Artículo publicado en rebelnotes.com el 13/09/2019
Efectivamente, sin bravas no hay Rock and Roll. Así se lo expresé a los
Rebel Notes como única condición previa a mi ingreso en los Rebel cuando, un
viernes de noviembre de 2014 y apadrinado por
la entonces vocalista de la banda, aquel conjunto de Rock, que por aquellos entonces aún no tenía ni nombre,
decidió llamarme a sus filas para unir
mi guitarra a la de Oriol.
¿Que por qué sin bravas no hay Rock and Roll? se preguntarán mis -espero-
futuros lectores reincidentes. Pues aunque no se lo crean, aquella única
condición que en su día exigí a los Rebel, y que a día de hoy todavía mantengo,
tiene su base científica. Si no me
creen, pueden preguntarle al Galileo del siglo XXI, entiéndase Google.
A poco que investiguen, encontrarán multitud de estudios científicos de medicina deportiva que
vinculan la ingesta de carbohidratos y los beneficios en el ejercicio y el buen
tono muscular, cosa que redunda en la flexibilidad y potencia de las fibras
musculares que favorecen los necesariamente precisos, y a la vez rápidos, movimientos que requieren los músculos
flexores metacarpo falángicos y sus antagonistas extensores interfalángicos,
últimos responsables de esa digitación veloz y certera que requiere –por
ejemplo- un buen solo de guitarra. Evidentemente a esos mismos beneficios se
acogen las fibras musculares de los
dedos del bajista y las de los brazos
del percusionista, y del teclista o saxofonista
cuando los hubiera... Y si me apuran, también los del técnico de sonido que
reacciona raudo a subir y bajar graves, agudos y volúmenes o a panear
instrumentos y señales de un canal al otro con precisión quirúrgica.
Y no acaba aquí la cosa, pues tampoco les será difícil verificar, a poco
que husmeen en la red, la más que probada relación entre la ingesta
de alimentos picantes con la
felicidad, pues está científicamente probada la influencia en la
producción de endorfinas, -en concreto serotonina, dopamina y oxitocina, neurotransmisores conocidos como el trío
de la felicidad- con la ingesta de
capsaicina, substancia presente en los pimientos picantes y responsable de que, valga la redundancia, el picante pique cuando lo deglutimos.
En resumen, los carbohidratos de la patata ayudan a que los músicos toquen
mejor y el picante de la salsa hace más felices a los miembros de la banda, felicidad que, obviamente, transmiten a quienes
le escuchan, es decir, a ustedes, mi querido público.
Siendo esto así entenderán, queridos lectores, que sea imprescindible que
la salsa brava pique suficientemente -un servidor les recomienda una buena
dosis de pimentón picante, combinado, si lo desean, con una pizca de pimentón dulce- y – dato
esencial - que unas patatas bravas que
no piquen, además de no poder ser catalogadas jamás de los jamases como bravas
sin incurrir en blasfemia, son inútiles
desde el punto de vista de la felicidad que el Rock and Roll debiera proporcionar.
Y ahora que releo esta nota antes de colgarla en el blog de nuestra web (https://rebelnotes.com/rebel-blog/ ) veo que me ha quedado bastante creíble -que no
en vano lo de la capsaicina y las endorfinas es rigurosamente cierto- y que
a ver si va a ser verdad que lo que empezó como una broma entre músicos, acaba
resultando la génesis de un próximo estudio que, hábilmente desarrollado por
nuestra bióloga de cabecera (y rebel fan
de referencia, Joanna B) nos lleve a los Rebel Notes a la Wikipedia, como aquella banda de Rock que descubrió y demostró
que el Rock and Roll del bueno sólo es
posible cuando hay bravas de por medio, y que medio en broma medio en serio
hemos desvelado un secreto, celosamente guardado por los dioses del Rock and Roll
y hemos sacado a la luz que no era cuestión
de vender el alma al diablo como trascendió que hiciera Bob Johnson en
Clarksdale, Mississippi, en los años treinta del siglo pasado, que la patraña de hacernos creer que vendió su
alma al diablo para convertirse en el mejor guitarrista del mundo mundial no
fue más que una maniobra de distracción para ocultarnos la realidad y preservar
su arcano, desde entonces sólo transmitido secretamente entre músicos privilegiados que, en un proselitismo endogámico, lo custodian celosamente para compartirlo exclusivamente
entre una selecta raza de músicos.
A ver si va a resultar que el éxito de los
Johnson, Lenon, Bonamassa,
Clapton, Richards, etc… no tiene que ver tanto con su talento
innato, ni con las horas y horas de estudio y de práctica con su
instrumento, sino que tiene un origen mucho
más prosaico, que no es otro que ponerse ciegos de patatas bravas antes de cada
concierto…