miércoles, 26 de diciembre de 2007

Mensajes y jerigonzas.

Artículo publicado en "vistazoalaprensa.com" en mayo de 2004

Que la edad no perdona se empieza a notar, incluso antes de que los primeros achaques nos hostiguen, cuando uno se sorprende sermoneando a sus hijos con lo de “yo a tu edad…” Es increíble cómo es de tajante y de inevitable el choque generacional. Juzguen ustedes mismos si son tan amables:

Reconozco que éste que les escribe tiene ciertas (muchas) manías, en lo que al empleo de la lengua se refiere, y vengo observando últimamente, que nuestros estudiantes cada día escriben peor y cometen más faltas de ortografía. A este punto quería llegar yo con lo de “yo a tu edad”, pues recuerdo, que en quinto curso de nuestra Enseñanza General Básica, y eso significa a nuestros tiernos diez u once añitos, la inmensa mayoría de los alumnos conseguíamos terminar aquellos dictados de las clases de Lenguaje con cero faltas. Escribir “gobierno” con uve, me costó una severa reprimenda del Hermano Victorino (que así se llamaba aquel entrañable cura y maestro) pese a ser mi única falta de ortografía en aquel examen. Más de una falta, hubiese significado un pescozón o un tirón de orejas. Pues no quieran ustedes saber qué faltas de ortografía tiene uno que leer de escolares, bachilleres e incluso universitarios. El hermano Victorino hubiese tenido que contratar al mismísimo Equipo A para ayudarle en sus pescozones.

Pero uno, que se tiene por una persona tolerante que no quiere echarle la culpa a nuestro sistema educativo, y negando de antemano la posibilidad de que los niños de ahora sean más cenutrios de lo que nosotros éramos, extremo que nos confirma su condenada habilidad con todos los chismes electrónicos, así como la destreza con la que nos cuelan a los padres todo tipo de ardides encaminados a salirse con la suya , uno confía en los entendidos en la materia, que interpretan que todo esto es un mal necesario en el global desarrollo pedagógico de nuestros colegiales. Que el sistema actual prima en otras sapiencias más etéreas y menos cuantificables, pero igual de necesarias para las mentes de los estudiantes.

Quizás esto sea así, que uno no ha estudiado de eso y no sabe de estos menesteres más que lo que su sentido común le dicta. De todas maneras, otras asignaturas como la Geografía o la Historia, parecen haber perdido el protagonismo que en nuestras escuelas gozaban. Hagan ustedes la prueba y pregúntele a su sobrino de once años qué es el Pisuerga. Como el chaval no sea pucelano o de los alrededores, muy probablemente le sonará a chino, a menos que su sobrino sea chino, en cuyo caso posiblemente no le suene a nada.

Pero hasta aquí, uno lo encuentra relativamente normal. Aquello de que “la letra con sangre entra” a más de cuatro nos hizo hincar codos y preferir tener aprendidos para el día siguiente los ríos de Castilla, que exponernos a los chichones que florecían tras el certero estoque de la regla de madera del Hermano Isidro que en paz descanse (que así se llamaba otro entrañable maestro y cura, hábil donde los hubiera con la puñetera reglita) y que hoy, en ausencia de reglitas y de sangre, los críos se decantan más por la Pleisteison (o Play Station, como ustedes prefieran) que por los mapas físicos de España.
Pero lo que realmente me acongoja es esto que seguidamente les planteo y sobre lo que quisiera que me ofreciesen comprensión y si llegado el caso, obtuviesen cierta identificación mental o afectiva con lo que les expongo, su compasiva solidaridad:

Antes quisiera peguntarles a aquellos lectores que además sean padres, si consiguen interpretar esa jerga, ese galimatías, ese atentado a nuestra lengua que es la manera con la que nuestros hijos se comunican mediante mensajitos cortos al móvil o a través de los correos electrónicos.

Y no lo consideraría yo tan grave, si dichos comunicados se circunscribieran a su propio ámbito. Es decir, que se limitaran a enviárselos entre ellos. Pero no. Se empeñan en hacernos a los demás partícipes forzosos, cuando no compinches resignados, de semejante salvajada ortográfica.

“bn a ksa d krlos mñna x l trd” significa en su endemoniada jerigonza “Ven a casa de Carlos mañana por la tarde”. No me digan ustedes que no les dan ganas de ir a casa de Carlos a decirle cuatro cosas bien dichas.

Mira, niña… a tus amigos, les escribes como tú quieras, pero a tu padre, o le pones los mensajes en un idioma que comprendamos los dos, o mejor me llamas por teléfono. Les suenan estas frasecitas. ¿A que sí?. Pues átense los machos, que lo peor está por venir. Que lo realmente preocupante de este tema es la capacidad de esta “lengua” (entrecomillada con todas la comillas del mundo) para reproducirse como si de un virus se tratara. Que hasta alguno he visto por ahí, peinando canas, contagiado de tamaña epidemia y escribiendo “no m s3s” (no me estreses) ¿Que no te estrese? ¿Y lo que me producen a mí tus mensajitos de las narices?

Mi amigo Pepe, funcionario él, me comentaba angustiado que le había llegado una instancia de una señora, que firmaba como directora de marketing de la empresa ACME (y escribo esas siglas por no desvelar las de una empresa de ámbito nacional con miles de empleados) en la que la susodicha directiva, utilizaba esa infernal agrupación insoluble de letras y símbolos, para solicitar al departamento que dirige mi amigo cierta colaboración en unos actos que ACME iba a llevar a cabo. Tenía Pepe la instancia sobre su mesa sin saber si devolverla a su remitente como si hubiese venido escrita en sánscrito, o por el contrario, y con la colaboración de su hijo adolescente, descifrarlo y tramitarlo como si hubiera sido redactado en un idioma inteligible. No sé si habrá seguido mi consejo, pero si lo ha hecho, le habrá contestado en cinco letras y en su mismo “dialecto” lo siguiente: Ke t dn !

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