miércoles, 14 de mayo de 2008

Ésos no son policías

Artículo publicado en Vistazo a la Prensa en Mayo de 2008


Me contaba un amigo policía que, tras más de veinte años de servicio, había sufrido varias agresiones, muchísimos insultos, infinidad de desprecios pero sólo dos abrazos. Uno, de una niña de 13 años cuando fue rescatada del indigente que la tenía retenida en una casa abandonada, y el otro, de una mujer a la que asistió de parto, en un portal, tirando del bebé, cortando el cordón umbilical con una navaja y atándolo luego con el cordón de sus propios zapatos. Me relataba este amigo que esos dos abrazos, por ser tan poco habituales, le pesaban infinitamente más en la balanza de su haber profesional que todas las inconveniencias que había padecido a lo largo de su carrera.

Y es que ésa es la obligación de un policía, servir a su comunidad incluso cuando para ello tenga que sacarse trucos mágicos de la chistera o poner en riesgo su integridad física. Cuando se dan circunstancias análogas a las que les narraba en el párrafo anterior, algunas veces –pocas- el policía obtiene su reconocimiento, sea con un abrazo, sea con una medalla, pero pocos policías, por no decir ninguno, ven reconocido su día a día consistente en intentar que los ciudadanos nos llevemos bien los unos con los otros, que es lo que en definitiva hacemos –llevarnos bien- cuando cumplimos las normas. Un esfuerzo que se realiza a diario por miles y miles de policías de todos los cuerpos, y que se va al traste, de sopetón, cuando algún delincuente se cuela en este colectivo y organiza la que han organizado esos personajes en Coslada.


Resulta evidente que la policía ha experimentado una transformación importante en los últimos tiempos y que entre sus miembros, sea cual sea el cuerpo, encontramos no ya desertores del arado –como se les solía denominar comúnmente hará tres o cuatro décadas- sino gente formada entre la que no es difícil encontrar universitarios, que, por una u otra razón, ingresan en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad Pública y, una vez allí, descubren una profesión que puede llegar a ser fascinante, en la que se tiene la privilegiada oportunidad de colaborar, cada cual con su particular granito de arena, en la importante misión de conseguir una sociedad cada vez más justa.

Por eso, ante casos como el de Coslada y su puñado de agentes detenidos, a cualquiera que tenga algún tipo de relación con el mundo policial, sea por pertenecer a dicho mundo, por relacionarse con él profesionalmente, o por disponer en cualquier cuerpo de policía de un hermano, hijo o amigo, por fuerza se le han de revolver las tripas ante tamaño despropósito, y necesariamente deseará que a todos esos que se vestían de policías - obviamente, a los que la justicia encuentre culpables- paguen hasta el último segundo de su condena no ya sólo por los delitos que hayan cometido, sino por la traición con la que han respondido a la ciudadanía que les paga y por la injusticia a la que someten a cientos de miles de agentes honestos que cada día se ponen su uniforme para intentar que el resto de ciudadanos disfrutemos de nuestros derechos y recordemos nuestras obligaciones, que no es tarea fácil ni grata.

Dicho esto, cabría preguntarse qué mecanismos han fallado no sólo para que se haya llegado a producir esta situación, sino para que haya podido mantenerse latente –que no oculta- durante tantísimos años. Cómo puede un sujeto mantenerse durante más de 20 años al frente de un cuerpo de policía cuando, según parece, durante todo ese tiempo no han cesado de aparecer datos, indicios, e incluso denuncias que lo implicaban en los más turbios asuntos. Cómo se explica que la investigación que la Guardia Civil llevó a cabo sobre ese asunto hace más de ocho años –lo revela ahora el oficial encargado de la misma- muriese en el despacho del Delegado del Gobierno, cuando, casualmente, por aquellos entonces Gobierno central, autonómico y Ayuntamiento eran del mismo color político. Cómo se entiende que hayan pasado varias Corporaciones municipales y que ninguna tuviese los arrestos de enfrentarse y desenmascarar a este personaje.

No tengo respuesta a ninguna de esas preguntas, salvo que sean ciertas las afirmaciones recogidas en un semanario según las cuales el tal Sheriff de Coslada se jactaba de “tenerlos a todos cogidos por los cojones”, habiéndose ya aventurado algún periodista a afirmar que ese “señor” disponía de grabaciones comprometidas de ésos a los que tenía agarrados por salva sea la parte. Si esto fuera así, cabría preguntarse además por la honestidad de los que se dejan agarrar de tal apéndice, siendo éstos –como son- los responsables de dirigir políticamente al agarrador, porque es claro que si los agarró de ahí, es porque tuvieron la asidera al aire.

Muchos de los que se vestían de policías –a los que me niego a llamar policías- confiesan ahora que se vieron arrastrados por su jefe a cometer mil y unas tropelías, que los “motivaba” con el consabido “o estás conmigo o estás contra mí”. Pero es evidente la conclusión de que ese espécimen, por sí solo, sin ayuda de mano de obra fiel y adicta, no hubiera podido extender su maraña delictiva de la forma que lo ha hecho. Si se acaba confirmando la existencia de vídeos grabados por los propios imputados en los que éstos propinaban palizas a indigentes, vejaban a prostitutas y destrozaban mobiliario urbano, ya pueden ir echándole la culpa al jefe, ya…

Habrá que preguntarse qué mecanismos y qué criterios de selección y de formación sigue la Comunidad de Madrid –recordemos que las Comunidades Autónomas son las que tienen la competencia en la coordinación, formación y requisitos de acceso para los cuerpos de Policia Local- para proveer de policías locales a sus municipios. Y, si éstos fueran los correctos, cabría preguntarse qué ha fallado para que se les cuelen esos gamberros en la Policía. Desde luego no es en los gimnasios donde deben reclutarse los aspirantes a policías, sino en los institutos y las universidades. Eso, y hacer atractiva la profesión de policía para la ciudadanía, a buen seguro nos garantizaría mejores resultados de selección y de formación.

Quienes peor lo tienen que estar pasando en estos momentos -dejando al margen a los que se lo tengan merecido- son los policías honrados, que los hay y son mayoría; especialmente los policías honestos que queden en Coslada y que a partir de ahora tendrán que hacer el esfuerzo de entender que sus conciudadanos desconfíen de su uniforme y demostrar que son distintos a esos que, pese a vestir uniforme, jamás fueron policías. A los que sí lo son, a todos esos policías honestos que sienten repugnancia ante este tipo de situaciones, quisiera desearles, desde esta humilde tribuna, que llegue pronto el día en que ellos, incluso en Coslada, puedan recibir un abrazo de un ciudadano agradecido como el que describí al principio de este artículo. Puedo garantizar a mis queridos reincidentes que esos abrazos sientan infinitamente mejor que cualquier medalla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A tu amigo Policía:

Él consiguió 2 abrazos, y yo le daría otro a él, y a tantos Policías de los diferentes cuerpos de España.
Joder, no me quiero creer que los ciudadanos no vean el trabajo que desarrollais. Somos varios que si os admiaros. Pensar que cuando patrullais, allí están esas miradas de algunos ciudadanos de apié que son miradas de admiración. Sólo que no todos son impulsivos com yo para que os den un abrazo y motivaros cuando vemos que otro ciudadano os falta el respeto sin razón.

Ánimos!!!

Y a los Policías que caen en el abuso de autoridad, sólo se merecen que cualquier compañero suyo o ciudadano lo denuncie para que le abran un Expediente lo antes posible. Así no hacer daño a esa buena realación CIUDADANO con POLICÍA por mínima que sea.

Un abrazo
FreeWay