miércoles, 3 de diciembre de 2008

Chancletas para las beodas

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en diciembre de 2008
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Me comentaba un amiguete, funcionario que ejerce de abogado en una concejalía de una capital de provincia, que es una lástima que no se exija ningún tipo de formación específica a los políticos, que de la noche a la mañana un señor se convierte en jefe de departamento sin que para ello hayan tenido que demostrar su capacitación, ni se hayan visto obligados a superar oposición alguna. Si bien resulta evidente que los votos de los ciudadanos legitiman su elección, en modo alguno los capacita automáticamente para dirigir un grupo de funcionarios que sí han se han formado y han estudiado para ocupar el puesto para el que en su día concursaron. Así, el empeño que últimamente están poniendo las diferentes administraciones para formar mejor a sus funcionarios, enviándolos a cursos de reciclaje o capacitación, no siempre alcanza a los políticos que los dirigen. Y es una pena. Verán como sí.

Sin lugar a dudas, sí existen políticos –y un servidor conoce a un montón- expertos en las materias de su responsabilidad, e incluso los que, sin serlo, saben relacionarse con los funcionarios de sus departamentos de manera que sean éstos últimos los que desplieguen los mecanismos técnicos que sean capaces de desarrollar las directrices políticas marcadas, reservándose el gobernante, la dirección y la supervisión de ese proyecto. Cuando esto sucede -y sucede bastante, gracias a Dios- miel sobre hojuelas. Lo fastidiado es cuando ocurre justamente lo contrario, que es lo que parece que les sucede en el municipio del sureste británico de Torbay, en la Riviera Inglesa, donde los responsables políticos de los servicios de Ambulancias, Bomberos y Educación, han tenido la brillante idea de dispensar chancletas a aquellas señoras o señoritas que durante estas fiestas navideñas abusen del alcohol y salgan a la calle como una tajada como un piano.

Aquéllos de mis queridos reincidentes que estén pensando que el que ha abusado del tintorro es este columnista, y que ése es el motivo por el que está escribiendo semejante idiotez, deben saber que esta historia de borrachas y chancletas no es fruto de los delirios alcohólicos de un servidor que, dicho sea de paso, no lleva en el cuerpo a estas horas más que un descafeinado con sacarina, sino que recoge la noticia tal cual la publica el rotativo insular Canarias 7, que a su vez cita al prestigioso Times como fuente de la noticia.

Parece ser que las cabezas pensantes de Torbay se ven venir que estas navidades, con eso de la crisis, va a abundar el número de mozas beodas que, por aquello de beber para olvidar, se van a poner tibias de ginebra y/o de cerveza negra. Como por norma general la gente se viste con elegancia en Navidad, y la elegancia femenina suele pasar por subirse en zapatitos de tacón, temen que una borrachera sobre tacones pueda tener consecuencias funestas para los tobillos de esas féminas, por lo que han decidido suministrar chancletas a las señoras propietarias de cogorzas navideñas, para que puedan caminar sin dificultad, o, mejor dicho, exclusivamente con la dificultad de ver doble y deambular zigzagueando mientras se canta Liverpool patria querida, Liverpool de mis amores y sin el añadido de hacerlo, además, sobre unos zapatos de tacón. Eso sí, las chancletas llevarán inscritos lemas sobre los efectos negativos del abuso del alcohol. Prevención ante todo.

Habrá quien piense que no es mala idea, y que bien pudieran nuestras autoridades copiar esta iniciativa que a buen seguro evitaría esguinces, distensiones de ligamentos, moratones y roturas fibrilares a nuestras féminas, pues he de confesarles que un servidor consideró simpática la noticia hasta leer que: 1) La broma les cuesta a los Torbayenses (o como se llamen) treinta y seis mil euros del ala. 2) El reparto de las sandalias de goma lo llevará a cabo la policía.

Porque no es de recibo que un pueblo sustraiga de su erario seis millones de las antiguas pesetas para evitar que las señoras ebrias, ni que sean ocasionales, se tuerzan un tobillo, la que no sepa beber que no beba, ¡leñe!; como tampoco lo es tener a los cuerpos y fuerzas de seguridad para arriba y para abajo repartiendo chancletas entre las piripis, porque mientras transportan sandalias no están haciendo las funciones que sí le son propias y para las que les pagamos.

- Central para Patrulla siete, responda por favor.
- Patrulla siete a la escucha.
- De camino al atraco, desvíense un momento hacia Main Street, allí hay una pandilla que vienen de despedida de soltera y van a necesitar trece pares de chancletas.
- Patrulla siete recibido, llamen al atracador y le dicen que espere, que llegaremos en unos diez o quince minutos, según estén de pesadas las de la despedida.

Parece mentira que no se hayan dado cuenta que cualquiera puede repartir una sandalia, pero que no todo el mundo es capaz de -ni tiene por qué- detener a un delincuente.

No me digan que no es para aplaudir -en el cogote y a dos manos, por supuesto- a los políticos de Torbay. Si uno fuera mal pensando elucubraría con la posibilidad de que algún cuñadísimo de la riviera inglesa se esté frotando las manos porque ve cómo va a vender en diciembre todo el excedente de sandalias que le sobraron del verano. O eso, o que hay algún político en Torbay que no es más cenutrio porque no se entrena.

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