miércoles, 26 de diciembre de 2007

Mitrados y pancartas

Artículo aparecido en "vistazoalaprensa.com" en junio de 2005

Me viene a la memoria, ahora que veo por la tele a los obispos incitando a la presencia masiva de fieles y no fieles en la manifestación que se va a llevar a cabo el sábado en contra de la ley que permita casarse a los homosexuales (con personas del mismo sexo, que hasta ahora podían casarse sin ningún problema, pero con otra del sexo opuesto), la expresión de “vivir en pecado” que tan en boga estuvo hace unos años, referida a aquellas parejas que compartían casa y lecho sin haber consagrado su relación con la bendición de un sacerdote. Vivían en pecado todos aquellos que cohabitaban con otra persona sin haber obtenido el salvoconducto divino otorgado en la ceremonia religiosa.


No hemos de remontarnos muchos años atrás para encontrar que quienes, además de vivir en pecado no habían institucionalizado su relación mediante matrimonio civil, sufrían una serie de inconvenientes respecto a los que sí habían pasado por el aro de la iglesia o el juzgado, sufriendo agravios comparativos a la hora de tributar, de obtener pensiones, etc... o, en el caso de guardias civiles, convivir con su pareja en un apartamento o pabellón de una Casa Cuartel, prerrogativa sólo al alcance de aquellos guardias unidos a su pareja en matrimonio.


Ya hace años que dejamos de oír lo de vivir en pecado y nuestros legisladores (que algunos olvidan que son los representantes que los ciudadanos hemos elegido democráticamente para que nos gobiernen) adecuaron la realidad legal a la realidad social, y ya pagamos todos (casados y amancebados) lo mismo a Hacienda y pocos se rasgan las vestiduras cuando una pareja decide arrejuntarse y vivir maritalmente sin pasar por la vicaría.


Hasta la Guardia Civil ha tenido que modificar su reglamentación interna - siguiendo las órdenes del Gobierno del PP en la pasada legislatura- para permitir que los guardias puedan convivir en las casas cuarteles con sus parejas, estén o no casados y sean o no sus parejas del sexo opuesto.

Y todo ello, no tan sólo por acercar -como anteriormente citaba- las leyes a la realidad de la calle, sino en obligado cumplimiento del artículo 14 de nuestra Constitución, ésa tan defendida a ultranza en su integridad e invariabilidad por algunos, cuando garantiza la igualdad de “todos los españoles ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo...”.

En cambio, ahora que la institución del matrimonio parece estar en crisis, desde la Iglesia y desde ciertos sectores políticos y/o mediáticos, se promueve una movilización social en defensa de la familia y en contra del matrimonio gay. Pero hombres de Dios, si cada vez se casa menos gente. ¿De qué van a vivir los fotógrafos de bodas y banquetes, los músicos de bodas y banquetes, los que alquilan limusinas para bodas y banquetes? Además, si no se casan van a seguir viviendo en doble pecado.


Convoca la manifestación el Foro de la Familia, y cuentan con el apoyo del Partido Popular y de la Conferencia Episcopal, y parece ser que los obispos portarán pancartas con el lema “La familia sí importa”.


Y yo me pregunto... ¿Qué peligro corre –por poner un ejemplo- mi familia, si dos lesbianas -que llevan años conviviendo y amándose- deciden casarse? ¿Qué peligro corre cualquier familia española si todas las parejas de hecho compuestas por homosexuales dan el paso de pasar por los juzgados o ayuntamientos para certificar ante jueces o alcaldes una unión conyugal ya existente?


Porque está claro que los homosexuales no pretenden casarse por la Iglesia, en cuyo caso sí sería de recibo que -ya fuera desde el Vaticano o desde cualquier parroquia de barrio- les mandaran, sin miramientos, a tomar por saco (huelga decir que la palabra “saco” empleada en este contexto es un eufemismo que bien pudiera ser sustituido por esa parte de la anatomía humana en la que ustedes están pensando) y podrían, además, calificarlos de herejes, de blasfemos y hasta –aunque con menos razón- de amigos de Carod Rovira, pero convendrán ustedes conmigo en que no es éste el objetivo que, ni el espíritu de la nueva ley ni los homosexuales, pretenden.


De todas maneras no quiero yo perderme ver a sus eminencias tras la pancarta cuando, alentados por los animadores del megáfono que toda manifa que se precie debe de incluir, empiecen a dar saltos y respingos, sujetándose la mitra con la mano que les quede libre de aguantar la pancarta, cuando se coree –que se coreará- lo de “bote, bote, bote, mariquita el que no bote”.


Y, quede claro, que defiendo el derecho que tienen los señores Rouco, Cañizares y todo ese nutrido grupo de más de veinte ilustres mitrados que han decidido acompañarlos, a manifestarse por su desacuerdo ante el matrimonio entre homosexuales; como si se quieren manifestar por el incremento desmesurado del precio de los vinos del Priorato con el que muchas parroquias catalanas celebraban la Eucaristía y que han tenido que sustituir por vinos del Penedés o de la Rioja, igual de buenos pero más económicos. Lo que sí que echaré en falta, especialmente a partir de este sábado de mitrados pancarteros, será su impetuosa implicación con la causa y su presencia en las calles cuando la sociedad se manifieste en defensa de otros valores como la paz, la igualdad, la solidaridad y otros muchos por los que Jesucristo acabó en la cruz, valores que indiscutiblemente influyen en las familias muchísimo más que la afectación que pueda suponer que dos (o dos millones) de personas se casen en vez de arrejuntarse, si no que se lo pregunten a las familias americanas, iraquíes e incluso españolas que hayan perdido a sus seres queridos en esta última guerra que –dicho sea de paso- fue defendida por muchos de los que este sábado compartirán postura y pancarta con los mitrados, escudándose en la indudable existencia de armas de destrucción masiva

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