miércoles, 26 de diciembre de 2007

Espías de su Graciosa Majestad.

Artículo aparecido en Vistazo a la Prensa en junio de 2004

Confieso que de pequeñito yo quería ser espía. Eso de que 007 tuviese un reloj con el que poder hablar con el otro lado del mundo mientras que yo tenía un Mortima -regalo de comunión de mis padres- al que había que darle cuerda cada mañana, era sólo uno de los motivos por los que un chaval de diez años quería pertenecer a ese selecto grupo de elegantes galanes que tienen en sus manos el destino del planeta. No me importaba por aquellos entonces que Sean Connery estuviese siempre rodeado de bellas señoritas en bikini, que a esas edades está uno más pendiente de cosas infinitamente más excitantes como atar latas de conserva en el rabo del perro del vecino.

Hubiese vendido el alma de mi mejor amigo al diablo por conseguir aquel tubito, que colocado de manera transversal en la boca, permitía a James Bond respirar bajo el agua en las profundidades del Océano Pacífico. Y ya no digo nada de aquel chisme con aspecto de supositorio gigante con asas de botijo a los lados que propulsaba a 007 a todo trapo por el fondo submarino, convirtiéndolo en la envidia de delfines y rayas, que veían cómo aquel tipo del esmoquin negro les adelantaba sin el menor esfuerzo a la vez que les saludaba sonriente con la mano.

No sé qué cambió en mi mente para que no intentase yo convertirme en espía. Supongo que la vida lo lleva a uno, o mejor dicho, lo empuja y lo zarandea, hasta colocarlo en el camino que le corresponde y –visto lo visto- no puedo más que alegrarme por no haber acabado de espía. Que esto de ser agente secreto no es lo que era.

Leíamos hace unos días en la prensa, que dos espías británicos habían sido detenidos por agentes de la Policía Local de Málaga. Esos descendientes de 007 atravesaron España con una camioneta matriculada en el Reino Unido, llevando una Zodiac, equipo autónomo de buceo y diversas cajas con material militar con el anagrama de la Royal Navy. Eso sí, las cajas iban cerradas con un novedosísimo sistema de seguridad: Un candado.

Según contaron las autoridades británicas, esos traslados de material suelen hacerse por vía aérea pero la concentración de aviones que los ingleses tienen en la zona de Irak, obligó a los espías a seguir el plan “B”. Es decir, la furgoneta de reparto.

Habría que felicitarlos por su imaginación. De todos es sabido que una furgoneta con el volante a la derecha pasa totalmente desapercibida en España. Aunque a mí se me ocurren otros sistemas de transporte más eficaces y más discretos.

Y digo yo… Si no tenían a mano aviones o helicópteros, o incluso el chisme ése que se colocaba a la espalda 007 y que le permitía volar como un grajo ¿Por qué no les dejaron el tubito para respirar bajo el agua? Hubiesen podido pasearse tan panchos por el fondo del Atlántico y llegar caminando a Gibraltar sin que la poli los parase.

O –más fácil aún- haber embalado todo el material en una caja enorme con la inscripción “Congeladores Industriales del Támesis S.L.” y haber pedido a SEUR que la llevase. A ver qué guardia para a un furgón de SEUR y le pide a su conductor que abra los paquetes. ¿Qué pasa? ¿Que los servicios secretos de su graciosa majestad no se fían de SEUR? Pues que sigan confiando en sus agentes, que ya se ha visto lo espabilados que son.

No quiero ni imaginarme la cara de los dos policías españoles, cuando al preguntarles sobre la procedencia y el destino de la carga, 008 y 009 les sacan el carné de espías de su graciosa majestad y les cuentan que llevan ese material en misión secreta hasta Gibraltar. ¿Misión secreta? Pues menos mal que era secreta…

Y entonces uno se acuerda de las tremendas torturas que soportaba su colega Bond, dejándose achicharrar los pezoncillos con un hierro al rojo vivo con tal de no desvelar el objetivo de su misión. Aquí, sólo ha bastado que una patrulla del 092 les preguntase para que secretos militares británicos quedasen desvelados en plena calle, sin siquiera un mísero interrogatorio. La misión de 008 y de 009 consistía en llevar hasta la base de Gibraltar un material imprescindible para unas maniobras tácticas que ha de llevar a cabo un submarino nuclear. Esperemos que no sean 008 y 009 los encargados de la seguridad del reactor nuclear del submarino, o este verano nuestras playas de Andalucía van a perder las banderas azules que aún les quedan.

Si yo fuera 008 o 009, mucho me guardaría de acercarme a 007, que tiene que andar con un cabreo monumental. Tanto arriesgar uno el pellejo por su graciosa majestad, para que lleguen ahora estos dos chapuceros y dejen la profesión de espía a la altura del betún de oferta.

Muertos de risa deben de andar en el CNI, que ya se sabe lo aficionados que somos los españoles a mofarnos de las meteduras de pata ajenas. Y ésta de los servicios secretos británicos ha sido para enmarcarla y ponerla en el British Musseum con el cartelito de “Royal metedura of pata”.

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