martes, 8 de octubre de 2019

Sin bravas no hay Rock and Roll


Artículo publicado en rebelnotes.com el 13/09/2019



Efectivamente, sin bravas no hay Rock and Roll. Así se lo expresé a los Rebel Notes como única condición previa a mi ingreso en los Rebel cuando, un viernes de noviembre de 2014 y apadrinado por  la entonces vocalista de la banda, aquel conjunto de Rock,  que por aquellos entonces aún no tenía ni nombre,  decidió llamarme a sus filas para unir mi guitarra a la de Oriol.

¿Que por qué sin bravas no hay Rock and Roll? se preguntarán mis   -espero-   futuros  lectores reincidentes.  Pues aunque no se lo crean, aquella única condición que en su día exigí a los Rebel, y que a día de hoy todavía mantengo,  tiene su base científica. Si no me creen, pueden preguntarle al Galileo del siglo XXI, entiéndase Google.

A poco que investiguen, encontrarán multitud de  estudios científicos de medicina deportiva que vinculan la ingesta de carbohidratos y los beneficios en el ejercicio y el buen tono muscular, cosa que redunda en la flexibilidad y potencia de las fibras musculares que favorecen los necesariamente precisos, y a la vez rápidos,  movimientos que requieren los músculos flexores metacarpo falángicos y sus antagonistas extensores interfalángicos, últimos responsables de esa digitación veloz y certera que requiere –por ejemplo- un buen solo de guitarra. Evidentemente a esos mismos beneficios se acogen  las fibras musculares de los dedos del bajista y las de los  brazos del percusionista,  y del teclista o saxofonista cuando los hubiera... Y si me apuran, también los del técnico de sonido que reacciona raudo a subir y bajar graves, agudos y volúmenes o a panear instrumentos y señales de un canal al otro con precisión quirúrgica.

Y no acaba aquí la cosa, pues tampoco les será difícil verificar, a poco que husmeen en la red,  la más que probada relación entre la ingesta de alimentos  picantes  con la  felicidad, pues está científicamente probada la influencia en la producción de endorfinas, -en concreto serotonina, dopamina y oxitocina, neurotransmisores conocidos como el trío de la felicidad-  con la ingesta de capsaicina, substancia presente en los pimientos picantes y responsable de que, valga la redundancia,  el picante pique cuando lo deglutimos.

En resumen, los carbohidratos de la patata ayudan a que los músicos toquen mejor y el picante de la salsa hace más felices a los miembros de la banda,  felicidad que, obviamente, transmiten a quienes le escuchan, es decir, a ustedes, mi querido público.

Siendo esto así entenderán, queridos lectores, que sea imprescindible que la salsa brava pique suficientemente -un servidor les recomienda una buena dosis de pimentón picante, combinado, si lo desean,  con una pizca de pimentón dulce-  y  – dato esencial -  que unas patatas bravas que no piquen, además de no poder ser catalogadas jamás de los jamases como bravas sin incurrir en blasfemia,  son inútiles desde el punto de vista de la felicidad que el Rock and Roll debiera proporcionar.

Y ahora que releo esta nota antes de colgarla en el blog de nuestra web  (https://rebelnotes.com/rebel-blog/ ) veo que me ha quedado bastante creíble   -que no en vano lo de la capsaicina y las endorfinas es rigurosamente cierto-    y que a ver si va a ser verdad que lo que empezó como una broma entre músicos, acaba resultando la génesis de un próximo estudio que, hábilmente desarrollado por nuestra bióloga de cabecera (y rebel fan de referencia, Joanna B) nos lleve a los Rebel Notes a la Wikipedia,  como aquella banda de Rock que descubrió y demostró que el  Rock and Roll del bueno sólo es posible cuando hay bravas de por medio, y que medio en broma medio en serio hemos desvelado un secreto, celosamente guardado por los dioses del Rock and Roll y  hemos sacado a la luz que no era cuestión de vender el alma al diablo como trascendió que hiciera Bob Johnson en Clarksdale, Mississippi, en los años treinta del siglo pasado,  que la patraña de hacernos creer que vendió su alma al diablo para convertirse en el mejor guitarrista del mundo mundial no fue más que una maniobra de distracción para ocultarnos la realidad y preservar su arcano, desde entonces sólo transmitido secretamente entre  músicos privilegiados que,  en un proselitismo endogámico,  lo custodian celosamente para compartirlo exclusivamente  entre una selecta raza de músicos. 

A ver si va a resultar que el éxito de los   Johnson, Lenon, Bonamassa,  Clapton,  Richards, etc…   no tiene que ver tanto con su talento innato,  ni con las horas y  horas de estudio y de práctica con su instrumento,  sino que tiene un origen mucho más prosaico, que no es otro que ponerse ciegos de patatas bravas antes de cada concierto…