jueves, 27 de diciembre de 2007

Tetas II.

Artículo publicado en "O Desván" en octubre de 2007

Escribía un servidor hace unos días –unos 1.115, para ser exactos- un artículo que titulaba exactamente igual que éste. Corría el mes de septiembre del año 2004 y quien les escribe recogía la noticia, aparecida en La Voz de Galicia, de que un párroco de Santiago había impulsado una iniciativa encaminada a prohibir el uso de top less en las piscinas públicas, alegando la necesidad de proteger a los niños de visiones no deseadas. Se preguntaba entonces quien les escribe si alguien se había ocupado de preguntarles a los niños si realmente les molestaban las señoras tomando el sol con el pecho al aire o que, simplemente, al que le fastidiaba la visión de las tetas era al párroco y se escudaba en los niños para llevar a cabo semejante campaña. Defendía un servidor entonces que a los niños les molesta que su hermana les tire por el váter los cromos de sus futbolistas preferidos, o que su nueva pistola con puntero láser para la videoconsola se les quede sin baterías justo cuando están a punto de darle matarile al alien de turno, pero que una señora tome el sol con o sin la parte superior del bikini les trae al fresco.

Se quejaba un servidor en aquel artículo que, de tener éxito la campaña, asistiríamos irremediablemente a la mutilación y/o ocultación de las tetas de miles de esculturas y pinturas. Ya se estaba un servidor imaginando a la Venus de Milo con un bikini de Calcedonia o a los restauradores de El Prado dibujándole un refajo de la época a La Maja Desnuda.

Y fíjense, mis queridos reincidentes, qué casualidad, ha sido precisamente en la sala del el Museo del Prado donde está la expuesta La Maja Desnuda donde el pasado 7 de agosto, Cindy, la mamá de un bebé de cinco meses, fue increpada – según ella de mala manera y en tono desagradable- por uno de los vigilantes, por darle allí mismo el pecho a su hijo quien, instantes antes, se había lanzado en alarmante llanto reclamando su correspondiente dosis de teta. Le comunicaron que “eso” no se podía hacer allí, y que si tenía que darle teta al niño, podía hacerlo tranquilamente, y sin molestar al resto de usuarios del museo, en el váter. ¿Alguien preguntó al resto de visitantes si les molestaba que Tristán –que así se llama el bebé- tomase allí su almuerzo? A ver si va a ser que lo que sentía el vigilante era envidia de Tristán… Porque está claro que a quien le ofenda ver una teta no se le ocurre ir al Museo del Prado, que se ven allí más tetas que en una película de Esteso.

Como pueden ustedes imaginarse, Cindy se agarró un cabreo monumental –aunque menos que el que se pilló Tristán, que lo dejaron a medio comer al pobre- y se fue en busca de algún responsable del museo al que presentar una reclamación, cosa que al parecer hizo en la conserjería, donde diversos funcionarios se disculparon dándole la razón. Y aquí habría acabado la historia de no ser porque, días después, desde la dirección del museo se pusieron en contacto con Cindy para comunicarle, en relación a su reclamación, que el vigilante había obrado correctamente pues no está permitido amamantar a un bebé en las salas porque, efectivamente, “podía molestar a los demás visitantes”. Y digo yo… ¿No les molestará más a los visitantes de un museo el llanto insistente de un bebé que tiene hambre y que no cesa de berrear porque a su madre no le está permitido darle de comer? ¿Nadie en la dirección de El Prado ha sido padre o madre de un bebé para saber que un lactante no puede esperar cuando le llega la hora de su comida?

Tristán seguro que está confundido, pues por lo visto ha desayunado en el Museo Reina Sofía, ha almorzado en el Palacio Real y ha merendado en la Catedral de Estrasburgo sin ningún problema, pero parece ser que hacer lo propio en El Prado molesta a los visitantes. A los ojos de Tristán -que el pobre aún no tiene edad para entender de mojigaterías ni de comprender lo de la doble moral- los visitantes de El Prado debemos ser todos unos gilipollas por sentirnos molestos porque él coma cuando tenga apetito mientras que en el resto de lugares el chaval ha tomado su racioncita de leche materna sin que nadie se lleve las manos a la cabeza. ¿Qué tendrán las tetas de la Maja –se preguntará la criatura- que no tengan las de su madre?

Y al hilo de esa noticia, uno descubre que este mismo verano otra joven fue expulsada de un centro comercial de Málaga por dar de mamar a su hijo, mientras que el vigilante que la ponía de patitas en la calle comparaba el amamantamiento con “mear en público”, y que en Barcelona fue expulsada otra mujer de un restaurante por el mismo motivo, al considerar los responsables del local que aquello era una conducta obscena. La pobre mujer tuvo que continuar su “obscenidad” sentada en una parada de autobús. Alucinante. Máxime cuando no existe en este país ninguna norma legal que prohíba amamantar a un bebé en público.

Alguien que vea obscenidad en que una madre amamante a un niño debiera acudir urgentemente al psiquiatra de guardia y pensar que la indecencia quizás no está tanto en el gesto contemplado sino en la retorcida mente de quien lo contempla.

De todas maneras Cindy se tomó con sentido del humor el hecho de que hubieran impedido amantar a su hijo en El Prado y organizó una protesta original. Convocó a unas cuantas madres con hijos lactantes a visitar El Prado el pasado domingo. Y allí, en la sala donde pueden admirarse las dos majas de Goya, se dieron cita veintitantas madres con sus respectivos bebés donde organizaron un desayuno de campaña a base de teta. ¿No quieres caldo? Pues toma tres tazas. O lo que es lo mismo: ¿No quieres teta? Pues toma tetazas.

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