miércoles, 26 de diciembre de 2007

Derecho a la ignorancia.

Artículo publicado en "vistazoalaprensa.com" en junio de 2004

Derecho a la ignorancia. “El que ha cruzado en patera no ha venido a estudiar tercero de ESO, y yo lo que tengo que hacer es proporcionarles una salida lo más directa al mercado laboral. Además, a mí me crean un conflicto en clase porque ese niño no quiere estar ahí. Algo parecido ocurre con los gitanos. El niño lo que quiere es ir con su padre al mercado a vender fruta.” Estas palabras fueron manifestadas por la Viceconsejera de Educación de la Comunidad de Madrid, la señora Carmen González, defendiendo lo que ella llama “derecho a la ignorancia”. Por lo visto, hay cierto tipo de niños en este país, cuyas necesidades quedan sobradamente cubiertas una vez consigan dominar lo que vino en llamarse “las cuatro reglas”. Con las expectativas que se les presentan tienen más que suficiente. De hecho, una generación de “españoles cuatro reglas” contribuyó meritoriamente a levantar este país no hace mucho. En honor a la verdad, hay que decir que dicha señora ya ha pedido disculpas. Imagino que habrá quien le haya dado un buen tirón de orejas y la habrá obligado a rectificar. Dice ahora que no logró transmitir lo que pensaba, que lo que en realidad ella quiso mostrar es la gran preocupación que en la Consejería tienen por dar respuestas a determinados problemas. Claro. ¡El desempleo! Todos los que vengan en patera, directamente a currar. Nada de estudiar. Los esperamos a que bajen de la barca, los recogemos en furgonetas, y los llevamos a “la lonja del africano”. Allí los empresarios podrán contratarlos pujando cual subasta de boquerones. Los podemos emplear en el campo. ¡Sí, sí!. En los invernaderos. Que como vienen de África, seguro que están acostumbrados a las altas temperaturas y los haremos sentir como en casa. Que no se diga que los españoles no somos hospitalarios. Que hasta les vamos a crear un microclima de acuerdo con su procedencia. En realidad, el proceder de la señora Viceconsejera no ha sido más que un acto de bondad. El que no quiera ir al cole, pues que no vaya y santas pascuas. Que estamos en un país libre. El problema va a venir cuando los niños españoles exijan un trato igual y, amparándose en el artículo 14 de la Constitución, aquél de “…iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión…” reclamen también su derecho a la ignorancia. Eso es perfectamente defendible ante cualquier tribunal. O sea que dentro de nada vamos a tener los mercados llenos de niños que, antes que devanarse los sesos resolviendo raíces cuadradas, van a preferir ejercer como estupendos vendedores de fruta: hábiles en el pesado, en la colocación camuflada de manzanas pochas entre otras gordas y coloradotas, y sobre todo impasibles ante el regateo, que no se van a complicar la vida con más sumas y restas de las estrictamente necesarias. Las cuatro reglas, recuerden. Y no sólo a ese oficio podrían optar nuestros ex estudiantes. Hay multitud de trabajos que pueden llevar a cabo los menores. Que se lo pregunten a IKEA. Desde luego que nuestro sistema educativo va a experimentar un enorme salto cualitativo. Sólo asistirán al colegio aquellos niños que sientan enormes deseos de estudiar. Si yo rebobino unos treinta y tantos años atrás y rememoro mis clases de EGB, creo que sólo un alumno asistía por pura afición, que era el único que se quedaba estudiando en el aula cuando por cualquier circunstancia nos encontrábamos sin maestro y nos mandaban a campar a nuestras anchas por el patio del colegio. De hecho ese chaval –hoy un hombre hecho y derecho- ha obtenido con éxito dos licenciaturas universitarias y se encuentra ejerciendo con notoriedad una profesión liberal altamente remunerada, recibiendo reconocimientos públicos por su buen hacer y presidiendo entidades de prestigio. Y eso que tenía a treinta y tantos chavales a su alrededor desconcentrándolo, más pendientes ellos de los goles de Marcial y Amancio, que de los quebrados y de la Historia de España. Quién sabe dónde hubiera llegado aquel crío si a los demás nos hubiesen permitido pasar nuestra infancia apedreando gatos o vendiendo sandías a fin de no perturbar su atención. Imagínense lo que podrían hacer nuestras autoridades educativas con un solo y motivadísimo alumno por clase. Plantillas enteras de maestros, profesores y psicólogos empeñados en cuerpo y alma en preparar a ese único estudiante vocacional. Quizás, a partir de entonces, tendremos pocos licenciados en este país, pero –eso sí- van a ser unos licenciados de la leche. Lo que estaba defendiendo la señora González era la tan acertada premisa en multitud de disciplinas de “mejor calidad que cantidad”. Y nosotros empeñados en denostarla. No me queda más remedio que acabar este artículo de la misma manera que concluí el de hace dos semanas cuando les hablaba de los políticos en campaña: Qué quejicas somos los españoles. Y qué desagradecidos.

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