miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ajustarse el cinturón

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Un servidor ya se ha declarado, en repetidas ocasiones, incapaz de comprender qué mecanismos mueven la economía, así como las interacciones de ésta con la crisis y viceversa, escapando al tosco conocimiento económico de este columnista infinidad de situaciones, como el hecho de que el morirse unas vacas en Argentina provoque que baje varios puntos el Íbex 35, o que en unos mercados de valores suba la bolsa tras la victoria de Obama mientras que en otros baja exactamente por lo mismo.

En cualquier caso, no hace falta ser un lince ni un licenciado por Harvard en Economía, para olerse que más de cuatro se andan aprovechando de que el Pisuerga se empecina en seguir pasando por Valladolid, para que, con la excusa de la crisis, andar presentando expedientes de regulación de empleo a la más mínima, o para mandar al paro a obreros con un montón de trienios y luego substituirlos por personal de empresa temporal a mitad de sueldo, cuando no para deslocalizarse y colocar sus factorías donde se consiga mano de obra a cambio de poco más que un plato de arroz por diez o doce horas de trabajo.

Resulta evidente –les ruego lean este párrafo con ironía- que la crisis actual ha activado el mercado de Ferraris de segunda mano, porque muchos empresarios y altos ejecutivos han tenido que cambiar sus flamantes deportivos por utilitarios para subsistir y así arrimar el hombro a la empresa que otrora fuera fructífera, y que existe una legión de presidentes de consejo de administración en paro que ahora colapsan las oficinas del INEM en pos de cualquier trabajo que les permita llevarse un humilde sueldo con el que mantener los pisos de protección oficial que se vieron obligados a ocupar, como si fueran simples obreros, cuando no tuvieron más narices que vender sus chalés con nueve cuartos de baño, piscina climatizada y seguridad privada.


Será que un servidor se está convirtiendo en mal pensado, pero está convencido de que no son pocos los que piensan que les trae más cuenta echar el cierre dejando colgado al personal -sabiendo que luego podrá volver a empezar con borrón y cuenta nueva- a dejar de obtener beneficios multimillonarios y quedarse sólo con beneficios millonarios, que eso de ajustarse el cinturón en tiempos de crisis es de proletarios.

Así, tenemos algunas multinacionales que amenazan con despidos y/o con llevarse sus plantas –muchas veces construidas en terrenos cedidos por la administración- a otros lares que les sean más propicios. Y contra esto, creemos que no podemos hacer más que ejercer nuestro derecho al pataleo cuando no es así. Los consumidores, que somos muchos, bien podríamos solidarizarnos con esos miles de futuros parados más que con el consabido “pobre gente” que se nos venga a la cabeza cuando sepamos de su desgracia por la prensa.

Nissan y Pirelli, por citar sólo dos multinacionales de un mismo sector que han presentado o están preparando sus ERE, se lo plantearían muy mucho si supieran que su intención de poner a miles de trabajadores de patitas en la calle tuviese como consecuencia una reacción popular en cadena de total rechazo a sus productos, y que a la hora de cambiar de coche o de neumáticos, sólo pasáramos por los concesionarios de esas marcas para mostrarles el dedo corazón erecto al viento a la vez que nos encaminamos a la competencia. Porque un servidor está convencido que Nissan, Pirelli y todas las multinacionales que aprovechan el cauce del Pisuerga para lo que ellos llaman optimizar recursos, en lo único que piensan es en mantener sus márgenes de suculentos beneficios, trayéndoles al pairo si se está atravesando un período de crisis o si nos hallamos en plena época de bonanza económica y de expansión.
De todas maneras, el señor Nissan, el señor Pirelli y compañía pueden estar la mar de tranquilos porque vivimos en una sociedad incapaz de organizarse para este tipo de acciones, porque nuestra solidaridad finaliza con el “pobre gente” que antes les comentaba y con el golpecito de ánimo que le demos en la espalda a ese conocido que lleva en la Nissan quince años y que se va de patitas a la calle. Porque tenemos asumido, y ya nos debe parecer bien, que ajustarse el cinturón en época de crisis no es cosa de millonarios. En todo caso, si desaparezco, que a ninguno de mis queridos reincidentes les dé por buscarme en un concesionario Nissan o en un distribuidor de Pirelli.

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