miércoles, 2 de abril de 2008

Ataraxia

Artículo publicado en vistazoalaprensa.com en abrill de 2008



Si les digo la verdad, esta semana tenía previsto hablarles del imperdonable error judicial que dejó en la calle al asesino de Mari Luz, y de lo animal –por no emplear palabras malsonantes a estas alturas del artículo- que se tiene que ser para hacerle daño a una pobre criatura. Pero me van a permitir que sólo roce el tema de soslayo, para hacer la breve reflexión de que, si después de esto no acaba de patitas en la calle alguno de los que cobran un sueldazo a cargo de los Presupuestos Generales del Estado -y no la pobre funcionaria que estuvo varios meses de baja y a la que alguno ya quería endosarle el muerto-, sería para montar la Marimorena.

Así que –cambio de tercio- un servidor se va a dedicar esta semana a aburrirles con otra de sus batallitas, y a comentarles acerca de un vocablo que lleva apareciendo regularmente en sus artículos desde hace unos meses. Como debe ser, empezaremos por lo segundo, dejando para el segundo lugar lo primero. Y perdonen ustedes la redundancia y el oxímoron, si es que tal figura se diera en este enrevesado párrafo.

Algunos, y sólo algunos, de mis queridos reincidentes menos perezosos a buen seguro que habrán buscado el término “ataraxia” en el diccionario. El hecho de que sólo algunos hayan recurrido a tan socorrido libro para conocer el significado exacto de la palabra es una prueba palpable e incontestable de que Einstein tenía razón, pues no habrán consultado el diccionario los que ya conocieran la definición, ni aquellos a los que el significado de tal término les traiga al fresco, lo que viene a significar que la utilidad del diccionario es siempre relativa -amén de que no siempre lo usan quienes más lo necesitan-, y que de la misma manera se puede vivir y llegar a fin de mes –con mayor o menor dificultad, dependiendo de cada cual- desconociendo el término o sabiéndolo a pies juntillas.

La ataraxia es, grosso modo, una corriente filosófica propuesta por los epicúreos –siglo III a.C.-, también relacionada con el estoicismo y el escepticismo, consistente en la disposición del ánimo de manera que pueda alcanzarse el equilibrio emocional mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, y la fortaleza del alma frente a la adversidad. Resumiendo: ante todo, calma, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad. Nada nos afecta hasta el punto de turbarnos el ánimo, ni para bien ni para mal. Así nada puede arrebatarnos la felicidad. Si les parece una tontería, probablemente tengan razón. Y si no, pues también.

Un servidor, que descubrió el término y el concepto ayudando a su niña -estudiante de Filosofía- para uno de sus exámenes, se dijo que eso de la ataraxia era un chollo y, desde entonces, siempre que puede, ante cualquier inconveniente, se dice para sus adentros mientras respira hondo: “ataraxia, Miguel, ataraxia” y puedo decirles que -además de poner de moda el término en su entorno más cercano, incluso en el trabajo donde ya lo emplean hasta las limpiadoras- no funciona mal del todo. Pruébenlo y si no les tranquiliza y les hace ver el inconveniente más salvable, se relajan aún más, respiran hondo y se dicen nuevamente: “ataraxia, ataraxia…”, y así hasta que les salga.

Y, ya puestos mis queridos reincidentes en ataráxicos antecedentes, me van a permitir que pase a contarles la batallita que les prometía.

Llamada telefónica que uno recibe en el trabajo mientras se pelea con el teclado del ordenador:

- Papá, que ha llegado a casa un aviso de notificación de Tráfico que tiene una pinta de multa que tira de espaldas. Tienes que pasar a buscarla a Correos.

- Pues será tuya, niña, o de tu madre, que yo no paso nunca de ciento veinte.

- Mía no puede ser, porque va a tu nombre. Yo no cojo ni tu coche ni la moto. Y mamá dice lo mismo, o sea que…

- No te preocupes, será cualquier otra cosa. Probablemente la baja del coche viejo.

- Ataraxia entonces, ¿no?

- No va a ser necesario, pero sí… Ataraxia siempre.

Pero, de vez en cuando, ese resorte del que disponemos los mortales que hace que nos preocupemos cuando no debemos –también llamado consciencia, o mala consciencia, según los casos- le hace una ahogadilla a la ataraxia y le susurra a uno:

“Seguro que es una multa, seguro que es una multa…”

Y un servidor, que ha aprendido a ser ataráxico, se responde:

“Cómo va a ser una multa si yo no paso nunca de ciento veinte...”

Y de nuevo el duendecillo fastidia-ataraxias:

“En alguna travesía te habrás despistado, no habrás visto un 60 y habrás pasado a 90, te quitarán el carné y tendrás que ir al trabajo en autobús o en bicicleta. Tienes suerte de que al menos, con esta sequía, no te vas a mojar…”.

Y uno, que no se deja intimidar por su consciencia, que en eso –y en otras cosas- consiste la ataraxia, busca una excusa creíble y sale de su trabajo rumbo a Correos.

-Vuelvo enseguida, me ha surgido un imprevisto. Llevo el móvil.

Después de pasar por casa a recoger el aviso, y camino de Correos, el duendecillo va haciendo de las suyas:

“Aprovecha para ir a hacer la compra, porque te vas a quedar sin carné en cuanto te den la notificación. O eso, o ya sabes… la mochila, la bici, y a dar viajes a Mercadona como un desesperado. ¿Crees que cabrá un tambor de jabón en la mochila?”

Pero el entrenamiento ataráxico saca de nuevo a flote la cordura:

“Tiene que ser la baja del coche viejo, porque yo no paso nunca de ciento veinte…”

- Buenas, venía a buscar esta notificación que ha llegado a casa esta misma mañana.

- Pues si le ha llegado hoy, hasta mañana no la tendrá. La llevará aún el cartero encima.

- ¿Hasta mañana? ¿No hay manera de tenerla antes?

- Hombre… si le urge mucho, pásese hoy sobre las ocho de la tarde, que se la intentaré tener. Deje que anote la referencia. ¿A ver? ¡¡Uff!! Tiene pinta de multa, ¿eh?

- ¿Y no puede ser una baja de un vehículo?

- No creo. Eso suele llegar como certificado y esto es una notificación.

- Pues no sabe la alegría que me da.

- Estos días se lleva mucho la multa de velocidad en las entradas a Barcelona, como han bajado la limitación a ochenta y antes estaba a ciento veinte caen como moscas. ¿Ha ido usted últimamente a Barcelona?

- Pues como diez o doce veces.

- Délo por hecho entonces. Véngase sobre las ocho y sale de dudas.

Ocho horas luchando con el cabrito del duendecillo:

“¿Lo ves? Una multa. Pásate, en vez de Mercadona, por Carrefour y compras grasa para la cadena de la bici, que te va a hacer falta, y una mochila grande para poder llevar el jabón y el suavizante”

Vanos intentos de ataraxizarse:

“Ataraxia, Miguel. No te han puesto una multa en tu vida y no va a ser ésta la primera. Tú no corres. Además habrías visto el flash.

Y es entonces cuando uno recuerda, volviendo de Barcelona en moto, enfilar la autovía desde el Cinturón del Litoral y vislumbrar un fogonazo a sus espaldas, pero restarle importancia al comprobar que el velocímetro marcaba ciento veinte, deduciendo que el flash correspondía a la foto tomada a algún inconsciente que circulaba a velocidad inadecuada en sentido contrario.

Dicho y hecho. A las ocho, en Correos, me hacen entrega de una magnífica foto de los cuartos traseros de mi moto, donde, con cierta dificultad y algo de imaginación, se aprecia la matrícula. Velocidad 117 Km/h. Límite 80 Km/h. Total: 200 euros y 3 puntos al garete. No está mal el estreno.

Y es que resulta que las autoridades barcelonesas han decidido que por allí por donde desde siempre se circulaba a ciento veinte, ahora hay que hacerlo a ochenta. ¿El motivo? Reducir la contaminación. Y uno se pregunta:

¿Se reduce de veras la contaminación circulando a ochenta, teniendo en cuenta de que para circular a ciento veinte mi moto en sexta velocidad circula a cinco mil revoluciones por minuto, pero que para ir a ochenta es necesario circular en cuarta velocidad a siete mil quinientas revoluciones? Porque un servidor tenía entendido que a más revoluciones, mayor consumo, y por tanto más emisiones.

Y se sigue preguntando:

¿Es normal que circular a la velocidad a la que se venía circulando de toda la vida se convierta en una infracción ¡GRAVE! de la noche a la mañana?

Ésas y otras preguntas se planteaba un servidor, no sabiendo ya si motu proprio o a causa del duendecillo anti ataraxia.

El caso es que, incluso en estos supuestos, es mejor recurrir a la ataraxia o, lo que es lo mismo, acudir a la oficina bancaria y pagar religiosamente por la temeridad de circular a la friolera de 117 Km/h en una autovía. Así, al menos, uno se beneficia del descuento por pronto pago. No tomárselo con ataraxia significaría acordarse de la genealogía al completo de los que han decidido, por decreto, que a ochenta se contamina menos que a ciento veinte, por mucho que haya decenas de informes técnicos que echen por tierra esa teoría.

Así que, como les decía, ataraxia, mis queridos reincidentes, ataraxia. Y tengan cuidado en las entradas y salidas de Barcelona. Hay una extensa colección de rádares dispuestos a fastidiarles su ataraxia -y su bolsillo- a la mínima que se despisten.

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