miércoles, 5 de noviembre de 2008

Arte abstracto

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en noviembre de 2008
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Vaya por delante mi confesión de que en esto del arte abstracto, un servidor es algo cerril y nada entendido, teniendo dificultades en ver más allá de lo que sus ojos le muestran tal cual, siendo incapaz de visualizar más que tres brochazos mal dados donde los entendidos encuentran la sobria luminosidad del atardecer en un bosque mediterráneo en otoño.

Pensando que cierto tipo de arte quizás sea como la tónica, que si no te gusta es porque la has probado poco, un servidor insiste con cierta regularidad, asistiendo a exposiciones en pos de hallar la luz y poder disfrutar de una pintura abstracta como lo hace ante un cuadro de Velázquez, pero he de confesarles que sigo sin conseguirlo. Más bien al contrario, que rara es la vez que no sale uno de la sala sintiéndose tristemente prosaico y a medio paso de la palurdez más absoluta. Y eso, cuando no queda uno abochornado, como la vez que en el Gughemheim, sintiendo curiosidad ante el numeroso público que contemplaba una escalera apoyada en la pared merced al más estrambótico de los equilibrios, un bote de pintura tirado en el suelo y el contenido de éste desparramado al unísono por suelo y pared , sí creyó –quiero creer que influenciado por los comentarios de la entendida concurrencia- apreciar cierta figura inteligible configurada por la pintura derramada, ilusión que se fue al traste cuando aparecieron dos individuos con mono de pintor -uno de ellos pedía disculpas al que parecía el encargado por el estropicio, fruto de un traspiés en lo alto de la escalera- y se llevaron, al unísono, la escalera, el bote y mi fugaz ilusión de empezar a descubrir el arte abstracto.

Pero lo que les narro a continuación, al menos a los ojos de los lerdos y analfabetos en esto de lo abstracto como quien les escribe, desvelará a mis queridos reincidentes que, pese a lo que pudiera parecer, no somos pocos los que no sabemos distinguir un huevo de una castaña en estos menesteres, aunque seamos bastantes menos los que lo reconozcamos abiertamente.

Y es que me ha llegado por correo electrónico el vídeo de un programa de televisión, donde preparan una trampa a esos presuntos entendidos. Llevan un lienzo a una clase de párvulos y les proporcionan a los críos pinturas para que, con sus propias manos, hagan cuantas guarrerías les plazca en la tela. Imagínense el resultado: un puñado de criaturas con licencia para guarrear y para pintarrajear a su libre albedrío y sin traba alguna. Los enanos disfrutaron como tales y del cuadro resultó una especie de pella negruzca en el centro -la mar de abstracta, eso sí- y de diversos colores, indeterminados a causa de las numerosas mezclas, en las esquinas.

Una vez terminada la obra de arte, los reporteros la enrollan, la esconden entre sus ropas, la cuelan en una prestigiosa exposición madrileña, sacan un bastidor desmontable donde colocan la pintura, y la cuelgan de una de las paredes libres junto a los cuadros de artistas de renombre. Una vez perpetrada la gamberrada, como reporteros que son, sacan su cámara y su micro y se dedican a entrevistar a los visitantes que muestran interés por la ópera prima de los parvulitos.

Un cincuentón trajeado, con aire de intelectual, se coloca frente al cuadro:

- ¿Qué aprecia usted en esta pintura, caballero?

Se mira y remira largos segundos la obra, ladea la cabeza varias veces, para acabar espetando:

- Tensión sexual. Sí. Se aprecia una enorme tensión sexual en esta obra. ¿No la notan?

Los reporteros se muerden la lengua para no desternillarse delante de sus morros, imagino que al recordar la enorme tensión sexual de los parvulitos mientras pervertían la tela, y siguen preguntando.

Uno tras otro, los “entendidos” van loando tamaña obra de arte, que unos califican como sublimación expresionista, otros como neo surrealismo y otros como obra maestra del expresionismo trascendente. Alguno, incluso aventura autor famoso. Sólo dos adolescentes reconocen no tener ni puñetera idea de arte abstracto y, tras mirar el cuadro desde diversos ángulos, no atinan más que a describir la obra con algo así como pintura rara de colores raros.

Y, dejando al margen mi ya reconocida incapacidad para comprender y disfrutar del arte abstracto, Una de dos: o han dado en un parvulario de Madrid con cinco niños prodigio de la leche, o en los museos y entre los entendidos se cuela mucho fantasma y mucho enterao.

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