miércoles, 26 de diciembre de 2007

Publicidad.

Artículo publicado en "vistazoalaprensa.com" en septiembre de 2004


Viendo los anuncios que de madrugada saturan la programación televisiva, queda demostrado que la sociedad está sometida a un pasotismo sumo y a un conformismo galopante.

Cómo, si no, se explica que pueda uno ver en la playa michelines y lorzas cuando resulta que, poniéndose un pantalón deportivo con cables y electroestimuladores, se le queda automáticamente, y en menos de lo que canta un grillo, la figura de Brad Pitt o de Claudia Schiffer.

Tampoco se entiende que no seamos todos más guapos que un San Luis, existiendo un “roll on” que, aplicado sobre las patas de gallo y arrugas en general, convierte en sesenta segundos la cara de la abuelita más arrugada, en una tez veinteañera, tersa, lisa y luminosa. Las fotos del antes y del después que nos muestra el anuncio, lo corroboran.

A los que tanto sufrimos cada vez que queremos dejar el tabaco, se nos ofrece la posibilidad de colocarnos una pulserita que hará que nos desaparezcan por completo las ganas de inhalar nicotina y que odiemos al tabaco más que un mosquito al DDT.

¿Cómo es posible que aún existan señoras que gastan un dineral en llenar de silicona sus pechos cuando existe una cremita que convierte, en un santiamén, lo que antes fuera un pimiento arrugado en un pomelo, coco o sandía, según la preferencia de cada cual?

Es igualmente inaudito que todavía gastemos dinero en pintar nuestros viejos coches, cuando un milagroso líquido deja nuestro cascajo oxidado convertido de forma automática, en un flamante y brillante auto de importación.

Y no creo que el problema estribe en no disponer de dinero para adquirir todos estos alucinantes productos, pues existe un teléfono al que llama uno, y le proporcionan “ipso facto” tres mil euros. Sin preguntas, sin problemas y en plazo máximo de veinticuatro horas, y a devolver sin esfuerzo y en los plazos y cuotas que desee el cliente.

Suerte que uno no es malpensado porque, si lo fuese, podría pensar que todos esos anuncios son una patraña y que las autoridades toleran que la publicidad engañosa colapse las ondas hertzianas. Y, si así fuera, la ley 34/88 (Ley General de Publicidad), ésa que entre su articulado señala que Es engañosa la publicidad que de cualquier manera, incluida su presentación, induce o puede inducir a error a sus destinatarios…”, esa ley que en teoría debiera garantizar que a los españoles no nos intenten engañar como a chinos en los anuncios, no dejaría de ser más que otra muestra de publicidad engañosa.

Afortunadamente no es así, que de todos es sabido el interés de las administraciones públicas por velar con afán por nuestros intereses y derechos. Que si aún quedan españoles que tengan michelines y lorzas, arrugas y las carnes flácidas, que sean fumadores compulsivos e irredentos, y que conduzcan coches llenos de abolladuras y arañazos es, sencillamente, porque les da la real gana.

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