jueves, 6 de mayo de 2010

Al borde de la paranoia

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2010
.
.
No he conseguido recordar el título de aquella obra de teatro representada en TVE hará más de 30 años, pero esta mañana me ha venido a la cabeza. El protagonista era un pobre al que le pasaba todo tipo de desgracias, una tras otra. Los problemas le acometían sin pausa y sin tregua y él defendía que se trataba de una conspiración mundial contra él, en la que administraciones públicas, empresas de servicios, vecinos y amigos se habían confabulado para amargarle la vida. Acababa la obra con el protagonista embutido en una camisa de fuerza y llevado en volandas por dos loqueros instantes antes de que apareciera en pantalla una especie de consejo de administración, compuesto por individuos trajeados y poderosos que, dando carpetazo al expediente de nuestro protagonista, elegían a un nuevo sujeto al que amargarle la existencia hasta hacerle perder la cordura.

Pues así, al borde de la paranoia, se siente quien les escribe en estos momentos –son las tres de la tarde- llevando desde las nueve de la mañana peleándose con administraciones, empresas y servicios. No descarten mis queridos reincidentes que, si un servidor desaparece de repente de estas páginas, se encuentre ingresado en un frenopático, convencido de que la persecución multibanda que padece no es fruto de la casualidad, y que hay en algún lugar un puñado de caballeros trajeados y poderosos conspirando contra su próxima víctima. Les cuento lo de hoy y juzguen ustedes mismos.

Nueve de la mañana. Se encuentra quien les escribe con su café, delante del ordenador echándole un vistazo a la prensa cuando suena el timbre y aparece el cartero. Le devuelven un sobre enviado a Huelva, a la Plaza Adoratrices de la capital onubense para ser más exactos, el pasado 21 de abril, con la anotación de que el remitente y/o el domicilio son desconocidos.

- Pues tanto el remitente como el domicilio existen, que los conozco a los dos.
- Se habrá confundido mi compañero de Huelva.
- Claro… es que en Huelva hay Avenida Adoratrices y Plaza Adoratrices.
- Será eso. Pues tendrá usted que volver a Correos y enviarlo de nuevo.

Como suele ocurrir en la mayoría de ciudades, Correos se encuentra en pleno centro, en una ubicación de estacionamiento imposible e, invariablemente, la oficina se halla atestada de clientes que envían y reciben paquetes y cartas, con lo cual una visita a la oficina de Correos supone, como poco, perder media mañana. Bueno… ahora, cuando aclare una duda que tengo con el borrador de la declaración de la renta, me acerco.

Revisando la correspondencia antes de irme, le echo un ojo al extracto bancario y descubro que me han cobrado el vuelo y el coche de alquiler de un viaje a Alemania que tuve que suspender a causa del puñetero volcán islandés. Huelga decir que anulé todas las reservas, asegurando los respectivos operadores de atención al cliente de las respectivas compañías que no iban a cobrarme nada. Bueno… -me digo- cuando consiga contactar con la Agencia Tributaria por lo del borrador, y antes de acercarme a Correos, llamo a las compañías a ver por qué me han cobrado.


Un contestador:

-Agencia Tributaria buenos días, pulse uno para tal, dos para cual, tres para lo otro, cuatro para aquello, cinco para aquello otro….

Les ahorro el diálogo de besugos, pero en definitiva resulta que Hacienda no tiene forma humana de saber ni cuándo, ni a qué teléfono ha enviado el SMS con la referencia para consultar el borrador por Internet, y que si ya se ha solicitado consultar el borrador en Internet, tampoco hay forma humana de pedir que te envíen el borrador por correo postal a casa, porque el sistema informático “sabe” que la solicitud de borrador ya está en curso. En resumen. No tengo borrador, no tengo el código para consultarlo por Internet y no puedo solicitarlo porque ya está solicitado, aunque no dispongo de la referencia que me permitiría consultarlo por Internet, referencia que, por solicitada (aunque no recibida), invalida cualquier nueva petición de borrador.

Me acuerdo de todo el árbol genealógico del que diseñó el sistema, respiro hondo y acometo el siguiente obstáculo. Ver por qué me han cobrado el vuelo y el coche de alquiler.

Un contestador.

- Sí, aquí me consta que se lo han cobrado, pero que ya se ha tramitado la devolución.
- Y no tienes ni idea de cuándo me van a devolver el dinero, supongo…
- Pues no.
- Y tampoco tendrás idea de por qué me habéis cobrado un coche que no llegué a alquilar, pese haber anulado la reserva dos días antes de recoger el coche.
- Pues no le sabría decir, pero seguro que se lo devuelven, aunque no sepa decirle cuándo.

Otro contestador. Éste es llamada internacional y me informan en inglés de que me van a cobrar 0.40 Libras por minuto, pero que quizás sean 0.75, pero que puede ser incluso más en función de cada operador. La misma voz me advierte unas veces que la conversación puede ser grabada, otras que sus operadores están ocupados y otras que en la página web de la compañía quizás pueda encontrar solución a mi problema. Intercalando musiquitas y advertencias, van pasando los minutos. Aún no me han atendido y la llamada ya me está costando 4 libras esterlinas, o quizás 7 y media, o sabe Dios cuánto.

- Para ser atendido en español, pulse uno.

Pulso uno y me sale una tal Daisy hablando en inglés, le pregunto si habla español y me dice que no, que para eso debiera haber pulsado el uno, le digo que en la pantalla de mi teléfono, todavía aparece el uno que acabo de pulsar y me responde que no lo entiende, pero que si quiero hablar con un operador que hable español que vuelva a llamar, porque ella en español sólo sabe decir “hola” y “sangría”. Como ya debo llevar quince o veinte libras esterlinas en la llamada, desisto de volver a llamar y, como puedo, le explico mi problema en inglés y me responde que sí, que efectivamente me han cobrado el vuelo, pero que me lo devolverán, aunque no sabe ni cuándo, ni cómo. ¿Han probado a deletrear una reserva de tropecientos dígitos y con muchas consonantes en inglés? Se lo recomiendo encarecidamente. Es divertidísimo.

Total, que cobrar han cobrado todos, y que sabe Dios cuándo me lo van a devolver.

Rumbo a Correos. Mejor en moto, que en coche ni soñando se aparca, extremo que confirmo al comprobar que incluso yendo en moto, he de dejarla donde Cristo perdió la Sandalia.

El marcador de turno está en el 132. Saco el 169. Media hora larga. Una señora, muy sofocada, está montando un pollo del quince. Por segunda vez le han perdido un paquete, y además la llaman mentirosa porque, según el sistema informático, el paquete ha llegado a su destinatario. Además, la tachan de ignorante por haberse equivocado en un número en el código postal. La señora jura y perjura que el paquete no ha llegado, y que a santo de qué iba ir allí a reclamar un paquete entregado correctamente. La funcionaria, impertérrita, le cuenta que ella sabrá, que ése no es su problema y que otro día se fije más a la hora de consignar el código. La señora abandona correos juramentando en arameo, culpando a Zapatero y amenazando con fulminantes acciones judiciales que van provocar en la funcionaria que su aparato excretor funcione por sus patas (de la funcionaria) abajo.

Cuarenta minutos después, aparece en el marcador el 169 y me dirijo a la ventana 6

- Verá que han devuelto este paquete por usuario/domicilio desconocido, y le aseguro que tanto uno como otro existen.
- Pues si lo quiere enviar de nuevo, tendrá que volver a pagar.
- Pero vamos a ver… ¿cómo voy a volver a pagar un envío devuelto porque el cartero no ha sabido encontrar un domicilio?

Se me saca de encima diciendo que si lo quiero enviar de nuevo, no me queda otra que volver a pagar, y que si no estoy conforme que vaya a la ventanilla 2 (donde a la señora de antes la trataron de ignorante y embustera) pero que aquella es la ventanilla de envíos y no la de reclamaciones, y que haga el favor de despejar, que él tiene trabajo y que hoy lleva un día que ni me cuenta.


Diez minutos más de espera y me toca el turno en la ventanilla dos. Por suerte, quien me atiende no es la funcionaria que llama ignorantes a los clientes si no un caballero que parece simpático.

Le explico el caso, consulta con su ordenador y vuelve.

- Es que en Huelva no existe la Plaza Adoratrices, se llama Avenida Adoratrices. Es normal que si usted pone plaza en vez de avenida, la carta no llegue (perdiendo la simpatía por instantes).
- Le aseguro, caballero, que existe la Plaza Adoratrices, que allí vive gente, que queda así como a mano derecha, que al lado hay un salón recreativo y un bar.
- El sistema me dice que no existe.
- Pues su sistema está equivocado, porque le insisto que existe. Hágame el favor y llame a Correos de Huelva, verá como sí existe.

Me hace caso y llama. Lo veo sonreír al teléfono y vuelve.

- En correos de Huelva me confirman que no existe.

Apelo a su humanidad, a su solidaridad masculina con el género, a la vez que le aseguro que he enviado varios paquetes a esa dirección y que todos –excepto éste- han llegado puntualmente a su destino, le suplico que consulte por Internet un callejero de Huelva, o que introduzca Plaza Adoratrices en Google Maps y podrá ver la plaza, el salón recreativo, el bar, hasta una señora saliendo de uno de los portales.

- Es que yo… (flojea el funcionario y arremeto nuevamente)
- Porque si no, si según usted no existe, cómo puedo yo volver a enviar este paquete –por el que, dicho sea se paso, he pagado seiscientas cucas de las de antes cuando no contiene más que un DVD (sin caja) y dos puntos de libro- a una dirección que su sistema no reconoce, y cómo voy a enviarlo a la Avenida Adoratrices, como usted sugiere, cuando yo sé que no es en la Avenida sino en la Plaza donde vive mi amiga. Sea usted persona y haga el favor de preguntarle a el señor Google por esa calle…

Me mira, lo veo de nuevo dubitativo y cuando me dispongo a soltarle otro pasaje apelando a las dos horas largas que ya he invertido en esa oficina para enviar ese paquete, me suelta lo de “vale, vale, espere un momento, no se me embale”. Lo veo volver al teléfono y regresar a los pocos minutos.

- Le ruego mil disculpas, caballero. He hablado con cartería, en Huelva, y allí me confirman que sí existe la plaza, debe de tratarse, al margen del fallo en el ordenador, de un error del cartero de la zona. Déjeme aquí el sobre que yo me ocupo personalmente de todo.

Y ante tal discurso sólo le queda a uno que darle las gracias al funcionario y abandonar la sucursal con el aire y el porte con el que el almirante Nelson debió salir de Trafalgar tras haber derrotado la armada invencible. Ha costado lo suyo, pero menudo soy yo para esto, seguro que se le escuchó decir al almirante rumbo a la Gran Bretaña.

Han trascurrido seis horas desde que el cartero llamara dos veces (pulsó dos veces el trimbre) y uno, casi se ha salido con la suya –excepto con el borrador, que Hacienda es mucha Hacienda- y eso le proporciona a este columnista una dulcísima sensación de victoria.

Se preguntarán mis queridos reincidentes cómo puede alguien sentirse triunfal y satisfecho cuando le ha tocado invertir seis horas de su vida en resolver desaguisados producidos por personas que no cumplieron bien en sus respectivos quehaceres. Pues muy fácil. Mejor tenérselas que ver uno con una panda de impresentables que trabajan fatal, que con los individuos trajeados y poderosos a los que me refería en el primer párrafo.

Aunque ahora que lo pienso… lo del teléfono… yo pulsé el 1. ¡Segurísimo! Que lo vi en la pantallita. Y el ordenador de Correos al que le ha desaparecido una calle de la noche a la mañana…

Lo dicho: si desaparezco de golpe, les ruego que intenten contactar conmigo el algún frenopático. A cambio, les mantendré al tanto de las últimas actividades conspirativas de esos individuos trajeados y poderosos.