miércoles, 26 de diciembre de 2007

En la boda faltaron pobres.

Artículo publicado en "vistazoalaprensa.com" en mayo de 2004

Yo soy otro de los cuarenta millones de españoles que no fue invitado a la boda. Y no se crean ustedes que no me fastidia. Verlos a todos, tan solemnes, tan recatados, tan bien puestos y tan dentro del protocolo le ha dado a la boda una dimensión casi sideral, muy alejada del pueblo llano. Flaco favor les han hecho a los novios y a la Casa Real los organizadores, pues de todos es sabido el afán de Su Majestad el Rey en acercarse al pueblo todo lo que las medidas de seguridad, que no el protocolo, le permiten.

Pienso que en esta boda, debiéramos haber sido invitados unos cuantos pobres que le diéramos al evento algo más de alegría y que hubiésemos animado el enlace con las más genuinas muestras de divertimento plebeyo, que en eso de la juerga y el cachondeo, ni las casas con el más rancio abolengo tienen nada que enseñarnos.

Verán como tengo razón:

Un pobre que se precie hubiese lanzado arroz a los novios al salir de la ceremonia. Alguno, más atrevido, hubiese rociado a la novia con un spray de esos que lanzan un hilillo fosforescente que queda divinamente sobre el blanco roto del traje. El resto de pobres hubiésemos frenado al más bruto, ése que en las bodas del vulgo lanza garbanzos y macarrones, que somos pobres pero no salvajes y no queremos príncipes llenos de cardenales y moratones. Desgraciadamente el álbum de fotos de Felipe y Letizia no tendrá la foto que tenemos la mayoría de españoles, saliendo de la iglesia bajo una lluvia de minúsculos meteoritos de arroz, símbolo de la fertilidad. Luego, si en seis meses no hay embarazo que nadie se queje.

Y qué es una boda sin el clásico ¡¡¡¡¡¡Viva los noviooooooos!!!!!! , pronunciado por el tío de la novia que en el aperitivo previo ya se ha bebido hasta el alcohol del botiquín. En un enlace así, en el que todos los tíos de la novia son la mar de presentables, hay que importar un tío del pueblo llano que anime con sus vivas al resto de comensales. Lo bien que hubiese quedado el de los vivas puesto en pie secundado por el resto de invitados, con la copa en alto y gritando “¡¡¡que vivaaaaaan !!!!!”. Imagínense ustedes al Presidente Zapatero jaleando a los novios junto a Rajoy, ambos exultantes de alegría y al unísono. Esas pequeñas cosas también unen un país.

Porque no me imagino yo a Marichalar diciendo lo de “Que se besen, que se besen” o mejor aún, como se dice en mi tierra “Queremos un beso, un beso de cine, encima de una silla”. No me digan que no hubiese sido precioso. Felipe y Letizia, sobre la real silla dándose un real muerdo y el resto de asistentes aplaudiendo y haciendo la ola mientras el Rey, orgulloso, dice lo de “éste sí es mi chico”.

Y los amigos del novio, qué sosos. ¿Saben que no cortaron la corbata del Príncipe para hacerla cachitos? Con el nivel de los asistentes hubieran sacado una pasta. Y tampoco subastaron la liga de Doña Letizia. Con amigos así ¿para qué uno quiere enemigos? Además, el pueblo tenía derecho a verle las piernas a la novia como en cualquier boda.

Y dónde estaba esa entrañable abuelita, que con un bolso tamaño “vuelta al cole” recoge lo que sobra en los platos para sus gatitos, no sin antes solicitar con descarada complicidad a un camarero que le traiga un poquito de papel de plata para no manchar el bolso.

Corramos un tupido velo sobre los enemigos de lo ajeno que aprovechan cualquier despiste para hacerse con una cucharilla de postre o un salero, pues no estoy yo muy seguro que, ni siquiera en ese banquete tan selecto, haya quien guarde –desde luego sin ánimo de lucro- un recuerdo de cristal de bohemia con el que alimentar su ego de coleccionista en la intimidad de sus aposentos.

Tampoco hicieron la habitual conga, con todos los asistentes agarrados en fila india esquivando mesas y camareros, pero eso sí se entiende, que con el pedazo de cola que le pusieron al vestido de la novia, hubiese sido la mar de complicado e incluso peligroso. Además, tampoco me imagino yo al marido de Carolina acertando a pasar por según qué sitios sin armar un estropicio de miles de euros en vajillas y cristalerías. Dicen que el de Hannover sólo asistió al banquete, que no asistió a la ceremonia porque se sumó a los gaiteros que tocaban el “Asturias patria querida” en el recorrido. Cuentan los que le conocen que esa canción es una de sus preferidas. Vayan ustedes a saber por qué.

No se ha echado de menos en la boda, es a ese amigo que todos tenemos y que, incluso en los más serios acontecimientos, se niega a ponerse traje y corbata, apareciendo sonriente con sus vaqueros y su camiseta deportiva. Para eso ya tenían a Ágata Ruíz de la Prada que se presentó con la bata de la playa, aunque parece ser que se olvidó la toalla y las chanclas en la limusina. Qué cabeza la tuya, Ágata.

Lo que sí que clamaba al cielo, fue verlos salir con el Rolls sin una triste lata colgando del parachoques que añadiese alegría y percusión salsera al trayecto. Lo del cartelito con lo de “recién casados” se puede y debe perdonar porque era la mar de obvio. Todo el mundo sabía que los ya Príncipes de Asturias se acababan de casar.

Tampoco es de recibo, y a buen seguro que los novios habrán echado en falta, la ausencia de la típica bromita que los amigos hacen a la pareja en la noche de bodas. Ni les habrán cosido el edredón a las sábanas, ni habrán aflojado los tornillos de la cama para que se oigan ñiquiñaques al primer movimiento, ni les habrán cruzado los fusibles para que tengan que pasar a oscuras su primera noche, ni le habrán llenado de azafrán el teléfono de la ducha para que queden amarillitos tras su primer baño en común, ni una mísera píldora de bromuro en la cocacola del novio… Como dijo Bush al enterarse de la retirada de nuestras tropas en Irak: Estos españoles no saben divertirse.

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