miércoles, 26 de noviembre de 2008

La imagen y las mil palabras

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa, en noviembre de 2008
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Algunos recuerdos de los años mozos, sin que se sepa por qué, perduran de forma especial en nuestras mentes. Treinta y tantos años después, uno recuerda multitud de imágenes de su etapa de colegial, y las recuerda con una nitidez que ya quisiera para las discusiones los hijos “¿que yo te dije que te lo podías comprar?” o para la lista de la compra, el día que ésta se queda pegada con un imán con forma de pizza en la nevera.

De aquellos tiempos, un servidor recuerda el día –tenía este que les escribe nueve años- que aquel entrañable cura que ya les he citado en alguna ocasión, el Hermano Victorino, nos comentaba una frase aparecida en un dictado: Más vale una imagen que mil palabras. Y recuerda este columnista que le pareció acertadísima la máxima, considerando entonces que cuán más fácil era mostrar una foto de lo que fuese, que tener que irlo describiendo con palabras, al margen de resultar evidente que jamás una descripción, por buena que fuese, gozaría de la fidelidad de la imagen. La foto era la plasmación real del objeto, mientras que toda descripción adolecería de la objetividad necesaria, no siendo más que una interpretación subjetiva del narrador. Así aparece en la foto ergo así es. Y no hay más vuelta de hoja. Esta claro. ¿O no?

Pues no. Ya no. Resulta que, de un tiempo a esta parte, las imágenes ya no tienen por qué corresponder a la realidad. Si bien siempre se ha podido trucar una fotografía, últimamente, con esto del PhotoShop, cada vez podemos estar menos seguros de que lo que estamos viendo en una imagen corresponda realmente con el objeto o persona fotografiada.

¿Ejemplos? Los que quieran. Desde las imágenes de perfectos cutis de los anuncios de cremitas, en los que el técnico en PhotoShop elimina poros, arruguitas y vello rebelde en el entrecejo merced a la informática, hasta las fotos de campaña de nuestros políticos, en las cuales modelan sonrisas, iluminan ojos y difuminan patas de gallo.

Pero como sea que ya estamos acostumbrados a que la publicidad –y las fotos de campaña no son más que eso- manipule imágenes y magnifique virtudes del objeto publicitado, ya no nos sorprende que cuando vamos a ver el coche en el concesionario no se nos antoje ni tan grande ni tan elegante como el de la tele, o que cuando vemos a Aznar en persona, sea más bajito de lo que uno pudiera esperarse. Lo que sí sorprende –al menos a un servidor- es que prestigiosas publicaciones recurran al PhotoShop de forma alegre para alterar –siendo suaves, o manipular no siéndolo- imágenes y circunstancias como las que en los siguientes párrafos les describo.

Se llevan la palma en esto de la manipulación digital -ya los han pillado dos veces en poco tiempo- los franceses, quienes velan cuidadosamente por la apariencia de sus mandatarios. Así, el semanario París Match practicó una liposucción digital al michelín de Sarkozy, eliminándole la lorza que le aparecía en la cintura en unas fotografías en las que se veía a don Nicolás remando en una canoa con un crío. La aparición de la foto original, la de la lorza, ruborizó a Arnaud Lagardère, propietario de la revista y amigo de Sarkozy. No llegó a trascender si la eliminación de la lorza fue a petición de su poseedor, o bien fue un favor desinteresado de Monssieur Largardère. Y digo yo… ¿Por qué no puede tener una lorza un gobernante cuando la mayoría de mortales la tienen? Máxime en la posturita –sentado en una canoa- en la que don Nico fue fotografiado. ¿Es indispensable que un Presidente de la República luzca cuerpo Danone para que sea un buen gobernante? En cualquier caso, la supresión virtual de la lorza más parece un guiño de Lagardère a Sarkozy, por aquello de que son coleguillas y, qué quieren que les diga, quien tiene un amigo tiene un tesoro, aunque le cuelgue una lorzilla rebelde cintura abajo.

No es el mismo caso el del periódico Le Fígaro y la Ministra Francesa de Justicia, Rachida Dati, aquélla a la que un periódico marroquí relacionó de forma lúbrica con un señor con bigote que muy mucho me guardaré de citar aquí, que no está la economía como para que lo lleven uno de querellas por los juzgados –que con eso amenazó el susodicho a quien se hiciera eco del rumor, cosa que este columnista no hace ni por asomo- Ministra que, en una entrevista en la que replicaba a las críticas recibidas por un colectivo de 534 magistrados, aparecía en una magnífica foto en la que -se supo después- se había sustraído a la vista de los lectores un pedazo de anillo de oro gris y diamantes, valorado en 15.600 euros. Numerosos medios de prensa escrita recogieron posteriormente las dos fotos, la del antes y la del después del retoque. La redactora jefe de Le Fígaro asumió la responsabilidad del lavado de dedo, alegando que las dimensiones del anillo bien podrían distraer la atención de los lectores, en perjuicio de la protagonista de la imagen. Un servidor no se cree la excusa, que si bien el anillo es de tamaño considerable, más lo son esos ojazos –preciosos, dicho sea de paso- de la Rachida y no le han puesto un parche de pirata para que no nos despistemos.

Si el motivo es que no se vea el anillo por aquello del qué dirán, que si un anillo tan caro con tanta crisis, no sé lo que opinarán mis queridos reincidentes, pero un servidor piensa que a ver por qué una señora –Ministra o no- no va a poder lucir un anillo de dos millones y pico de pelas si los tiene y le apetece. ¿O es que vamos a hacerle un listado a la Ministra de en qué puede y en qué no gastar su sueldo?

A menos que el anillo sea de compromiso y se lo haya regalado el misterioso padre de su hijo –que no tiene por qué tener bigote, insisto- y se lo han eliminado para evitar nuevas –o viejas- especulaciones y suspicacias.

En cualquier caso, parece que va llegando el momento de explicarles a los más jóvenes que sí hubo un tiempo en el que una imagen valía más que mil palabras.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Yo tampoco vi la entrevista

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Cuando uno se asocia a causas presuntamente perdidas y luego resulta que no lo son tanto, o que ni que sea por casualidad se consigue el fin pretendido, experimenta una dulce sensación similar a la de la victoria inesperada. Y es que un servidor, al que mis queridos reincidentes ya han visto a través de estas páginas sumarse a iniciativas varias contra quienes nos toman por tontos sin el más mínimo disimulo, le va mucho eso de apuntarse a campañas internautas que, de funcionar, pondrían de manifiesto que pertenecemos a una sociedad aún capaz de reaccionar ante la injusticia y ante la prepotencia con la que algunas empresas y/o colectivos tratan al ciudadano de a pie.

Así, este columnista se sumó a aquella campaña que proponía la no utilización del teléfono móvil durante un día fijado, para protestar contra la maniobra de las principales operadoras de telefonía móvil, cuando reaccionaron con una subida de tarifas a la imposición gubernamental de facturar por segundos en vez de por minutos. Aquel día, cuando éste que les escribe comprobaba el escaso seguimiento de la iniciativa en su círculo más cercano -personas que bien podían haber prescindido un solo día de su vida del puñetero móvil, pero que no lo hacían por motivos prácticos y de comodidad- albergó cierta sensación de desánimo y de estar haciendo el primo, pues aquellas 24 horas de desconexión le supusieron algún contratiempo y algún reproche, máxime sabiendo que a la postre no sirvió de nada, pues las operadoras siguieron manteniendo sus tarifas y el que más y el que menos sigue igual de colgado al móvil, ya cobren el minuto a ocho o lo cobren a ochenta.

Del mismo modo, y también adhiriéndose una campaña iniciada en la red, quien les escribe se impuso, y así lo explicó en su día a sus queridos reincidentes, la obligación de no repostar jamás de los jamases en las gasolineras de dos grupos petroleros, con la ilusa esperanza -hubiese funcionado si todos hubiésemos hecho lo mismo- de que esas dos empresas, al verse ignoradas por los consumidores, reducirían precios, momento en el que se cambiaría de compañía petrolera a boicotear, evitando esta nueva vez a aquellas que mantuviesen más altas sus tarifas. Así, cada vez que un servidor pasaba frente a alguna de las gasolineras de esas dos compañías, le daban ganas de increpar a los usuarios llamándoles individualistas, comodones, esquiroles, insolidarios, colaboracionistas y descastados. Huelga decir que, como ocurriera con la anterior, la citada campaña no alteró ni un céntimo el precio del combustible, ni en ésas ni en las otras estaciones expendedoras. Pese a ello, y aunque sea por pura cabezonería, servidor de ustedes no ha vuelto a pisar ninguna estación de servicio perteneciente a aquellas multinacionales. A ver quién se cansa antes, ellos de no venderme o yo de no comprarles. Será por gasolineras…

Y así, cuando al abrir el correo me aparece otra nueva campaña, y encontrándola justa y acertada –ahora les cuento- este columnista hizo el propósito de obrar en consecuencia, pero sin el entusiasmo de otras ocasiones: sin reenviar el correo a sus contactos y con el pleno convencimiento de que, una vez más, la campaña no iba a servir absolutamente de nada.

En esta ocasión la iniciativa, les decía que también distribuida por correo electrónico, invitaba a los internautas a no ver cierto programa de Telecinco en el que iban a ser entrevistados, en diferentes entregas, Luís Roldán y Julián Muñoz, remitiendo dicho correo al sitio web www.yonoverelaentrevista.com, y a diversos vídeos colgados en You Tube, apareciendo en uno de éstos una imagen fija en la que podía leerse, con la música de la sintonía de Gran Hermano de fondo, el siguiente texto: “Yo no veré la entrevista a Julián Muñoz porque los 350.000 € se los podrían haber gastado en una de esas 12 causas que tanto predican”. Asimismo, desde esa página, se lanzaba el eslogan “La telebasura ha muerto si tú quieres”.

La campaña también se hacía extensiva a los anunciantes, para que retiraran sus anuncios de esos programas, y –especialmente- a aquellos televidentes que tuviesen instalados audímetros en sus domicilios, todo ello con el fin de que Telecinco comprobara que no le traía cuenta entrevistar a delincuentes.

Les confieso que a un servidor le pareció una idea magnífica, considerando que tenía mucha guasa que Telecinco premiara a dos ladrones –se puede decir con la boca grande, pues ya han sido condenados por haber robado dinero público, o sea, de todos nosotros- con una morterada de billetes a cambio de exhibir su anatomía fofa y sus excusas ante la caja tonta.

Así que, sin que le supusiera ningún esfuerzo, que a este pulsateclas le trae al pairo lo que digan o dejen de decir ni Roldán este viernes ni el Cachuli el próximo, dedicó el tiempo de la entrevista a leer una novela, también de policías y delincuentes, y olvidó el tema hasta que, a la mañana siguiente, sintió curiosidad de ver cómo habían ido las audiencias.

Con la seguridad de que la entrevista a Roldán habría obtenido unas buenas cifras, rebusco en la red y compruebo –sorpresa- que no tanto. Que sólo quince de cada cien espectadores que en aquel momento veían la televisión se interesaron por los cuentos y las cuentas de ese impostor, eso es, que el ochenta y cinco por cien prefirió otras opciones. Hasta aquí bien. Campañas organizadas en la red 1 – Telebasura 0.

Sigo leyendo y –mi gozo en un pozo- resulta que la máxima audiencia en esa misma franja horaria se la lleva “Donde estás corazón”, donde se entrevista a la hermana de la viuda del que fuera exmarido de la Jurado.

Siendo optimistas, podríamos determinar que la campaña ha tenido éxito y que muchos televidentes pasaron del delincuente Roldan, aunque me temo que, siendo realistas, más parece que la campaña de marras funcionara exactamente igual que las que les comentaba anteriormente, y que lo que muestran los datos de las audiencias televisivas del pasado viernes es que lo que más interesó a los televidentes de este país fue conocer los asuntos privados de la Mosquera. Apaga y vámonos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ajustarse el cinturón

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Un servidor ya se ha declarado, en repetidas ocasiones, incapaz de comprender qué mecanismos mueven la economía, así como las interacciones de ésta con la crisis y viceversa, escapando al tosco conocimiento económico de este columnista infinidad de situaciones, como el hecho de que el morirse unas vacas en Argentina provoque que baje varios puntos el Íbex 35, o que en unos mercados de valores suba la bolsa tras la victoria de Obama mientras que en otros baja exactamente por lo mismo.

En cualquier caso, no hace falta ser un lince ni un licenciado por Harvard en Economía, para olerse que más de cuatro se andan aprovechando de que el Pisuerga se empecina en seguir pasando por Valladolid, para que, con la excusa de la crisis, andar presentando expedientes de regulación de empleo a la más mínima, o para mandar al paro a obreros con un montón de trienios y luego substituirlos por personal de empresa temporal a mitad de sueldo, cuando no para deslocalizarse y colocar sus factorías donde se consiga mano de obra a cambio de poco más que un plato de arroz por diez o doce horas de trabajo.

Resulta evidente –les ruego lean este párrafo con ironía- que la crisis actual ha activado el mercado de Ferraris de segunda mano, porque muchos empresarios y altos ejecutivos han tenido que cambiar sus flamantes deportivos por utilitarios para subsistir y así arrimar el hombro a la empresa que otrora fuera fructífera, y que existe una legión de presidentes de consejo de administración en paro que ahora colapsan las oficinas del INEM en pos de cualquier trabajo que les permita llevarse un humilde sueldo con el que mantener los pisos de protección oficial que se vieron obligados a ocupar, como si fueran simples obreros, cuando no tuvieron más narices que vender sus chalés con nueve cuartos de baño, piscina climatizada y seguridad privada.


Será que un servidor se está convirtiendo en mal pensado, pero está convencido de que no son pocos los que piensan que les trae más cuenta echar el cierre dejando colgado al personal -sabiendo que luego podrá volver a empezar con borrón y cuenta nueva- a dejar de obtener beneficios multimillonarios y quedarse sólo con beneficios millonarios, que eso de ajustarse el cinturón en tiempos de crisis es de proletarios.

Así, tenemos algunas multinacionales que amenazan con despidos y/o con llevarse sus plantas –muchas veces construidas en terrenos cedidos por la administración- a otros lares que les sean más propicios. Y contra esto, creemos que no podemos hacer más que ejercer nuestro derecho al pataleo cuando no es así. Los consumidores, que somos muchos, bien podríamos solidarizarnos con esos miles de futuros parados más que con el consabido “pobre gente” que se nos venga a la cabeza cuando sepamos de su desgracia por la prensa.

Nissan y Pirelli, por citar sólo dos multinacionales de un mismo sector que han presentado o están preparando sus ERE, se lo plantearían muy mucho si supieran que su intención de poner a miles de trabajadores de patitas en la calle tuviese como consecuencia una reacción popular en cadena de total rechazo a sus productos, y que a la hora de cambiar de coche o de neumáticos, sólo pasáramos por los concesionarios de esas marcas para mostrarles el dedo corazón erecto al viento a la vez que nos encaminamos a la competencia. Porque un servidor está convencido que Nissan, Pirelli y todas las multinacionales que aprovechan el cauce del Pisuerga para lo que ellos llaman optimizar recursos, en lo único que piensan es en mantener sus márgenes de suculentos beneficios, trayéndoles al pairo si se está atravesando un período de crisis o si nos hallamos en plena época de bonanza económica y de expansión.
De todas maneras, el señor Nissan, el señor Pirelli y compañía pueden estar la mar de tranquilos porque vivimos en una sociedad incapaz de organizarse para este tipo de acciones, porque nuestra solidaridad finaliza con el “pobre gente” que antes les comentaba y con el golpecito de ánimo que le demos en la espalda a ese conocido que lleva en la Nissan quince años y que se va de patitas a la calle. Porque tenemos asumido, y ya nos debe parecer bien, que ajustarse el cinturón en época de crisis no es cosa de millonarios. En todo caso, si desaparezco, que a ninguno de mis queridos reincidentes les dé por buscarme en un concesionario Nissan o en un distribuidor de Pirelli.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Arte abstracto

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Vaya por delante mi confesión de que en esto del arte abstracto, un servidor es algo cerril y nada entendido, teniendo dificultades en ver más allá de lo que sus ojos le muestran tal cual, siendo incapaz de visualizar más que tres brochazos mal dados donde los entendidos encuentran la sobria luminosidad del atardecer en un bosque mediterráneo en otoño.

Pensando que cierto tipo de arte quizás sea como la tónica, que si no te gusta es porque la has probado poco, un servidor insiste con cierta regularidad, asistiendo a exposiciones en pos de hallar la luz y poder disfrutar de una pintura abstracta como lo hace ante un cuadro de Velázquez, pero he de confesarles que sigo sin conseguirlo. Más bien al contrario, que rara es la vez que no sale uno de la sala sintiéndose tristemente prosaico y a medio paso de la palurdez más absoluta. Y eso, cuando no queda uno abochornado, como la vez que en el Gughemheim, sintiendo curiosidad ante el numeroso público que contemplaba una escalera apoyada en la pared merced al más estrambótico de los equilibrios, un bote de pintura tirado en el suelo y el contenido de éste desparramado al unísono por suelo y pared , sí creyó –quiero creer que influenciado por los comentarios de la entendida concurrencia- apreciar cierta figura inteligible configurada por la pintura derramada, ilusión que se fue al traste cuando aparecieron dos individuos con mono de pintor -uno de ellos pedía disculpas al que parecía el encargado por el estropicio, fruto de un traspiés en lo alto de la escalera- y se llevaron, al unísono, la escalera, el bote y mi fugaz ilusión de empezar a descubrir el arte abstracto.

Pero lo que les narro a continuación, al menos a los ojos de los lerdos y analfabetos en esto de lo abstracto como quien les escribe, desvelará a mis queridos reincidentes que, pese a lo que pudiera parecer, no somos pocos los que no sabemos distinguir un huevo de una castaña en estos menesteres, aunque seamos bastantes menos los que lo reconozcamos abiertamente.

Y es que me ha llegado por correo electrónico el vídeo de un programa de televisión, donde preparan una trampa a esos presuntos entendidos. Llevan un lienzo a una clase de párvulos y les proporcionan a los críos pinturas para que, con sus propias manos, hagan cuantas guarrerías les plazca en la tela. Imagínense el resultado: un puñado de criaturas con licencia para guarrear y para pintarrajear a su libre albedrío y sin traba alguna. Los enanos disfrutaron como tales y del cuadro resultó una especie de pella negruzca en el centro -la mar de abstracta, eso sí- y de diversos colores, indeterminados a causa de las numerosas mezclas, en las esquinas.

Una vez terminada la obra de arte, los reporteros la enrollan, la esconden entre sus ropas, la cuelan en una prestigiosa exposición madrileña, sacan un bastidor desmontable donde colocan la pintura, y la cuelgan de una de las paredes libres junto a los cuadros de artistas de renombre. Una vez perpetrada la gamberrada, como reporteros que son, sacan su cámara y su micro y se dedican a entrevistar a los visitantes que muestran interés por la ópera prima de los parvulitos.

Un cincuentón trajeado, con aire de intelectual, se coloca frente al cuadro:

- ¿Qué aprecia usted en esta pintura, caballero?

Se mira y remira largos segundos la obra, ladea la cabeza varias veces, para acabar espetando:

- Tensión sexual. Sí. Se aprecia una enorme tensión sexual en esta obra. ¿No la notan?

Los reporteros se muerden la lengua para no desternillarse delante de sus morros, imagino que al recordar la enorme tensión sexual de los parvulitos mientras pervertían la tela, y siguen preguntando.

Uno tras otro, los “entendidos” van loando tamaña obra de arte, que unos califican como sublimación expresionista, otros como neo surrealismo y otros como obra maestra del expresionismo trascendente. Alguno, incluso aventura autor famoso. Sólo dos adolescentes reconocen no tener ni puñetera idea de arte abstracto y, tras mirar el cuadro desde diversos ángulos, no atinan más que a describir la obra con algo así como pintura rara de colores raros.

Y, dejando al margen mi ya reconocida incapacidad para comprender y disfrutar del arte abstracto, Una de dos: o han dado en un parvulario de Madrid con cinco niños prodigio de la leche, o en los museos y entre los entendidos se cuela mucho fantasma y mucho enterao.