miércoles, 31 de diciembre de 2008

Shalom? Yes, weekend.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en enero de 2009
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Empiezo a escribir esta columna a media tarde del último día del 2008. El móvil no para de sonar porque mis amigos me envían mensajes de texto deseándome infinitos parabienes para el 2009. Lo entrañable de las fechas nos saca de lo más recóndito de nuestro interior –o de lo más superfluo en el caso de los que son de veras buena gente- esos deseos, a menudo sinceros, de paz, amor, felicidad y esas venturas que los humanos nos deseamos cuando nos ponemos tiernos y sensibles. La paradoja es que, a poco más de tres horas de avión y en este mismo instante, están falleciendo inocentes a ambos lados del muro que separa Israel de Gaza. Muchos más a un lado que a otro, todo sea dicho. Pese a los deseos de paz y buena voluntad de todo quisque y pese a Obama.

Obama, que quizás quince días atrás estaría el hombre impaciente y cabreado con las peculiares leyes norteamericanas que le mantienen aún sin ejercer pese haber resultado elegido hace muchos días, resopla agradecido deseando que cuando le toque salir a la palestra haya escampado el temporal. A buen seguro, si pudiera, se pediría una prórroga de otros dos o tres meses. De momento no dice ni mu del tema. Uno de sus asesores suelta que cada tiempo tiene su presidente y que este tiempo es aún el de Bush. O lo que es lo mismo, echamos balones fuera, que el tiempo corre de nuestra parte. Los que pensábamos que con Obama iban a cambiar mucho las cosas estamos a un paso de iniciar el rumbo al escepticismo. Hubiésemos agradecido, al menos, un gesto. ¿Cómo era, “Yes, we can” o “Yes, weekend”?

Me van a perdonar mis queridos reincidentes, pero este columista se siente incapaz de vertebrar un artículo de dimensiones normales sin llenarlo de exabruptos, insultos e imprecaciones dirigidos a ambos lados del muro de Israel pero que se extienden al norte, al sur, al este y al oeste, abarcando a la práctica totalidad de mandatarios del planeta y de los que tampoco escapa ni siquiera uno mismo, que dentro de unas horas se encontrará ante una mesa a rebosar de manjares y brindará por un feliz 2009 como si nada.

Al aterrizar en Israel, a uno le reciben con la palabra “Shalom”. Un servidor, en su ignorancia, creía que significaba “hola” hasta que en Jerusalén le contaron que no, que “Shalom", por mucho que ellos lo utilicen a modo de saludo, significa Paz. Miles y miles de judíos y de palestinos se pasan el día deseándose paz. Menuda paradoja.

¿Shalom? Yes, weekend.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en diciembre de 2008
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Sitúense mis queridos reincidentes en un nórdico y nevado pueblo, la mañana de un 24 de diciembre de hace muchos, muchos años.

Notó como la luz del sol, que se colaba por las rendijas de la persiana, le enviaba molestos reflejos pese al antifaz que, desde hacía años, se había acostumbrado a utilizar para dormir. Lo retiró lo justo, abrió un ojo y miró el despertador. Las once y media. “Jo, casi medio día” se dijo, y se prometió, como cada año, que jamás volvería a beber la víspera de nochebuena. No en vano, la noche de Navidad era la que más trabajo tenía.

Se levantó de un salto y, al poner el pie en el suelo, se clavó una pieza del Exín Castillos que sabe Dios el tiempo que debía de andar ahí, bajo las revistas pornográficas. Cojeando, llegó a la cocina donde recalentó café. No quedaba ni una taza limpia pero tampoco estaban lo suficientemente sucias como para no poder ser reutilizadas. Con el café en la mano, llegó renqueando y maldiciendo hasta el armario. Se enfundó su traje rojo y, nada más abrochar el botón del cuello, tarea en la que invirtió más de cinco minutos porque el ojal era mucho menor de lo que sería recomendable, cayó en la cuenta de que no se había colocado el relleno que le hacía parecer más gordo y sin el cual presentaba un aspecto aún más deplorable. Vuelta a desabrochar lo abrochado, a colocarse el relleno “a este paso, en un par de años ya no será necesario ningún relleno” se decía mientras se ajustaba las últimas fijaciones de velcro sobre su generoso buche y se afanaba en abrocharse de nuevo el puñetero botón, mientras notaba que el café que acababa de tomar le producía ese acuciante efecto laxante que se le presentaba sólo después de haberse vestido. Otra vez el maldito botón.

Con la resaca no conseguía recordar dónde diablos había dejado las llaves del almacén de los regalos. En la agencia de trabajo temporal le habían asegurado que a las ocho de la mañana, sin falta, tendría los dos elfos que le ayudarían en lo que fuera menester y, una de dos, o habían llamado al timbre y ni se había enterado mientras roncaba, o los había vuelto a parar la poli, como el año pasado, conduciendo ebrios, sin carné un trineo robado. Encima le tocó pagarles la fianza.

“Sentimos no poder atender su petición. Su línea telefónica está cortada por falta de pago. Para más información llame al servicio de atención telefónica de nuestra compañía aunque, con la línea cortada, lo tiene usted francamente mal”. Lanzó el teléfono por la ventana con tan mala fortuna que, rebotando contra el marco, fue a estrellarse, destrozándola, contra esa magnífica tele de plasma que se había agenciado la semana pasada del almacén de regalos y que, cuando su destinatario echara en falta, culparía a Correos, a SEUR, a Zapatero o a quien fuera, pero nunca a él, que para eso era Papá Noel.

La una del medio día, los elfos sin llegar, la llave del almacén sin aparecer y, para acabar de arreglar el día, recibe un email de su madre informándolo que esta noche se presenta a cenar con sus amigas, “Despabila rápido con los regalos, nene, que a mis amigas no les gusta esperar”. Menudo estrés.

Agarra una ganzúa y se afana con la cerradura. En la cárcel aprendió que ninguna cerradura se resiste a una buena ganzúa y a un poco de paciencia, pero andaba justo de lo segundo tal y como se estaba desenvolviendo la mañana. A tomar por saco la ganzúa. Cartucho de dinamita agenciado el año anterior de los regalos de Ben Laden y… ¡¡¡Bum!!! La cerradura vuela por los aires aunque las llamas han prendido las cortinas del almacén de regalos.

“¿Cuál era el número de los bomberos? ¿Dónde coño ha ido a parar el teléfono? Allí está, detrás de la planta de marihuana”. “Sentimos no poder atender su petición, como le dijimos antes su línea telefónica se encuentra cortada, porque debes siete meses, so moroso…”

Abre el grifo y no sale agua. Natural, las cañerías heladas, que para eso estamos justo al ladito del polo. “¿Servirá la cerveza?” Sí, sirve. Le ha costado tres barriles de la mejor Lager que arrambló del lote de Massiel, pero ha salvado casi todos los regalos. “¡Puaj! Qué asco, menudo pestazo a humo que echo”. Se mira al espejo y su melena y su barba, otrora blancas, aparecen tiznadas a causa del humo y de la ceniza. Menudas pintas.

Sale fuera para ir preparando el trineo. A ver si llegan los puñeteros elfos de una maldita vez y empiezan a cargar los paquetes. Donde estuviera el trineo encuentra una pegatina de la grúa municipal. Al lado, una nota de Rudolf. “Como no tienes trineo he pensado que no nos necesitas. Nos hemos ido a una orgía lapona con unos ciervos. Si nos necesitas nos llamas por teléfono. Feliz Navidad”.

Desesperado, recuerda uno de los consejos de su bisabuelo, el primer Papá Noel, “No hay nada que no se vea mejor después de siete u ocho güisquis”. Agarra una botella en el primer lote que encuentra y se la embucha a gollete del tirón, va por la segunda y tras el primer trago le encuentra un gusto dulzón y desconocido. Mira con detenimiento la etiqueta y lee “Laxante Turbo-Max. Solución inmediata contra el estreñimiento”. No ha acabado de leer la etiqueta cuando nota el primer apretón, y el segundo, y el tercero mucho más intenso. Maldito botón… “Ay que no llego, que no llego, que no… Ay… que no he llegado”.

Llaman al timbre. “Serán los elfos, ya iba siendo hora” De camino a la puerta, se tropieza con la botella de laxante y se da de narices contra el pico de la chimenea. Mientras se intenta quitar los cristales de las gafas clavados en la cara, el timbre sigue sonando con incesante insistencia. “Malditos elfos, llegan tarde y encima con prisas. Ya va, ya vaaaaa”, gira sobre sus talones pero pisa sobre una substancia viscosa, indescriptible y a todas luces maloliente, se le van los pies hacia arriba y se vuelve a dar, ésta vez de bruces, contra el revistero zulú hecho con lanzas tribales que robó del almacén de regalos el año pasado. Nuevamente el timbre, como si el elfo se hubiese quedado pegado al pulsador. Sale a la calle dispuesto a degollarlo pero se encuentra con un ángel de alas plateadas, radiante y ofreciéndole un precioso árbol de Navidad.

- Feliz Navidad, querido Papá Noel. ¿Dónde quieres que ponga el árbol?

Y aquí tienen mis queridos reincidentes, el origen de por qué en el vértice superior de los árboles de Navidad suele aparecer sentado un ángel con expresión amarga.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Más de la SGAE

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa, en diciembre de 2008
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En ocasiones, especialmente cuando se escribe asiduamente en el mismo medio y para los mismos lectores durante un largo periodo de tiempo, resulta del todo inevitable repetirse. Unas veces, porque la memoria es frágil y uno no siempre es capaz de recordar sobre lo que escribió y lo que no hace casi un lustro, y otras, porque reaparecen noticias, temas y/o polémicas que intermitentemente nos pulsan ese resorte con el que venimos dotados casi todos los humanos y que hace que nos soliviantemos, nos sulfuremos, nos aceleremos y nos rebotemos.

Y es que lo de la SGAE, Sociedad General de Autores y Editores de la que ya les he hablado en varios artículos, no tiene nombre. Ese afán y ese celo de rapiñar hasta el último céntimo que les sea posible está llegando a unos límites que ultrapasan el esperpento, desbordan lo surrealista y rebosan el despropósito.

No les voy a insistir, o sí, ya puestos, en la incoherencia residente en los distintos cánones que los gobiernos de turno –éste y también los anteriores, por mucho que ahora desde el PP quieran desmarcarse - han instaurado a modo de dádiva a la citada sociedad, cánones que gravan, por poner un ejemplo, el ordenador que un servidor utiliza para soliviantar, sulfurar, acelerar y rebotar a sus queridos reincidentes semana a semana, de modo que cuando este columnista se vea en la necesidad de sustituirlo, parte de lo que le cobren por él, irá a las arcas de la SGAE, que percibirá unos cuantos euros porque se supone que este ordenador causará un grave perjuicio económico a los autores asociados; de la misma manera que pagaría por los discos compactos –si no los comprara en Andorra, como hago sólo para chincharles- en los que suelo guardar las copias de seguridad de los artículos con los que semanalmente les fastidio a ustedes, pues esos discos también son susceptibles de albergar archivos protegidos por los derechos de autor.

A buen árbol debieron arrimarse en su día los de la SGAE para conseguir que, por el hecho de tener un aparato de radio en un bar, el propietario del establecimiento tenga que pagar derecho de pernada a la SGAE, porque la música que suene, por mala que sea y por mucho que el del bar no la elija, no está exenta de cotizar a la sociedad. No me digan que no es un negocio redondo. SGAE cobra por el CD en blanco que compra la discográfica. SGAE cobra al asociado por defender sus intereses cuando por fin consigue que la discográfica le grabe el disco. SGAE cobra cuando usted va a la tienda de discos y compra ese CD. SGAE también cobra cuando la emisora de radio compra el compacto. SGAE vuelve a cobrar de la emisora de radio cada vez que pone ese CD. SGAE cobra al pobre del bar cuando compra ese CD para ponerlo en el local. SGAE cobra nuevamente al del bar por tener un chisme en su local capaz de reproducir música y cobra aún más si ese chisme, además, sirve para escuchar la radio. Una pregunta inocente: ¿Cuántos ingresos obtiene la SGAE? Otra menos inocente: ¿Qué porcentaje de esos ingresos regresa a los autores? Miseria y compañía aunque les pueda parecer lo contrario. A los autores los explotan, y encima les siguen el juego. País, que diría Forges.

Otro día, por no extenderme en exceso en este artículo, les hablaré de cuando intentaron cobrarles cánones a ciertas hermandades de la Semana Santa de cierta capital por la música que interpretaban sus bandas, pese a que éstas tocaban exclusivamente piezas donadas benéficamente por los propios autores a las hermandades, o de cómo algún equipo de fútbol ha retirado las bandas de música de su estadio porque la SGAE les pretendía cobrar casi trescientas mil pelas de las de antes por la música que tocaba la banda antes de los partidos.

Pues no contentos con esos suculentos ingresos, los de la SGAE se han metido también a detectives. Antaño uno, cuando se casaba, tenía que tener cuidado –al margen de con la suegra- con que no se le colaran en el banquete avispados transeúntes que se hacían pasar por familia del novio delante de los de la novia y viceversa. Ahora, además, debe andar ojo avizor a que no se le cuele un topo de la SGAE que, además de ponerse hasta las cejas a costa de los novios, filma con cámara oculta el bailoteo para pillar al de la sala de banquetes reproduciendo música sujeta a los derechos de autor. Parece mentira, pero es tan real como el bigote de la Pantoja, perdón, quise decir como el bigote del novio de la Pantoja, que ponerme a rajar de la SGAE y alterárseme la neurona, es todo uno.

Y es que de las BBC (antes llamadas bodas, bautizos y comuniones con total ausencia de glamour) en las que se pretenda poner música, la SGAE debe percibir 102,35 euros, siempre y cuando la cifra de asistentes no supere las 75 personas, pues de superarlas, se añadirían 41 céntimos más por cada convidado, y, ante algún local rebelde, que pretendía excusarse del canon alegando que sólo se consumía música de procedencia anónima – como aquella que reza “La cabra, la cabra, la pata de la cabra…” ¿o no era pata?- Bueno, da igual, que les decía que para verificar que la música que se ponía era como el Canal Plus, es decir, de pago, algunos detectives a sueldo de la SGAE disfrazados de invitado, se han dedicado a grabar con cámara oculta algún que otro bodorrio para luego probar que, efectivamente, en la celebración hubo música sujeta a derechos de autor.

En el caso que quería comentarles, sucedido en Sevilla, con la cinta de vídeo debajo del brazo, la SGAE acudió a los juzgados donde, pese no ser admitida la grabación como prueba al haber sido ésta obtenida de estrangis y sin autorización explícita de los novios ni de los organizadores, se condenó al local a pagar 43.179 euros a la SGAE por quererles escaquear lo que por ley –tela marinera, la ley- les correspondería.

Lo bueno de la historia es que, puesto el tema en manos de una asociación de consumidores, la Agencia de Protección de Datos ha impuesto una multa de 60.101 euros a la SGAE por haber incurrido en una infracción muy grave, al grabar sin ningún tipo de permiso un acto privado. Parece ser que existen varias denuncias más contra la SGAE en la Agencia de Protección de Datos por esa misma infracción, y que fuentes de la Agencia afirman que las sucesivas y más que previsibles sanciones a buen seguro serán mayores al concurrir reincidencia.

¿Les dan pena a mis queridos reincidentes los pobrecitos de la SGAE? ¿Verdad que no? Pues hala, que paguen, que se fastidien y que jueguen limpio. Es lo mínimo que debieran hacer después de lo muchísimo que los cuida el Gobierno.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Jóvenes y jóvenas

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en diciembre de 2008
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Me permito tomar prestado el título de esta columna y extraerlo del comentario que una mis queridas reincidentes enviaba recientemente a otro de mis artículos. Esa reincidente, con toque irónico, parodiaba el estilo moderno de escribir y de disertar de ciertas personas, quienes, en pos de una pretendida igualdad y de lo políticamente correcto, se dedican a maltratar el lenguaje con innecesarias y ridículas redundancias.

Asistía semanas atrás quien les escribe a unas conferencias en las que destacados ponentes apuntaban ideas y estrategias para intentar erradicar la violencia machista de nuestra sociedad, exponiendo experiencias de éste y de otros países, todas ellas encaminadas a resolver este grave problema. En una de las mesas redondas, participaba una señora que fue presentada como abogada feminista, y quien, en diversas ocasiones, instaba a los presentes a revisar su lenguaje para evitar que éste fuese sexista. Así, recordaba la necesidad de referirnos a “compañeros y compañeras” en vez de “compañeros” solamente, cuando nos refiramos a ellas y a ellos, llegando a insinuar que también un lenguaje sexista era un modo de agresión. Les confieso que, al escuchar tamaña sandez, un servidor llegó a girarse, buscando algún gesto de desaprobación entre el público, no encontrando más que caras de asentimiento, como aquel que dice “tienes más razón que un santo”. Por aquello de no dar la nota, este columnista se mojó en el café descafeinado las ganas de levantarse dedo en alto y soltar lo de “pues yo no estoy de acuerdo”, pero se fue de allí dándole vueltas al tema en la cabeza.

Días después, cae en mis manos un dossier de “Técnicas de expresión escrita” de unos cursos llevados a cabo en una universidad de verano. Con curiosidad, hojeo el cartapacio y observo páginas sobre el uso excesivo del gerundio y la recomendación de sustituirlo, en lo posible, por tiempos verbales compuestos; recordatorios sobre la correcta utilización de la puntuación, alentando –disculpen el gerundio- a un empleo más frecuente del punto y coma y, finalmente, un capítulo dedicado al género, en el que el autor señala la conveniencia de no generalizar, valga la redundancia, con los géneros en aquellos casos en los que, tradicionalmente, se han empleado vocablos masculinos para definir colectivos de ambos sexos. Así, debiéramos escribir “padres y madres” y no sólo “padres”, cuando nos refiriésemos a unos y a otras. Un servidor, que respeta y ama los libros – e incluso los cartapacios de apuntes de cursos de universidades de verano- no pisoteó el libro y le lanzó un escupitajo, aunque les confieso que no le faltaron ganas.

A estas alturas, ya conocerán mis queridos reincidentes –que además saben sobradamente que cuando así les defino me refiero a mis reincidentes varones y a mis reincidentes mujeres- de qué pie cojea un servidor, y que numerosas ocasiones ha criticado la misoginia y la desigualdad como el que más, pero esto es ya de ser más papistas que el Papa, y que le pidan a un servidor que escriba “mis queridos y queridas reincidentes”, o que cuando diserte, por poner un ejemplo, sobre la educación que han de recibir los niños por parte de sus padres, haya de redactar “por parte de sus padres y de sus madres” me parece, hablando en plata, una gilipollez.

Porque no se puede ser ni tan corto, ni tan estrecho de entenderas como para no captar, ni que sea por el contexto, cuando uno se está refiriendo a uno o a los dos géneros. Que si este que les escribe habla de sus queridos reincidentes, no es necesario haber obtenido un Máster en Lingüística para comprender que de ese grupo no se está excluyendo a lectora alguna y que, todos y todas los que tienen la insana costumbre de leer mis columnas, son reincidentes de un servidor por igual, y que quien busque en eso una agresión machista o un lenguaje sexista hay para decirle que tal actitud no es más que -disculpen la ordinariez- una tocada de huevos. O de huevas, como ustedes prefieran.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Chancletas para las beodas

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en diciembre de 2008
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Me comentaba un amiguete, funcionario que ejerce de abogado en una concejalía de una capital de provincia, que es una lástima que no se exija ningún tipo de formación específica a los políticos, que de la noche a la mañana un señor se convierte en jefe de departamento sin que para ello hayan tenido que demostrar su capacitación, ni se hayan visto obligados a superar oposición alguna. Si bien resulta evidente que los votos de los ciudadanos legitiman su elección, en modo alguno los capacita automáticamente para dirigir un grupo de funcionarios que sí han se han formado y han estudiado para ocupar el puesto para el que en su día concursaron. Así, el empeño que últimamente están poniendo las diferentes administraciones para formar mejor a sus funcionarios, enviándolos a cursos de reciclaje o capacitación, no siempre alcanza a los políticos que los dirigen. Y es una pena. Verán como sí.

Sin lugar a dudas, sí existen políticos –y un servidor conoce a un montón- expertos en las materias de su responsabilidad, e incluso los que, sin serlo, saben relacionarse con los funcionarios de sus departamentos de manera que sean éstos últimos los que desplieguen los mecanismos técnicos que sean capaces de desarrollar las directrices políticas marcadas, reservándose el gobernante, la dirección y la supervisión de ese proyecto. Cuando esto sucede -y sucede bastante, gracias a Dios- miel sobre hojuelas. Lo fastidiado es cuando ocurre justamente lo contrario, que es lo que parece que les sucede en el municipio del sureste británico de Torbay, en la Riviera Inglesa, donde los responsables políticos de los servicios de Ambulancias, Bomberos y Educación, han tenido la brillante idea de dispensar chancletas a aquellas señoras o señoritas que durante estas fiestas navideñas abusen del alcohol y salgan a la calle como una tajada como un piano.

Aquéllos de mis queridos reincidentes que estén pensando que el que ha abusado del tintorro es este columnista, y que ése es el motivo por el que está escribiendo semejante idiotez, deben saber que esta historia de borrachas y chancletas no es fruto de los delirios alcohólicos de un servidor que, dicho sea de paso, no lleva en el cuerpo a estas horas más que un descafeinado con sacarina, sino que recoge la noticia tal cual la publica el rotativo insular Canarias 7, que a su vez cita al prestigioso Times como fuente de la noticia.

Parece ser que las cabezas pensantes de Torbay se ven venir que estas navidades, con eso de la crisis, va a abundar el número de mozas beodas que, por aquello de beber para olvidar, se van a poner tibias de ginebra y/o de cerveza negra. Como por norma general la gente se viste con elegancia en Navidad, y la elegancia femenina suele pasar por subirse en zapatitos de tacón, temen que una borrachera sobre tacones pueda tener consecuencias funestas para los tobillos de esas féminas, por lo que han decidido suministrar chancletas a las señoras propietarias de cogorzas navideñas, para que puedan caminar sin dificultad, o, mejor dicho, exclusivamente con la dificultad de ver doble y deambular zigzagueando mientras se canta Liverpool patria querida, Liverpool de mis amores y sin el añadido de hacerlo, además, sobre unos zapatos de tacón. Eso sí, las chancletas llevarán inscritos lemas sobre los efectos negativos del abuso del alcohol. Prevención ante todo.

Habrá quien piense que no es mala idea, y que bien pudieran nuestras autoridades copiar esta iniciativa que a buen seguro evitaría esguinces, distensiones de ligamentos, moratones y roturas fibrilares a nuestras féminas, pues he de confesarles que un servidor consideró simpática la noticia hasta leer que: 1) La broma les cuesta a los Torbayenses (o como se llamen) treinta y seis mil euros del ala. 2) El reparto de las sandalias de goma lo llevará a cabo la policía.

Porque no es de recibo que un pueblo sustraiga de su erario seis millones de las antiguas pesetas para evitar que las señoras ebrias, ni que sean ocasionales, se tuerzan un tobillo, la que no sepa beber que no beba, ¡leñe!; como tampoco lo es tener a los cuerpos y fuerzas de seguridad para arriba y para abajo repartiendo chancletas entre las piripis, porque mientras transportan sandalias no están haciendo las funciones que sí le son propias y para las que les pagamos.

- Central para Patrulla siete, responda por favor.
- Patrulla siete a la escucha.
- De camino al atraco, desvíense un momento hacia Main Street, allí hay una pandilla que vienen de despedida de soltera y van a necesitar trece pares de chancletas.
- Patrulla siete recibido, llamen al atracador y le dicen que espere, que llegaremos en unos diez o quince minutos, según estén de pesadas las de la despedida.

Parece mentira que no se hayan dado cuenta que cualquiera puede repartir una sandalia, pero que no todo el mundo es capaz de -ni tiene por qué- detener a un delincuente.

No me digan que no es para aplaudir -en el cogote y a dos manos, por supuesto- a los políticos de Torbay. Si uno fuera mal pensando elucubraría con la posibilidad de que algún cuñadísimo de la riviera inglesa se esté frotando las manos porque ve cómo va a vender en diciembre todo el excedente de sandalias que le sobraron del verano. O eso, o que hay algún político en Torbay que no es más cenutrio porque no se entrena.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La imagen y las mil palabras

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa, en noviembre de 2008
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Algunos recuerdos de los años mozos, sin que se sepa por qué, perduran de forma especial en nuestras mentes. Treinta y tantos años después, uno recuerda multitud de imágenes de su etapa de colegial, y las recuerda con una nitidez que ya quisiera para las discusiones los hijos “¿que yo te dije que te lo podías comprar?” o para la lista de la compra, el día que ésta se queda pegada con un imán con forma de pizza en la nevera.

De aquellos tiempos, un servidor recuerda el día –tenía este que les escribe nueve años- que aquel entrañable cura que ya les he citado en alguna ocasión, el Hermano Victorino, nos comentaba una frase aparecida en un dictado: Más vale una imagen que mil palabras. Y recuerda este columnista que le pareció acertadísima la máxima, considerando entonces que cuán más fácil era mostrar una foto de lo que fuese, que tener que irlo describiendo con palabras, al margen de resultar evidente que jamás una descripción, por buena que fuese, gozaría de la fidelidad de la imagen. La foto era la plasmación real del objeto, mientras que toda descripción adolecería de la objetividad necesaria, no siendo más que una interpretación subjetiva del narrador. Así aparece en la foto ergo así es. Y no hay más vuelta de hoja. Esta claro. ¿O no?

Pues no. Ya no. Resulta que, de un tiempo a esta parte, las imágenes ya no tienen por qué corresponder a la realidad. Si bien siempre se ha podido trucar una fotografía, últimamente, con esto del PhotoShop, cada vez podemos estar menos seguros de que lo que estamos viendo en una imagen corresponda realmente con el objeto o persona fotografiada.

¿Ejemplos? Los que quieran. Desde las imágenes de perfectos cutis de los anuncios de cremitas, en los que el técnico en PhotoShop elimina poros, arruguitas y vello rebelde en el entrecejo merced a la informática, hasta las fotos de campaña de nuestros políticos, en las cuales modelan sonrisas, iluminan ojos y difuminan patas de gallo.

Pero como sea que ya estamos acostumbrados a que la publicidad –y las fotos de campaña no son más que eso- manipule imágenes y magnifique virtudes del objeto publicitado, ya no nos sorprende que cuando vamos a ver el coche en el concesionario no se nos antoje ni tan grande ni tan elegante como el de la tele, o que cuando vemos a Aznar en persona, sea más bajito de lo que uno pudiera esperarse. Lo que sí sorprende –al menos a un servidor- es que prestigiosas publicaciones recurran al PhotoShop de forma alegre para alterar –siendo suaves, o manipular no siéndolo- imágenes y circunstancias como las que en los siguientes párrafos les describo.

Se llevan la palma en esto de la manipulación digital -ya los han pillado dos veces en poco tiempo- los franceses, quienes velan cuidadosamente por la apariencia de sus mandatarios. Así, el semanario París Match practicó una liposucción digital al michelín de Sarkozy, eliminándole la lorza que le aparecía en la cintura en unas fotografías en las que se veía a don Nicolás remando en una canoa con un crío. La aparición de la foto original, la de la lorza, ruborizó a Arnaud Lagardère, propietario de la revista y amigo de Sarkozy. No llegó a trascender si la eliminación de la lorza fue a petición de su poseedor, o bien fue un favor desinteresado de Monssieur Largardère. Y digo yo… ¿Por qué no puede tener una lorza un gobernante cuando la mayoría de mortales la tienen? Máxime en la posturita –sentado en una canoa- en la que don Nico fue fotografiado. ¿Es indispensable que un Presidente de la República luzca cuerpo Danone para que sea un buen gobernante? En cualquier caso, la supresión virtual de la lorza más parece un guiño de Lagardère a Sarkozy, por aquello de que son coleguillas y, qué quieren que les diga, quien tiene un amigo tiene un tesoro, aunque le cuelgue una lorzilla rebelde cintura abajo.

No es el mismo caso el del periódico Le Fígaro y la Ministra Francesa de Justicia, Rachida Dati, aquélla a la que un periódico marroquí relacionó de forma lúbrica con un señor con bigote que muy mucho me guardaré de citar aquí, que no está la economía como para que lo lleven uno de querellas por los juzgados –que con eso amenazó el susodicho a quien se hiciera eco del rumor, cosa que este columnista no hace ni por asomo- Ministra que, en una entrevista en la que replicaba a las críticas recibidas por un colectivo de 534 magistrados, aparecía en una magnífica foto en la que -se supo después- se había sustraído a la vista de los lectores un pedazo de anillo de oro gris y diamantes, valorado en 15.600 euros. Numerosos medios de prensa escrita recogieron posteriormente las dos fotos, la del antes y la del después del retoque. La redactora jefe de Le Fígaro asumió la responsabilidad del lavado de dedo, alegando que las dimensiones del anillo bien podrían distraer la atención de los lectores, en perjuicio de la protagonista de la imagen. Un servidor no se cree la excusa, que si bien el anillo es de tamaño considerable, más lo son esos ojazos –preciosos, dicho sea de paso- de la Rachida y no le han puesto un parche de pirata para que no nos despistemos.

Si el motivo es que no se vea el anillo por aquello del qué dirán, que si un anillo tan caro con tanta crisis, no sé lo que opinarán mis queridos reincidentes, pero un servidor piensa que a ver por qué una señora –Ministra o no- no va a poder lucir un anillo de dos millones y pico de pelas si los tiene y le apetece. ¿O es que vamos a hacerle un listado a la Ministra de en qué puede y en qué no gastar su sueldo?

A menos que el anillo sea de compromiso y se lo haya regalado el misterioso padre de su hijo –que no tiene por qué tener bigote, insisto- y se lo han eliminado para evitar nuevas –o viejas- especulaciones y suspicacias.

En cualquier caso, parece que va llegando el momento de explicarles a los más jóvenes que sí hubo un tiempo en el que una imagen valía más que mil palabras.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Yo tampoco vi la entrevista

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Cuando uno se asocia a causas presuntamente perdidas y luego resulta que no lo son tanto, o que ni que sea por casualidad se consigue el fin pretendido, experimenta una dulce sensación similar a la de la victoria inesperada. Y es que un servidor, al que mis queridos reincidentes ya han visto a través de estas páginas sumarse a iniciativas varias contra quienes nos toman por tontos sin el más mínimo disimulo, le va mucho eso de apuntarse a campañas internautas que, de funcionar, pondrían de manifiesto que pertenecemos a una sociedad aún capaz de reaccionar ante la injusticia y ante la prepotencia con la que algunas empresas y/o colectivos tratan al ciudadano de a pie.

Así, este columnista se sumó a aquella campaña que proponía la no utilización del teléfono móvil durante un día fijado, para protestar contra la maniobra de las principales operadoras de telefonía móvil, cuando reaccionaron con una subida de tarifas a la imposición gubernamental de facturar por segundos en vez de por minutos. Aquel día, cuando éste que les escribe comprobaba el escaso seguimiento de la iniciativa en su círculo más cercano -personas que bien podían haber prescindido un solo día de su vida del puñetero móvil, pero que no lo hacían por motivos prácticos y de comodidad- albergó cierta sensación de desánimo y de estar haciendo el primo, pues aquellas 24 horas de desconexión le supusieron algún contratiempo y algún reproche, máxime sabiendo que a la postre no sirvió de nada, pues las operadoras siguieron manteniendo sus tarifas y el que más y el que menos sigue igual de colgado al móvil, ya cobren el minuto a ocho o lo cobren a ochenta.

Del mismo modo, y también adhiriéndose una campaña iniciada en la red, quien les escribe se impuso, y así lo explicó en su día a sus queridos reincidentes, la obligación de no repostar jamás de los jamases en las gasolineras de dos grupos petroleros, con la ilusa esperanza -hubiese funcionado si todos hubiésemos hecho lo mismo- de que esas dos empresas, al verse ignoradas por los consumidores, reducirían precios, momento en el que se cambiaría de compañía petrolera a boicotear, evitando esta nueva vez a aquellas que mantuviesen más altas sus tarifas. Así, cada vez que un servidor pasaba frente a alguna de las gasolineras de esas dos compañías, le daban ganas de increpar a los usuarios llamándoles individualistas, comodones, esquiroles, insolidarios, colaboracionistas y descastados. Huelga decir que, como ocurriera con la anterior, la citada campaña no alteró ni un céntimo el precio del combustible, ni en ésas ni en las otras estaciones expendedoras. Pese a ello, y aunque sea por pura cabezonería, servidor de ustedes no ha vuelto a pisar ninguna estación de servicio perteneciente a aquellas multinacionales. A ver quién se cansa antes, ellos de no venderme o yo de no comprarles. Será por gasolineras…

Y así, cuando al abrir el correo me aparece otra nueva campaña, y encontrándola justa y acertada –ahora les cuento- este columnista hizo el propósito de obrar en consecuencia, pero sin el entusiasmo de otras ocasiones: sin reenviar el correo a sus contactos y con el pleno convencimiento de que, una vez más, la campaña no iba a servir absolutamente de nada.

En esta ocasión la iniciativa, les decía que también distribuida por correo electrónico, invitaba a los internautas a no ver cierto programa de Telecinco en el que iban a ser entrevistados, en diferentes entregas, Luís Roldán y Julián Muñoz, remitiendo dicho correo al sitio web www.yonoverelaentrevista.com, y a diversos vídeos colgados en You Tube, apareciendo en uno de éstos una imagen fija en la que podía leerse, con la música de la sintonía de Gran Hermano de fondo, el siguiente texto: “Yo no veré la entrevista a Julián Muñoz porque los 350.000 € se los podrían haber gastado en una de esas 12 causas que tanto predican”. Asimismo, desde esa página, se lanzaba el eslogan “La telebasura ha muerto si tú quieres”.

La campaña también se hacía extensiva a los anunciantes, para que retiraran sus anuncios de esos programas, y –especialmente- a aquellos televidentes que tuviesen instalados audímetros en sus domicilios, todo ello con el fin de que Telecinco comprobara que no le traía cuenta entrevistar a delincuentes.

Les confieso que a un servidor le pareció una idea magnífica, considerando que tenía mucha guasa que Telecinco premiara a dos ladrones –se puede decir con la boca grande, pues ya han sido condenados por haber robado dinero público, o sea, de todos nosotros- con una morterada de billetes a cambio de exhibir su anatomía fofa y sus excusas ante la caja tonta.

Así que, sin que le supusiera ningún esfuerzo, que a este pulsateclas le trae al pairo lo que digan o dejen de decir ni Roldán este viernes ni el Cachuli el próximo, dedicó el tiempo de la entrevista a leer una novela, también de policías y delincuentes, y olvidó el tema hasta que, a la mañana siguiente, sintió curiosidad de ver cómo habían ido las audiencias.

Con la seguridad de que la entrevista a Roldán habría obtenido unas buenas cifras, rebusco en la red y compruebo –sorpresa- que no tanto. Que sólo quince de cada cien espectadores que en aquel momento veían la televisión se interesaron por los cuentos y las cuentas de ese impostor, eso es, que el ochenta y cinco por cien prefirió otras opciones. Hasta aquí bien. Campañas organizadas en la red 1 – Telebasura 0.

Sigo leyendo y –mi gozo en un pozo- resulta que la máxima audiencia en esa misma franja horaria se la lleva “Donde estás corazón”, donde se entrevista a la hermana de la viuda del que fuera exmarido de la Jurado.

Siendo optimistas, podríamos determinar que la campaña ha tenido éxito y que muchos televidentes pasaron del delincuente Roldan, aunque me temo que, siendo realistas, más parece que la campaña de marras funcionara exactamente igual que las que les comentaba anteriormente, y que lo que muestran los datos de las audiencias televisivas del pasado viernes es que lo que más interesó a los televidentes de este país fue conocer los asuntos privados de la Mosquera. Apaga y vámonos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ajustarse el cinturón

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Un servidor ya se ha declarado, en repetidas ocasiones, incapaz de comprender qué mecanismos mueven la economía, así como las interacciones de ésta con la crisis y viceversa, escapando al tosco conocimiento económico de este columnista infinidad de situaciones, como el hecho de que el morirse unas vacas en Argentina provoque que baje varios puntos el Íbex 35, o que en unos mercados de valores suba la bolsa tras la victoria de Obama mientras que en otros baja exactamente por lo mismo.

En cualquier caso, no hace falta ser un lince ni un licenciado por Harvard en Economía, para olerse que más de cuatro se andan aprovechando de que el Pisuerga se empecina en seguir pasando por Valladolid, para que, con la excusa de la crisis, andar presentando expedientes de regulación de empleo a la más mínima, o para mandar al paro a obreros con un montón de trienios y luego substituirlos por personal de empresa temporal a mitad de sueldo, cuando no para deslocalizarse y colocar sus factorías donde se consiga mano de obra a cambio de poco más que un plato de arroz por diez o doce horas de trabajo.

Resulta evidente –les ruego lean este párrafo con ironía- que la crisis actual ha activado el mercado de Ferraris de segunda mano, porque muchos empresarios y altos ejecutivos han tenido que cambiar sus flamantes deportivos por utilitarios para subsistir y así arrimar el hombro a la empresa que otrora fuera fructífera, y que existe una legión de presidentes de consejo de administración en paro que ahora colapsan las oficinas del INEM en pos de cualquier trabajo que les permita llevarse un humilde sueldo con el que mantener los pisos de protección oficial que se vieron obligados a ocupar, como si fueran simples obreros, cuando no tuvieron más narices que vender sus chalés con nueve cuartos de baño, piscina climatizada y seguridad privada.


Será que un servidor se está convirtiendo en mal pensado, pero está convencido de que no son pocos los que piensan que les trae más cuenta echar el cierre dejando colgado al personal -sabiendo que luego podrá volver a empezar con borrón y cuenta nueva- a dejar de obtener beneficios multimillonarios y quedarse sólo con beneficios millonarios, que eso de ajustarse el cinturón en tiempos de crisis es de proletarios.

Así, tenemos algunas multinacionales que amenazan con despidos y/o con llevarse sus plantas –muchas veces construidas en terrenos cedidos por la administración- a otros lares que les sean más propicios. Y contra esto, creemos que no podemos hacer más que ejercer nuestro derecho al pataleo cuando no es así. Los consumidores, que somos muchos, bien podríamos solidarizarnos con esos miles de futuros parados más que con el consabido “pobre gente” que se nos venga a la cabeza cuando sepamos de su desgracia por la prensa.

Nissan y Pirelli, por citar sólo dos multinacionales de un mismo sector que han presentado o están preparando sus ERE, se lo plantearían muy mucho si supieran que su intención de poner a miles de trabajadores de patitas en la calle tuviese como consecuencia una reacción popular en cadena de total rechazo a sus productos, y que a la hora de cambiar de coche o de neumáticos, sólo pasáramos por los concesionarios de esas marcas para mostrarles el dedo corazón erecto al viento a la vez que nos encaminamos a la competencia. Porque un servidor está convencido que Nissan, Pirelli y todas las multinacionales que aprovechan el cauce del Pisuerga para lo que ellos llaman optimizar recursos, en lo único que piensan es en mantener sus márgenes de suculentos beneficios, trayéndoles al pairo si se está atravesando un período de crisis o si nos hallamos en plena época de bonanza económica y de expansión.
De todas maneras, el señor Nissan, el señor Pirelli y compañía pueden estar la mar de tranquilos porque vivimos en una sociedad incapaz de organizarse para este tipo de acciones, porque nuestra solidaridad finaliza con el “pobre gente” que antes les comentaba y con el golpecito de ánimo que le demos en la espalda a ese conocido que lleva en la Nissan quince años y que se va de patitas a la calle. Porque tenemos asumido, y ya nos debe parecer bien, que ajustarse el cinturón en época de crisis no es cosa de millonarios. En todo caso, si desaparezco, que a ninguno de mis queridos reincidentes les dé por buscarme en un concesionario Nissan o en un distribuidor de Pirelli.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Arte abstracto

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Vaya por delante mi confesión de que en esto del arte abstracto, un servidor es algo cerril y nada entendido, teniendo dificultades en ver más allá de lo que sus ojos le muestran tal cual, siendo incapaz de visualizar más que tres brochazos mal dados donde los entendidos encuentran la sobria luminosidad del atardecer en un bosque mediterráneo en otoño.

Pensando que cierto tipo de arte quizás sea como la tónica, que si no te gusta es porque la has probado poco, un servidor insiste con cierta regularidad, asistiendo a exposiciones en pos de hallar la luz y poder disfrutar de una pintura abstracta como lo hace ante un cuadro de Velázquez, pero he de confesarles que sigo sin conseguirlo. Más bien al contrario, que rara es la vez que no sale uno de la sala sintiéndose tristemente prosaico y a medio paso de la palurdez más absoluta. Y eso, cuando no queda uno abochornado, como la vez que en el Gughemheim, sintiendo curiosidad ante el numeroso público que contemplaba una escalera apoyada en la pared merced al más estrambótico de los equilibrios, un bote de pintura tirado en el suelo y el contenido de éste desparramado al unísono por suelo y pared , sí creyó –quiero creer que influenciado por los comentarios de la entendida concurrencia- apreciar cierta figura inteligible configurada por la pintura derramada, ilusión que se fue al traste cuando aparecieron dos individuos con mono de pintor -uno de ellos pedía disculpas al que parecía el encargado por el estropicio, fruto de un traspiés en lo alto de la escalera- y se llevaron, al unísono, la escalera, el bote y mi fugaz ilusión de empezar a descubrir el arte abstracto.

Pero lo que les narro a continuación, al menos a los ojos de los lerdos y analfabetos en esto de lo abstracto como quien les escribe, desvelará a mis queridos reincidentes que, pese a lo que pudiera parecer, no somos pocos los que no sabemos distinguir un huevo de una castaña en estos menesteres, aunque seamos bastantes menos los que lo reconozcamos abiertamente.

Y es que me ha llegado por correo electrónico el vídeo de un programa de televisión, donde preparan una trampa a esos presuntos entendidos. Llevan un lienzo a una clase de párvulos y les proporcionan a los críos pinturas para que, con sus propias manos, hagan cuantas guarrerías les plazca en la tela. Imagínense el resultado: un puñado de criaturas con licencia para guarrear y para pintarrajear a su libre albedrío y sin traba alguna. Los enanos disfrutaron como tales y del cuadro resultó una especie de pella negruzca en el centro -la mar de abstracta, eso sí- y de diversos colores, indeterminados a causa de las numerosas mezclas, en las esquinas.

Una vez terminada la obra de arte, los reporteros la enrollan, la esconden entre sus ropas, la cuelan en una prestigiosa exposición madrileña, sacan un bastidor desmontable donde colocan la pintura, y la cuelgan de una de las paredes libres junto a los cuadros de artistas de renombre. Una vez perpetrada la gamberrada, como reporteros que son, sacan su cámara y su micro y se dedican a entrevistar a los visitantes que muestran interés por la ópera prima de los parvulitos.

Un cincuentón trajeado, con aire de intelectual, se coloca frente al cuadro:

- ¿Qué aprecia usted en esta pintura, caballero?

Se mira y remira largos segundos la obra, ladea la cabeza varias veces, para acabar espetando:

- Tensión sexual. Sí. Se aprecia una enorme tensión sexual en esta obra. ¿No la notan?

Los reporteros se muerden la lengua para no desternillarse delante de sus morros, imagino que al recordar la enorme tensión sexual de los parvulitos mientras pervertían la tela, y siguen preguntando.

Uno tras otro, los “entendidos” van loando tamaña obra de arte, que unos califican como sublimación expresionista, otros como neo surrealismo y otros como obra maestra del expresionismo trascendente. Alguno, incluso aventura autor famoso. Sólo dos adolescentes reconocen no tener ni puñetera idea de arte abstracto y, tras mirar el cuadro desde diversos ángulos, no atinan más que a describir la obra con algo así como pintura rara de colores raros.

Y, dejando al margen mi ya reconocida incapacidad para comprender y disfrutar del arte abstracto, Una de dos: o han dado en un parvulario de Madrid con cinco niños prodigio de la leche, o en los museos y entre los entendidos se cuela mucho fantasma y mucho enterao.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Dime de lo que presumes…

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Aun a riesgo de que me pongan de vuelta y media en los foros, y mi correo electrónico se inunde nuevamente de amenazas, circunstancia que, además de traerme al pairo, irremediablemente ocurre cada vez que un servidor se mete con los obispos, con la ultraderecha y/o con Bush en alguna de sus columnas, me van a permitir mis queridos reincidentes que en mi artículo de esta semana me refiera al trágico suceso protagonizado por el líder ultraderechista austriaco Jörg Haider, que en paz descanse. O mejor dicho, tanta paz lleve como descanso deja.

Como bien sabrán ustedes, el populista Jörg Haider falleció hace unos días en Klagenfürt, capital de Carnizia, región austríaca donde gobernaba desde hace años. El político austriaco perdió el control de su Phaeton V6 de tracción integral cuando circulaba a más de 140 kilómetros hora en una zona limitada a 70 y triplicando la tasa máxima permitida de alcoholemia. Probablemente, como uno que yo me sé, también fuera de los que no quería que le dijeran cuántas copas podía beber, ni a la velocidad a la que debía circular. Y así le fue.

Pese a la moderación en la que camaleónicamente se había instalado en los últimos tiempos -lo que le granjeó un considerable aumento de votos entre los sectores conservadores no ultras- destacó Herr Haider, además de por su antisemitismo recalcitrante –en las hemerotecas perduran sus elogios a las políticas nazis y a las SS-, por la convicción de la necesidad de un implacable control social –especialmente con los venidos desde fuera de sus fronteras- alentando penas más rigurosas para los delincuentes e insistiendo hasta la saciedad en lo inflexibles que había que ser con los inmigrantes que no cumplieran con las leyes austriacas. Pero ya se sabe que en casa del herrero…

Como suele ser habitual entre los integrantes de la extrema derecha, y aunque no se declarara abiertamente homófobo, apoyó Herr Haider políticas homofóbicas, y así lo demostró votando contra los derechos de los homosexuales cada vez que tuvo ocasión, y, mira por dónde, parece ser que el último vodka antes de estrellarse se lo tomó en Stadtkrämer, un conocido local de ambiente gay próximo a su mansión de Barental, garito en el que presuntamente compartió confidencias y copas con un caballero. Y, mira por dónde, para acabarlo de adobar, su sucesor en el partido de la ultraderecha, Stefan Petzner, va y confiesa haber mantenido una relación íntima con Herr Haider -“Ha sido el hombre de mi vida”, textual- relación consentida, según el propio Petzner, por la esposa del fallecido.

Desde luego que los ultraderechistas más aferrados ya inundan los foros insinuando supuestas conspiraciones, defendiendo que el accidente se produjo en extrañas circunstancias -cuando nada tiene de extraño ponerse el coche por boina cuando se circula al doble de la velocidad permitida y triplicando la tasa de impregnación alcohólica- y dejando a la altura del betún a Herr Petzner, el presunto amante, por calumniador –ya lo han fulminado en el cargo- y porque, por supuestísimo, ser homosexual y ser un líder ultraderechista es, a sus ojos, un oxímoron como la copa de un pino.

Y ante acontecimientos como éste, uno se pregunta cuántos de los más aferrados militantes homófobos tendrán un “hombre de su vida” en la intimidad y destilarán odio y amargura hacia los que son capaces de vivir su sexualidad abiertamente y sin importarles el qué dirán. Cuántos, de puertas para adentro, remolonearán con atléticos efebos de rizados cabellos -o con alfeñiques alopécicos, que digo yo que habrá gustos para todo- mientras que, de puertas hacia afuera, presumirán de una relación hipócrita con una señora a la que exhibir del brazo ante la concurrencia, señora con la que, probablemente, se halle unido en sagrado matrimonio, que no tiene de tal más que la apariencia de cara a la galería, y aprovecharán la más mínima para poner el grito en el cielo, ante tanto desmadre, tanto despiporre y tanta pluma, erigiéndose, faltaría más, en defensores de la moral y las buenas costumbres. Y es lo que decimos: que dime de lo que presumes…

miércoles, 22 de octubre de 2008

A líneas revueltas III. En busca del ICC perdido

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Siguiendo con la serie de artículos denunciando despropósitos –cuando no abusos- de las distintas operadoras de telefonía sobre el sufrido consumidor, me van a permitir mis queridos reincidentes que les narre la historia de Cristina, una de mis queridas –aunque desconocida- reincidentes con la que contacté a través del foro de uno de mis artículos de Vistazo a la Prensa, también relativo a desvaríos telefónicos, donde ella me participaba de los quebraderos de cabeza que le causó Movistar a causa de su intención de abandonar la compañía azul para pasarse a la competencia. Les pongo en antecedentes y luego les cuento.

Si alguno de ustedes pretende cambiarse de compañía de telefonía móvil y desea mantener su mismo número de teléfono –a eso se le llama portabilizarse- la operadora de destino le solicitará que usted les facilite su número de ICC. Ese número viene impreso en el reverso de su tarjeta SIM y consta de trece números. Para obtenerlo no hay más que sacar la tarjeta de su alojamiento y mirar en su reverso. El problema aparece cuando la tarjeta tiene ya unos añitos y el número se desdibuja hasta el punto de resultar ilegible. Hasta hace poco más de un año, cualquiera lo podía obtener tecleando en su propio móvil el siguiente código: asterisco, almohadilla,102, almohadilla y tecla de llamada. Como por arte de magia, el número aparecía en la pantalla del terminal, y con él podía solicitar diversos servicios, como la cancelación de sus datos en los ficheros publicitarios de Movistar -para evitar que luego le torturen con llamadas y mensajes a la hora de la siesta informando de sus espectaculares promociones- o, incluso, para cambiarse de compañía de telefonía sin tener que cambiar de número.

Pues parece ser que actualmente, marcando ese código, ya no aparece el número ICC entero, sino sólo los cinco últimos dígitos y, según se rumorea en los foros de telefonía, los teleoperadores de Movistar han recibido instrucciones de no facilitar ese número y aquí es donde aparece Crisitina, mi desconocida reincidente, que una mañana decide que esto no es vida, que su convivencia con Movistar no la satisface y pretende iniciar nueva relación con Vodafone. Contacta con Vodafone y le solicitan el número ICC, y es cuando Cristina comprueba con pavor que el número se ha desvanecido de su tarjeta. Le advierten en Vodafone que en Movistar le van a poner mil pegas para obtener el ICC, pero que se lo han de facilitar porque ese número le pertenece.

Y allí que se va Cristina a un distribuidor Movistar de Sevilla, cargada de ánimos, a obtener el salvoconducto de su divorcio telefónico. Les informa de su voluntad de cambiar de operadora y les solicita que le faciliten, a tal efecto, su número ICC, pero se encuentra con que una señorita de Movistar le informa que en la tienda no pueden dárselo, pero que se lo facilitarán a través del teléfono 609, atención al cliente Movistar.

Y allí que se va Cristina, teléfono en mano, a llamar al 609 en pos de su ICC y le contestan –no se lo pierdan- que se lo tienen que dar en una tienda/distribuidor Movistar.

Y allí que se va Cristina –ya un poco mosca- de nuevo a la tienda/distribuidor comercial Movistar, en la Plaza Nueva de Sevilla, para más señas, a contarle que el 609 la manda allí y de allí, nuevamente, la vuelven a mandar al 609 insistiéndole en la tienda en que ese trámite corresponde a los servicios de atención telefónica de Movistar. Cristina, que ha hecho alguna averiguación por su cuenta, sabe que in extremis puede recurrir a solicitar un duplicado de la tarjeta –servicio por el que Movistar cobra 5 euros, que aunque no lo parezca, son ochocientas y pico pesetas de las de antes- tarjeta que, al ser nueva, sí va a mostrar en todo su esplendor esos pedazos de números que conforman el ICC, y le plantea esa posibilidad a una de las dependientas de Movistar, quien le contesta que si desea puede hacerlo, pero que debe insistir en el 609 pues es allí donde deben facilitarle el ICC.

Y allí que se va Cristina, otra vez teléfono en mano, marcando el 609, donde de nuevo la remiten a la tienda con la misma cantinela de las ocasiones anteriores.

Y allí que se va Cristina – que a estas alturas ya es capaz de hacerse el camino con los ojos vendados- a la tienda y, después de retransmitirles por enésima vez ese partido de Ping Pong en el que ella es la pelota, solicita que le hagan un duplicado de la tarjeta para evitarse más mareos y más vaivenes.

¿Y saben lo que le contestó la comercial de Movistar?

- Muy bien, señorita, para hacerle el duplicado necesito su número ICC

Cristina, después de dudar un momento entre cortarse las venas y dejárselas largas, respira hondo, y se dice para sus adentros “Ataraxia, Cristina, ataraxia –que para eso es reincidente de un servidor- e intenta explicarle que, precisamente, si quiere un duplicado de la tarjeta -que puñetera falta le hace un duplicado, pues la suya funciona perfectamente- es para obtener el puñetero ICC, y, que si ella tuviera el dichoso ICC, a buenas horas se hubiese pasado el día dando viajes de la tienda a casa y de casa a la tienda. Asimismo le informa que en esa misma tienda, esa señorita de allí –señalando a otra Movistar Girl que ahora, disimuladamente, silba y mira el techo como si no fuera con ella- le había informado que sí podían tramitarle allí mismo el duplicado de su tarjeta.

- Pues va a ser que no, porque los datos de la tarjeta son confidenciales y sin el ICC no podemos facilitarle el duplicado, porque si usted no tiene el ICC esa tarjeta podría ser incluso robada.

O sea, que encima llaman choriza a la pobre Cristina. Alucinante.

Cristina cambia de táctica y se acerca a otra tienda Movistar donde tiene mucho cuidado en no decir que necesita la tarjeta para obtener el ICC y así cambiarse de operador, sino que pone una excusa cualquiera, como que un tanque le pasó por encima de su móvil el día del desfile y que le ha dejado la tarjeta hecha unos zorros.

Y allí, sin pedirle el PIN, ni el PUK, ni la SIM, ni el ICC, ni siquiera su nombre, previo pago del diezmo, que diga de los cinco euros, le dan una tarjeta flamante, con un ICC reluciente con el que se va a una tienda Vodafone donde la portabilizan. Cristina cursa tres reclamaciones en el servicio del 609 y fin de la historia.

Y un servidor, que por aquello de documentarse, pero más aún por empatizar con su querida reincidente Cristina, se agarra el teléfono y llama al 609.

- Movistar, buenos días, le atiende Mari Pili
- Hola Sonia, mira, verás, que necesito saber mi número ICC.
- Sí, mire: ha de marcar asterisco, almohadilla, 102, almohadilla y tecla de llamada.
- Ya lo he hecho y sólo me aparecen cinco cifras, y tengo entendido que el ICC consta de trece.
- ¿Y para qué necesita usted el ICC completo?
- Pues para irme a la competencia.
- No se lo podemos facilitar aquí, para eso debe dirigirse usted a un distribuidor Movistar.
- Es que vengo de allí y me han dicho que me lo tenía que dar usted.
- Pues le han informado mal, ya le digo que eso lo han de hacer ellos.
- Está bien, Muchas gracias, Sara.
- Gracias a usted por su llamada.

Llamada a una tienda/distribuidor de Movistar

- Buenas, le resultará increíble pero el pasado día 12, estuve en Madrid viendo el desfile, y se me resbaló el móvil justo cuando pasaban los tanques, y, mi pobre móvil, allí que fue dando tumbos hasta ir a parar precisamente debajo de un pedazo de tanque verde –escucho risas contenidas de fondo-, pero un tanque enorme, no se crea que era de los chiquititos. Puede usted imaginarse cómo ha quedado el pobre móvil. La tarjeta parece entera, pero al ponerla en otro terminal me da error de lectura en la SIM.
- No me extraña. Si le pasó por encima un tanque –risas, esta vez descaradas-Probablemente esté dañada la SIM. Pásese usted por aquí y le hacemos un duplicado al momento.
- ¿Necesitaré algún documento?
- Nada, nada. Eso sí, el duplicado le va a costar 5 euros.
- Claro, claro, lo comprendo. Muchas gracias, voy para allá.
- Hasta ahora.

Obviamente no fui, y se quedaron con las ganas de verle la jeta al cenizo que se le cayó el móvil debajo de un tanque.

Investigando por los foros de adictos al móvil en Internet, aparece un truco para descubrir el número ICC cuando éste se ha borrado de la tarjeta. Consiste en frotar la tarjeta con una goma de borrar. Según cuentan, después de frotar durante unos segundos, si se mira la tarjeta a contraluz los números aparecen con cierta nitidez. Este consejo le llega tarde a Cristina, pero quizás le pueda servir a alguno de mis queridos reincidentes. Y si no funciona y han de ir a una tienda de Movistar, recuerden: necesitan la tarjeta porque les pasó un tanque por encima. Ni se les ocurra mentar que es para cambiar de compañía, que ya ven de qué manera marearon a nuestra querida reincidente Cristina.

miércoles, 15 de octubre de 2008

De sexuados, de híbridos y de obispos.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008
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Alguno de mis queridos reincidentes quizá deduzca que a un servidor le pone esto de llevarle la contraria a los obispos cuando, pobre de mí, no hago más que intentar atribuir a las palabras el significado que mi adorado y siempre socorrido Diccionario de la Real Academia les otorga y que, en ocasiones, difiere de la interpretación que algunos obispos hacen de ciertos vocablos, recreando éstos interpretaciones libres contrarias a las que la autoridad en la materia, La Real Academia de la Lengua, establece.

Mis reincidentes más veteranos recordarán cómo desde esta misma tribuna, en la edición 144 - de eso ya hace casi cuatro años-, corregía al entonces portavoz de la Conferencia Episcopal, don Juan Antonio Martínez, porque empleaba el substantivo “artilugio” referido a los preservativos. Diccionario en mano un artilugio es un “mecanismo, artefacto, sobre todo si es de cierta complicación”. No hay más que mirar un condón para comprobar que –por suerte, pues sería muy incómodo- ni tiene engranajes, ni correas dentadas, ni bielas, ni muelles, ni tuercas, ni condensadores, ni resistencias, ni circuitos integrados, ni nada que le pueda dar aspecto, apariencia, o el significado de artilugio; máxime cuando la definición abunda en que el artilugio ha de tener cierta complicación, y, convendrán ustedes conmigo en que un condón puede ser muchas cosas, pero que en absoluto es un artilugio complicado, siendo su funcionamiento tan complejo como lo es el mecanismo de un tapón de los de corcho de toda la vida.

Pues de nuevo otro Obispo, ahora el nuevo fichaje del Obispado de Málaga, don Jesús Català Ibáñez, le ha dado un puntapié al Diccionario al afirmar que la homosexualidad es una “anormalidad psicológica” ya que “Dios creó al hombre y a la mujer y los hizo como seres sexuados. Dios no creó híbridos". Aquellos que crean que un híbrido es un coche que funciona con dos motores, uno de gasolina y otro eléctrico, como el Toyota Prius, sólo tienen razón a medias, pues el vocablo “híbrido” actúa en ese caso como una metáfora, pues un híbrido es -y no porque lo diga un servidor, sino porque así lo define el Diccionario de la RAE- “Dicho de un animal o de un vegetal: Procreado por dos individuos de distinta especie”, como lo sería un mulo, engendrado por un caballo y una burra, o un burro y una yegua; o bien, “Dicho de un individuo: Cuyos padres son genéticamente distintos con respecto a un mismo carácter” y la tercera acepción reza que “Se dice de todo lo que es producto de elementos de distinta naturaleza”. Atendiendo al significado de la palabra, el híbrido nace, no se hace, que es justo lo contrario de lo que defiende nuestro obispo de hoy, quien también afirma que “la homosexualidad es una desviación sexual aprendida”.

Reflexionemos sobre lo que dijo –o quiso decir- el señor Català cuando afirma que el hombre y la mujer fueron creados por Dios como seres sexuados y no como híbridos.

A ver si me aclaro: dice don Jesús que el hombre y la mujer son sexuados y no son híbridos, categoría a la que el mitrado eleva –ni que sea tácitamente- a los gays, y si esto es así, y haciendo un simple ejercicio de pura lógica los híbridos no deben ser sexuados.

Un ser sexuado es aquél que, según el RAE: “Dicho de una planta o de un animal: Que tiene órganos sexuales.” Por tanto, y siguiendo la lógica del mitrado de Málaga, los homosexuales carecerían de órganos sexuales y serían fruto de la relación de padres de distinta especie, o bien padres genéticamente distintos y/o producto de elementos de distinta naturaleza. Pues yo creo que nadie ha avisado de eso a los homosexuales, porque ellos se creen que tienen órganos sexuales y están convencidos de que sus padres y sus madres pertenecen ambos a la especie humana.

Quizás lo que quiso decir don Jesús es que Dios creó al hombre y a la mujer como seres sexuados, o sea, con órganos sexuales, y que no creo hermafroditas que son los que se reproducen en plan autista, que parece ser que el mitrado de Málaga tiene metido en la cabeza que cada vez que un señor y una señora se meten en la cama con ánimo lúdico –o incluso lúbrico- no lo hacen sino para traer cristianitos al mundo y cuantos más mejor.


A un servidor lo que le parece es que el Obispo tiene un cacao mental que no se aclara el pobre, que confunde sexo y reproducción como aquél que confunde churras y merinas. Porque incluso la propia Iglesia aprueba ciertos métodos contraceptivos –naturales eso sí- en los matrimonios cristianos, lo que significa un reconocimiento implícito a las relaciones sexuales sin ánimo de procreación, al menos, dentro del matrimonio. Pero parece ser que aquí el Obispo nos ha salido más papista que el Papa, o sea que el Ratziger, que ya es decir.

Y no es casualidad que algunos obispos siempre confundan palabras y su significado cuando hablan sobre sexo, que ése es el inconveniente de hablar de oídas. Porque en temas relativos al sexo los obispos deben saber más bien poco: lo que les cuente uno, lo que les cuente el otro y lo que lean en los libros que no tengan censurados, y poca cosa más. Aunque casi es preferible eso, que digan gilipolleces sin pies ni cabeza por hablar de cosas de las que no tienen ni repajolera idea, a que quieran aprender esto del sexo de extranjis y a salto de mata, y ocurra como con aquel cura de una ciudad de aquí al lado, al que condenaron no hace mucho por abusar sexualmente de una deficiente mental -con un 65% de discapacidad psíquica- y al que su obispado trasladó de tapadillo a otra parroquia en vez de ponerlo de patitas en la calle una vez confirmada la sentencia. Ése sí es un pedazo de híbrido –siendo suave- al que habría que convertir en asexuado con unas tijeras de podar oxidadas.

Cuánta razón hay en aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio…

jueves, 9 de octubre de 2008

A líneas revueltas (segunda parte)

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en octubre de 2008.
Los más fieles de mis queridos reincidentes habrán deducido al leer el título, que la columna de esta semana va a ser el segundo capítulo de la dedicada hace dos semanas, en la edición 343, a las tribulaciones y despropósitos que padeció mi amigo Manolo cuando se dio cuenta que, mientras estaba de vacaciones en el extranjero, había sido cambiado de compañía telefónica sin haberlo solicitado, quedándose de la noche a la mañana sin conexión a Internet y debiendo ejercer de sabueso, investigando entre los diversos operadores, para saber quién cómo y por qué dio la orden de causar baja en uno y alta en el siguiente. En resumidas cuentas, quince días sin ADSL, decenas de llamadas a los distintos servicios de atención telefónica, una denuncia en la OCU y la impotencia de saber que si uno se quiere dar de baja de un operador telefónico necesita enviar documentos como para empadronar a un talibán en Pensilvania, pero que si quien pide la baja es otra compañía, ésta se produce –además de con siniestra complicidad entre empresas operadoras- con premura, sigilo y, no me extrañaría, que incluso con nocturnidad y alevosía.

Retomando el hilo del artículo anterior, Mi amigo Manolo les podría contar su épica odisea para conseguir que Orange le diera de baja y para que Telefónica le acogiera nuevamente en su redil sin tener que hacerse cargo de penalizaciones por cancelación de contrato. Eso, como poco, son como siete u ocho llamadas a cada operador, repitiendo en cada ocasión lo mismo hasta que le transfieren al departamento correspondiente, con la consiguiente espera con musiquita cutre, y con consabida y reiterada remisión de faxes, ora porque no se lee bien la letra del NIF en la fotocopia, ora porque la firma se aprecia con trazos discontinuos, ora porque el operario que recoge los faxes y los lleva al departamento de bajas ha contraído una enfermedad venérea y lleva tres semanas de baja.

Total, que creyéndose Manolo liberado por fin de sus vínculos contractuales con Orange, a las ocho de la mañana llaman a la puerta como si se estuviera quemando la casa, y allí que baja Manolo, con la crema de afeitar en la cara y la Wilkinson en la mano y abre la puerta para ver dónde está el fuego, y se encuentra frente a su casa un furgón de Seur y a su conductor que le da un paquete y le extiende un papel.

- Buenas. Le traigo esto. Firme aquí
- ¿Y esto qué es?
- Pues viene de Orange, será el kit para conectarse al ADSL
- Pero si yo no he pedido nada.
- A mí no me cuente su vida, me firma aquí y si no quiere el paquete lo tira a la basura, pero yo se lo he de entregar.

Manolo, que de un tiempo a esta parte cuando escucha la palabra Orange se le eriza el vello del cogote, se le tuercen los ojos, aprieta los puños y se le pone la cara de un tono morado tirando a verde le dice al de Seur que él no quiere de Orange ni que le den los buenos días, y que le puede sugerir a los de Orange un orificio por el que introducirse cuidadosamente el susodicho kit. Portazo y a otra cosa mariposa.

Al cabo de unas horas, suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Pues sí, porque yo no lo he solicitado, como no solicité la portabilidad pese a lo cual les tuve que enviar por fax hasta mi partida de nacimiento para que me dieran de baja después de veinte o treinta llamadas.
- Pues aquí no nos consta que usted haya solicitado la baja.
-¿Cómo que no?

Y así se llevó un rato Manolo explicándole su periplo telefónico con todas las operadoras del mundo mundial, su periplo telemático enviando faxes a diestro y siniestro y su más que previsible futuro periplo de psicólogos a pisquiatras si no dejan de una vez de marearlo. La señorita de Orange le insiste en que no le consta que se haya solicitado la baja y Manolo le cuelga el teléfono reprimiéndose todos los improperios que una situación así requeriría.

Tres días después. Timbre de la puerta como si el llamante se hubiese quedado pegado al pulsador. En pijama y zapatillas baja Manolo y allí está otra vez el de Seur.

-¿Otra vez tú?
- Mire, que a mí me han dicho que yo se lo he de entregar, que si no lo quiere, pues que lo regale, que lo tire, o que haga con el paquete lo que le dé la gana, pero que yo se lo he de dar y usted me ha de firmar.

Manolo, educadamente, le advierte que a partir de ya, va a dejar el perro suelto en el jardín, perro que –dicho sea de paso- tiene el chucho aversión a carteros, repartidores, comerciales y cualquier bípedo que ose adentrarse allende del quicio de la verja, límite que el animal identifica como territorio propio donde tiene licencia para morder.

- Para que te hagas una idea, majete, el cartero me deja las cartas en el buzón de la vecina, porque la última vez le agarró un mordisco en la chaqueta cuando pasaba por la puerta, que si le llega a agarrar la mano, tenemos funeral en el barrio.

El de Seur agarra la indirecta, deja de insistir y, aunque con mala cara, agarra el kit y se va con viento fresco.

Horas después suena el teléfono:

- ¿Señor Manolo?
- Sí, dígame.
- Le llamamos de Orange, que nos consta que usted ha rechazado el kit de conexión que le hemos enviado.
- Perdone, es que estoy algo sordo. ¿Decía? (Real como la vida misma, lo prometo)
- Que le llamo de Orange, que es que …
- Mire, que es que no la entiendo, llame mañana y habla usted con mi señora que es quien lleva el tema de los bancos.
- Que no es ningún banco, que es Orange, y le llamo porque…
- Si es que no la entiendo. Ya le digo que las cosas de bancos las lleva mi mujer. Llame mañana ¿de acuerdo? Hala, adiós.

Manolo, a partir de aquí, adquiere la táctica de no descolgar cuando aparece un número oculto en la pantallita, que es como suelen llamar todos los pesados que nos quieren colocar ofertas por teléfono. Suena el teléfono y en la pantalla aparece el 983424500

- ¿Señor Manolo?
- Depende. ¿Quién llama?
- Le llamamos de Telefónica.
- Telefónica Telefónica o es otra compañía de telefonía.
- No. Es Telefónica, era para decirle que nos faltan algunos datos para el nuevo contrato. Usted no firmó correctamente el contrato y necesitamos saber algunos datos para la facturación.

Manolo, que le suena muy raro lo que le cuentan retoma la táctica anterior.

- Señorita, que se me ha acabado la pila del sonotone y estoy medio sordo. No sé qué me dice. Llame usted mañana que ya habré cambiado la pila. Adiós.

Acto seguido, teclea el 1004 –atención al cliente de Telefónica- y pregunta sobre la llamada que acaba de recibir y les pasa el número desde el que acaba de recibir la llamada sospechosa. En el 1004 le confirman que desde allí no le han llamado, que el número 983424500 no corresponde a ningún número de ningún servicio de Telefónica y que todos los datos referentes a su contrato, incluidos los bancarios, son correctos.

Un servidor ha estado preguntándole a Google a Yahoo y otros motores de búsqueda por ese número y no aparece nada, de lo que se deduce que debe ser una estratagema -llámenle timo si quieren- relativamente nueva, que quizás tenga que ver -o quizás no- con las portabilidades corsarias que todas las compañías llevan a cabo de vez en cuando. También he hecho unas cuantas llamadas –por supuesto ocultando mi número, no sea que me fichen y también me portabilicen a traición y tenga al de Seur tocando el timbre aquí cada mañana- y da señal de llamada pero nadie contesta. Pero iré insistiendo, descuiden, ya les contaré.

Así que aviso a Navegantes. Cuidadín con el 983424500 y recordarles a mis queridos reincidentes que no deben fiarse un pelo de quien les pida datos bancarios por teléfono o por correo electrónico. Y si por casualidad el de la furgoneta de Seur leyese esta columna, le recomendaría encarecidamente que no se le ocurra asomar por la puerta de Manolo con el kit de Orange en la mano. Que Manolo es un caballero, pero Yac –que así se llama el pedazo de perro- tiene muy, pero que muy malas pulgas con los desconocidos. Y puedo testificar que anda suelto y a sus anchas por el jardín mostrando sus colmillos a todo el que se aproxima.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sin tetas no hay paraíso

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en Octubre de 2008
Garantizo a mis queridos reincidentes que jamás he visto la serie de marras, ni sé en el canal que la dan, ni sé de qué trata, ni quiénes son sus protagonistas, pero he de reconocerles que desde que escuchara el titulito de la serie, alguna vez he tenido la tentación de buscar en el Youtube algún vídeo de la serie para comprobar de qué paraíso y de qué tetas va el tema. Les confieso que hasta ahora he resistido la tentación y, seguramente de forma equivocada, me sigo imaginando la serie como un elenco de señoritas de generosas curvas, ligeritas de ropa a la mínima que tienen ocasión, que se dedican a retozar con mozalbetes depilados de buena cuna y mejor estampa. Si un servidor no ha acertado ni de lejos, ruego a mis queridos reincidentes que no lo saquen de su error, llevaría muy mal que se me giraran los esquemas de un día para otro y que dicha serie tratase sobre las dificultades de un grupo de comprometidos cirujanos que tienen que vérselas con indeseables nódulos y con laboriosas mastoplastias reconstructivas.

El lector que con espíritu crítico se esté diciendo que es muy poco serio escribir de algo de lo que no se tiene ni repajolera idea -por mucho que eso sea harto habitual entre columnistas, tertulianos y demás gente de mal vivir- quedará tranquilo cuando siga leyendo y compruebe que no es de la serie de lo que va a versar mi columna de esta semana, sino de lo real que suele resultar la afirmación del título en nuestra lucha cotidiana por la subsistencia contra bancos, empresas de telefonía móvil, compañías eléctricas, aseguradoras y demás negocios que tienen por objetivo final estrujarnos la cuenta corriente, anular nuestra voluntad y destrozar nuestros nervios.

Como todos los años, un servidor recibe en su casa una tarjeta de crédito que ha rechazado mil veces por teléfono y, año tras año, después de comprobar que pese a ser anunciada como gratuita a la que te descuidas te soplan comisión, ha de acudir a la entidad bancaria para anularla y, acto seguido, a suplicar que no la envíen más, cosa que no sirve absolutamente de nada pues al año siguiente, y tras rechazarla de nuevo por teléfono, aparecerá irremediablemente en el correo. Al entrar en el banco, se cruza con una amiga, rubia y de generoso busto –dicho sea de paso, pero tiene su importancia como ustedes podrán comprobar- que sale del mismo establecimiento.

-¡Miguel, cuánto tiempo! ¿Cómo tu por aquí?
- Pues mira, a ver si devuelvo esta tarjeta, que me la envían cada año sin pedirla. A ver si no me hacen esperar mucho.
- ¡Qué va! No hacen esperar nada. Yo he venido a lo mismo. Ese chaval tan simpático de la recepción se la queda, la hace trizas con unas tijeras, te hace un recibo, le firmas un papel y él mismo te tramita la baja.
- Pues menos mal, porque la última vez tuve que hacer media hora de cola en una de las mesas de los comerciales.
- Pues mira, se ve que ya no. Yo no he tardado ni tres minutos.

Y entra uno todo decidido hacia el chaval simpático de la recepción que, para mi sorpresa, no sonríe como suele hacer la gente simpática sino que masculla algo así como Gñeñeñe, que interpreto como “¿Qué quieres?”

- Verá, que traigo esta tarjeta para que me la den de baja, porque pese a que cuando me llamaron para ofrecérmela dije que no la quería, me la enviaron por correo y, ya que estoy aquí, quisiera saber si existe forma humana de que no me la vuelvan a enviar por quinto año consecutivo.
- Para eso tiene que ir usted a un comercial, siéntese en una de aquellas sillas y ya le llamarán.
- No me lo puede hacer usted?
- No –muy serio el tío-.
- ¿Seguro?
- Segurísimo –se pone más serio aún-. Ha de esperar a que le atienda un comercial. Yo no puedo tramitar eso.
- Y si no puedes tramitarlo… ¿Porqué se lo has tramitado a la rubia de las tetas grandes que se acaba de ir?

El tío simpático –con las rubias, que no con los maduritos medio calvos- se pone colorado, se gira, rebusca papeles y responde que no le quedan formularios de recogida, que tendré que esperar a que me atienda un comercial o volver otro día.

- Vamos a hacer otra cosa, se la daré a alguna amiga con muchas tetas y así la puedes atender tú, ¿vale? Muchas gracias y adiós muy buenas, so sátiro.

Y sale un servidor, con su tarjeta sin anular, juramentando en arameo, especulando sobre la ubicación anatómica de la única neurona del presunto simpático, a todas luces situada por debajo de la cintura y por encima de los muslos.

Pocos días después, cita en la ITV para llevar el coche. Un operario con cara de vinagre no dice ni mu en todo el recorrido. Al llegar al final, bajo del coche para ir a buscar la documentación.

- Tiene descompensado el freno trasero. Le frena más una rueda que la otra. Tendrá que volver nuevamente antes de quince días o deberá abonar nuevamente la tasa. Inspección desfavorable.

Sale un servidor con una mezcla entre fastidio y alivio. Fastidio por el inconveniente que le va a suponer llevar el coche al taller y volver otro día. Alivio por saber que quizás le hayan detectado una avería en los frenos antes de que pasara nada.

Llegando al taller y enseñándole el papel de la ITV al mecánico.

- ¡¡Uff!! Me pillas fatal de faena, tráemelo mañana a primera hora, machote.

Al día siguiente.

- Joer, lo pejigueras que son los de la ITV, mira esto, Miguel.

El mecánico me muestra un relojito cuadrado con una aguja que, en vez de marcar en el centro, marca unos milímetros a la derecha.

- Si está casi perfecto, leche. Si no hay coche que salga ajustado al cien por cien de fábrica. Vaya manera de tocar las narices estos de la ITV. Desde luego que es un saca cuartos de órdago. Espera que en dos minutos te lo ajusto.

El mecánico se mete debajo del elevador con una llave, trastea dos minutos sobre una tuerca, se sacude las manos, me manda a la oficina -30 euros- y vuelvo a la ITV donde tras casi una hora de cola me toca el mismo soso del día anterior.

- Perfecto. Ahora sí.

Sello con la ITV pasada y al salir me encuentro –ya es casualidad- con la rubia del banco.

- ¡Hombre, Miguel! Meses sin vernos y en una semana dos veces. ¿Qué tal?
- Ya ves, que traje ayer el coche y he tenido que volver hoy porque no sé qué le pasaba al freno.
- Pues hace unos años, trajo el coche mi marido y le marcaron una deficiencia leve en los amortiguadores. Claro, tanto arrastrar la caravana… Pero desde que lo traigo yo, y con ésta ya van dos veces, no me han vuelto a decir nada, y eso que no cambiamos los amortiguadores por si colaba ¿eh? Eso debe ser según quien te atienda. Los habrá más estrictos, los habrá menos… Yo debo tener suerte porque siempre me atienden chavales muy simpáticos –señalando al soso que me acababa de atender- ése de ahí es un encanto. Más amable el chico… Y más servicial… Que hasta me ha entrado él el coche en la rampa de las barandas porque a mí me daba susto.

Huelgan los comentarios. O, mejor dicho, hagan los comentarios que crean convenientes. Les sugiero que los hagan sobre la ubicación anatómica de las neuronas en el género masculino. Seguro que coincidimos todos para nuestra vergüenza.

Obviamente –aunque nos pese- sin tetas no hay paraíso.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A líneas revueltas...

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en septiembre de 2008
Destacaba en mi nostálgica columna de la semana anterior, aquellas apacibles tardes de antaño, anteriores a cuando las compañías telefónicas empezaron a fulminar nuestra intimidad y nuestras siestas a golpe de timbrazo para ofrecernos las más generosas ofertas a condición que nos pasásemos al lado oscuro de la línea y cambiásemos de operador telefónico. Un servidor cayó hace años en los cantos de sirena -o quizás debiera decir telaraña, habida cuenta del calvario que le supuso tramitar la baja- de Orange, entonces Wanadoo, en los tiempos de la génesis de las nuevas compañías de telecomunicaciones, y salió escaldado pagando por servicios que no recibió, y cotizando dos meses en los que no disfrutó de línea bajo la amenaza de incluirlo en la lista de los más buscados del FBI, o quizás fuera en otra similar pero más peligrosa, en la que se entra con facilidad pero de la que se necesita de la ayuda de los GOES –entonces GEOS- para que lo borren a uno. Desde entonces, un servidor se ha jurado no moverse de Telefónica -pese a las jugarretas que le han gastado y de las cuales ustedes han sido puntualmente advertidos en estas páginas- y por aquello de que más vale loco conocido, sigue en su convicción de no cambiarse de compañía hasta que encuentre una barbería, una ferretería o cualquier otro negocio gobernado por gente honesta y cerca de casa para ir a dar la murga cuando algo no funcione, que sea capaz de garantizarme que si descuelgo el teléfono tendré línea, y que cuando le diga a este ordenador que conecte a Internet, obedezca sin peros ni excusas.

Así, cuando día sí día también un servidor conocía de los dislates y despropósitos a los que las diversas empresas de comunicación sometían a casi todos sus amiguetes, se creía a salvo de desconexiones telefónicas, usurpaciones telemáticas, facturas duplicadas y demás choriceo inmisericorde relacionado con las transmisiones de voz y de datos. Y empleaba hasta aquí el tiempo pretérito, porque hoy, después de que en mi círculo cercano se hayan producido varios expolios a traición de datos y líneas, este que les escribe se siente igual de indefenso que se sentiría un perro rodeado de una manifestación -no autorizada, que son más peligrosas- de pulgas hambrientas, sabiendo que es cuestión de tiempo que una u otra compañía se le eche a la yugular y le chupe a traición la sangre. Les cuento.

Llamada telefónica de un amigo que, además, vive en la calle de al lado:


- Oye tío. ¿Te funciona Internet?
- Espera que lo miro. Sí. Aquí sí va.
- Jo, pues aquí no. Pensé que serían las cuatro gotas que han caído, como la última vez. Voy a llamar a Timofónica –textual en la conversación- a ver qué es lo que se les ha roto ahora.
- Será poca cosa porque yo sí tengo conexión. Lenta, pero tengo. Venga, que sea leve.
- Luego te cuento.

Veinte minutos más tarde:

- ¿Qué pasa Manolo? -ventajas del servicio de identificación de llamadas por las que Telefónica ya cobra- ¿Qué se les ha roto esta vez? ¿La junta de la trócola de algún cable?
- Calla, calla, que dicen que me han dado de baja porque me he cambiado de compañía.
- ¿Y te has cambiado?
- Qué co(piiiiip) me voy a cambiar. Dicen el día 18 me di de alta en otra compañía y yo el día 18 no estaba ni en España. Y les pregunto que en qué compañía se supone que estoy ahora, y me contestan que no saben, que sólo les consta que me han portabilizado. ¿Tiene o no tiene co(piiiiiiiiip) la cosa?
- Sin duda los tiene. ¿Y ahora qué?
- Pues nada, que tendré que ir llamando a todas las compañías a ver cuál es, pero como no tengo Internet no sé dónde buscar los números.
- Espera, que te los busco yo y te los paso. Empezaremos por Orange, que son los más pesados y seguiremos con Ya punto Com, que me quisieron colar una parecida a la tuya hace unos meses (Véanlo en la edición 297 de esta misma publicación).

Y así, un servidor que sí tiene Internet - y toca madera- busca en los diferentes espacios Web y le facilita a su amigo Manolo los números de atención al cliente de todas las empresas de comunicación que se le vienen a la cabeza.

Se olvida del tema y al día siguiente en el trabajo se encuentra con un compañero al que le ha sucedido más o menos lo mismo, y a otra compañera a la que le han cobrado tres euros de “roamning” por una llamada recibida desde Andorra, como si ella se hubiese encontrando en el extranjero, habiendo recibido la comunicación mientras estaba en casa, con los rulos puestos, planchando la ropa, recordando incluso el contenido: “Niña, que no hay LM Light. ¿Te traigo del normal, o te compro otra marca de pitillos?”. Ambos subiéndose por las paredes porque los distintos servicios de atención telefónica no sólo no le solucionan el problema, sino que, encima, los llaman mentirosos dudando que el primero no haya solicitado realmente el cambio de compañía y que la segunda se encontrase efectivamente en el cuarto de la plancha con la bata y los rulos, y no de compras por Andorra.

Manolo, que sigue sin desfacer el misterio, sabe al menos que ha sido Orange quien le ha captado como cliente, quienes afirman tener una grabación que demuestra que, desde su teléfono, se ha solicitado el cambio, grabación que se niegan a mostrarle alegando una presunta confidencialidad en los datos (¿Confidencialidad en los datos las compañías telefónicas? Me parto de la risa), por mucho que Manolo dispone de los billetes de avión y los talones de hotel que demuestran que en el día en el que supuestamente se hizo la llamada solicitando el cambio, tanto él, como toda su familia se encontraban en el extranjero. En Disneyland Paris, para más señas. Telefónica no sabe/no contesta y para causar baja en Orange y retornar a Telefónica, le solicitan más papeles que para una hipoteca. Mientras, sigue sin ADSL y dándose paseos arriba y abajo cual precio del barril de Brentz. Ora en la Oficina del Consumidor, ora a Correos a poner un fax, ora a la agencia de viajes a recoger duplicados de los billetes.

Picándole a uno la curiosidad, teclea en Google “baja Telefónica” + “sin consentimiento” y encuentra docenas y docenas de entradas en las que multitud de clientes, se quejan amargamente de que Orange -la mayoría- y Ya punto Com –otro buen puñado- les han “portabilizado” a la fuerza, a traición y sin que mediara ni solicitud ni consentimiento, lo que les ha supuesto a no pocos clientes –encima-, el pago de indemnizaciones por incumplimiento de contrato con las operadoras primitivas. Ante esto, Telefónica, se lava las manos como Sócrates. (Aquéllos de mis queridos reincidentes que estén pensando que confundo Sócrates con Pilatos, decirles que no, que existe abundante documentación al respecto que constata que Sócrates se lavaba las manos varias veces al día, la mayoría durante las comidas, pues al no usar cubiertos se las lavaba diligentemente entre plato y plato).

Y uno, que cuando tiene tiempo gusta de darle la murga a Telefónica, y que, además, se queda del revés si se imagina de la noche a la mañana sin Internet con el que hacerles llegar mis artículos de manera puntual semana a semana, se le ocurre llamar al 1004 de Telefónica para preguntar si existe forma humana de protegerse de los ladrones de líneas y de contratos, y una tal Beatriz, muy simpática, y con la que he conseguido hablar después de varios intentos de que una grabación me entendiera, no se sorprende en absoluto de mi petición, y me informa de que enviando un fax al 900 21 03 23, con una fotocopia del DNI, y añadiendo un texto solicitando que se deniegue toda portabilidad sin mi expreso consentimiento por escrito, nadie podrá -al menos en teoría- deshacer a mis espaldas mis vínculos contractuales. Por probar no se pierde nada, se dice un servidor, aunque ahora, que acabo de hablar de nuevo con Manolo, me comenta que solicitó lo mismo y que le han contado otra cosa totalmente distinta, o sea que váyanse ustedes a saber...

Manolo ha denunciado ante la OCU a Orange. Mis otros dos compañeros han hecho lo propio, respectivamente, con Ya punto com y con Vodafone, y si se dan un garbeo por Google preguntándole por “quejas a compañías telefónicas” comprobaran cómo ninguna compañía pasaría la prueba del algodón y la que más y la que menos acumula denuncias como para alicatar tres veces todos los baños de la Preysler, pero en cualquier caso, lo que está claro, clarísimo, es que a líneas revueltas ganancia de operadores.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Nostalgia

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en septiembre de 2008
El tono nostálgico que va a desprender mi columna de esta semana, se lo deben mis queridos reincidentes a mi traumatólogo, quien tras diagnosticarme una pequeña lesión fruto de –según él- excesos en la práctica deportiva, tuvo el detalle de ubicarme en el espacio/tiempo con un “Recuerda que ya no tienes veinte años”. Le di las gracias porque uno es educado, por mucho que el cuerpo me pidiera resarcirme haciendo comentarios sobre su prominente calva -mucho más prominente que la mía- que no en vano somos de la misma quinta y compartimos aula y pupitre durante varios años.

Y es que desde que ya hace unos años que hace veinte años que tengo veinte años, que diría mi paisano Serrat, me asalta a menudo una sensación de nostalgia que, si bien no es difícil de explicar, sí es difícil de entender; porque echo de menos una serie de objetos, situaciones y sensaciones, que el progreso y la técnica se han encargado de superar, pero pese a lo cual, un servidor no puede evitar añorarse.

¿Nadie echa en falta el responder a una llamada de teléfono, sin tener que perseguirlo con el oído hasta encontrar dónde lo ha dejado, o disfrutando de la deliciosa incertidumbre de ignorar quién llama? Y ya no les digo la nostalgia con la que uno recuerda cuando lo llamaban siempre personas conocidas para contarle algo, y no los pesados de Orange queriéndonos colocar el ADSL a no sé cuántos megas a la hora de la siesta.

¿Acaso no tenía su aquél, intentar ubicar mentalmente la cabina de teléfonos más cercana cuando, estando en la calle, nos acuciaba la necesidad de realizar una llamada importante?

¿Por qué recordaré con nostalgia aquellos viajes veraniegos desde Barcelona a Almería haciendo noche en Alicante, en un utilitario –obviamente sin aire acondicionado- donde nos enlatábamos cinco personas, cuando ahora puede hacerse el trayecto en siete horas, mucho más cómodamente y con mayor seguridad? Sí es más comprensible añorar el precio del combustible en aquel tiempo, cuando el litro de súper costaba diez pesetas y con tres billetes de Julio Romero y su morena, el padre de un servidor llenaba hasta arriba el depósito de aquel “cinco plazas con nervio”, y, encima, le devolvían cambio.

También se entiende mejor el hecho de sentir nostalgia de la televisión en blanco y negro, pues la programación de entonces, ni ofendía a la inteligencia del televidente, ni daba para discusiones del tipo “Yo quiero ver esto. No, que yo quiero ver lo otro”. Tampoco es que complicara mucho el tema la llegada del UHF, porque el zapping y las discusiones inherentes a éste no fueron consecuencia de la aparición de más cadenas, sino de la llegada del mando a distancia. ¿Se imaginan hoy una tele sin mando?

O el delicioso sonido de freír huevos que precedía a todas las canciones de aquellos discos de vinilo que uno compraba tras pasar un buen rato en las tiendas de discos eligiéndolos.

O la ilusión de que a uno, siendo un crío, le compraran un Bic de cuatro colores, o un Inoxcrom metálico si ya había demostrado la suficiente responsabilidad como para no perderlo al segundo día. O aquel pan con chocolate de los recreos...


Y no me negarán mis queridos reincidentes que no cuesta de entender que hoy, que un servidor ni recuerda la última vez que utilizó una cabina telefónica porque su móvil, además de sonar con sus melodías preferidas, es capaz de recordarle de que en quince minutos tiene una reunión con Fulanito porque se lo ha chivado la agenda de un ordenador que se encuentra en otro municipio, que se desplaza en un vehículo con un montón de airbags que hasta le guía por dónde ha de ir, que pone la tele y tiene decenas de canales entre los que escoger, que se olvida sin importarle demasiado bolígrafos en todas partes, que en sus “recreos” viene un camarero a preguntarle qué va a ser... Y aún así, éste que les escribe siente nostalgia del timbrazo estridente de aquellos teléfonos, del sonido a cascajo del Simca 1000, de los Chiripitifláuticos y de los Hermanos Mala Sombra en blanco y negro, del Bic de cuatro colores, del pan con chocolate y de sus discos de Los Beatles o Supertramp.

¿Concluimos con que todo tiempo pasado fue mejor? Evidentemente no. Lo que un servidor echa de menos no son esencialmente aquellos objetos. Lo que en realidad le produce tal nostalgia es que ya hace unos años que hace veinte años que tiene veinte años. Bien se podría haber ahorrado mi médico el comentario…