen de la súper mujer en el hogar, sonriente, maquillada y radiante entre los electrodomésticos de casa”.

Así pues, qué más da cobrar menor sueldo a igual trabajo, sufrir la molestia de tener la regla cada veintiocho días o ser protagonistas de las sobrecogedoras estadísticas sobre muertes por violencia machista si las lavadoras de hoy son la repera, y puede una estar guapa, maquillada, contenta y, sobre todo, receptiva, por si, cuando llega el maridito del trabajo, después de dar cuenta de la exquisita cena preparada con esmero por la mujer, se siente el hombre con ganas de procrear.

Si estas afirmaciones las hubiera hecho un periodista, un servidor le tildaría, sin lugar a dudas, de machista redomado. Pero como resulta que fue una fémina su redactora, y aunque sinceramente lo que le pida a uno el cuerpo sea definirla con esa palabra que empieza por gili y termina por pollas, me van a permitir mis queridos reincidentes que me contenga, y que, en términos puramente ataráxicos y siendo galante de paso, termine mi artículo con la afirmación de que probablemente esta periodista crea tanto en sus convicciones como aquellas otras mujeres que optan por llevar la cabeza cubierta por velos o pañuelos.

jueves, 5 de marzo de 2009

No es lo mismo. ¿O Sí?

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en marzo de 2009
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Un servidor tiene una amiga magistrada. Por suerte, ni a ella ni a mí nos va nada el tema cinegético, pero sí que se nos ha visto comiendo en un argentino, tomando un café –ella una infusión- en una cafetería, cenando con amigos en un restaurante, o incluso de copas y de cachondeo con toda una panda de gente en una discoteca. Entre las amistades de mi amiga encontraremos otros jueces, fiscales, abogados, forenses, cargos varios –técnicos y políticos- de la Administración, periodistas, policías, quizás camareros, monitores de aeróbic, quién sabe si sexadores de pollos o vendedores de cupones de la ONCE, y un amplio elenco de personas de diferentes profesiones que, en uno u otro momento, puedan llegar a tener alguna relación con ciertos procedimientos que pasen por su juzgado, o por el juzgado de un amigo.

Pese a quien le pese, mi amiga tiene derecho a tener cuantos amigos desee, y su honestidad –a la que se ha de sumar la de sus amigos- será la que le permita ir de cena, copas, bailoteo, paseo, o incluso de cacería si se diera el caso, con quien le dé la real gana, ya sea Bermejo, ya sea Garzón, ya sea un servidor. Porque no está en el acto que se comparte, ni en las personas con las que se comparte, el quid de la cuestión. El quid reside, insisto, en la honestidad de sus autores, aunque, si ustedes me apuran, estoy dispuesto a defender que también en la oportunidad de la reunión.

Resulta que en una cacería, a la que asisten más de cuarenta personas, coinciden Garzón, Bermejo y un mando policial. ¿Es honesto? Si coinciden exclusivamente para cazar tendremos que concluir que es honestísimo. Si es o no oportuno quizás sea otra cuestión. Si hacemos un ejercicio de empatía e intento ponerme en el lugar del Ministro –por aquello de que yo no soy el juez, sino mi amiga- no le encuentro el problema, porque mi amiga y yo, en nuestros encuentros, solemos hablar de libros -del último libro de Mendoza, que nos encantó a los dos, o del último de Stieg Larsson, que a mí me está gustando y a ella no le gustó demasiado-; del radar –traicionero a rabiar- que le fastidió tres puntos y doscientos euros a un servidor; de que si a ella se le ha roto la caldera del cuarto de baño y el manazas que se la arregla le ha arreado un sablazo de agárrate y no te menees; o de que mira por dónde que los del restaurante japonés de la esquina no son nipones sino chinos. Ni ella me cuenta nada que yo no deba saber, ni yo le pregunto nada que no deba preguntar. Ella es honesta, como un servidor intenta –y cree- serlo también.

Quizás algún lector pudiera llegar a afirmar que no es lo mismo –y ciertamente no lo es, que este columnista sólo intentaba ser empático- porque Bermejo y Garzón son quienes son. Bien. ¿Peligra la independencia judicial cuando un ministro y un juez de la Audiencia Nacional coinciden en una caza? No debiera, si ambos, ministro y juez, son honestos. Y a ambos, como a todo hijo de vecino, se les debiera suponer salvo prueba en contrario.

Cuando apareció la noticia de la coincidencia en la cacería, ni Bermejo ni Garzón lo negaron -recuerden este pequeño detalle y guárdenlo en el portapapeles de su memoria para más adelante-. Y no lo negaron, quiero creer, por la tranquilidad que les proporcionaba el tener la conciencia limpia.

Bermejo dimite. Bien. Allá él. Pero un servidor no piensa dimitir de nada el día que, después de haber tomado una cerveza con su amiga jueza, ésta condene a ese periodista de la competencia, que a un servidor le cae fatal, o cuando, después de habernos tomado un cortado, un servidor escriba una columna poniendo de vuelta y media al periodista de marras. ¿Por qué? Pues por esa palabra, bastante devaluada últimamente, que les citaba un par de párrafos más arriba: honestidad. Tanto si resulta condenado ese periodista imaginario como si un servidor lo pone a bajar de un burro en una de sus columnas será, exclusivamente, porque lo merezca. Y nada tendrán que ver en ello las amistades de un servidor.

Si a Bermejo y Garzón se les hubiese supuesto honestidad, ni el primero habría dimitido ni el segundo hubiera sido cuestionado. Si yo fuese Bermejo estaría, la verdad, muy cabreado. Si fuera Garzón, lo estaría aún más, sobre todo si ni siquiera el otro fuese mi amigo –lo que aún no ha quedado claro- y sólo hubiéramos coincidido por puro azar, en una cacería para más inri organizada por alguien del PP, que son quienes más cera han dado al uno y al otro.

Y ahora que Bermejo ha dimitido y que Garzón ha sido querellado, podemos hablar del PP, máxime después de que los resultados de los comicios autonómicos de Galicia y el País Vasco parecen señalar que los casos de corrupción instruidos por Garzón no han afectado al votante fiel al PP en esas Comunidades Autónomas -que, sospecho, era el miedo que tenían los de la gaviota-. A estas alturas, les debe traer al pairo que metan en la cárcel a algún que otro consejero, diputado o alcalde, que la memoria es frágil y aún quedan días para las próximas elecciones. Porque, visto lo visto, lo grave no era la trama de corrupción, sino la dichosa cacería. Cambiemos de tercio y de plano.

El día que Fernando de Rosa, número dos del Consejo General del Poder Judicial –órgano que, entre otras cosas, debiera velar por la independencia judicial- hiciera aquellas declaraciones en las que ponía como un trapo a Garzón, llegando a insinuar que el juez prevaricaba, el señor de Rosa no estuvo de caza. Pero sí mantuvo, según informa la prensa, un encuentro en la sede del Palau de la Generalitat de Valencia con el Presidente del Ejecutivo Autonómico, Francisco Camps, con el ex Ministro de Justicia Michavila y con varios miembros del PP regional entre los que se encontraba Rita Barberá, alcaldesa de Valencia. Casualmente, Camps acababa de enterarse por la prensa que podría aparecer como implicado del sumario Gürtel, instruido por Garzón y, también casualmente, salir de ese encuentro y aparecer de Rosa haciendo declaraciones defendiendo la honorabilidad de Camps e insinuando que Garzón podría estar prevaricando, fue todo uno.

¿Recuerdan el detalle que les pedí se guardaran en el portapapeles de la memoria? Pues bien, preguntado Fernando de Rosa por los periodistas sobre si asistió al Palau de la Generalitat ese día, contestó que no. Horas más tarde, cuando los periodistas consiguieron testimonios que lo ubicaban en el Palau con el resto de políticos, rectificó reconociendo que había estado allí, pero sólo a recoger unos teletipos. En definitiva el vicepresidente del CGPJ mintió. ¿Por qué? ¿Problemas de conciencia? Sabe Dios.

Todos los que tildaron de inoportuna –o de algo más grave- la cacería y que exigieron dimisiones a mamporro debieran ser ahora coherentes, pero, casualmente otra vez, la mayoría de aquéllos opinan que no es lo mismo. Y no lo es.

No lo es porque una cosa es coincidir en una cacería con más de cuarenta, y otra muy distinta que, después de que trascienda una llamada telefónica intervenida por la policía en la que una de las imputadas manifiesta haber abonado una factura de 30.000 euros para “pagarle los trajes a Camps”, éste se reúna con el Vicepresidente del CGPJ, en el domicilio de éste último. Tampoco es lo mismo que se vuelvan a encontrar una semana después, esta vez en el Palau, cuando Camps se entera de que el fiscal, del que no se conoce hábito cinegético alguno, lo implica en la trama de corrupción. Ni es lo mismo tampoco que ande con ellos un ex Ministro de Justicia que quizás no cace, pero cuyo bufete, también casualmente, asesoró a Uribarri, otro de los imputados en el caso Gürtel. Falta el dato, si quieren baladí, de que Fernando de Rosa, hasta hace cinco meses, fue Consejero de Justicia del Gobierno Valenciano a las órdenes de Camps.

Si se les presupone a todos honestidad, como deben ser igual de hijos de vecino que Bermejo y Garzón, habrá que presuponérsela también a éstos, al menos de momento- y por tanto este encuentro no debiera ser reprobable. ¿O sí? ¿Es oportuno? Si mis queridos reincidentes consideraron inoportuna la cacería, ya me contarán. ¿O no? Porque no es lo mismo. ¿O sí?

Alguien más debiera dimitir. ¿O no?