jueves, 14 de octubre de 2010

Popeye y Domingo

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2010
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Popeye y Domingo son dos cuarentones. Los dos son calvos. Ellos defienden que la culpa de su alopecia la tienen las gorras que hace más de veinte años cubren sus respectivas cabezas unas cuantas horas todos los días.

Ayer, como todas las tardes, entraron de servicio, se montaron en su coche patrulla y se dispusieron a trabajar, a ver qué sale hoy. Saludan a los compañeros del resto de patrullas.

-¡Nos vemos luego!

Si hay suerte, podrán charlar con los colegas en la pausa -siempre por riguroso turno- del bocadillo.

Ellos, ya lo habrán deducido mis queridos reincidentes, son policías y, por tanto, funcionarios, de ésos a los que nuestro gobierno ha decidido recortarles el sueldo un cinco por ciento. Por si fuera poco, y aprovechando el tránsito vallisoletano del Pisuerga, el ayuntamiento del que dependen nuestros protagonistas de hoy ha decidido recortarles, además, otro diez por ciento. Popeye y Domingo, como sus compañeros de plantilla, vieron el pasado mes de julio cómo a su sueldo se le volatilizaba el quince por ciento. Así, en un pispás y de hoy para mañana.

En su pausa para el bocadillo antes hablaban de fútbol, de motos, de coches... Desde que el decreto estatal y el decretazo municipal les visitara, en la pausa del bocata se habla de la hipoteca, del precio de los libros del cole de de los niños, del incremento en el recibo de la luz, de la letra del coche. En definitiva, de los equilibrios que deben sortear cada final de mes desde que Zapatero y su alcalde decidieran que ellos debían colaborar, a costa de reducir su salario, a paliar el déficit público.

Total, a lo que íbamos. Les contaba que ayer, Popeye y Domingo patrullaban como todas las tardes. Que si un tirón, que si uno que conduce con el carné retirado y encima lleva droga en el coche, que si un accidente -por suerte sin heridos- que tiene embotellada una vía rápida . Para arriba y para abajo toda la tarde y encima, por si fuese poco, llueve: el tráfico está de pena y cada vez que su sala de mando los mueve de un requerimiento a otro tardan una eternidad en llegar, y los “clientes” se les rebotan cuando -por fin, ya era hora- aparecen. De camino entre un servicio y otro hay quien los mira y piensa que por qué no se paran para multar ese coche mal aparcado, o que bien podrían bajarse del patrulla y regular un poco la circulación, que está toda la ciudad colapsada. La central los apremia porque hay más servicios pendientes. Esta tarde, ni bocadillo ni nada. Otra vez.

Un detenido más tarde y varias multas después, oyen un grito de auxilio. Débil pero insistente. No les cuesta encontrar su procedencia porque es una calle estrecha del casco antiguo. Se plantan delante de una puerta y confirman que allí hay alguien en peligro. Los vecinos, todos inmigrantes, no saben decirles quién vive allí. Echan la puerta abajo -luego quizás vengan quejas y broncas, pero sea lo que Dios quiera- y se encuentran a una abuela caída en la bañera. A saber desde cuándo. Sangra por la cabeza y se ha hecho sus necesidades encima. La sacan como pueden, le practican los primeros auxilios. A ver si llega la ambulancia de una vez. Mientras esperan, les comunican por radio la orden de detención de un habitual. Esta vez le ha arrancado del cuello a una anciana el colgante que le regalaron sus nietos. ¡Vaya tardecita!

Llega la ambulancia y ayudan con la camilla. Se va el transporte sanitario. Al final parece que sí habrá bocata, pero antes de meterse en el patrulla Domingo lo ve.
-¡Popeye, allí!
Dos minutos y el habitual, el del tirón a la anciana, está esposado en el coche patrulla.

-Tienes derecho a..
-Que no me rayes más, tío. Que ya me los sé.

Se los sabe de memoria porque se los han leído cuarenta veces, o más.

Dos horas en el hospital -en sanidad también han recortado medios y sueldos- porque hay que certificar que la detención ha sido limpia y que el detenido no tiene lesiones, no sea que luego sean ellos los que acaben en el juzgado. Dejan el detenido en el calabozo y ahora a por el papeleo. Otra tarde sin bocadillo, porque ya hace media hora que tendrían que haber acabado su servicio. Tampoco hay dinero para horas extras, así que media hora regalada a la patria.

-¡Hasta mañana!
-Eso, mañana más, pero no mejor porque es imposible- les dice uno que, al menos, mantiene el sentido del humor.

Les garantizo a mis queridos reincidentes que todo lo que les acabo de narrar ocurrió ayer tal cual. Que ni siquiera se han cambiado nombres y localizaciones como hacen en las películas.

Popeye y Domingo estarán a punto de afrontar otra tarde como la de ayer. A ver qué les espera.

Las nóminas de Popeye y de Domingo, después del multirecorte, rondan los mil quinientos al mes, algunos meses ni llega.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye, se ha reprimido las ganas de vomitar cada vez que ha leído editoriales de plumas prestigiosas y sermones de cotizados monstruos de la radio defendiendo a capa y espada el recorte al sueldo “a ese hatajo de vagos” que son los funcionarios.

Un servidor, que presume de ser amigo de Domingo y de Popeye está ya hasta los mismísimos de escuchar que los funcionarios son unos privilegiados, porque en caso de que lo fueran –que se lo cuenten a Domingo o a Popeye, a ver qué opinan ellos- se han ganado ese derecho superando una oposición a la que, en el caso de los policías, hay que sumarle otros nueve meses en la academia de policía pasándolas canutas.

Tenía previsto desvelarles -o mejor dicho, transcribirles, que tengo aquí el BOE- las subvenciones que este 2010 ha otorgado el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, o los sueldazos, en plural, que perciben algunos de nuestros políticos, pero casi mejor me los ahorro. Porque entre los miles de Popeyes y de Domingos que tenemos en nuestra administración pública, en sanidad, en educación, en justicia, en ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios, quizás alguno de ellos llegue a leer esta nota y, si ven en las gilipolleces en las que se dilapida el dinero público, y/o al comprobar cómo algunos cargos electos acumulan hasta siete sueldos, se les va a poner la sangre negra, aún más negra. Y, la verdad, no se lo merecen.

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