miércoles, 26 de diciembre de 2007

Calles cortadas.

Artículo publicado en Vistazo a la Pensa en julio de 2004

Las empresas que llevan a cabo estudios sociológicos utilizan diversos parámetros para determinar el grado de desarrollo de una sociedad, de un país o de una ciudad. Suelen utilizar datos como por ejemplo el número de ordenadores por cada mil habitantes, el consumo energético por familia y otros similares que cuantifican la utilización de nuevas tecnologías o la capacidad de consumo de una población.

Yo les propongo otro parámetro mucho más palpable y comprobable por cualquiera de nosotros sin necesidad de inmiscuirnos en lo que paga cada mes el Señor Pérez en llamadas de su móvil o en descubrir (que poco debiera importarnos) cuántas horas se pasa la esposa de Pérez conectada a Internet.

Y es que una ciudad que se precie ha de tener muchas calles cortadas. Si es de manera simultánea, mejor. Y si además éstas son adyacentes, concurrentes y con total ausencia de señalización, mejor que mejor. Así potenciamos capacidades que los humanos ya tenemos casi olvidadas como la orientación solar (o lunar según los casos).

Lo mejor del tema es que para conseguir ese alto grado de desarrollo, cualquier excusa es buena. O sea que debemos felicitarnos porque aquellas ciudades que quieran batir las marcas en cuanto a modernidad y tecnología, no necesitan de inversión alguna para ascender al podio de la innovación.

Con la llegada del buen tiempo, las asociaciones de vecinos, ésas que recuerdan constantemente a los ayuntamientos la necesidad de compatibilizar el ocio de unos con el descanso de otros, se afanan en organizar ese rosario de actos en los que se cortan calles, plazas, avenidas, se movilizan recursos policiales, sanitarios y, créanme cuando les digo que no pocas veces los participantes de algunos de esos actos no superan en número al de los integrantes del dispositivo humano necesario para garantizar la seguridad de los escasos asistentes. Así tenemos a 12 majorettes, que cuentan como único público a sus respectivas madres y abuelas, que desfilan orgullosas por el centro de la ciudad, secundadas por una bandilla (por número no llegan a banda) de músicos, compuesta por un saxo alto, un trombón y un bombo, y que por ser ya mayorcitos, ni del aliento de sus progenitores gozan. Mientras, al otro lado, guardias y cientos de conductores comparten y sufren esa aventura de vallas, conos, desvíos, caravanas y cláxones.

Leíamos estos días en la prensa que el Alcalde de una localidad barcelonesa organizó un aperitivo frente al peaje de la autopista para pedir la supresión de las cabinas recaudatorias de esa vía rápida..

Según La Vanguardia “Patinadores, ciclistas, peatones, perros, gigantes, diablos, sardanistas y bailarines varios conquistaron el asfalto de una carretera que diariamente es atravesada por 45.000 vehículos. “ Y ustedes se preguntarán: ¿Los 45.000 vehículos por dónde narices pasaron ese día? Pues yo les respondo. Nos desviaron por el centro del pueblo cuyo Alcalde diseñó la verbena antipeaje, para que así pudiésemos gozar, además de las indiscutibles bellezas de la villa, de sus semáforos, de sus pasos de peatones y de su insufrible tráfico.

Y me parece la mar de noble que un Alcalde se movilice con, y a favor de, sus vecinos. Pero lo que no encuentro que sea de recibo es que reciban –perdónenme ustedes la redundancia- los miles de conductores que pasábamos por allí, obligándonos a soportar colapsos interminables, sin tener ninguna vela en ese entierro y, lo que es peor, sin ser propietario ni de una puñetera acción de la concesionaria de la autopista.

Y quiero insistir, no me tachen ustedes de insolidario, en que me parece estupendo que un pueblo, Alcalde al frente, se mueva en defensa de sus intereses. Pero, por favor, intenten ser más originales a la hora de diseñar protestas y reivindicaciones y sean menos lesivos con los intereses de los que nada tengan que ver con los motivos de sus quejas.

Si lo que buscaba el Alcalde era un gran impacto mediático, mayor que un recuadro entre decenas de sucesos aparecidos ese día en La Vanguardia, a mí se me ocurren algunas medidas a tomar que hubiesen merecido, no ya un simple apunte en un diario, sino la aparición hasta la saciedad del acto reivindicativo en los numerosos programas de “zapping” que copan la programación veraniega y que gozan de gran audiencia. Les voy a sugerir una a modo de botón de muestra:

Imagínense: “1er, Concurso de aplausos con las Nalgas. Artistas invitados: Ana Rosa Quintana, Miguel Ángel Rodríguez “El Sevilla”, Amparo Moreno, Santi Millán, Javier Sardá , Elsa Pataki… y un largo etcétera de posaderas famosas. El próximo domingo en la Plaza Mayor”. El lema para concienciar a la gente de la importancia de una participación masiva bien pudiera ser el ya clásico de “Quien quiera peces y no quiera peajes, que se moje el culo”.

El funcionamiento del concurso es sencillo. Se trata de mover esa zona donde la espalda pierde su casto nombre, de manera que una nalga choque contra la otra como si de hacer palmas se tratara. Un micrófono recogería los “aplausos” que un sonómetro (homologado) mediría, para finalmente ofrecer en pantallas panorámicas el culo del participante y los decibelios producidos por su vibración nalgar.

Desde luego que para asegurar la audiencia y dar ejemplo, el propio Alcalde, secundado por sus Tenientes de Alcalde y los Concejales, debieran participar en el evento, que es en esas ocasiones cuando se ha de notar que los políticos se implican para solucionar los problemas de sus administrados.

Para amenizar y dar más colorido al acto, sería preceptivo llevar el trasero pintado con una tonalidad estridente. Al ser llevado a cabo el acontecimiento en la vía pública, y siguiendo las recomendaciones de la Dirección General de Tráfico, resultaría aconsejable utilizar colores fosforescentes, como los de los chalecos reflectantes que –les recuerdo- ya son de obligada tenencia en el interior de los vehículos.

No me digan ustedes que ver las posaderas del Alcalde, junto a las de Ana Rosa Quintana, coloreadas ambas en verde fosforito, pugnando por producir los aplausos más consistentes y sostenidos, no merecerían mucha más atención informativa y muchísimo más público que un aperitivo a las doce del medio día en mitad de la carretera y bajo un sol de justicia. Y lo que es más importante, evitaría que los miles de conductores que no pudimos pasar por la autopista ese día, y que fuimos desviados y obligados a soportar interminables retenciones, nos acordásemos del Alcalde y de toda su genealogía.

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