miércoles, 30 de abril de 2008

Que se rompe ¿qué?

Artículo publicado en Vistazo a la prensa en mayo de 2008
Zaplana abandona el barco. En medio del zafarrancho organizado, fruto de la derrota, los que otrora fueran insignia y marca de grupo se quitan de en medio. Hace algunos años, en un descuido, se le escuchó decir a Zaplana que él estaba en política para forrarse. ¿Lo habrá conseguido? En cualquier caso si aún no lo ha hecho lo va a hacer porque parece ser que su sueldo en Telefónica rondará el millón de euros anuales. Será por guapo.¿O es que alguien se cree que Zaplana va a entrar en el organigrama de Telefónica, cobrando muchísimo más que un ministro, por sus probadas dotes como ejecutivo y su excelsa trayectoria en el mundo de las comunicaciones? ¿Qué habrá visto Alierta en Zaplana sino su tez morena, esos ojazos y ese flequillo a lo Lucky Luck? No sé a ustedes, pero a un servidor, que hay meses en los que no gana un millón de euros, le fastidia la facilidad con la que los políticos se colocan incluso cuando salen por la puerta falsa. Si alguna vez quien les escribe se vuelve majara y le da por meterse en política, quisiera que, cuando perdiera dos elecciones seguidas, lo colocaran en cualquier sitio donde se ganen cuartos a espuertas. Como Zaplana. Prometo dejarme flequillo y tomar rayos UVA tres veces por semana.

Pizarro, que dejó la teta de ENDESA para irse de bolos con Zaplana, estaría diciendo lo de “hombre… esto no es serio, yo me vengo, tú te vas, y yo me quedo de diputado raso”, y lo diría si no fuera porque su finiquito deja el sueldazo de Zaplana en pecata minuta. Porque ya sabrán ustedes que los ejecutivos de ciertas compañías, otrora públicas y/o subvencionadas, se reparten cientos de miles de euros como el que reparte los naipes para la brisca y en cantidades que la mayoría de los mortales jamás acertaremos a ver juntas. Morteradas de euros que provienen de los beneficios de empresas que prestan servicios que los curritos pagamos religiosamente. Cada vez que el móvil de quien les escribe se quede sin cobertura, un servidor estará contentísimo al ser consciente de que los opulentos beneficios de Telefónica contribuirán a que Zaplana –a saber cuánto va a suponernos en nuestra factura a los usuarios la incorporación de don Eduardo a Telefónica- consiga su objetivo vital: forrarse. Y cuando vuelva a irse la luz tras caer cuatro gotas, lejos de cabrearme, sonreiré plácidamente regocijándome a causa de que, gracias a Dios, reine la cordura en este país: si no fuera así y las eléctricas invirtieran más en infraestructuras, no podrían pagar esos merecidísimos finiquitos como el que agarró el señor Pizarro.

También cuentan que es un bulo lo del amor secreto entre Espe y Rajoy. Y se escucha en los mentideros madrileños que no es cierto que se dieran piquitos en el ascensor de la calle Génova, aunque vayan ustedes a saber, que ya es de sobra conocido que del amor al odio no va más que un palmo (palmo y medio en ciudadanos de color). Aunque, como suele ocurrir en bastantes parejas con desavenencias conyugales, a veces es la familia la que mete maraña. Así, los tíos de Madrid, siempre con que si su Espe es la mejor, tiraban para el lado de ésta mientras que los cuñados de provincias le decían a Mariano que cuidado con la Espe, que se junta mucho con el primo Federico.

El primo, del que dicen que fue rojo de joven, le daba a Mariano una de cal y otra de arena, aunque, a la hora de la verdad, quiso ejercer de padrino de boda e incluso le puso a Mariano el clavel en la solapa, pero parece ser que la afición de Federico a los claveles no fue pura: con tal de que no saliera la rosa le hubiese puesto hasta un ficus. Ahora dice que la buena era la Espe, y ha llegado incluso a pedir disculpas a todos aquellos a los que les hizo llegar esa invitación de boda en la que ponía al novio por las nubes. Pero de sabios es rectificar.

Por el noroeste, el abuelo de Galicia está que trina. Lo que le han hecho a su chaval, que era lo mejorcito de toda Pontevedra, no tiene nombre. Tanto es así que manda callar a la casi nuera, que les ha salido respondona, y además indecisa. ¿Cómo se le pueden dar esos disgustos a don Manuel? Con lo que él ha hecho por el PP… Y por España.

Los padrinos de Cataluña también se suben por las paredes. Nebrera dice que ya no le está a Sirera, éste no le está a Fernández Díaz y Fernández Díaz a ninguno de ellos. Y Piqué muerto de la risa, que no es para menos.

No sé yo si es bueno abrir ahora el llamado debate ideológico para que se aclaren sobre quién es liberal, conservador, demócrata cristiano o social demócrata, no vaya a ser que nos enteremos todos de quiénes son los fachas, que digo yo que todavía los habrá, más que nada por aquello de que donde hubo quedó.

Y no es por ser agorero, pero tanto dar la murga desde el PP con lo de que se iba a romper España, y a ver si lo que se va a romper va a ser el PP…

domingo, 27 de abril de 2008

El tecer polvo de Nieves - Entrevista con Nieves Concostrina









Con Nieves en Zaragoza

Entrevista concedida por Nieves Concostrina para O Desván

Para aquellos de mis queridos reincidentes que hayan estado en coma en los últimos cinco años -o bien, durante ese mismo tiempo, no hayan tenido el tino de elegir buenos libros y buenos programas de radio como los de Nieves- advertirles que el personaje de la entrevista de hoy es una estupenda periodista y una magnífica escritora –pese a que ella insiste en que no es más que una periodista que escribe- que ha sabido darle al tema de la muerte un aire indudablemente divertido. Así que si a estas alturas no conoce usted a Nieves Concostrina no se lo diga a nadie. Teclee http://www.nievesconcostrina.es/ en su navegador, dése un garbeo por la página y, una vez puesto en antecedentes, regrese de nuevo para leer esta entrevista, porque desde hace unas semanas su libro “Polvo Eres. Peripecias y extravagancias de algunos cadáveres inquietos”, tercero de la autora en menesteres mortuorios, está en las librerías. El libro, como los dos anteriores, recoge circunstancias divertidas y curiosas relacionadas con cadáveres ilustres y algún que otro difunto anónimo.


- Qué tal se está vendiendo el libro?
- Fantásticamente. Ya está prácticamente agotada la segunda edición.

- Pues a por la tercera, ¿no?
- Eso espero. En cualquier caso he de agradecer a la editorial (Esfera de los Libros) la distribución, la presentación… vamos todo. Estoy realmente satisfecha de cómo ha quedado, pese a que el libro, con mi nombre en letras doradas sobre mármol de Macael, parece que sea mi lápida, pero aún y así, la verdad es que el resultado ha sido estupendo.

- Con ese volumen de ventas, y si le sumamos la audiencia de tu programa de radio “Polvo Eres” en Radio 5, hemos de concluir con que la muerte despierta mucho interés.
- Bueno, he intentado siempre desmitificar el tema de la muerte, huir de lo esotérico y lo macabro y tratarlo con mucha mano izquierda. Si los mejores chistes se cuentan en los velatorios, por qué va a ser irreverente hablar de la muerte si se hace con respeto. La muerte está ahí y, por mucho que queramos, no podemos evitarlo. Si ocurren circunstancias curiosas y divertidas ¿por qué no contarlas? Y eso es lo que tiene tirón, que te cuenten anécdotas curiosas y divertidas de un tema que a priori no suele ser alegre.

- Y tú que te defines necrófila, en la acepción del término referida a sentir atracción por alguno de los aspectos de la muerte, ¿padeces de deformación profesional? ¿Eres capaz de viajar, por poner un ejemplo, a París, sin visitar sus cementerios?
- Lo de París es un caso aparte porque sus cementerios son preciosos. Encuentras verdaderas obras de arte. Es que si alguien va a París, con un poco de tiempo, y se vuelve sin visitar el cementerio de Pére-Lachaise, o el de Monmartre , es para darle un azote, pero en circunstancias normales no voy por ahí de cementerio en cementerio. Este fin de semana hemos estado con Pepa Fernández y el equipo de “No es un día cualquiera” en A Fonsagrada, y me he venido sin ver su cementerio. No estoy demasiado deformada… Aún.

- El libro está repleto de situaciones divertidísimas. Cuéntame tu preferida.
- No te sabría decir una porque hay muchísimas y yo las encuentro todas divertidas, quizás la de Jeremy Bentham, el padre del utilitarismo, que lleva el pobre desde 1832 en una vitrina del University College of London. El hombre, fundador del College, donó su fortuna al centro con la condición de que su cuerpo fuera conservado de tal forma que pudiese ser expuesto en alguna vitrina para admiración de estudiantes y visitantes. Además exigía ser sacado de su particular armario para asistir a las juntas directivas. El caso es que tras el proceso de embalsamamiento la cabeza no quedó demasiado bien; vamos, que quedó hecha una verdadera birria y no tuvieron más remedio que hacerle una cabeza de cera porque la original desmerecía el resto del cuerpo, pero como les dio penita tirar la cabeza auténtica, la pusieron en la vitrina junto a sus pies. Hasta que a los alumnos del College les dio por robarla como gamberrada de fin de curso, e incluso como trofeo por parte de estudiantes de otros centros. Cada dos por tres desaparecía para luego aparecer en los sitios más insospechados, como en la consigna de la estación de Aberdeen o en medio del campo de fútbol. Así que decidieron guardarla en la caja fuerte para evitar tentaciones. Y así está el pobre, con la cabeza por un lado y el cuerpo por otro. Eso sí, todavía lo sacan de la vitrina, de vez en cuando, para las reuniones de cierta enjundia.

- También hay difuntos “non gratos” en algún cementerio.
- Los hay, los hay… Jim Morrison es uno de ellos. El que fuera vocalista de los Doors está enterrado en París, en el cementerio Pére Lachaise. Y están hasta el gorro de sus fans, hasta el punto de que han llegado a anunciar que si algún cementerio quiere su cadáver, se lo regalan. Yo creo que hasta pagarían los portes. Los seguidores de Jim Morrison, y eso que ya son bastante talluditos ellos, que habrá alguno hasta artrítico, dejaban los alrededores de la tumba hechos una porquería: que si latas de cerveza por aquí, que si botellas vacías de bourbon por allí, que si colillas de canutos… La vallaron en 2006 a ver si así se solucionaba el tema y nada… Fruto de los vapores del alcohol y los efectos viajeros del hachís a los que se someten sus visitantes, cada dos por tres tienen que reprender a uno que hace pis en medio del cementerio, o a otro vomitando junto a la tumba… Imagínate qué plan para los que van a visitar a los difuntos colindantes. No hace mucho, Kate Moss dio un verdadero espectáculo bailando sobre su tumba y montando, otra vez, el revuelo padre. Así que si sabes de algún cementerio que quiera acoger a Jim Morrison, los del Pére Lachaise te lo agradecerán enormemente.

- Y otros a los que queman más de una vez.
- De ésos hay varios, pero a mí el que me resulta más simpático es el del difunto catalán, gran admirador de las fallas de Valencia, que dejó dicho a su viuda que quería que sus cenizas se consumieran en una falla, y allí que se fue la mujer con la urna bajo el brazo; y pensó que, ya puestos a quemar las cenizas en una falla, qué mejor que hacerlo en la de la Plaza del Ayuntamiento. El problema fue que la pillaron con las manos en la falla. El vigilante de seguridad, que era búlgaro y no dominaba demasiado bien el castellano, sólo atinó a comunicar que habían echado un muerto en la falla y puedes figurarte la que se formó allí. De todas maneras hubo final feliz. Cuando se aclaró todo, el maestro fallero accedió a que las cenizas de aquel catalán fuesen “recremadas” dentro del ninot. Costó, pero la viuda se salió con la suya.


Y así podríamos seguir páginas y páginas, porque el libro recoge más de un centenar de historias curiosas como las que Nieves nos acaba de contar. Si usted fue a París y no visitó sus cementerios, no cometa un nuevo error dejando de leer el último libro de Nieves Concostrina. Y otra alegría para los que ya somos adictos a Nieves: aún no ha acabado la promoción de este libro y ya está escribiendo el próximo “Polvo eres”. Para que luego digan que con la muerte todo acaba…









jueves, 24 de abril de 2008

Bordes



Esquinado, impertinente, antipático. Con estos sinónimos define el Diccionario de la Real Academia el vocablo “borde” en una de sus múltiples acepciones. Y es que de un tiempo a esta parte proliferan los bordes en todos los colectivos y en todas las profesiones, si bien algunas de éstas son especialmente propensas a albergar bordes entre sus filas. Me van a permitir mis queridos reincidentes que les cite cuatro, a modo de botones de muestra.

Borde uno, o borde de la Inspección Técnica de Vehículos.

¿Alguno de ustedes se ha encontrado un tío simpático en la ITV? Un servidor sí. Una vez se encontró a uno que se comportó, no ya con corrección sino con simpatía y amabilidad, claro que he de comentarles, en honor a la verdad, que el chaval en cuestión es amiguete mío desde hace más de veinte años. Pero dejando al margen a mi amiguete y excepto en esa ocasión, cada vez que quien les escribe ha tenido que llevar algún vehículo a la ITV ha sido atendido por seres ariscos, antipáticos, a menudo sordos -no responden a la preguntas del estilo “¿eso que marca el chisme ése del control de humos, es mucho o poco?”- y que parecen encontrarse aquejados de un proceso de estreñimiento crónico y/o abstinencia sexual forzosa de carácter sempiterno. No me digan que nunca han tenido ganas de contarle un chiste al tío borde de la ITV a ver si así sonríe un poco. Claro que cualquiera se atreve, que lo mismo el borde se lo toma a mal y le marca como deficiencia grave el “cimbreo de la junta de la trócola en su conexión con el inglete del husillo del bisinfín” y le toca a usted pasar por el taller a que se lo arreglen –si es que saben lo que es y lo encuentran- y volver otro día. Ese miedo a tener que regresar a la ITV, con las consecuentes pérdidas de tiempo y de dinero, nos hace tragar con las borderías del sujeto en cuestión, borderías que nos reconcomen por dentro y que hacen que al primer conductor despistado que nos encontremos en el camino de vuelta y que tarde una centésima de segundo en arrancar tras el cambio del semáforo de rojo a verde, se lleve un concierto de claxon en Re menor y una sarta de juramentos e imprecaciones.

Borde dos, o borde de oficina de suministros de energía con monopolio en su ciudad.

Tras tres –perdonen la cacofonía- cuartos de hora llamando al servicio de atención al cliente, consigue usted que le atiendan al teléfono:

- Oiga, que le llamo porque se ha ido la luz.

- ¿Y yo qué quiere que le haga?

- Hombre, es que como son ustedes la compañía de electricidad, he supuesto que mejor les llamaba a ustedes que al Museo del Prado, y, la verdad, estaría bien que me dijera por qué se ha ido la luz y cuándo volverá.

- Pues no sé ni una cosa ni la otra. Se habrá ido porque se habrá roto algo y volverá cuando lo arreglen.

- ¿Y no tiene usted ni idea de cuándo arreglarán lo que sea que se haya averiado?

- Pues no. Ya se lo he dicho antes.

- Y entonces… ¿Para que está usted ahí?

- Para atender pesados. Usted es el quinto en los últimos seis minutos. Adiós muy buenas.

Tu tu tu tu tu tu tu tu (onomatopeya que quiere significar el sonido de cuando nos cuelgan cual jamón puesto a curar)

¿Y qué hace usted? Pues lo que todo el mundo, volver a llamar, pero esta vez sin darle tiempo a que el borde sea ídem.

- Fuerzas Hidroeléctricas del Norte. ¿Dígame?

- Tu mujer te pone los cuernos con el vecino, so cabestro. Mírale los mensajitos en el móvil y te enterarás, que lo sabe todo el barrio menos tú. ¡Capullo!

Tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu… (esta vez el que cuelga es usted).

Obviamente, si esa compañía actúa con monopolio en su zona –como ocurre en la de un servidor- no hay tutía. La empresa no tiene por qué esforzarse en tener empleados atentos y amables, pues saben sobradamente que no le van a faltar los clientes. Siendo esto así, y no habiendo posibilidad de cambiar de compañía, no nos queda otra que fastidiarnos, si bien nos podemos dar el gustazo de vengarnos al sembrar duda suficiente en el borde que le asegure una buena bronca cuando llegue a casa y la señora lo pille trasteándole el móvil. O quizás sean los mensajitos en el móvil los que le aseguren la bronca. En cualquier caso, se la tiene merecida por borde.

Borde tres. Revisor de la RENFE.

Este espécimen suele ser especialmente borde. No se toma ni la molestia de pedir el billete con palabras –mucho menos en dar los buenos días-, con un gesto y un gruñido gutural tal que así: “Gññee” tiende la mano en pos del tique. Es altamente recomendable tenerlo muy a mano, porque si usted es –como lo es un servidor- algo despistado, y nunca recuerda dónde lo ha puesto y ha de rebuscarlo en los seis bolsillos – a razón de tres por pantalón y tres por americana- después de no encontrarlo en la cartera, se arriesga a comentarios del tipo “que no tenemos todo el día” o “ los he visto más rápidos”. Una vez se asegure usted de que tiene el billete a mano , puede contestarle con algo así como “sí, rápidos como los trenes de cercanías de RENFE” o “manda narices, tres horas de retraso que lleva el tren y usted se impacienta porque tardo diez segundos en encontrar el billete”, pero -insisto- no haga comentarios sobre la puntualidad de los trenes de RENFE hasta que encuentre el billete, o tiene todos los números para verse de patitas en la próxima estación y con un multazo del quince en cualquiera de sus seis bolsillos.

Borde cuatro. Cliente quemado con los servicios telefónicos de atención al cliente, con los revisores de la RENFE y/o con los trabajadores de ITV.

Es el peor de todos. Su ira es injustificable. No sabe encajar con resignación los tropiezos a los que todos nos vemos sometidos y le culpa a usted de su suplicio. Harto de aguantar borderías se pasa al enemigo y se convierte en un ser mezquino, despiadado y ofensivo, que llega incluso a insinuarle que su cónyuge se la pega con el vecino. Ante éste no hay nada que hacer salvo marcarle el terreno y hacerle saber que, puestos a ser borde, a usted no hay quien le gane. En algunas ocasiones puede atemperar la situación el hecho de estar acompañado de un pitbull agresivo y sin bozal. El problema es que ese recurso sólo funciona en la primera ocasión, pues a la segunda suele presentarse con un rotweiler de 90 kilos y entrenado para el ataque inmisericorde, lo cual le obliga a usted proveerse de una licencia de armas y una escopeta del calibre 12.

Huelga decir que si es usted, querido reincidente, trabajador de la ITV, telefonista de compañía de electricidad o revisor de la RENFE, no debe darse por aludido, pues sabe que éste no es su caso, que usted atiende siempre con corrección y amabilidad, que son los bordes de sus clientes los que pagan con usted las frustraciones a los que la vida y otros bordes los someten.

Aunque quizás unos y otros, todos en definitiva, debiéramos esforzarnos en intentar relacionarnos con el prójimo procurando tratarlo como a nosotros nos gustaría que nos tratasen. Un servidor se va a empeñar en conseguirlo. Eso sí, al primer borde y a la primera bordería que le suelten, le piensa montar un pollo monumental, de agárrate y no te menees, al más pintado. ¡Faltaría más!

miércoles, 16 de abril de 2008

Capitán, mande firmes.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en abril de 2008

He de confesarles de antemano a mis queridos reincidentes que a un servidor le cae bien la nueva Ministra de Defensa, aunque, para ser sinceros, debo reconocer también que su designación me sorprendió casi tanto como la victoria de Berlusconi. Y pensar que Italia, otrora sinónimo de arte y cultura, sea de nuevo gobernada por el papá de las Mama Chicho… Si Da Vinci levantara la cabeza…, o, mejor no, que no la levante, que el Berlusconi sería capaz de encargarle una Gioconda, con generoso escote y wonderbrá, y que en vez de esa enigmática sonrisa luciese una ordinaria carcajada a lo Belén Esteban. En fin, a lo que íbamos.

Daría para unos cuantos artículos el tema de la paridad, y de cómo ésta termina por convertirse en absoluta obligación, de manera que a la hora de designar los ministros que han de componer un Gobierno -como si no hubiera ya suficiente lío con el hecho de tener que buscar el equilibrio entre las distintas federaciones territoriales y seleccionar a la persona idónea para cada responsabilidad concreta- tener que atender, además, a la imposición de que exista paridad a rajatabla, procurando que, si una de las dos balanzas de la paridad ha de pesar más que la otra, que sea la de las mujeres. Éramos pocos y parió abuela. Porque uno se compadece del Presidente cuando se lo imagina desentrañando logaritmos neperianos que cuadren cuotas -no sea que se cabreen los del norte porque los del sur tienen más presencia y/o viceversa-, y, cuando por fin cree el hombre tener medio embastado el nuevo Ejecutivo, comprobar que le sobran machos y le faltan hembras. Vuelta a empezar. Así se imagina uno a ZP agarrando el móvil y soltándole a la Vice lo de “Maite, tráete a una amiga que me hace falta otra mujer”, a Sonsoles -que pasaba por allí con el barreño de la colada- mirándolo con cara de catador de vinagres, y a José Luis soltando un recurrente “cariño, que no es lo que parece”.

De todas maneras no es éste el caso de la ministra Chacón, que el “subidón” de ZP en las urnas catalanas –por mucho que haya quien atribuya ese mérito exclusivamente al PP- quizás tuviera que ver con el evidente tirón de la candidata, pero, sea como fuere, choca ver a Chacón al mando de Defensa. Así, al leer el otro día la noticia, la neurona de un servidor se afanó en buscar razonamientos que le ayudaran a formarse una opinión sobre la designación.

Uno, el breikindance. Perdón, maldita tele. Quise decir que sorprende, en primer lugar, el hecho de ver a una mujer -embarazada para más INRI- al frente de los Ejércitos cuando el porcentaje de mujeres en los cuadros militares de mando es puramente testimonial.

Uno-bis (razonamiento en la misma dirección pero en sentido opuesto). De la misma manera que ya no nos sorprende ver a una mujer al frente de cualquier ministerio o a una mujer soldado, ¿por qué nos ha de sorprender una Ministra de Defensa? Si una mujer puede ser presidenta de un gobierno, como lo fue Thatcher – y con un par-, o lo es Merkel, ¿por qué no va a poder asumir una fémina la cartera de Defensa?

Dos. Uno espera encontrarse al frente de los ministerios a un profesional altamente cualificado en la materia. Así parece lógico colocar a un jurista en Justicia, a un médico en Sanidad y… a un prestidigitador en Hacienda.

Dos-bis (razonamiento en la misma dirección pero en sentido opuesto). Elegimos a los políticos para que dirijan los recursos de la Administración. Un ministro no ha de ejercer de profesional -éstos ya se encuentran en el Ministerio- sino gestionar su funcionamiento. La nueva ministra, profesora universitaria de Derecho Constitucional, dirigirá a quienes tienen por encargo, entre otros cometidos –artículo 8 de nuestra Constitución-, defender el ordenamiento constitucional.

Y pese a que a un servidor le siga chocando ver a la Ministra, con su tripita, diciendo lo de “Capitán, mande firmes”, esta imagen no es más que la constatación de la normalidad con la que debiera aceptarse una situación que no hace más que atestiguar, nuevamente, que no es el sexo de la persona lo que determina su competencia y sus aptitudes.

Y no debiera sorprendernos, que a muchos, al llegar a casa, nos ponen firmes, sin necesidad de voces de mando, si al salir olvidamos sacar la basura o poner la lavadora. Que sólo nos falta cuadrarnos y, barbilla en alto, responder con un ¡Señor, sí, señor! Y sin necesidad de que sean ministras de Defensa.


miércoles, 9 de abril de 2008

El Pisuerga, El Quijote, valletanos y Cantizano.

Artículo publicado en vistazoalaprensa.com en abril de 2008


El indudable inconveniente de llevar más de doscientos artículos escritos en este mismo periódico -al margen de que más de un lector deba estar ya hasta el moño de un servidor, después de cuatro años dándole la murga, ininterrumpidamente, semana tras semana- es que llega un momento en el que a uno se le empiezan a acabar, por haber escrito ya sobre ellos, esos temas recurrentes de los que todos nos quejamos en las tertulias cafeteras con amiguetes, que son, por otra parte, los asuntos con los que un servidor disfruta más escribiendo. Pero me van a permitir mis queridos reincidentes que repita el tema que trataba en mi segundo artículo en estas páginas –corría mayo de 2004- y que titulaba “Mensajes y jerigonzas”, en el cual, además de maldecir la costumbre que tenían –y tienen- nuestros jóvenes de apocopar palabras y ahorrarse letras en sus comunicaciones escritas, especialmente en las cibernéticas y telefónicas vía SMS, ponía en duda su nivel académico, considerando que los de mi generación quizás fuésemos menos espabilados en esto de la vida, pero dominábamos infinitamente mejor la Geografía, la Historia y, por descontado, la Ortografía y la Gramática.

Les proponía entonces el experimento consistente en agarrar a cualquier hijo, sobrino o vecino, de diez o doce años, y preguntarle qué era el Pisuerga, para comprobar que, a menos que el chaval fuese pucelano o de los alrededores, al crío le sonaría el vocablo a chino, excepto que el crío en cuestión fuese chino, en cuyo caso no le sonaría a nada. Recibí el resultado de la prueba de algunos amigos y de varios lectores, confirmando al cien por cien tal hipótesis.

- ¿El Pisuer qué? ¿No será Pikachu?

- No, hijo. Pisuerga. Pi-suer-ga.

- Pues ni idea. Me voy a jugar con la Play.

- Ay hijo… no sé qué me fastidia más, si esa ignorancia o esa indiferencia.

- Pues mira, mamá, ni lo sé, ni me importa…

Y resulta que algunos de esos críos, que entonces tendrían nueve o diez años y ahora cuentan ya trece o catorce primaveras en su particular haber, fueron los protagonistas de un reportaje televisivo en el que unos periodistas decidieron proporcionarnos una buena dosis de vergüenza ajena –cuando no propia, que algún turbado padre vería televisado a su retoño- planteándoles a estos estudiantes -perdón, rectifico, cambien el vocablo estudiantes por colegiales, más que nada por respetar algo la etimología de la palabra-, que lo eran de tercero y cuarto de E.S.O., una serie de preguntas que cualquier mocoso de mis tiempos de bata a cuadros y calzón corto hubiese contestado sin dudar ni un segundo.

¿Quién escribió El Quijote?

Una morenita muy sonriente responde: “Yo sé que empieza por uve”.

Una rubita delgadita: “No me acuerdo”.

Otra morena, muy mona, es más expresiva y suelta un: “¡Hostia, se ma olvidao!

Y cierra el turno de respuestas otra moza con un “¡Uffff! –como diciendo ¡Jo qué difícil!- No lo sé”.

Si a un servidor, no ya en octavo, sino en cuarto de EGB, le llega a preguntar el Hermano Victorino que quién escribió El Quijote, y éste que les escribe llega a soltar un “Hostia, se ma olvidao”, primero, el Hermano Victorino se hubiese santiguado al escuchar “Hostia” ; segundo, bofetón que te crió por tamaña insolencia; tercero, agarrando por la oreja a aquel gafitas, que era un servidor, lo hubiera arrastrado hasta la pizarra, y lo hubiera puesto a escribir mil veces -con perfecta caligrafía- lo de “Soy un cenutrio que no sé que El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha lo escribió Miguel de Cervantes y Saavedra en mil seiscientos cinco”, y otras mil veces “Me abstendré de blasfemar, especialmente en el colegio”, y otras mil más “El participio del verbo olvidar es olvidado, y no olvidao”.

Hablando de participios. Les plantean a continuación a los chavales del vídeo el siguiente enigma, más propio de mentes superdotadas que de meros estudiantes de tercero y cuarto de E.S.O.:

Participio del verbo freír.

Un chavalote con camiseta deportiva y peinado con la raya en medio suelta: “Friendo”.

Una niña con trencitas: “Friendo. ¡¡No!!! Haber freído”.

Uno con chándal de capucha a lo rapper responde mientras se hurga –se lo juro- con un dedo la nariz: “Mi profesora de Castellano me va a matar, pero no …”

La profesora de Castellano dudo que lo mate, aunque a buen seguro anda la mujer al borde del suicidio. No es para menos. Frita –nunca mejor dicho- tiene que estar la pobre.

Está claro que lo de estos chavales no son las letras. A ver qué tal se les da si la pregunta roza la Geografía:

¿Cómo se les llama a los habitantes de Badajoz?

El listillo de turno, el del dedo en la nariz: “No sé, nunca les he llamado”.

La que se acordaba de que Cervantes empezaba por uve, dale con la uve: “Vallecanos, o valletanos”.

Uno que no había salido todavía: “Onubenses”. (Si llega a ser la de antes hubiese dicho Onuvenses, con uve, por su puesto)

Más pragmática, la de la hostia: “¿Badajoces?”.

Parece obvio que tampoco es en Geografía donde más despuntan nuestros escolares y que la profesora de Castellano, a estas alturas, duda entre cortarse las venas o dejárselas largas.

A ver qué tal andan de Historia.

¿En qué año comenzó la Guerra Civil española?

La morenita, muy segura ella: 1975.

La rubita de las trenzas, asegura el tanto: “Siglo XX, ¿no?”

La otra morena -ésta es la mejor-: “¿La primera o la segunda?

Y el de los Onubenses, que en 1942 ó 1966.

Y visto que el rollo académico no les va en exceso, los del programa deciden comprobar qué tal andan de actualidad.

¿Quién es el Ministro del Interior?

El que se hurga la nariz dice que no se acuerda.

La de la uve dice que Camps, que ni siquiera empieza por uve.

Uno nuevo, con piercing en la ceja, primero que Rajoy, luego que Esperanza Aguirre y finalmente que Zapatero.

Solbes, Moratinos y “no me acuerdo” completan la ronda de respuestas.

Parece que no leen mucho –voz en off de la locutora- pero seguro que ven la televisión.

¿Quién es Jaime Cantizano?

Caras de alegría como diciendo “¡¡Por fin una pregunta inteligente!!”

El que se saca mocos, que un presentador de televisión.

La morenita, que es un presentador de Antena 3.

El que confunde pacenses y onubenses, que es el presentador de “Dónde Estás Corazón” y de “A Tres Bandas”.

¿Conclusión?

Ataraxia, mis queridos reincidentes, ataraxia…*

* Nota del autor: Aquéllos de mis queridos reincidentes no familiarizados con las teorías ataráxicas de un servidor, pueden consultar el artículo de la semana anterior titulado, cómo no, “Ataraxia”.

miércoles, 2 de abril de 2008

Ataraxia

Artículo publicado en vistazoalaprensa.com en abrill de 2008



Si les digo la verdad, esta semana tenía previsto hablarles del imperdonable error judicial que dejó en la calle al asesino de Mari Luz, y de lo animal –por no emplear palabras malsonantes a estas alturas del artículo- que se tiene que ser para hacerle daño a una pobre criatura. Pero me van a permitir que sólo roce el tema de soslayo, para hacer la breve reflexión de que, si después de esto no acaba de patitas en la calle alguno de los que cobran un sueldazo a cargo de los Presupuestos Generales del Estado -y no la pobre funcionaria que estuvo varios meses de baja y a la que alguno ya quería endosarle el muerto-, sería para montar la Marimorena.

Así que –cambio de tercio- un servidor se va a dedicar esta semana a aburrirles con otra de sus batallitas, y a comentarles acerca de un vocablo que lleva apareciendo regularmente en sus artículos desde hace unos meses. Como debe ser, empezaremos por lo segundo, dejando para el segundo lugar lo primero. Y perdonen ustedes la redundancia y el oxímoron, si es que tal figura se diera en este enrevesado párrafo.

Algunos, y sólo algunos, de mis queridos reincidentes menos perezosos a buen seguro que habrán buscado el término “ataraxia” en el diccionario. El hecho de que sólo algunos hayan recurrido a tan socorrido libro para conocer el significado exacto de la palabra es una prueba palpable e incontestable de que Einstein tenía razón, pues no habrán consultado el diccionario los que ya conocieran la definición, ni aquellos a los que el significado de tal término les traiga al fresco, lo que viene a significar que la utilidad del diccionario es siempre relativa -amén de que no siempre lo usan quienes más lo necesitan-, y que de la misma manera se puede vivir y llegar a fin de mes –con mayor o menor dificultad, dependiendo de cada cual- desconociendo el término o sabiéndolo a pies juntillas.

La ataraxia es, grosso modo, una corriente filosófica propuesta por los epicúreos –siglo III a.C.-, también relacionada con el estoicismo y el escepticismo, consistente en la disposición del ánimo de manera que pueda alcanzarse el equilibrio emocional mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, y la fortaleza del alma frente a la adversidad. Resumiendo: ante todo, calma, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad. Nada nos afecta hasta el punto de turbarnos el ánimo, ni para bien ni para mal. Así nada puede arrebatarnos la felicidad. Si les parece una tontería, probablemente tengan razón. Y si no, pues también.

Un servidor, que descubrió el término y el concepto ayudando a su niña -estudiante de Filosofía- para uno de sus exámenes, se dijo que eso de la ataraxia era un chollo y, desde entonces, siempre que puede, ante cualquier inconveniente, se dice para sus adentros mientras respira hondo: “ataraxia, Miguel, ataraxia” y puedo decirles que -además de poner de moda el término en su entorno más cercano, incluso en el trabajo donde ya lo emplean hasta las limpiadoras- no funciona mal del todo. Pruébenlo y si no les tranquiliza y les hace ver el inconveniente más salvable, se relajan aún más, respiran hondo y se dicen nuevamente: “ataraxia, ataraxia…”, y así hasta que les salga.

Y, ya puestos mis queridos reincidentes en ataráxicos antecedentes, me van a permitir que pase a contarles la batallita que les prometía.

Llamada telefónica que uno recibe en el trabajo mientras se pelea con el teclado del ordenador:

- Papá, que ha llegado a casa un aviso de notificación de Tráfico que tiene una pinta de multa que tira de espaldas. Tienes que pasar a buscarla a Correos.

- Pues será tuya, niña, o de tu madre, que yo no paso nunca de ciento veinte.

- Mía no puede ser, porque va a tu nombre. Yo no cojo ni tu coche ni la moto. Y mamá dice lo mismo, o sea que…

- No te preocupes, será cualquier otra cosa. Probablemente la baja del coche viejo.

- Ataraxia entonces, ¿no?

- No va a ser necesario, pero sí… Ataraxia siempre.

Pero, de vez en cuando, ese resorte del que disponemos los mortales que hace que nos preocupemos cuando no debemos –también llamado consciencia, o mala consciencia, según los casos- le hace una ahogadilla a la ataraxia y le susurra a uno:

“Seguro que es una multa, seguro que es una multa…”

Y un servidor, que ha aprendido a ser ataráxico, se responde:

“Cómo va a ser una multa si yo no paso nunca de ciento veinte...”

Y de nuevo el duendecillo fastidia-ataraxias:

“En alguna travesía te habrás despistado, no habrás visto un 60 y habrás pasado a 90, te quitarán el carné y tendrás que ir al trabajo en autobús o en bicicleta. Tienes suerte de que al menos, con esta sequía, no te vas a mojar…”.

Y uno, que no se deja intimidar por su consciencia, que en eso –y en otras cosas- consiste la ataraxia, busca una excusa creíble y sale de su trabajo rumbo a Correos.

-Vuelvo enseguida, me ha surgido un imprevisto. Llevo el móvil.

Después de pasar por casa a recoger el aviso, y camino de Correos, el duendecillo va haciendo de las suyas:

“Aprovecha para ir a hacer la compra, porque te vas a quedar sin carné en cuanto te den la notificación. O eso, o ya sabes… la mochila, la bici, y a dar viajes a Mercadona como un desesperado. ¿Crees que cabrá un tambor de jabón en la mochila?”

Pero el entrenamiento ataráxico saca de nuevo a flote la cordura:

“Tiene que ser la baja del coche viejo, porque yo no paso nunca de ciento veinte…”

- Buenas, venía a buscar esta notificación que ha llegado a casa esta misma mañana.

- Pues si le ha llegado hoy, hasta mañana no la tendrá. La llevará aún el cartero encima.

- ¿Hasta mañana? ¿No hay manera de tenerla antes?

- Hombre… si le urge mucho, pásese hoy sobre las ocho de la tarde, que se la intentaré tener. Deje que anote la referencia. ¿A ver? ¡¡Uff!! Tiene pinta de multa, ¿eh?

- ¿Y no puede ser una baja de un vehículo?

- No creo. Eso suele llegar como certificado y esto es una notificación.

- Pues no sabe la alegría que me da.

- Estos días se lleva mucho la multa de velocidad en las entradas a Barcelona, como han bajado la limitación a ochenta y antes estaba a ciento veinte caen como moscas. ¿Ha ido usted últimamente a Barcelona?

- Pues como diez o doce veces.

- Délo por hecho entonces. Véngase sobre las ocho y sale de dudas.

Ocho horas luchando con el cabrito del duendecillo:

“¿Lo ves? Una multa. Pásate, en vez de Mercadona, por Carrefour y compras grasa para la cadena de la bici, que te va a hacer falta, y una mochila grande para poder llevar el jabón y el suavizante”

Vanos intentos de ataraxizarse:

“Ataraxia, Miguel. No te han puesto una multa en tu vida y no va a ser ésta la primera. Tú no corres. Además habrías visto el flash.

Y es entonces cuando uno recuerda, volviendo de Barcelona en moto, enfilar la autovía desde el Cinturón del Litoral y vislumbrar un fogonazo a sus espaldas, pero restarle importancia al comprobar que el velocímetro marcaba ciento veinte, deduciendo que el flash correspondía a la foto tomada a algún inconsciente que circulaba a velocidad inadecuada en sentido contrario.

Dicho y hecho. A las ocho, en Correos, me hacen entrega de una magnífica foto de los cuartos traseros de mi moto, donde, con cierta dificultad y algo de imaginación, se aprecia la matrícula. Velocidad 117 Km/h. Límite 80 Km/h. Total: 200 euros y 3 puntos al garete. No está mal el estreno.

Y es que resulta que las autoridades barcelonesas han decidido que por allí por donde desde siempre se circulaba a ciento veinte, ahora hay que hacerlo a ochenta. ¿El motivo? Reducir la contaminación. Y uno se pregunta:

¿Se reduce de veras la contaminación circulando a ochenta, teniendo en cuenta de que para circular a ciento veinte mi moto en sexta velocidad circula a cinco mil revoluciones por minuto, pero que para ir a ochenta es necesario circular en cuarta velocidad a siete mil quinientas revoluciones? Porque un servidor tenía entendido que a más revoluciones, mayor consumo, y por tanto más emisiones.

Y se sigue preguntando:

¿Es normal que circular a la velocidad a la que se venía circulando de toda la vida se convierta en una infracción ¡GRAVE! de la noche a la mañana?

Ésas y otras preguntas se planteaba un servidor, no sabiendo ya si motu proprio o a causa del duendecillo anti ataraxia.

El caso es que, incluso en estos supuestos, es mejor recurrir a la ataraxia o, lo que es lo mismo, acudir a la oficina bancaria y pagar religiosamente por la temeridad de circular a la friolera de 117 Km/h en una autovía. Así, al menos, uno se beneficia del descuento por pronto pago. No tomárselo con ataraxia significaría acordarse de la genealogía al completo de los que han decidido, por decreto, que a ochenta se contamina menos que a ciento veinte, por mucho que haya decenas de informes técnicos que echen por tierra esa teoría.

Así que, como les decía, ataraxia, mis queridos reincidentes, ataraxia. Y tengan cuidado en las entradas y salidas de Barcelona. Hay una extensa colección de rádares dispuestos a fastidiarles su ataraxia -y su bolsillo- a la mínima que se despisten.