viernes, 1 de febrero de 2008

El sentido de las palabras

Artículo publicado en O Desván en febrero de 2008

Un servidor es de los que piensan que expresarse correctamente, con concisión y con propiedad, es importantísimo. No pocos quebraderos de cabeza nos evitaríamos si todos nos esforzásemos en encontrar las palabras justas y precisas para transmitir lo que queremos explicar. No en vano, se suele argumentar que las cosas son más como se entienden que como se dicen.

En honor a la verdad cabe reconocer que no siempre resulta sencillo elegir las palabras precisas y adecuadas que definan exactamente lo que queremos expresar en cada momento o situación, y que hay siempre que tener en cuenta distintos factores, que variarán en función de las circunstancias, los interlocutores a quien va dirigido nuestro mensaje o, incluso, la complejidad del mismo.

Cuidado especial y capítulo aparte merecen las palabras llamadas polisémicas que, como mis queridos reincidentes sabrán, son aquéllas que, siendo de idéntica grafía, tienen significados distintos. Huelga decir que ciertas palabras polisémicas se prestan especialmente a equívocos y confusiones como la que a continuación les cuento. Recordarán mis queridos reincidentes a Nieves Concostrina, esa excelente periodista a la que tuve el placer de entrevistar hará unos meses para O Desván con ocasión de la publicación de su libro “Polvo Eres II” -aprovecho para decirles que acaba de salir a la venta un tercer libro de la saga, titulado “Polvo eres: peripecias y extravagancias de algunos cadáveres inquietos”, y que en breve Nieves concederá a Desván otra entrevista para hablarnos con detalle de su nuevo libro- pues recordarán de aquella entrevista, que fue la propia Nieves quien propuso a Radio 5 el título “Polvo Eres” para su espacio de radio dedicado a anécdotas curiosas relacionadas con cadáveres ilustres. Pues contaba ella estos días en otra entrevista que cuando inició su aventura en Radio 5 con su entonces nuevo programa de radio, andaba los primeros días por los pasillos de Radio Nacional medio escondida, pues no le hacía excesiva gracia escuchar cuando trasponía las esquinas el comentario del ocurrente de turno comentando por lo bajini “mira, por ahí va la del polvo…”. Resulta evidente que si alguno de mis reincidentes trata profesionalmente con cualquier tipo de polvos, es harto recomendable que piense dos veces el doble sentido que una palabra polisémica puede dar a la frase. Imagínese que usted llama a una compañía de las que se dedican a desparasitar almacenes o garajes y que cuando llegan los operarios le sueltan como si tal cosa algo así como : “no se preocupe, señora, mi compañero y yo le echamos unos polvos aquí y allí y verá lo contenta que queda con nuestra empresa. Yo se lo haré por delante y mi compañero, que tiene la herramienta más delgada, lo hará por detrás, que hay menos espacio”.

Sólo si tiene usted el ingenio y el dominio del lenguaje de Quevedo podrá permitirse lujos como él se los permitiera: “Salió de la cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales; salvo que a ninguno llamaban eminencia”. Mejor no imaginarse a los dos operarios de antes desparasitando la sede del Arzobispado y comentándole la estrategia al Cardenal.

Aunque resulta infinitamente más complicado si, por cualquier circunstancia, cruza usted el charco y se va a Latinoamérica. Allí cuenta con la desventaja añadida de que probablemente desconozca los distintos significados que ultramar dan a palabras que nosotros aquí utilizamos de otra manera. A saber.

Nosotros utilizamos el verbo coger para infinidad de acciones, todas ellas la mar de decorosas. Allí coger significa hacer el amor. Imagínese con qué cara le mirarán cuando se excuse usted diciendo “Llego tarde porque como no pude coger un taxi, tuve que coger un autobús” o, mucho peor, cuando usted vea a una mujer que cargada con la compra y su bebé no puede abrir la puerta de su casa: “Si me permite, señora, yo le cojo al niño mientras usted abre la puerta”. En ese caso se gana un guantazo fijo; y suerte tendrá si no llaman a la policía.

O lo que le ocurrió –real como la vida misma- a mi amiga y fiel reincidente Maria Ángeles que, desconociendo que en ciertos países latinos la expresión pelarla significa charlar, imagínense lo que le contestó a un conocido cuando éste le dijera “quedamos esta tarde y nos la pelamos un rato”. Igual que cualquiera de nosotros, respondió ofendida con un “¿Sabes lo que te digo? Que te la pele tu madre, so guarro.

Si viaja usted a Chile no se ofenda –ni se emocione- si se dirige a usted una señorita y le hace la siguiente oferta: “Cómpreme este boleto para que le toque la polla”. La polla es una lotería de ese país. La polla de la Beneficencia, para ser más exactos. Y si usted es un ciudadano chileno de paso por España al que casualmente le caído en las manos este ejemplar de O Desván, tenga muy presente que en castellano la polla es otra cosa y que no conviene ir hablando alegremente de ella por la calle.

En Argentina –donde llaman gallegos a todos los españoles, ya sean de Lugo, de Cuenca o de Jerez de la Frontera- denominan concha al aparato genital femenino y cola al culo. Ni se le ocurra contar allí que cuando usted va a la playa ayuda a sus niños a coger conchas, ni que se ha pasado media hora en la cola del médico.

Así que ya lo saben mis queridos reincidentes. Allende del Atlántico se toma todo pero no se debe coger nada; se la pelarán con usted en las tertulias mientras toma un café o un mate y podrá comprar números para que le toque la polla. Pero no guarde nunca cola sino turno y en la playa puede recolectar ostras pero ni se le pase por la cabeza coger conchas en público si no quiere que piensen que los gallegos somos todos unos sátiros y unos desvergonzados.

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