jueves, 25 de septiembre de 2008

A líneas revueltas...

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en septiembre de 2008
Destacaba en mi nostálgica columna de la semana anterior, aquellas apacibles tardes de antaño, anteriores a cuando las compañías telefónicas empezaron a fulminar nuestra intimidad y nuestras siestas a golpe de timbrazo para ofrecernos las más generosas ofertas a condición que nos pasásemos al lado oscuro de la línea y cambiásemos de operador telefónico. Un servidor cayó hace años en los cantos de sirena -o quizás debiera decir telaraña, habida cuenta del calvario que le supuso tramitar la baja- de Orange, entonces Wanadoo, en los tiempos de la génesis de las nuevas compañías de telecomunicaciones, y salió escaldado pagando por servicios que no recibió, y cotizando dos meses en los que no disfrutó de línea bajo la amenaza de incluirlo en la lista de los más buscados del FBI, o quizás fuera en otra similar pero más peligrosa, en la que se entra con facilidad pero de la que se necesita de la ayuda de los GOES –entonces GEOS- para que lo borren a uno. Desde entonces, un servidor se ha jurado no moverse de Telefónica -pese a las jugarretas que le han gastado y de las cuales ustedes han sido puntualmente advertidos en estas páginas- y por aquello de que más vale loco conocido, sigue en su convicción de no cambiarse de compañía hasta que encuentre una barbería, una ferretería o cualquier otro negocio gobernado por gente honesta y cerca de casa para ir a dar la murga cuando algo no funcione, que sea capaz de garantizarme que si descuelgo el teléfono tendré línea, y que cuando le diga a este ordenador que conecte a Internet, obedezca sin peros ni excusas.

Así, cuando día sí día también un servidor conocía de los dislates y despropósitos a los que las diversas empresas de comunicación sometían a casi todos sus amiguetes, se creía a salvo de desconexiones telefónicas, usurpaciones telemáticas, facturas duplicadas y demás choriceo inmisericorde relacionado con las transmisiones de voz y de datos. Y empleaba hasta aquí el tiempo pretérito, porque hoy, después de que en mi círculo cercano se hayan producido varios expolios a traición de datos y líneas, este que les escribe se siente igual de indefenso que se sentiría un perro rodeado de una manifestación -no autorizada, que son más peligrosas- de pulgas hambrientas, sabiendo que es cuestión de tiempo que una u otra compañía se le eche a la yugular y le chupe a traición la sangre. Les cuento.

Llamada telefónica de un amigo que, además, vive en la calle de al lado:


- Oye tío. ¿Te funciona Internet?
- Espera que lo miro. Sí. Aquí sí va.
- Jo, pues aquí no. Pensé que serían las cuatro gotas que han caído, como la última vez. Voy a llamar a Timofónica –textual en la conversación- a ver qué es lo que se les ha roto ahora.
- Será poca cosa porque yo sí tengo conexión. Lenta, pero tengo. Venga, que sea leve.
- Luego te cuento.

Veinte minutos más tarde:

- ¿Qué pasa Manolo? -ventajas del servicio de identificación de llamadas por las que Telefónica ya cobra- ¿Qué se les ha roto esta vez? ¿La junta de la trócola de algún cable?
- Calla, calla, que dicen que me han dado de baja porque me he cambiado de compañía.
- ¿Y te has cambiado?
- Qué co(piiiiip) me voy a cambiar. Dicen el día 18 me di de alta en otra compañía y yo el día 18 no estaba ni en España. Y les pregunto que en qué compañía se supone que estoy ahora, y me contestan que no saben, que sólo les consta que me han portabilizado. ¿Tiene o no tiene co(piiiiiiiiip) la cosa?
- Sin duda los tiene. ¿Y ahora qué?
- Pues nada, que tendré que ir llamando a todas las compañías a ver cuál es, pero como no tengo Internet no sé dónde buscar los números.
- Espera, que te los busco yo y te los paso. Empezaremos por Orange, que son los más pesados y seguiremos con Ya punto Com, que me quisieron colar una parecida a la tuya hace unos meses (Véanlo en la edición 297 de esta misma publicación).

Y así, un servidor que sí tiene Internet - y toca madera- busca en los diferentes espacios Web y le facilita a su amigo Manolo los números de atención al cliente de todas las empresas de comunicación que se le vienen a la cabeza.

Se olvida del tema y al día siguiente en el trabajo se encuentra con un compañero al que le ha sucedido más o menos lo mismo, y a otra compañera a la que le han cobrado tres euros de “roamning” por una llamada recibida desde Andorra, como si ella se hubiese encontrando en el extranjero, habiendo recibido la comunicación mientras estaba en casa, con los rulos puestos, planchando la ropa, recordando incluso el contenido: “Niña, que no hay LM Light. ¿Te traigo del normal, o te compro otra marca de pitillos?”. Ambos subiéndose por las paredes porque los distintos servicios de atención telefónica no sólo no le solucionan el problema, sino que, encima, los llaman mentirosos dudando que el primero no haya solicitado realmente el cambio de compañía y que la segunda se encontrase efectivamente en el cuarto de la plancha con la bata y los rulos, y no de compras por Andorra.

Manolo, que sigue sin desfacer el misterio, sabe al menos que ha sido Orange quien le ha captado como cliente, quienes afirman tener una grabación que demuestra que, desde su teléfono, se ha solicitado el cambio, grabación que se niegan a mostrarle alegando una presunta confidencialidad en los datos (¿Confidencialidad en los datos las compañías telefónicas? Me parto de la risa), por mucho que Manolo dispone de los billetes de avión y los talones de hotel que demuestran que en el día en el que supuestamente se hizo la llamada solicitando el cambio, tanto él, como toda su familia se encontraban en el extranjero. En Disneyland Paris, para más señas. Telefónica no sabe/no contesta y para causar baja en Orange y retornar a Telefónica, le solicitan más papeles que para una hipoteca. Mientras, sigue sin ADSL y dándose paseos arriba y abajo cual precio del barril de Brentz. Ora en la Oficina del Consumidor, ora a Correos a poner un fax, ora a la agencia de viajes a recoger duplicados de los billetes.

Picándole a uno la curiosidad, teclea en Google “baja Telefónica” + “sin consentimiento” y encuentra docenas y docenas de entradas en las que multitud de clientes, se quejan amargamente de que Orange -la mayoría- y Ya punto Com –otro buen puñado- les han “portabilizado” a la fuerza, a traición y sin que mediara ni solicitud ni consentimiento, lo que les ha supuesto a no pocos clientes –encima-, el pago de indemnizaciones por incumplimiento de contrato con las operadoras primitivas. Ante esto, Telefónica, se lava las manos como Sócrates. (Aquéllos de mis queridos reincidentes que estén pensando que confundo Sócrates con Pilatos, decirles que no, que existe abundante documentación al respecto que constata que Sócrates se lavaba las manos varias veces al día, la mayoría durante las comidas, pues al no usar cubiertos se las lavaba diligentemente entre plato y plato).

Y uno, que cuando tiene tiempo gusta de darle la murga a Telefónica, y que, además, se queda del revés si se imagina de la noche a la mañana sin Internet con el que hacerles llegar mis artículos de manera puntual semana a semana, se le ocurre llamar al 1004 de Telefónica para preguntar si existe forma humana de protegerse de los ladrones de líneas y de contratos, y una tal Beatriz, muy simpática, y con la que he conseguido hablar después de varios intentos de que una grabación me entendiera, no se sorprende en absoluto de mi petición, y me informa de que enviando un fax al 900 21 03 23, con una fotocopia del DNI, y añadiendo un texto solicitando que se deniegue toda portabilidad sin mi expreso consentimiento por escrito, nadie podrá -al menos en teoría- deshacer a mis espaldas mis vínculos contractuales. Por probar no se pierde nada, se dice un servidor, aunque ahora, que acabo de hablar de nuevo con Manolo, me comenta que solicitó lo mismo y que le han contado otra cosa totalmente distinta, o sea que váyanse ustedes a saber...

Manolo ha denunciado ante la OCU a Orange. Mis otros dos compañeros han hecho lo propio, respectivamente, con Ya punto com y con Vodafone, y si se dan un garbeo por Google preguntándole por “quejas a compañías telefónicas” comprobaran cómo ninguna compañía pasaría la prueba del algodón y la que más y la que menos acumula denuncias como para alicatar tres veces todos los baños de la Preysler, pero en cualquier caso, lo que está claro, clarísimo, es que a líneas revueltas ganancia de operadores.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Nostalgia

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en septiembre de 2008
El tono nostálgico que va a desprender mi columna de esta semana, se lo deben mis queridos reincidentes a mi traumatólogo, quien tras diagnosticarme una pequeña lesión fruto de –según él- excesos en la práctica deportiva, tuvo el detalle de ubicarme en el espacio/tiempo con un “Recuerda que ya no tienes veinte años”. Le di las gracias porque uno es educado, por mucho que el cuerpo me pidiera resarcirme haciendo comentarios sobre su prominente calva -mucho más prominente que la mía- que no en vano somos de la misma quinta y compartimos aula y pupitre durante varios años.

Y es que desde que ya hace unos años que hace veinte años que tengo veinte años, que diría mi paisano Serrat, me asalta a menudo una sensación de nostalgia que, si bien no es difícil de explicar, sí es difícil de entender; porque echo de menos una serie de objetos, situaciones y sensaciones, que el progreso y la técnica se han encargado de superar, pero pese a lo cual, un servidor no puede evitar añorarse.

¿Nadie echa en falta el responder a una llamada de teléfono, sin tener que perseguirlo con el oído hasta encontrar dónde lo ha dejado, o disfrutando de la deliciosa incertidumbre de ignorar quién llama? Y ya no les digo la nostalgia con la que uno recuerda cuando lo llamaban siempre personas conocidas para contarle algo, y no los pesados de Orange queriéndonos colocar el ADSL a no sé cuántos megas a la hora de la siesta.

¿Acaso no tenía su aquél, intentar ubicar mentalmente la cabina de teléfonos más cercana cuando, estando en la calle, nos acuciaba la necesidad de realizar una llamada importante?

¿Por qué recordaré con nostalgia aquellos viajes veraniegos desde Barcelona a Almería haciendo noche en Alicante, en un utilitario –obviamente sin aire acondicionado- donde nos enlatábamos cinco personas, cuando ahora puede hacerse el trayecto en siete horas, mucho más cómodamente y con mayor seguridad? Sí es más comprensible añorar el precio del combustible en aquel tiempo, cuando el litro de súper costaba diez pesetas y con tres billetes de Julio Romero y su morena, el padre de un servidor llenaba hasta arriba el depósito de aquel “cinco plazas con nervio”, y, encima, le devolvían cambio.

También se entiende mejor el hecho de sentir nostalgia de la televisión en blanco y negro, pues la programación de entonces, ni ofendía a la inteligencia del televidente, ni daba para discusiones del tipo “Yo quiero ver esto. No, que yo quiero ver lo otro”. Tampoco es que complicara mucho el tema la llegada del UHF, porque el zapping y las discusiones inherentes a éste no fueron consecuencia de la aparición de más cadenas, sino de la llegada del mando a distancia. ¿Se imaginan hoy una tele sin mando?

O el delicioso sonido de freír huevos que precedía a todas las canciones de aquellos discos de vinilo que uno compraba tras pasar un buen rato en las tiendas de discos eligiéndolos.

O la ilusión de que a uno, siendo un crío, le compraran un Bic de cuatro colores, o un Inoxcrom metálico si ya había demostrado la suficiente responsabilidad como para no perderlo al segundo día. O aquel pan con chocolate de los recreos...


Y no me negarán mis queridos reincidentes que no cuesta de entender que hoy, que un servidor ni recuerda la última vez que utilizó una cabina telefónica porque su móvil, además de sonar con sus melodías preferidas, es capaz de recordarle de que en quince minutos tiene una reunión con Fulanito porque se lo ha chivado la agenda de un ordenador que se encuentra en otro municipio, que se desplaza en un vehículo con un montón de airbags que hasta le guía por dónde ha de ir, que pone la tele y tiene decenas de canales entre los que escoger, que se olvida sin importarle demasiado bolígrafos en todas partes, que en sus “recreos” viene un camarero a preguntarle qué va a ser... Y aún así, éste que les escribe siente nostalgia del timbrazo estridente de aquellos teléfonos, del sonido a cascajo del Simca 1000, de los Chiripitifláuticos y de los Hermanos Mala Sombra en blanco y negro, del Bic de cuatro colores, del pan con chocolate y de sus discos de Los Beatles o Supertramp.

¿Concluimos con que todo tiempo pasado fue mejor? Evidentemente no. Lo que un servidor echa de menos no son esencialmente aquellos objetos. Lo que en realidad le produce tal nostalgia es que ya hace unos años que hace veinte años que tiene veinte años. Bien se podría haber ahorrado mi médico el comentario…

jueves, 11 de septiembre de 2008

Caso Mari Luz. No son los jueces el problema

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en septiembre de 2008


Escribía en estas mismas páginas el pasado mes de abril, que si el inaceptable error judicial que propició que el asesino de Mari Luz estuviese en la calle cuando no debía, no ponía de patitas en la calle a alguno de los que cobra un sueldazo a cargo de los Presupuestos Generales del Estado, había para montar la Marimorena. Pues, visto lo visto, habrá que montarla, porque desde luego que cuando un servidor se refería a ese “alguno” -cualquiera que conozca mínimamente el funcionamiento de la Justicia en España o que sepa lo que cobra un magistrado ya lo habría deducido entonces- no se estaba refiriendo, ni de coña, al juez Rafael Tirado.

Parece ser que los mil quinientos euros con los que dicho magistrado ha sido multado, saben a poco a la opinión pública, habiendo llegado a afirmar algún tertuliano televisivo iluminado, que ése es el precio que se le da a la vida de Mari Luz, como si hubiese sido el juez quien la asesinara. Evidentemente sobre el juzgado de ese señor recaía la responsabilidad de ejecutar esa sentencia. Sí, de ésa y de de los cientos –cuando no miles- de procedimientos y de sentencias que, como en todos los juzgados, se apilan sobre las mesas de los funcionarios -muchas veces interinos y no pocas sin formación jurídica suficiente- pendientes de instruir, redactar y ejecutar. A día de hoy, entre esas decenas de miles de sentencias sin ejecutar, se encuentran muchísimos casos que podrían acabar como éste y ante los cuales, los jueces pueden hacer poco más que, impotentes, cruzar los dedos y tocar madera para que ocurra en el juzgado de enfrente y no en el propio. Cuando en todos los juzgados –porque es en todos- se acumula tamaño cartapacio de casos pendientes, quizás no sean los jueces los responsables y quizás haya que buscar mucho más arriba para determinar el “alguno” a que un servidor se refería y que, probablemente, no acabe de patitas en la calle, sino instando a la Fiscalía a que recurra la decisión de la Comisión Disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial, por mucho que sepa –o debiera saber- que no hay más cera que la que arde.

Les podría contar casos de magistrados que se van el viernes de su juzgado con una troíler cargada de expedientes para redactar las sentencias en su casa durante el fin de semana, porque no les alcanza el tiempo para hacerlo en su horario de trabajo entre juicio y juicio, de otros cuya más inmediata aspiración profesional, no es ya la de un ascenso en el escalafón judicial, sino la de conseguir el traslado a un juzgado de nueva creación donde no haya que responder porqué no se han ejecutado cientos de sentencias que ya se apilaban en la mesa años antes de que tomara posesión como titular de ese juzgado, de juzgados cuyo el noventa por ciento del personal es interino, donde los ordenadores parecen comprados en un anticuario y donde el archivo se extiende por los pasillos hasta el cuarto de baño. Un sistema informático a la altura del siglo XXI bastaría para evitar muchos de los nuevos casos Mari Luz que irremediablemente se producirán y, convendrán ustedes conmigo en que, evidentemente, no depende de jueces y magistrados la adquisición e instalación de este tipo de soluciones, que no es más que una de las numerosísimas reformas que nuestro sistema reclama a gritos.

Por su parte, los que podrían tomar medidas para disminuir el colapso judicial, lo hacen aportando soluciones imaginativas, como la de añadir nuevos delitos a nuestro ya atiborrado Código Penal, como el delito de conducir sin permiso de conducción y determinados excesos de velocidad, o como bajarse películas del Emule. Ojo al dato. En el Partido Judicial donde reside un servidor, según leo en la prensa, la entrada en vigor de esos nuevos delitos contra la seguridad del tráfico van a suponer, anualmente, dos mil casos nuevos para los juzgados de la zona. ¿Saben cuántos nuevos funcionarios han sido incorporados a las plantillas de esos juzgados? Cero, según el mismo periódico. ¿Les sorprende? Si la respuesta es sí, es que desconocen el funcionamiento de la Administración.

Si ya de por sí sería cuestionable la judicialización y el traslado a la vía penal de toda conducta que suponga un problema a la sociedad -hecho que da al traste con el principio de subsidiariedad penal o última ratio (si la protección del conjunto de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del Derecho Penal habrá que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave y contundente) lo que ya no tiene ni pies ni cabeza es que, encima, no se dote a las distintas administraciones de los medios necesarios para dar tratamiento a todo el volumen de trabajo añadido que esa nueva situación comporta. Como ocurriría en una factoría en la que se incrementara el volumen de producción sin adquirir nueva maquinaria, los expedientes se acumulan en las estanterías de los juzgados como se acumularían la materia prima, pendiente de procesar, en los almacenes de la fábrica.

Ítem más. La ausencia de mecanismos de mediación eficaces en los conflictos privados, propician que acaben en los juzgados auténticas gilipolleces –disculpen el vocablo, pero no tiene otro nombre- como la de la señora que acusa a su vecina de utilizar magia negra para que se le mueran las plantas –no se rían, es real como la vida misma y un juzgado deberá entender sobre si hubo o no hubo magia-, o el que denuncia que la hiedra de la casa de al lado le invade el jardín… y toda esa multitud de pequeños conflictos vecinales que echan más leña al fuego de los juzgados de instrucción porque no existen instancias eficaces que los resuelvan, o la inexistencia de tribunales específicos de lo Rosa Contencioso Famosil, que se dediquen a dirimir si fue cierto que la Obregón llamó gorda a la que insinuó que la silicona no se la pusieron, sino que se la tiraron desde lejos y donde cayó quedó, y todas esas estupideces que debieran ser tratadas al margen de la Justicia para que ésta pudiera ocuparse íntegra y exclusivamente de los asuntos realmente importantes.

Y si alguno de mis queridos reincidentes extrae que la finalidad de esta columna es la de defender al juez del caso Mari Luz se equivoca de todas todas, que bien sabrá él solito defenderse. Los realmente indefensos son los usuarios de la justicia, que somos los que, en definitiva, nos vemos perjudicados por un sistema judicial anclado –siendo benévolos- en el siglo pasado. La vergüenza no es que al juez Tirado lo sancionen con mil quinientos euros. La vergüenza es que tendremos más casos como el de Mari Luz. Y los tendríamos aunque pusieran de patitas en la calle al juez Tirado y a todos los funcionarios de su juzgado. Porque no son los jueces el problema.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Ese misterio llamado “Economía”

Artículo publicado en "Vistazo a la Prensa" en septiembre de 2008


Repetidamente, desde éstas y otras páginas, un servidor de ustedes ha rajado sin conmiseración alguna sobre nuestro sistema educativo, defendiendo que cuando los de mi generación estudiábamos, se nos exigía muchísimo más de lo que se les exige a las generaciones actuales, y que aquella exigencia hizo que nos dotáramos de una culturilla de la que los chavales de hoy andan más bien escasos. Recordarán mis queridos reincidentes aquel artículo donde les comentaba un programa de televisión en el que unos adolescentes, estudiantes de ESO, ignoraban quién había escrito El Quijote, o aquel otro en el que les comentaba el experimento doméstico de preguntar a estudiantes de básica qué era El Pisuerga, u otro más reciente en el que quien les escribe acabó atacado de los nervios tras asistir a unas oposiciones donde licenciados no eran capaces de ubicar el Coliseo. Si recuerdan éste último, les comentaba también las conversaciones con amigos sobre el tema, y cómo alguno de ellos restaba importancia a estos hechos, considerando que no es que tuviesen menos cultura, sino que su cultura era diferente, menos enfocada a la memoria y más dirigida a dotarse de las técnicas que les permitieran adquirir los conocimientos a medida que los fuesen necesitando, acercándolos a las nuevas tecnologías y preparándolos para obtener los datos que su curiosidad o su necesidad les solicitara.

Y, al menos en parte, creo que no le falta razón, porque estos días anda uno ciertamente confuso intentando comprender las reacciones de la economía y cómo ésta afecta a nuestro comportamiento diario, y es entonces cuando uno echa en falta la asignatura de Economía que algunos de los adolescentes de nuestros institutos de secundaria tiene la posibilidad de estudiar, imaginando que quizás, de haber recibido clases de Economía en sus años mozos, un servidor ahora no estaría, día sí, día también, dándole la murga a su sabio amigo Google preguntándole qué narices es un “interés tipo Flat”, o para qué demonios sirve un “Fondo Paraguas”. En cualquier caso, les confieso que una vez leídas las explicaciones encontradas por la red, no siempre le queda a uno claro el concepto. Vean si no la definición que un diccionario financiero “on line” atribuye al susodicho Fondo Paraguas: “Fondo de inversión compuesto por varios subfondos. Ofrece al partícipe la posibilidad de moverse por esos subfondos sin generar nuevos gastos, es decir, sin abonar comisiones de cancelación o suscripción, y sin tener que tributar por las plusvalías del subfondo que se abandona para entrar en otro”. Y digo yo ¿Qué es moverse por un subfondo? ¿Alguno de ustedes se ha movido alguna vez por uno? ¿Se hunde si se pisa? Y si se hunde… ¿se convierte en un infrafondo?

Pero no es necesario recurrir a complejos conceptos y logarítmicas definiciones para darse uno cuenta de que esto de comprender los entresijos de la economía no está al alcance de cualquiera porque según parece, estamos en crisis y la economía está fatal. Entonces, si esto es así, cómo se explican las caravanas que éste que les escribe se ha tenido que tragar cada vez que ha decidido ir a la playa este verano. Se supone que si la economía está tan mal, la gente contiene el gasto. ¿O no? ¿Dónde estaba la gente este agosto? Porque, como cada año, en la mayoría de ciudades no ha quedado ni el gato. Pues si hacemos caso a lo que leemos y a lo que nos dicen deberemos concluir que andaba todo quisque economizando, desde luego.

Experimento sociológico doméstico. ¿Salimos a cenar? Venga, que me han hablado de un restaurante que dicen que tal y que pascual , que si esto y que si lo otro.

El primero:

-Es que a estas horas, si no ha reservado mesa el señor…
- ¿El Señor? ¿Qué Señor?
- Usted, caballero.
- ¡Ah! Yo… sí, claro. Disculpe. Pero oiga… ¿No notan ustedes la crisis?
- ¡Uffff! Muchísimo.
- Pues antes de la crisis, pillar aquí una mesa debería de ser Troya, ¿no?
- Bueno, no… los sábados… ya se sabe… la gente sale a cenar…

El segundo:

-Si se quieren tomar una cervecita en la barra, calculo que en tres cuartitos de hora quedará libre alguna mesa.
-Gracias, pero mi estómago no aguantaría tanto.
-Les puedo poner unos cacahuetes.
-¿Y no nos podría poner una sopita de pescado y unos filetitos en la barra?
Fue que no.


Tres o cuatro restaurantes después, desisto. Llamada telefónica.

-Telepizza, ¿Qué desea?

Cada vez que en Telepizza me hacen la preguntita de marras, les confieso que lo que me pide el cuerpo es decir: “Una bolsa de magdalenas y kilo y medio de pistachos” a ver qué me dicen, pero siempre me acabo conteniendo y sólo les suelto lo de:

-Pues quizás le sorprenda, pero hoy creo que voy a pedir unas pizzas. (les ahorro diálogo sobre ingredientes, ofertas dos por uno y alitas de pollo en promoción)
-A ver… Andamos algo liadillos de faena, pero calculo que en una hora o así le llegará, si eso.
-Si eso ¿qué?
-Pues eso, que en una hora o así le llega.
-¿Y no puede ser antes?
-Me temo que no.
-Pues mire, déjelo. Otra vez será porque ya he empezado a comerme el cable del teléfono…

Noticia en todos los periódicos: La venta de vehículos ha descendido un mogollocientos por cien este año. ¿Alguno de ustedes ha intentado comprar un coche últimamente? Tiempos de entrega de diversos concesionarios: Audi, según modelo entre cuatro y seis meses. Nissan, según modelos entre tres y ocho –sí, han leído usted bien, ocho- meses. Chrysler/Jeep/Dodge entre mes y medio y cuatro meses, claro que si quiere éste verde oliva metalizado, con tapicería de cuero blanco que ya tenemos matriculado, se lo puede llevar mañana mismo… Del resto de marcas, de lunes a martes… ¿Motivo? Mucha demanda -o al menos eso fue lo que repitieron en más de tres a un servidor- “este coche se está vendiendo como churros”. O que los sistemas de producción –me contaba otro, éste con bata blanca- intentan converger al máximo con las expectativas de venta que no siempre son exactas. Que, digo yo, debe ser algo así como tú dime qué coche quieres y cómo lo quieres, yo lo encargo y cuando te lo hayan fabricado te pasas por él. O lo que es lo mismo, que si necesitas un coche con urgencia porque te has quedado sin, vete a buscar uno de segunda mano o quédate el verde oliva metalizado con tapicería blanca, que no se ensucia tanto como dicen y te regalan las alfombras y los triángulos. Economía de producción, creo que se llama.

Aunque lo que de veras me trae del todo desconcertado es lo del precio del dólar. Por lo visto si sube, malo, porque nuestras importaciones se ven afectadas, así como el precio del crudo que cotiza en dólares, mientras que si baja, malo también porque entonces lo que se resienten son nuestras exportaciones que pierden competitividad y, en cualquier caso, sube el petróleo de nuevo, y, por consiguiente, los carburantes y el transporte, y, consecuentemente, el precio final de los productos.

Que se le inflama el flemón al Jeque tal de Arabia, diez dólares más el barril de Brent y diez céntimos más el litro de súper. Cuando, hábilmente tratado el jeque con penicilina semisintética -de amplio espectro sobre los microorganismos gram positivos y gram negativos- le desaparece el flemón, el crudo baja los diez dólares, la gasolina baja céntimo y medio y la barra de pan, que también subió como consecuencia de la subida del crudo se mantiene si es que no vuelve a subir. Vaya pedazo de Mercedes que se ha comprado –se lo juro- mi panadero. A él sí le debe ir bien la economía .

Ruego a mis queridos reincidentes disculpen mi ignorancia sobre el tema, y, yo no sé ustedes, pero un servidor alberga la sospecha de que en esto de la economía no nos lo han explicado todo, que, como poco, faltaría añadir a los complejísimos diccionarios económicos y financieros, terminología mucho más empírica: El que tiene padrino se bautiza, dime con quién andas y te diré quién eres, a perro flaco todo son pulgas, dame pan y dime tonto, tanto tienes tanto vales. ¿No se entiende mucho mejor así?