jueves, 9 de octubre de 2008

A líneas revueltas (segunda parte)

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008.
Los más fieles de mis queridos reincidentes habrán deducido al leer el título, que la columna de esta semana va a ser el segundo capítulo de la dedicada hace dos semanas, en la edición 343, a las tribulaciones y despropósitos que padeció mi amigo Manolo cuando se dio cuenta que, mientras estaba de vacaciones en el extranjero, había sido cambiado de compañía telefónica sin haberlo solicitado, quedándose de la noche a la mañana sin conexión a Internet y debiendo ejercer de sabueso, investigando entre los diversos operadores, para saber quién cómo y por qué dio la orden de causar baja en uno y alta en el siguiente. En resumidas cuentas, quince días sin ADSL, decenas de llamadas a los distintos servicios de atención telefónica, una denuncia en la OCU y la impotencia de saber que si uno se quiere dar de baja de un operador telefónico necesita enviar documentos como para empadronar a un talibán en Pensilvania, pero que si quien pide la baja es otra compañía, ésta se produce –además de con siniestra complicidad entre empresas operadoras- con premura, sigilo y, no me extrañaría, que incluso con nocturnidad y alevosía.

Retomando el hilo del artículo anterior, Mi amigo Manolo les podría contar su épica odisea para conseguir que Orange le diera de baja y para que Telefónica le acogiera nuevamente en su redil sin tener que hacerse cargo de penalizaciones por cancelación de contrato. Eso, como poco, son como siete u ocho llamadas a cada operador, repitiendo en cada ocasión lo mismo hasta que le transfieren al departamento correspondiente, con la consiguiente espera con musiquita cutre, y con consabida y reiterada remisión de faxes, ora porque no se lee bien la letra del NIF en la fotocopia, ora porque la firma se aprecia con trazos discontinuos, ora porque el operario que recoge los faxes y los lleva al departamento de bajas ha contraído una enfermedad venérea y lleva tres semanas de baja.

Total, que creyéndose Manolo liberado por fin de sus vínculos contractuales con Orange, a las ocho de la mañana llaman a la puerta como si se estuviera quemando la casa, y allí que baja Manolo, con la crema de afeitar en la cara y la Wilkinson en la mano y abre la puerta para ver dónde está el fuego, y se encuentra frente a su casa un furgón de Seur y a su conductor que le da un paquete y le extiende un papel.

- Buenas. Le traigo esto. Firme aquí
- ¿Y esto qué es?
- Pues viene de Orange, será el kit para conectarse al ADSL
- Pero si yo no he pedido nada.
- A mí no me cuente su vida, me firma aquí y si no quiere el paquete lo tira a la basura, pero yo se lo he de entregar.

Manolo, que de un tiempo a esta parte cuando escucha la palabra Orange se le eriza el vello del cogote, se le tuercen los ojos, aprieta los puños y se le pone la cara de un tono morado tirando a verde le dice al de Seur que él no quiere de Orange ni que le den los buenos días, y que le puede sugerir a los de Orange un orificio por el que introducirse cuidadosamente el susodicho kit. Portazo y a otra cosa mariposa.

Al cabo de unas horas, suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Pues sí, porque yo no lo he solicitado, como no solicité la portabilidad pese a lo cual les tuve que enviar por fax hasta mi partida de nacimiento para que me dieran de baja después de veinte o treinta llamadas.
- Pues aquí no nos consta que usted haya solicitado la baja.
-¿Cómo que no?

Y así se llevó un rato Manolo explicándole su periplo telefónico con todas las operadoras del mundo mundial, su periplo telemático enviando faxes a diestro y siniestro y su más que previsible futuro periplo de psicólogos a pisquiatras si no dejan de una vez de marearlo. La señorita de Orange le insiste en que no le consta que se haya solicitado la baja y Manolo le cuelga el teléfono reprimiéndose todos los improperios que una situación así requeriría.

Tres días después. Timbre de la puerta como si el llamante se hubiese quedado pegado al pulsador. En pijama y zapatillas baja Manolo y allí está otra vez el de Seur.

-¿Otra vez tú?
- Mire, que a mí me han dicho que yo se lo he de entregar, que si no lo quiere, pues que lo regale, que lo tire, o que haga con el paquete lo que le dé la gana, pero que yo se lo he de dar y usted me ha de firmar.

Manolo, educadamente, le advierte que a partir de ya, va a dejar el perro suelto en el jardín, perro que –dicho sea de paso- tiene el chucho aversión a carteros, repartidores, comerciales y cualquier bípedo que ose adentrarse allende del quicio de la verja, límite que el animal identifica como territorio propio donde tiene licencia para morder.

- Para que te hagas una idea, majete, el cartero me deja las cartas en el buzón de la vecina, porque la última vez le agarró un mordisco en la chaqueta cuando pasaba por la puerta, que si le llega a agarrar la mano, tenemos funeral en el barrio.

El de Seur agarra la indirecta, deja de insistir y, aunque con mala cara, agarra el kit y se va con viento fresco.

Horas después suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Perdone, es que estoy algo sordo. ¿Decía? (Real como la vida misma, lo prometo)
- Que le llamo de Orange, que es que …
- Mire, que es que no la entiendo, llame mañana y habla usted con mi señora que es quien lleva el tema de los bancos.
- Que no es ningún banco, que es Orange, y le llamo porque…
- Si es que no la entiendo. Ya le digo que las cosas de bancos las lleva mi mujer. Llame mañana ¿de acuerdo? Hala, adiós.

Manolo, a partir de aquí, adquiere la táctica de no descolgar cuando aparece un número oculto en la pantallita, que es como suelen llamar todos los pesados que nos quieren colocar ofertas por teléfono. Suena el teléfono y en la pantalla aparece el 983424500

- ¿Señor Manolo?
- Depende. ¿Quién llama?
- Le llamamos de Telefónica.
- Telefónica Telefónica o es otra compañía de telefonía.
- No. Es Telefónica, era para decirle que nos faltan algunos datos para el nuevo contrato. Usted no firmó correctamente el contrato y necesitamos saber algunos datos para la facturación.

Manolo, que le suena muy raro lo que le cuentan retoma la táctica anterior.

- Señorita, que se me ha acabado la pila del sonotone y estoy medio sordo. No sé qué me dice. Llame usted mañana que ya habré cambiado la pila. Adiós.

Acto seguido, teclea el 1004 –atención al cliente de Telefónica- y pregunta sobre la llamada que acaba de recibir y les pasa el número desde el que acaba de recibir la llamada sospechosa. En el 1004 le confirman que desde allí no le han llamado, que el número 983424500 no corresponde a ningún número de ningún servicio de Telefónica y que todos los datos referentes a su contrato, incluidos los bancarios, son correctos.

Un servidor ha estado preguntándole a Google a Yahoo y otros motores de búsqueda por ese número y no aparece nada, de lo que se deduce que debe ser una estratagema -llámenle timo si quieren- relativamente nueva, que quizás tenga que ver -o quizás no- con las portabilidades corsarias que todas las compañías llevan a cabo de vez en cuando. También he hecho unas cuantas llamadas –por supuesto ocultando mi número, no sea que me fichen y también me portabilicen a traición y tenga al de Seur tocando el timbre aquí cada mañana- y da señal de llamada pero nadie contesta. Pero iré insistiendo, descuiden, ya les contaré.

Así que aviso a Navegantes. Cuidadín con el 983424500 y recordarles a mis queridos reincidentes que no deben fiarse un pelo de quien les pida datos bancarios por teléfono o por correo electrónico. Y si por casualidad el de la furgoneta de Seur leyese esta columna, le recomendaría encarecidamente que no se le ocurra asomar por la puerta de Manolo con el kit de Orange en la mano. Que Manolo es un caballero, pero Yac –que así se llama el pedazo de perro- tiene muy, pero que muy malas pulgas con los desconocidos. Y puedo testificar que anda suelto y a sus anchas por el jardín mostrando sus colmillos a todo el que se aproxima.

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