jueves, 3 de julio de 2008

Indiferencia y resignación en España por el triunfo de la selección.

Artículo publicado en "Vistazo a la Prensa" en julio de 2008
Imagino que les sorprenderá el título tanto como le sorprendió a un servidor el leer el mismo titular, pero referido a una ciudad catalana, aparecido en la edición digital de ese periódico que quiso catalogar como explosivo ciertos polvos para tratar el mal olor de los pies. Les cuento.

Andaba uno metido en sus quehaceres, relamiéndose todavía por el arrollador triunfo de la selección frente al combinado ruso, cuando recibió una llamada de su cuñado, indignado por el titular de la noticia y proponiéndole a este columnista una réplica contando la verdad y denunciando tal manipulación. Y a eso, si mis queridos reincidentes me lo permiten, vamos con esta columna,

El redactor, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme sino que sencillamente no me acuerdo, calificaba esa ciudad como cuna del nacionalismo catalán, imagino por haberle llegado campanadas sobre cierto documento que en el siglo XIX se promulgó en dicha población, denominado entonces como “Bases para la Constitución Regionalista de Cataluña”, de la mano de la Unión Catalanista. Confundir catalanismo con nacionalismo es, como poco y siendo benévolos, de escaso rigor.

Pero no es rigor lo que desprende ese artículo en el que dibujaba una ciudad ajena al partido de fútbol y en la que la tónica era que, los pocos que veían el partido, lo hacían animando al otro combinado y no a la selección. Toma el plumilla como referencia dos bares de la población frecuentados por jóvenes independentistas, donde –obviamente- la selección española no despierta, que digamos, mucho interés. Si hubiese elegido cualquier otro de los doscientos –si no más- locales existentes de la ciudad, la cosa hubiese sido muy distinta; pero eso no hubiese sido noticia. Porque en esa ciudad, como en todas, la mayoría de aficionados al fútbol animamos a la selección y disfrutamos con su triunfo.

Aparecen en el artículo una foto en la que se aprecia a cuatro individuos –dos con camiseta azul- en la barra de una terraza en una rambla con poca gente. Curiosamente, en la prensa local han aparecido estos días fotografías de la misma rambla con las terrazas a reventar de gente con la camiseta roja viviendo el partido. ¿Dónde y cómo tomo sus fotos el susodicho? A saber, pero a disposición de mis queridos reincidentes que lo deseen -no tienen más que pedirlas-, pongo las fotos aparecidas en la prensa local para que las comparen con las del susodicho y me ayuden, si pueden, a resolver el misterio.

Vamos a por los datos, si bien le van a permitir a este columnista –que ya saben que es de letras- cierto machihembrado de números y cifras para configurar su pseudoecuación particular que le ayude a conducir el minino al líquido elemento.

Según las cifras de las audiencias televisivas, en Cataluña el 77% de los televidentes que miraban la tele el día de la final, veía el partido de la selección. O lo que es lo mismo, de cada diez catalanes, sólo dos y pico eligieron otra cosa que no fuera fútbol. Esas cifras jamás se habían obtenido en Cataluña ante ningún partido de fútbol, ni siquiera del Barça. Ergo también en Cataluña interesó la selección, ergo hablar de “indiferencia” como hacía el redactor de marras es, directamente, una falacia.

Si esa perrita que vive en casa con un servidor, y a los que mis queridos reincidentes ya conocen de anteriores artículos, se decidiera a hablar, les contaría que después de todos y cada uno de los partidos de la selección ha tenido que correr a refugiarse bajo la cama porque le aterrorizan los petardos con los que los aficionados han venido celebrado las victorias de ese pedazo de equipo de fútbol en el que –dicho sea de paso- jugaban hasta ocho jugadores que pertenecen o han pertenecido a mi amado Barça, ergo tampoco puede hablarse de “resignación”, habida cuenta del fervor con el que se han ido celebrando los triunfos –especialmente el definitivo en la final- de la selección de fútbol.

Mis queridos reincidentes más puntillosos, quizás puedan opinar que resulta poco científico recurrir a datos tales como las audiencias televisivas o la actitud de una perrita teckel toy de cinco kilos, pero convendrán conmigo que aun y así, el método es mucho más riguroso que juzgar el interés por la selección en una ciudad con más de doscientos locales de hostelería, midiéndolo en dos en los que su concurrencia no se destaca, precisamente, por su afición a la selección española.

Porque si diéramos como válido el titular del susodicho, que eleva la anécdota a dato empírico, y que toma como referencia lo que ha pasado en una centésima parte de los locales de pública concurrencia de una ciudad, debiéramos concluir, en base al mismo razonamiento, con que el casi veinte por ciento de televidentes que en toda España sintonizaron otra cosa que no fuera el fútbol durante la final, suman una mayoría superior a la descrita en esa ciudad, y por tanto suficiente como para dictaminar que el triunfo de la selección española causó indiferencia y resignación en España y saben mis queridos reincidentes que eso no fue así. El título que, irónicamente, da inicio a este artículo, como el titular del susodicho que les he comentado, son falsos. Más que una moneda de tres euros. Por mucho que lo contrario –la realidad- no sea noticia.

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