miércoles, 29 de octubre de 2008

Dime de lo que presumes…

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Aun a riesgo de que me pongan de vuelta y media en los foros, y mi correo electrónico se inunde nuevamente de amenazas, circunstancia que, además de traerme al pairo, irremediablemente ocurre cada vez que un servidor se mete con los obispos, con la ultraderecha y/o con Bush en alguna de sus columnas, me van a permitir mis queridos reincidentes que en mi artículo de esta semana me refiera al trágico suceso protagonizado por el líder ultraderechista austriaco Jörg Haider, que en paz descanse. O mejor dicho, tanta paz lleve como descanso deja.

Como bien sabrán ustedes, el populista Jörg Haider falleció hace unos días en Klagenfürt, capital de Carnizia, región austríaca donde gobernaba desde hace años. El político austriaco perdió el control de su Phaeton V6 de tracción integral cuando circulaba a más de 140 kilómetros hora en una zona limitada a 70 y triplicando la tasa máxima permitida de alcoholemia. Probablemente, como uno que yo me sé, también fuera de los que no quería que le dijeran cuántas copas podía beber, ni a la velocidad a la que debía circular. Y así le fue.

Pese a la moderación en la que camaleónicamente se había instalado en los últimos tiempos -lo que le granjeó un considerable aumento de votos entre los sectores conservadores no ultras- destacó Herr Haider, además de por su antisemitismo recalcitrante –en las hemerotecas perduran sus elogios a las políticas nazis y a las SS-, por la convicción de la necesidad de un implacable control social –especialmente con los venidos desde fuera de sus fronteras- alentando penas más rigurosas para los delincuentes e insistiendo hasta la saciedad en lo inflexibles que había que ser con los inmigrantes que no cumplieran con las leyes austriacas. Pero ya se sabe que en casa del herrero…

Como suele ser habitual entre los integrantes de la extrema derecha, y aunque no se declarara abiertamente homófobo, apoyó Herr Haider políticas homofóbicas, y así lo demostró votando contra los derechos de los homosexuales cada vez que tuvo ocasión, y, mira por dónde, parece ser que el último vodka antes de estrellarse se lo tomó en Stadtkrämer, un conocido local de ambiente gay próximo a su mansión de Barental, garito en el que presuntamente compartió confidencias y copas con un caballero. Y, mira por dónde, para acabarlo de adobar, su sucesor en el partido de la ultraderecha, Stefan Petzner, va y confiesa haber mantenido una relación íntima con Herr Haider -“Ha sido el hombre de mi vida”, textual- relación consentida, según el propio Petzner, por la esposa del fallecido.

Desde luego que los ultraderechistas más aferrados ya inundan los foros insinuando supuestas conspiraciones, defendiendo que el accidente se produjo en extrañas circunstancias -cuando nada tiene de extraño ponerse el coche por boina cuando se circula al doble de la velocidad permitida y triplicando la tasa de impregnación alcohólica- y dejando a la altura del betún a Herr Petzner, el presunto amante, por calumniador –ya lo han fulminado en el cargo- y porque, por supuestísimo, ser homosexual y ser un líder ultraderechista es, a sus ojos, un oxímoron como la copa de un pino.

Y ante acontecimientos como éste, uno se pregunta cuántos de los más aferrados militantes homófobos tendrán un “hombre de su vida” en la intimidad y destilarán odio y amargura hacia los que son capaces de vivir su sexualidad abiertamente y sin importarles el qué dirán. Cuántos, de puertas para adentro, remolonearán con atléticos efebos de rizados cabellos -o con alfeñiques alopécicos, que digo yo que habrá gustos para todo- mientras que, de puertas hacia afuera, presumirán de una relación hipócrita con una señora a la que exhibir del brazo ante la concurrencia, señora con la que, probablemente, se halle unido en sagrado matrimonio, que no tiene de tal más que la apariencia de cara a la galería, y aprovecharán la más mínima para poner el grito en el cielo, ante tanto desmadre, tanto despiporre y tanta pluma, erigiéndose, faltaría más, en defensores de la moral y las buenas costumbres. Y es lo que decimos: que dime de lo que presumes…

miércoles, 22 de octubre de 2008

A líneas revueltas III. En busca del ICC perdido

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Siguiendo con la serie de artículos denunciando despropósitos –cuando no abusos- de las distintas operadoras de telefonía sobre el sufrido consumidor, me van a permitir mis queridos reincidentes que les narre la historia de Cristina, una de mis queridas –aunque desconocida- reincidentes con la que contacté a través del foro de uno de mis artículos de Vistazo a la Prensa, también relativo a desvaríos telefónicos, donde ella me participaba de los quebraderos de cabeza que le causó Movistar a causa de su intención de abandonar la compañía azul para pasarse a la competencia. Les pongo en antecedentes y luego les cuento.

Si alguno de ustedes pretende cambiarse de compañía de telefonía móvil y desea mantener su mismo número de teléfono –a eso se le llama portabilizarse- la operadora de destino le solicitará que usted les facilite su número de ICC. Ese número viene impreso en el reverso de su tarjeta SIM y consta de trece números. Para obtenerlo no hay más que sacar la tarjeta de su alojamiento y mirar en su reverso. El problema aparece cuando la tarjeta tiene ya unos añitos y el número se desdibuja hasta el punto de resultar ilegible. Hasta hace poco más de un año, cualquiera lo podía obtener tecleando en su propio móvil el siguiente código: asterisco, almohadilla,102, almohadilla y tecla de llamada. Como por arte de magia, el número aparecía en la pantalla del terminal, y con él podía solicitar diversos servicios, como la cancelación de sus datos en los ficheros publicitarios de Movistar -para evitar que luego le torturen con llamadas y mensajes a la hora de la siesta informando de sus espectaculares promociones- o, incluso, para cambiarse de compañía de telefonía sin tener que cambiar de número.

Pues parece ser que actualmente, marcando ese código, ya no aparece el número ICC entero, sino sólo los cinco últimos dígitos y, según se rumorea en los foros de telefonía, los teleoperadores de Movistar han recibido instrucciones de no facilitar ese número y aquí es donde aparece Crisitina, mi desconocida reincidente, que una mañana decide que esto no es vida, que su convivencia con Movistar no la satisface y pretende iniciar nueva relación con Vodafone. Contacta con Vodafone y le solicitan el número ICC, y es cuando Cristina comprueba con pavor que el número se ha desvanecido de su tarjeta. Le advierten en Vodafone que en Movistar le van a poner mil pegas para obtener el ICC, pero que se lo han de facilitar porque ese número le pertenece.

Y allí que se va Cristina a un distribuidor Movistar de Sevilla, cargada de ánimos, a obtener el salvoconducto de su divorcio telefónico. Les informa de su voluntad de cambiar de operadora y les solicita que le faciliten, a tal efecto, su número ICC, pero se encuentra con que una señorita de Movistar le informa que en la tienda no pueden dárselo, pero que se lo facilitarán a través del teléfono 609, atención al cliente Movistar.

Y allí que se va Cristina, teléfono en mano, a llamar al 609 en pos de su ICC y le contestan –no se lo pierdan- que se lo tienen que dar en una tienda/distribuidor Movistar.

Y allí que se va Cristina –ya un poco mosca- de nuevo a la tienda/distribuidor comercial Movistar, en la Plaza Nueva de Sevilla, para más señas, a contarle que el 609 la manda allí y de allí, nuevamente, la vuelven a mandar al 609 insistiéndole en la tienda en que ese trámite corresponde a los servicios de atención telefónica de Movistar. Cristina, que ha hecho alguna averiguación por su cuenta, sabe que in extremis puede recurrir a solicitar un duplicado de la tarjeta –servicio por el que Movistar cobra 5 euros, que aunque no lo parezca, son ochocientas y pico pesetas de las de antes- tarjeta que, al ser nueva, sí va a mostrar en todo su esplendor esos pedazos de números que conforman el ICC, y le plantea esa posibilidad a una de las dependientas de Movistar, quien le contesta que si desea puede hacerlo, pero que debe insistir en el 609 pues es allí donde deben facilitarle el ICC.

Y allí que se va Cristina, otra vez teléfono en mano, marcando el 609, donde de nuevo la remiten a la tienda con la misma cantinela de las ocasiones anteriores.

Y allí que se va Cristina – que a estas alturas ya es capaz de hacerse el camino con los ojos vendados- a la tienda y, después de retransmitirles por enésima vez ese partido de Ping Pong en el que ella es la pelota, solicita que le hagan un duplicado de la tarjeta para evitarse más mareos y más vaivenes.

¿Y saben lo que le contestó la comercial de Movistar?

- Muy bien, señorita, para hacerle el duplicado necesito su número ICC

Cristina, después de dudar un momento entre cortarse las venas y dejárselas largas, respira hondo, y se dice para sus adentros “Ataraxia, Cristina, ataraxia –que para eso es reincidente de un servidor- e intenta explicarle que, precisamente, si quiere un duplicado de la tarjeta -que puñetera falta le hace un duplicado, pues la suya funciona perfectamente- es para obtener el puñetero ICC, y, que si ella tuviera el dichoso ICC, a buenas horas se hubiese pasado el día dando viajes de la tienda a casa y de casa a la tienda. Asimismo le informa que en esa misma tienda, esa señorita de allí –señalando a otra Movistar Girl que ahora, disimuladamente, silba y mira el techo como si no fuera con ella- le había informado que sí podían tramitarle allí mismo el duplicado de su tarjeta.

- Pues va a ser que no, porque los datos de la tarjeta son confidenciales y sin el ICC no podemos facilitarle el duplicado, porque si usted no tiene el ICC esa tarjeta podría ser incluso robada.

O sea, que encima llaman choriza a la pobre Cristina. Alucinante.

Cristina cambia de táctica y se acerca a otra tienda Movistar donde tiene mucho cuidado en no decir que necesita la tarjeta para obtener el ICC y así cambiarse de operador, sino que pone una excusa cualquiera, como que un tanque le pasó por encima de su móvil el día del desfile y que le ha dejado la tarjeta hecha unos zorros.

Y allí, sin pedirle el PIN, ni el PUK, ni la SIM, ni el ICC, ni siquiera su nombre, previo pago del diezmo, que diga de los cinco euros, le dan una tarjeta flamante, con un ICC reluciente con el que se va a una tienda Vodafone donde la portabilizan. Cristina cursa tres reclamaciones en el servicio del 609 y fin de la historia.

Y un servidor, que por aquello de documentarse, pero más aún por empatizar con su querida reincidente Cristina, se agarra el teléfono y llama al 609.

- Movistar, buenos días, le atiende Mari Pili
- Hola Sonia, mira, verás, que necesito saber mi número ICC.
- Sí, mire: ha de marcar asterisco, almohadilla, 102, almohadilla y tecla de llamada.
- Ya lo he hecho y sólo me aparecen cinco cifras, y tengo entendido que el ICC consta de trece.
- ¿Y para qué necesita usted el ICC completo?
- Pues para irme a la competencia.
- No se lo podemos facilitar aquí, para eso debe dirigirse usted a un distribuidor Movistar.
- Es que vengo de allí y me han dicho que me lo tenía que dar usted.
- Pues le han informado mal, ya le digo que eso lo han de hacer ellos.
- Está bien, Muchas gracias, Sara.
- Gracias a usted por su llamada.

Llamada a una tienda/distribuidor de Movistar

- Buenas, le resultará increíble pero el pasado día 12, estuve en Madrid viendo el desfile, y se me resbaló el móvil justo cuando pasaban los tanques, y, mi pobre móvil, allí que fue dando tumbos hasta ir a parar precisamente debajo de un pedazo de tanque verde –escucho risas contenidas de fondo-, pero un tanque enorme, no se crea que era de los chiquititos. Puede usted imaginarse cómo ha quedado el pobre móvil. La tarjeta parece entera, pero al ponerla en otro terminal me da error de lectura en la SIM.
- No me extraña. Si le pasó por encima un tanque –risas, esta vez descaradas-Probablemente esté dañada la SIM. Pásese usted por aquí y le hacemos un duplicado al momento.
- ¿Necesitaré algún documento?
- Nada, nada. Eso sí, el duplicado le va a costar 5 euros.
- Claro, claro, lo comprendo. Muchas gracias, voy para allá.
- Hasta ahora.

Obviamente no fui, y se quedaron con las ganas de verle la jeta al cenizo que se le cayó el móvil debajo de un tanque.

Investigando por los foros de adictos al móvil en Internet, aparece un truco para descubrir el número ICC cuando éste se ha borrado de la tarjeta. Consiste en frotar la tarjeta con una goma de borrar. Según cuentan, después de frotar durante unos segundos, si se mira la tarjeta a contraluz los números aparecen con cierta nitidez. Este consejo le llega tarde a Cristina, pero quizás le pueda servir a alguno de mis queridos reincidentes. Y si no funciona y han de ir a una tienda de Movistar, recuerden: necesitan la tarjeta porque les pasó un tanque por encima. Ni se les ocurra mentar que es para cambiar de compañía, que ya ven de qué manera marearon a nuestra querida reincidente Cristina.

miércoles, 15 de octubre de 2008

De sexuados, de híbridos y de obispos.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Alguno de mis queridos reincidentes quizá deduzca que a un servidor le pone esto de llevarle la contraria a los obispos cuando, pobre de mí, no hago más que intentar atribuir a las palabras el significado que mi adorado y siempre socorrido Diccionario de la Real Academia les otorga y que, en ocasiones, difiere de la interpretación que algunos obispos hacen de ciertos vocablos, recreando éstos interpretaciones libres contrarias a las que la autoridad en la materia, La Real Academia de la Lengua, establece.

Mis reincidentes más veteranos recordarán cómo desde esta misma tribuna, en la edición 144 - de eso ya hace casi cuatro años-, corregía al entonces portavoz de la Conferencia Episcopal, don Juan Antonio Martínez, porque empleaba el substantivo “artilugio” referido a los preservativos. Diccionario en mano un artilugio es un “mecanismo, artefacto, sobre todo si es de cierta complicación”. No hay más que mirar un condón para comprobar que –por suerte, pues sería muy incómodo- ni tiene engranajes, ni correas dentadas, ni bielas, ni muelles, ni tuercas, ni condensadores, ni resistencias, ni circuitos integrados, ni nada que le pueda dar aspecto, apariencia, o el significado de artilugio; máxime cuando la definición abunda en que el artilugio ha de tener cierta complicación, y, convendrán ustedes conmigo en que un condón puede ser muchas cosas, pero que en absoluto es un artilugio complicado, siendo su funcionamiento tan complejo como lo es el mecanismo de un tapón de los de corcho de toda la vida.

Pues de nuevo otro Obispo, ahora el nuevo fichaje del Obispado de Málaga, don Jesús Català Ibáñez, le ha dado un puntapié al Diccionario al afirmar que la homosexualidad es una “anormalidad psicológica” ya que “Dios creó al hombre y a la mujer y los hizo como seres sexuados. Dios no creó híbridos". Aquellos que crean que un híbrido es un coche que funciona con dos motores, uno de gasolina y otro eléctrico, como el Toyota Prius, sólo tienen razón a medias, pues el vocablo “híbrido” actúa en ese caso como una metáfora, pues un híbrido es -y no porque lo diga un servidor, sino porque así lo define el Diccionario de la RAE- “Dicho de un animal o de un vegetal: Procreado por dos individuos de distinta especie”, como lo sería un mulo, engendrado por un caballo y una burra, o un burro y una yegua; o bien, “Dicho de un individuo: Cuyos padres son genéticamente distintos con respecto a un mismo carácter” y la tercera acepción reza que “Se dice de todo lo que es producto de elementos de distinta naturaleza”. Atendiendo al significado de la palabra, el híbrido nace, no se hace, que es justo lo contrario de lo que defiende nuestro obispo de hoy, quien también afirma que “la homosexualidad es una desviación sexual aprendida”.

Reflexionemos sobre lo que dijo –o quiso decir- el señor Català cuando afirma que el hombre y la mujer fueron creados por Dios como seres sexuados y no como híbridos.

A ver si me aclaro: dice don Jesús que el hombre y la mujer son sexuados y no son híbridos, categoría a la que el mitrado eleva –ni que sea tácitamente- a los gays, y si esto es así, y haciendo un simple ejercicio de pura lógica los híbridos no deben ser sexuados.

Un ser sexuado es aquél que, según el RAE: “Dicho de una planta o de un animal: Que tiene órganos sexuales.” Por tanto, y siguiendo la lógica del mitrado de Málaga, los homosexuales carecerían de órganos sexuales y serían fruto de la relación de padres de distinta especie, o bien padres genéticamente distintos y/o producto de elementos de distinta naturaleza. Pues yo creo que nadie ha avisado de eso a los homosexuales, porque ellos se creen que tienen órganos sexuales y están convencidos de que sus padres y sus madres pertenecen ambos a la especie humana.

Quizás lo que quiso decir don Jesús es que Dios creó al hombre y a la mujer como seres sexuados, o sea, con órganos sexuales, y que no creo hermafroditas que son los que se reproducen en plan autista, que parece ser que el mitrado de Málaga tiene metido en la cabeza que cada vez que un señor y una señora se meten en la cama con ánimo lúdico –o incluso lúbrico- no lo hacen sino para traer cristianitos al mundo y cuantos más mejor.


A un servidor lo que le parece es que el Obispo tiene un cacao mental que no se aclara el pobre, que confunde sexo y reproducción como aquél que confunde churras y merinas. Porque incluso la propia Iglesia aprueba ciertos métodos contraceptivos –naturales eso sí- en los matrimonios cristianos, lo que significa un reconocimiento implícito a las relaciones sexuales sin ánimo de procreación, al menos, dentro del matrimonio. Pero parece ser que aquí el Obispo nos ha salido más papista que el Papa, o sea que el Ratziger, que ya es decir.

Y no es casualidad que algunos obispos siempre confundan palabras y su significado cuando hablan sobre sexo, que ése es el inconveniente de hablar de oídas. Porque en temas relativos al sexo los obispos deben saber más bien poco: lo que les cuente uno, lo que les cuente el otro y lo que lean en los libros que no tengan censurados, y poca cosa más. Aunque casi es preferible eso, que digan gilipolleces sin pies ni cabeza por hablar de cosas de las que no tienen ni repajolera idea, a que quieran aprender esto del sexo de extranjis y a salto de mata, y ocurra como con aquel cura de una ciudad de aquí al lado, al que condenaron no hace mucho por abusar sexualmente de una deficiente mental -con un 65% de discapacidad psíquica- y al que su obispado trasladó de tapadillo a otra parroquia en vez de ponerlo de patitas en la calle una vez confirmada la sentencia. Ése sí es un pedazo de híbrido –siendo suave- al que habría que convertir en asexuado con unas tijeras de podar oxidadas.

Cuánta razón hay en aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio…

jueves, 9 de octubre de 2008

A líneas revueltas (segunda parte)

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008.
Los más fieles de mis queridos reincidentes habrán deducido al leer el título, que la columna de esta semana va a ser el segundo capítulo de la dedicada hace dos semanas, en la edición 343, a las tribulaciones y despropósitos que padeció mi amigo Manolo cuando se dio cuenta que, mientras estaba de vacaciones en el extranjero, había sido cambiado de compañía telefónica sin haberlo solicitado, quedándose de la noche a la mañana sin conexión a Internet y debiendo ejercer de sabueso, investigando entre los diversos operadores, para saber quién cómo y por qué dio la orden de causar baja en uno y alta en el siguiente. En resumidas cuentas, quince días sin ADSL, decenas de llamadas a los distintos servicios de atención telefónica, una denuncia en la OCU y la impotencia de saber que si uno se quiere dar de baja de un operador telefónico necesita enviar documentos como para empadronar a un talibán en Pensilvania, pero que si quien pide la baja es otra compañía, ésta se produce –además de con siniestra complicidad entre empresas operadoras- con premura, sigilo y, no me extrañaría, que incluso con nocturnidad y alevosía.

Retomando el hilo del artículo anterior, Mi amigo Manolo les podría contar su épica odisea para conseguir que Orange le diera de baja y para que Telefónica le acogiera nuevamente en su redil sin tener que hacerse cargo de penalizaciones por cancelación de contrato. Eso, como poco, son como siete u ocho llamadas a cada operador, repitiendo en cada ocasión lo mismo hasta que le transfieren al departamento correspondiente, con la consiguiente espera con musiquita cutre, y con consabida y reiterada remisión de faxes, ora porque no se lee bien la letra del NIF en la fotocopia, ora porque la firma se aprecia con trazos discontinuos, ora porque el operario que recoge los faxes y los lleva al departamento de bajas ha contraído una enfermedad venérea y lleva tres semanas de baja.

Total, que creyéndose Manolo liberado por fin de sus vínculos contractuales con Orange, a las ocho de la mañana llaman a la puerta como si se estuviera quemando la casa, y allí que baja Manolo, con la crema de afeitar en la cara y la Wilkinson en la mano y abre la puerta para ver dónde está el fuego, y se encuentra frente a su casa un furgón de Seur y a su conductor que le da un paquete y le extiende un papel.

- Buenas. Le traigo esto. Firme aquí
- ¿Y esto qué es?
- Pues viene de Orange, será el kit para conectarse al ADSL
- Pero si yo no he pedido nada.
- A mí no me cuente su vida, me firma aquí y si no quiere el paquete lo tira a la basura, pero yo se lo he de entregar.

Manolo, que de un tiempo a esta parte cuando escucha la palabra Orange se le eriza el vello del cogote, se le tuercen los ojos, aprieta los puños y se le pone la cara de un tono morado tirando a verde le dice al de Seur que él no quiere de Orange ni que le den los buenos días, y que le puede sugerir a los de Orange un orificio por el que introducirse cuidadosamente el susodicho kit. Portazo y a otra cosa mariposa.

Al cabo de unas horas, suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Pues sí, porque yo no lo he solicitado, como no solicité la portabilidad pese a lo cual les tuve que enviar por fax hasta mi partida de nacimiento para que me dieran de baja después de veinte o treinta llamadas.
- Pues aquí no nos consta que usted haya solicitado la baja.
-¿Cómo que no?

Y así se llevó un rato Manolo explicándole su periplo telefónico con todas las operadoras del mundo mundial, su periplo telemático enviando faxes a diestro y siniestro y su más que previsible futuro periplo de psicólogos a pisquiatras si no dejan de una vez de marearlo. La señorita de Orange le insiste en que no le consta que se haya solicitado la baja y Manolo le cuelga el teléfono reprimiéndose todos los improperios que una situación así requeriría.

Tres días después. Timbre de la puerta como si el llamante se hubiese quedado pegado al pulsador. En pijama y zapatillas baja Manolo y allí está otra vez el de Seur.

-¿Otra vez tú?
- Mire, que a mí me han dicho que yo se lo he de entregar, que si no lo quiere, pues que lo regale, que lo tire, o que haga con el paquete lo que le dé la gana, pero que yo se lo he de dar y usted me ha de firmar.

Manolo, educadamente, le advierte que a partir de ya, va a dejar el perro suelto en el jardín, perro que –dicho sea de paso- tiene el chucho aversión a carteros, repartidores, comerciales y cualquier bípedo que ose adentrarse allende del quicio de la verja, límite que el animal identifica como territorio propio donde tiene licencia para morder.

- Para que te hagas una idea, majete, el cartero me deja las cartas en el buzón de la vecina, porque la última vez le agarró un mordisco en la chaqueta cuando pasaba por la puerta, que si le llega a agarrar la mano, tenemos funeral en el barrio.

El de Seur agarra la indirecta, deja de insistir y, aunque con mala cara, agarra el kit y se va con viento fresco.

Horas después suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Perdone, es que estoy algo sordo. ¿Decía? (Real como la vida misma, lo prometo)
- Que le llamo de Orange, que es que …
- Mire, que es que no la entiendo, llame mañana y habla usted con mi señora que es quien lleva el tema de los bancos.
- Que no es ningún banco, que es Orange, y le llamo porque…
- Si es que no la entiendo. Ya le digo que las cosas de bancos las lleva mi mujer. Llame mañana ¿de acuerdo? Hala, adiós.

Manolo, a partir de aquí, adquiere la táctica de no descolgar cuando aparece un número oculto en la pantallita, que es como suelen llamar todos los pesados que nos quieren colocar ofertas por teléfono. Suena el teléfono y en la pantalla aparece el 983424500

- ¿Señor Manolo?
- Depende. ¿Quién llama?
- Le llamamos de Telefónica.
- Telefónica Telefónica o es otra compañía de telefonía.
- No. Es Telefónica, era para decirle que nos faltan algunos datos para el nuevo contrato. Usted no firmó correctamente el contrato y necesitamos saber algunos datos para la facturación.

Manolo, que le suena muy raro lo que le cuentan retoma la táctica anterior.

- Señorita, que se me ha acabado la pila del sonotone y estoy medio sordo. No sé qué me dice. Llame usted mañana que ya habré cambiado la pila. Adiós.

Acto seguido, teclea el 1004 –atención al cliente de Telefónica- y pregunta sobre la llamada que acaba de recibir y les pasa el número desde el que acaba de recibir la llamada sospechosa. En el 1004 le confirman que desde allí no le han llamado, que el número 983424500 no corresponde a ningún número de ningún servicio de Telefónica y que todos los datos referentes a su contrato, incluidos los bancarios, son correctos.

Un servidor ha estado preguntándole a Google a Yahoo y otros motores de búsqueda por ese número y no aparece nada, de lo que se deduce que debe ser una estratagema -llámenle timo si quieren- relativamente nueva, que quizás tenga que ver -o quizás no- con las portabilidades corsarias que todas las compañías llevan a cabo de vez en cuando. También he hecho unas cuantas llamadas –por supuesto ocultando mi número, no sea que me fichen y también me portabilicen a traición y tenga al de Seur tocando el timbre aquí cada mañana- y da señal de llamada pero nadie contesta. Pero iré insistiendo, descuiden, ya les contaré.

Así que aviso a Navegantes. Cuidadín con el 983424500 y recordarles a mis queridos reincidentes que no deben fiarse un pelo de quien les pida datos bancarios por teléfono o por correo electrónico. Y si por casualidad el de la furgoneta de Seur leyese esta columna, le recomendaría encarecidamente que no se le ocurra asomar por la puerta de Manolo con el kit de Orange en la mano. Que Manolo es un caballero, pero Yac –que así se llama el pedazo de perro- tiene muy, pero que muy malas pulgas con los desconocidos. Y puedo testificar que anda suelto y a sus anchas por el jardín mostrando sus colmillos a todo el que se aproxima.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sin tetas no hay paraíso

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en Octubre de 2008
Garantizo a mis queridos reincidentes que jamás he visto la serie de marras, ni sé en el canal que la dan, ni sé de qué trata, ni quiénes son sus protagonistas, pero he de reconocerles que desde que escuchara el titulito de la serie, alguna vez he tenido la tentación de buscar en el Youtube algún vídeo de la serie para comprobar de qué paraíso y de qué tetas va el tema. Les confieso que hasta ahora he resistido la tentación y, seguramente de forma equivocada, me sigo imaginando la serie como un elenco de señoritas de generosas curvas, ligeritas de ropa a la mínima que tienen ocasión, que se dedican a retozar con mozalbetes depilados de buena cuna y mejor estampa. Si un servidor no ha acertado ni de lejos, ruego a mis queridos reincidentes que no lo saquen de su error, llevaría muy mal que se me giraran los esquemas de un día para otro y que dicha serie tratase sobre las dificultades de un grupo de comprometidos cirujanos que tienen que vérselas con indeseables nódulos y con laboriosas mastoplastias reconstructivas.

El lector que con espíritu crítico se esté diciendo que es muy poco serio escribir de algo de lo que no se tiene ni repajolera idea -por mucho que eso sea harto habitual entre columnistas, tertulianos y demás gente de mal vivir- quedará tranquilo cuando siga leyendo y compruebe que no es de la serie de lo que va a versar mi columna de esta semana, sino de lo real que suele resultar la afirmación del título en nuestra lucha cotidiana por la subsistencia contra bancos, empresas de telefonía móvil, compañías eléctricas, aseguradoras y demás negocios que tienen por objetivo final estrujarnos la cuenta corriente, anular nuestra voluntad y destrozar nuestros nervios.

Como todos los años, un servidor recibe en su casa una tarjeta de crédito que ha rechazado mil veces por teléfono y, año tras año, después de comprobar que pese a ser anunciada como gratuita a la que te descuidas te soplan comisión, ha de acudir a la entidad bancaria para anularla y, acto seguido, a suplicar que no la envíen más, cosa que no sirve absolutamente de nada pues al año siguiente, y tras rechazarla de nuevo por teléfono, aparecerá irremediablemente en el correo. Al entrar en el banco, se cruza con una amiga, rubia y de generoso busto –dicho sea de paso, pero tiene su importancia como ustedes podrán comprobar- que sale del mismo establecimiento.

-¡Miguel, cuánto tiempo! ¿Cómo tu por aquí?
- Pues mira, a ver si devuelvo esta tarjeta, que me la envían cada año sin pedirla. A ver si no me hacen esperar mucho.
- ¡Qué va! No hacen esperar nada. Yo he venido a lo mismo. Ese chaval tan simpático de la recepción se la queda, la hace trizas con unas tijeras, te hace un recibo, le firmas un papel y él mismo te tramita la baja.
- Pues menos mal, porque la última vez tuve que hacer media hora de cola en una de las mesas de los comerciales.
- Pues mira, se ve que ya no. Yo no he tardado ni tres minutos.

Y entra uno todo decidido hacia el chaval simpático de la recepción que, para mi sorpresa, no sonríe como suele hacer la gente simpática sino que masculla algo así como Gñeñeñe, que interpreto como “¿Qué quieres?”

- Verá, que traigo esta tarjeta para que me la den de baja, porque pese a que cuando me llamaron para ofrecérmela dije que no la quería, me la enviaron por correo y, ya que estoy aquí, quisiera saber si existe forma humana de que no me la vuelvan a enviar por quinto año consecutivo.
- Para eso tiene que ir usted a un comercial, siéntese en una de aquellas sillas y ya le llamarán.
- No me lo puede hacer usted?
- No –muy serio el tío-.
- ¿Seguro?
- Segurísimo –se pone más serio aún-. Ha de esperar a que le atienda un comercial. Yo no puedo tramitar eso.
- Y si no puedes tramitarlo… ¿Porqué se lo has tramitado a la rubia de las tetas grandes que se acaba de ir?

El tío simpático –con las rubias, que no con los maduritos medio calvos- se pone colorado, se gira, rebusca papeles y responde que no le quedan formularios de recogida, que tendré que esperar a que me atienda un comercial o volver otro día.

- Vamos a hacer otra cosa, se la daré a alguna amiga con muchas tetas y así la puedes atender tú, ¿vale? Muchas gracias y adiós muy buenas, so sátiro.

Y sale un servidor, con su tarjeta sin anular, juramentando en arameo, especulando sobre la ubicación anatómica de la única neurona del presunto simpático, a todas luces situada por debajo de la cintura y por encima de los muslos.

Pocos días después, cita en la ITV para llevar el coche. Un operario con cara de vinagre no dice ni mu en todo el recorrido. Al llegar al final, bajo del coche para ir a buscar la documentación.

- Tiene descompensado el freno trasero. Le frena más una rueda que la otra. Tendrá que volver nuevamente antes de quince días o deberá abonar nuevamente la tasa. Inspección desfavorable.

Sale un servidor con una mezcla entre fastidio y alivio. Fastidio por el inconveniente que le va a suponer llevar el coche al taller y volver otro día. Alivio por saber que quizás le hayan detectado una avería en los frenos antes de que pasara nada.

Llegando al taller y enseñándole el papel de la ITV al mecánico.

- ¡¡Uff!! Me pillas fatal de faena, tráemelo mañana a primera hora, machote.

Al día siguiente.

- Joer, lo pejigueras que son los de la ITV, mira esto, Miguel.

El mecánico me muestra un relojito cuadrado con una aguja que, en vez de marcar en el centro, marca unos milímetros a la derecha.

- Si está casi perfecto, leche. Si no hay coche que salga ajustado al cien por cien de fábrica. Vaya manera de tocar las narices estos de la ITV. Desde luego que es un saca cuartos de órdago. Espera que en dos minutos te lo ajusto.

El mecánico se mete debajo del elevador con una llave, trastea dos minutos sobre una tuerca, se sacude las manos, me manda a la oficina -30 euros- y vuelvo a la ITV donde tras casi una hora de cola me toca el mismo soso del día anterior.

- Perfecto. Ahora sí.

Sello con la ITV pasada y al salir me encuentro –ya es casualidad- con la rubia del banco.

- ¡Hombre, Miguel! Meses sin vernos y en una semana dos veces. ¿Qué tal?
- Ya ves, que traje ayer el coche y he tenido que volver hoy porque no sé qué le pasaba al freno.
- Pues hace unos años, trajo el coche mi marido y le marcaron una deficiencia leve en los amortiguadores. Claro, tanto arrastrar la caravana… Pero desde que lo traigo yo, y con ésta ya van dos veces, no me han vuelto a decir nada, y eso que no cambiamos los amortiguadores por si colaba ¿eh? Eso debe ser según quien te atienda. Los habrá más estrictos, los habrá menos… Yo debo tener suerte porque siempre me atienden chavales muy simpáticos –señalando al soso que me acababa de atender- ése de ahí es un encanto. Más amable el chico… Y más servicial… Que hasta me ha entrado él el coche en la rampa de las barandas porque a mí me daba susto.

Huelgan los comentarios. O, mejor dicho, hagan los comentarios que crean convenientes. Les sugiero que los hagan sobre la ubicación anatómica de las neuronas en el género masculino. Seguro que coincidimos todos para nuestra vergüenza.

Obviamente –aunque nos pese- sin tetas no hay paraíso.