miércoles, 26 de diciembre de 2007

Telecaca.

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en mayo de 2004

Y no empleo la expresión telebasura, que es con la que se ha dado en definir cierto tipo de televisión, porque en el siglo XXI -el del reciclaje- hasta la basura tiene utilidad, y no así la caca humana que sólo sirve hoy por hoy para acompañar al líquido elemento en ese periplo por el que fluye por nuestros desagües en pos de las alcantarillas.

Aseguran que se producen en este país más de cien horas semanales de telecaca. No está mal si tenemos en cuenta que en una semana caben ciento sesenta y ocho horas. Sin embargo el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) maneja en sus encuestas el dato de que estos programas sólo gustan al ocho y medio por ciento de la población. ¿Qué es lo que no cuadra?

Todo apunta a que cuando alguien nos pregunta, nos avergonzamos de ser telecacadictos y mentimos como bellacos afirmando que sólo vemos los documentales de la dos, y que disfrutamos como enanos observando las evoluciones del león bizco del Serenghetti, mientras nuestra vecina la cotilla -esa degenerada sí que ve esas porquerías- se empapa de las miserias de famosillos y famosos.

Pero en fin, no era de lo mucho que mentimos los españoles de lo que yo les quería escribir hoy. Eso lo haré otro día. Ruego disculpen esta incursión mía por ubetenses cerros.

A lo que íbamos:

Y es que uno se esmera en educar a sus hijos para que se conviertan en personas de pro, indicándoles que deben hacer justo lo contrario de lo que hacen estos nuevos personajes mediáticos de la telecaca, y la verdad, no está uno a estas alturas muy seguro de estar haciendo lo más adecuado.

Pesadísimos nos ponemos los padres con lo de que si estudia todo lo que puedas, que si el día de mañana, que si no fumes, que si no bebas, que si mejor la biblioteca que la discoteca…

Y luego ves paseando con un pedazo de Mercedes descapotable a una cuyo único mérito en la vida son los presuntos seis que le echó a otro, cuyo único mérito en la vida es haberle robado el corazón a otra niña, cuyo único mérito en la vida es haber nacido en la casa en la que nació y no en la de al lado.

Y es que esta moza de los seis, mientras las facultades de Ciencias de la Información producen periodistas sin cesar, y periodistas sin trabajo, colabora en un programa televisivo de máxima audiencia, aparece en revistas en las que ya quisieran aparecer modelos profesionales y, por si fuera poco, protagoniza con otros de su gremio una película que augura record de taquilla. Imaginen el peligro que puede correr este país si todas las alumnas de las facultades de periodismo y las de las escuelas de interpretación, tras una simple reflexión y una sencilla asociación de ideas, se lanzan a la calle a echarle seis a la primera celebridad que se les cruce. Las autoridades debieran tener prevista tal eventualidad, no sea que se monte la de Dios es Cristo.

Si es que los padres lo tenemos todo en contra. Uno batalla con sus hijas para que lleven las faldas un palmo por debajo de donde las llevan, y resulta que ésa que acude sin bragas a todos los saraos, es la que participa en más programas cobrando un caché que para sí lo quisieran muchos artistas. Prometo no volverme a meter con esa falda tan cortita de rayas que se pone mi niña.

Y hablando de rayas… ¿Cómo se explican el fenómeno Pocholo? ¿Qué tiene ese hombre que hace que en sus apariciones el público lo aclame como si fuera el general que les acaba de liberar de los más sanguinarios tiranos? ¿Será su mochila? Porque su facilidad de palabra y sus modales no creo yo que sean…

Lo de Dinio lo entiendo más, que no todo el mundo es capaz de pasarse la noche entera “hasiendo el amó”. Y más complicado aún es el hecho de grabar un disco repitiendo una y otra vez la misma frasecita con voz de apático sedado, y ser uno de los superventas del verano. Convendrán ustedes conmigo en que eso sí tiene su mérito.

¿Y los Grandes Hermanos? Ésa es otra. Resulta que si uno sale por la tele en calzoncillos de color blanco dudoso, se saca mocos delante de las cámaras, no se ducha y no se cambia de calcetines en tres semanas, puede hasta escribir un libro. Y eso no es grave. Lo grave es que ese libro se venda estupendamente. Y mi madre que creía que me estaba educando la mar de bien cuando me obligaba a cambiarme a diario los calzoncillos… ¿Lo ves mamá? ¿Ves como no era buena tanta higiene y tanta ducha? Y mi padre que me recordaba frecuentemente que no debía pelearme con mis compañeros en el recreo… Qué equivocado estaba… Fíjense si no, lo bien colocado que está el de las yoyas.

En fin, que me voy a ver Salsa Rosa… Ah no! …quise decir el león bizco del Serenghetti.

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